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La Piedad

La Piedad. 1499. Miguel Ángel. Fotografía de Torbjorn Toby Jorgensen | Flickr

25/01/2023

Los recónditos escondrijos del sentimiento y los estratos más oscuros y ciegos del carácter son los únicos lugares donde podemos sorprender autentica realidad en formación.

William James.

A sus ochenta años, Werner Herzog tiene una película documental que acaba de estrenar, una novela por publicar, y sus observaciones toman por sorpresa. En The New Yorker aparece su fotografía en blanco y negro. El busto de un hombre curtido, recortado entre sombras, y el esqueleto de un árbol al fondo. La fotografía pertenece a Adam Pape. La entrevista la hizo Michael LaPointe y tiene el siguiente encabezado: “A Werner Herzog nunca le ha gustado la introspección”. Acostumbrado como está a lo insólito, la introspección ya va incluida.

El dialogo transcurre de forma fluida, con honestidad; las áreas de su interés son diversas. Se detiene a hablar sobre las noticias, a las falsas las contrasta con “la verdad extática”, y acota:

La forma más sencilla de explicarlo es mirando la Piedad de Miguel Ángel, la estatua. Jesús en brazos de María es un hombre de treinta y tres años, atormentado en una cruz y derribado, pero su madre solo tiene diecisiete años. Es una de las esculturas más bellas que se hayan creado. Y mi pregunta ahora es: ¿Trató Miguel Ángel de engañarnos, trató de darnos noticias falsas, de defraudarnos, de mentirnos? La respuesta, por supuesto, es no. Nos muestra una verdad más profunda de ambas figuras.”1

Según el D.R.A.E la piedad es, entre otras cosas, “1. Virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión. Amor entrañable que se consagra a los padres y a objetos venerados. 3. Lástima, misericordia, conmiseración.

La observación de Herzog sitúa ante Miguel Ángel y su visión de la piedad. Según el cineasta, la escultura representa una imagen inverosímil: una madre que es más joven que su hijo. En el mundo consciente, no es posible, sin embargo, lo imposible de la impresión visual abre camino al misterio de la realidad del alma. Concede el paso a una narrativa independiente que se ciñe a lo que refleja la escultura, la vaporosa imaginación hace el resto por quien observa.

Es labor del artista, crear una realidad paralela a la representación de un suceso, o una ficción donde cada quien reconoce una parte de su propia vida. Una realidad indeleble.

La observación monoteísta de La Piedad, la cristiana, ve el duelo sagrado de la madre sufriente ante el hijo martirizado y muerto. La mujer que concibió por obra del espíritu santo, la madre espiritual y el hijo eterno, Dios y hombre.

La Virgen y Jesús Cristo, están fuera del pecado original (sine macula peccati originalis). Y esta imagen ante ojos humanos, inspira compasión y pasión divina.

Al Miguel Ángel introducir la visión de la Virgen joven y el Cristo viejo, la imaginación de lo inverosímil, abre la puerta a lo que es y a la vez no, sujeta la tensión de una realidad viva. Es el mito al cual se ancla la cristiandad: lo eterno de la divinidad y su opuesto, lo transitorio de la vida terrenal.

¿Qué esconde la piedra?

Las expresiones del rostro, y actitudes de los cuerpos en La Piedad, despabilan la fantasía. Por ejemplo, para la Virgen hay dos tiempos a la vez: cuando concibió a Jesús Cristo, y cuando Él murió. Ella permanece inmodificable, eterna como una diosa ante su hijo, el héroe muerto.

A algunos, lo que está velado en el mármol puede generar la insinuación escondida del incesto como posibilidad. El hombre viejo y la mujer joven (o su revés), es decir, desde el extremo espiritual de la imagen, surge el significado opuesto y oculto, su complemento.

A un ciudadano común al que la represión religiosa no le haya vaciado la oscuridad de los rincones del alma y lo pagano lo habite, puede entrar en una iglesia y, al ver las imágenes sagradas, tener pensamientos blasfemos: imaginar a Cristo desnudo teniendo sexo, etc., y salir de la iglesia perturbado. El ciudadano puede evitar volver al recinto sagrado y la frecuencia de los pensamientos atormentarlo. La psiquiatría moderna despacharía este caso, como un trastorno mental (es posible que así sea). Una pastilla diaria lo libraría de pensamientos desagradables; sin embargo, lo que ha irrumpido en la persona, no es otra cosa que el lado reprimido de su propia naturaleza humana, acompañado del aspecto insoportable o grotesco de la divinidad.

