Perspectivas

La sociedad de la incertidumbre

Fotografía de StockSnap | Pixabay

28/07/2022

A Alejandro Oliveros

 

«No sabe qué es peor, un pasado irrecuperable o un presente que lo destruirá si lo observa con demasiada atención. Luego está el futuro. Puro vértigo».
Margaret Atwood

 

Los cambios se suceden a la velocidad del vértigo. A partir de la pandemia, un grupo de superbillonarios se empeña en demostrar que pueden hacer turismo más allá de la estratósfera. Otros ofrecen (y comercializan) una realidad paralela en la que desaparece el espacio físico, siendo sustituido por el digital. La realidad virtual es un hecho, por lo que se dispondrá de apetencias a la carta. Una oferta inasible que, por la vía del entertainment, promete felicidad.

Con la desaparición del espacio físico, una nueva tribu despunta: los nómadas digitales. Y con el surgir del espacio digital, el arte no se queda atrás. El mercado NFT (Tokens no fungibles) arrancó en 2021 y las inversiones son multimillonarias. El nuevo mercado del arte se apoya en equiparar en metálico el valor del espacio físico y el digital. Cualquier imagen digital puede tener tanto valor como un Van Gogh.

El proceso de estos acontecimientos opera de un modo tan vertiginoso que resulta espinoso precisar el punto donde nos encontramos. Nos adentramos en el ámbito de la incertidumbre. Alejandro Oliveros nos explica que el físico alemán Werner Heisenberg en su Principio de Incertidumbre demostró “que era imposible conocer simultáneamente la posición y velocidad de una partícula”. Vale decir, se conoce la posición, no la velocidad. O se sabe de la velocidad, no la posición. Y utiliza como analogía para aproximarnos a la sociedad en que vivimos.

Imagino a un jugador de béisbol en pleno juego. Se detiene en una base, mira a su alrededor, aparece la consciencia del tiempo limitado para la carrera, el curso salvaje de los movimientos que deben tener las piernas, el espejismo de lograr hacerse de la otra base, quizá anotar una carrera, o ser frustrado por un out.

Establecer el vínculo emocional contrasta con la sociedad actual, hipnotizada por la velocidad trepidante. Los acontecimientos son y dejan de ser con rapidez, las ciudades, la gente, los conocimientos de toda índole, todo ocurre en la secuencia de una película digitalizada, a cámara rápida: pandemia, cuarentena, muertes, guerra, noticias, conferencias por zoom con cosas interesantísimas que saber, libros, series de televisión, películas, inventos tecnológicos y científicos superados de inmediato por otros.

El valor económico de esas propuestas novedosas es incuestionable. Sin embargo, vivir atados a infinitos estímulos contrasta con la inquieta lentitud de la psique.  Estar colgado a la rapidez de los sucesos, vivir a su ritmo vertiginoso, arrojarse al desierto de las novedades, diferenciar cada grano de arena, enumerar sin registro emocional las bondades de sus diferencias, revolcarse en la playa del conocimiento, dar por visto lo que pasa por las manos, emitir una opinión, reconocerse en ella, identificarse, y luego disolver el vínculo con el personaje interior, sus referencias de tránsito, el registro emocional, y así penetrar una nueva dimensión: la del Homo Sapiens Digitalis.

El jugador de baseball espera, se detiene, vuelve a correr. Mantiene la tensión entre velocidad y posición. Se parece a ese movimiento contradictorio de la psique en festina-lente (apresúrate-despacio). Confundir velocidad con posición distorsiona la percepción del tiempo. Aunque se tenga la piel apergaminada, tu tiempo es infinito y frenético. Va al ritmo de los acontecimientos. Quizá por eso sea tan atractivo.

La tensión se pierde al identificarnos con la velocidad o al revés. Si es la posición la que dejamos fuera de vista, el lugar donde vivimos, nuestras querencias, se devalúan; viajan a la sombra de nuestras vidas. En el espacio digital todo puede suceder al mismo tiempo. Se viaja a “la velocidad de la luz”. Se puede estar en varias conferencias alrededor del mundo al momento, intervenir en tiempo real cualquier manifestación: científica, política o artística. Revisar Whatsapp, Instagram, Twitter, TikTok, etc. Es un salto cuántico para el intelecto, y toda la experiencia de la vida consciente.

El tiempo ante nuestra percepción se ha vuelto elástico como el infinito. Parece estar constituido por una sustancia inasible -como lo es en realidad-. Sin embargo, todo el significado de una vida puede suceder en un tris. En el instante en que posteo algo, va todo mi ser enviado al universo, soy la vida de otros y la de ellos la mía.

En la dilución del espacio físico en el digital, la intercepción entre circunstancias y tiempo psíquico se desvanece por milésimas de segundo. Ese es el instante donde se funden posición y velocidad, y se rebate el principio de incertidumbre, pero es mera ilusión. La vida biológica se resume en nacer, crecer, reproducirse, enfermarse y morir. La vida psíquica no.

Mientras el intelecto trata de explicar por qué estamos aquí, a dónde vamos en el tiempo solo genera desasosiego, desesperación. Las respuestas no son certeras ni permanentes. Y se olvida que hay un estadio donde todo puede ocurrir al mismo tiempo: el instante de contemplación que produce la emoción.

La psique, en cambio, sigue su camino de lenta procesión, dos pasos adelante y uno atrás, y acepta con resignación que el universo se crea y se destruye al mismo tiempo, al igual que nuestras vidas.

La pandemia y ahora la nueva guerra, han dado a la humanidad, de nuevo, un marco de referencia. Han devuelto la realidad de lo efímero. Han disuelto las certezas.


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