¿Un asunto del pasado?  El ejemplo puede pertenecer a finales siglo XIX y mediados del XX cuando aun la iglesia católica no estaba tan desprestigiada, sin embargo, es legítimo. El asunto no es banal, sobre todo hoy día, cuando supuestamente nadie cree en nada y todo lo sacro es motivo de mofa. Como resultado, los extremismos vuelven a tener fanáticos y la pureza vuelve a estar de moda: la racial (nunca ha dejado de estar en el tapete); hay fanáticos de la alimentación orgánica pura, extremistas que idolatran autócratas, por citar ejemplos. Incluso hemos sido sorprendidos por gente atacando obras del arte clásico en nombre del cambio climático. No es que los estragos de la industrialización sobre el clima no sean importantes, lo alarmante es la reacción: destruir cultura para preservar la naturaleza.

La necesidad de ser puros y virginales, como fondo de pantalla del alma, se expresa en los ámbitos más disimiles posibles.

Ante lo pagano 

Miguel Ángel entendió lo pagano. Lo demostró en la escultura de Dionisos, hecha entre 1496-1497, un año antes de La Piedad. Las formas femeninas, encarnadas en la presencia masculina del dios son visibles. Es posible que a este conjunto de aspectos sea a lo que Herzog hace alusión, a esa verdad que no está en las apariencias, si no en la compleja totalidad.

Desde sus orígenes, el cristianismo arrasa con una imaginería prodiga en incestos, parricidios, robos, asesinatos de masas, celos, envidias, traiciones, ceremonias y vínculos sexuales que repelen la imaginación, asuntos oscuros que no exaltan la espiritualidad del alma, sino que tocan lo grotesco de la naturaleza humana. Esa imaginería pertenece a los dioses y diosas de la mitología griega, pilar fundamental de la cultura occidental. Las divisiones del cristianismo han mantenido esa raíz. En el protestantismo no se exhiben imágenes de santos, o de Cristos crucificados. Menos de la virgen. El catolicismo insiste en que los santos sean venerados con sus imágenes, con su apariencia fenotípica y sus atributos, como para decirnos: también puedes escoger este camino. Y por otro lado, el acercamiento a lo espiritual del alma representado por la Virgen, está allí antes del dogma: la Madonna aparece en la iconografía del medioevo y el renacimiento.

Las exclusiones de la psique

En general, imágenes ajenas a la espiritualidad están descartadas de la iconografía católica. Y allí va toda la herencia grecolatina. Es posible que el origen de toda esta omisión resida en el hecho de que la imaginación cabalga entre la mente y la carne. Si una persona imagina que su pareja le es infiel, por lo general su fantasía toca las emociones de la carne. ¿Cuántas veces una circunstancia así no ha conducido a un crimen? Los periódicos están llenos de esas noticias.

La visión de La Piedad que eleva a los cielos es parcial. Nos interesa también la otra cara de la misma: la que tiene que ver con lo grotesco de nuestra naturaleza, con lo rudo, lo monstruoso, por ser lo más reprimido en el mundo cristiano, y porque, al carecer de esa piedad, desaparece la distancia de la compasión, y el registro que se debería hacer del pathos del alma en uno y en otros se desvanece.

Contener el pathos personal y aprender del ajeno es tarea ardua. La domesticación del instinto es un acto compasivo con uno mismo, no un seguro de vida. Pero sin eso, el impulso de lo monstruoso es un hecho. La cantidad de perversiones que se descubren hasta en las profesiones más dignas son un ejemplo.

En la actualidad, a esa represión religiosa, se suma la “visión Disney” y sobre esta, la políticamente correcta. El hombre común del mundo occidental lo tiene difícil. La bota de las represiones lo aplasta, se implanta sin que se de cuenta, estrecha su amplitud de consciencia, y la reduce a una visión unilateral de la realidad.

¿Es ese el pecado original? ¿Que el ser humano esté condenado a observar la parcialidad de la realidad, pues la totalidad le resulta intolerable a sus creencias, y allí la culpa? En las noticias mundiales, aparece un número infinito de crímenes, resultado de mirar a un lado de lo que sucede, y observar el otro, el conveniente.

La búsqueda obsesiva para calzar en el mundo políticamente correcto o ideal tiene un costo alto para la psique. Revierte la observación de Publio Terencio Africano*: todo lo humano comienza a ser ajeno.

En la parte execrada del alma humana, la terrena, habita: la prostituta, el viejo verde o la vieja verde, la viuda alegre, el sadomasoquista, el avaro, incluso todas esas formas psíquicas intolerables, que son tabú en la vida publica y privada, sin embargo guardan un valor simbólico para la existencia emocional.

En los mitos paganos estas realidades estaban a la luz, por ejemplo, un hijo castra a un padre, o una mujer. Europa, es raptada y luego seducida por un toro que es Zeus; o un hombre, un rey, pierde la razón cuando cae en cuenta que ha desposado a su madre. Esto es intolerable como realidad literal, pero conserva un significado simbólico.

El terreno de la vida diaria con sus contingencias y el del mundo interior de cada quien, con sus complejos emocionales, es la realidad del ser humano. Y necesita tanta energía erótica e imaginación, como las virtudes que aspiran a la vivencia espiritual. Ese es el fondo del eros en la piedad: permitir la transición de lo efímero a lo eterno.

Imaginar lo espiritual como único propósito de vida, condena lo demás. Y sólo queda el campo de la acción para hacer visible lo que ha sido relegado a la existencia en oscuridad.

Al presentar sus tragedias en público, los griegos buscaban que sus ciudadanos experimentaran los precipicios del alma en un terreno de realidad no muy distinta a la que cada quien vivía. La naturaleza humana necesita ser vista y vivida al menos en la imaginación. Tener un espejo donde reflejarse.

La imaginación edulcorada en torno a la pureza y bondad del alma, es dada a negar la lujuria, la avaricia, el engaño, la hipocresía, la infidelidad, el poder, la soberbia, la venganza. El tránsito del paraíso al infierno, eso que pintó El Bosco en El Jardín de las Delicias, es parte de la vida tal cual es, él tiene que haber fantaseado con esas imágenes, o quizá se atormentó con ellas. La pintura pudo haberse concebido como advertencia.

Al enfocar en un microscopio el panorama mundial, se ve cómo hacen girar la esfera, los hilos secretos de estos apetitos. La guerra con su engranaje de odio es tan natural al hombre como lo es Eros.

Celos, envidia, odio, rencor, son emociones que requieren reconocimiento. Es cierto: no vinculan a lo espiritual. Atan al instinto, ciñen a la tierra, incluso sepultan. Son emociones tan humanas como las exalta el espíritu, y la naturaleza tiene urgencias ineludibles. Tocar lo grotesco en nosotros es saber de qué manera afecta la voluntad divina. Aquí la contemplación piadosa es inevitable, esa que nos debemos a nosotros mismos.

Las historias de Herzog y otras cosas

Los personajes de Herzog parecen tocados por la locura de la divinidad. Fitzcarraldo, un hombre obsesionado por la ópera, pretende construir un teatro en pleno Amazonas. En su novela por estrenar, un teniente japonés de la armada imperial, Hiroo Onoda, combate en la segunda guerra mundial. Destinado en la selva de la isla filipina de Lubang en 1944, con la orden secreta de mantener la posición, nunca se enteró del final de la guerra. En 1974 emerge de su escondite, luego de casi tres décadas en lucha. Uno tiende a creer que consigo mismo y con la realidad. Hiroo Onoda existió.

La piedad ha aparecido de muchas maneras en la historia de occidente. La tuvo Aquiles, el matador de la guerra de Troya, cuando le entregó el cadáver de Héctor, su enemigo, a Príamo padre de su adversario. Pudo haber asesinado también a Príamo, con la misma saña que a Héctor, sin embargo, algo lo movió. La tuvo Eneas cuando escapó de Troya arrasada, llevó Anquises su padre viejo en los hombros, y a su hijo Ascanio, intentando compartir un mismo destino. La tuvo Cristo al proteger a María Magdalena, de quienes la apedreaban acusándola de prostitución.

Los dioses están dormidos para algunos. Incluso el Dios cristiano. Y la piedad escasea. Pero cuando ocurre su epifanía, toca a alguien para compartir un destino divino, no siempre amable. Y a ese a quien toca, sólo le resta experimentar, de rodillas, la fragilidad de lo humano.

***

1Michael LaPointe, WERNER HERZOG HAS NEVER LIKED INTROSPECTION, The New Yorker: April 26,20

*Publio Terencio El Africano: “Nada humano me es ajeno”

Freddy Javier Guevara es psiquiatra, miembro de La International Association for Analytical Psychology (IAAP) y miembro de la Sociedad Internacional para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano.


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