Perspectivas

El Decreto de Mégara. Sanciones económicas en la antigua Grecia

Carl Feederle, "La Acrópolis de Atenas". Litografía en tinta. Munich, 1856-1857.

12/12/2020

Lo hemos dicho un sinnúmero de veces: no existe apenas algún invento del mundo moderno que ya no haya sido concebido en la antigüedad, con lo que debemos concluir en que la modernidad solo perfeccionó tecnológicamente lo que ya habían inventado los antiguos. Esto para todo, o casi. Lo malo y lo bueno. Y no creeremos, desde luego, que de este catálogo exhaustivo hayan de librarse las formas de la agresión. Alguien pudiera pensar que las sanciones económicas son una forma sutil e incruenta de confrontación, producto del refinamiento de las civilizadas formas modernas. Ni lo uno ni lo otro.

En el año 432 a.C. Atenas se encontraba en un período de creciente tensión con sus rivales de la Liga del Peloponeso. Trece años antes, en invierno de 446/445 a.C., la ciudad había firmado lo que después se conoció como la Paz de los Treinta Años, que quiso poner fin a la guerra con Esparta y sus aliados. Sin embargo los recientes hechos no hacían sino aumentar la confrontación, y la paz, como sabemos, no duró sino catorce años. Mégara queda muy cerca de Atenas, a solo 49 kilómetros, frente a la isla de Salamina, en pleno golfo Sarónico. Actualmente lleva poco más de media hora, sin tráfico, llegar allí desde el centro de Atenas, tomando la autopista Athinon que atraviesa la colina de Egaleo y pasa por el norte de Eleusis. En ese tramo, la autopista hace el mismo camino sagrado, la ierós odós, que en el siglo V hacían los iniciados para ir a Eleusis a celebrar los misterios. Es la misma autopista que hoy se toma, pasando por Mégara y el estrecho de Corinto, cuando uno se dirige al Peloponeso. También en aquellos tiempos Mégara estaba demasiado cerca de Atenas.

Mégara había sido aliada de Atenas. Durante las Guerras Médicas participó con veinte barcos en la batalla de Salamina y con mil soldados en la de Platea. Puede decirse que entre Mégara y Corinto, aliada de Esparta, pasaba la frontera caliente que separaba el mundo ateniense del espartano, los territorios del Ática y los de la Liga del Peloponeso. Mégara y Corinto se habían enfrentado por esta frontera, y durante algunos años Atenas llegó a establecer una guarnición en Mégara, ocupando los territorios aledaños. Sin embargo, en 447 a.C. los megarenses, con apoyo de Corinto, se rebelaron contra la ocupación ateniense y masacraron su guarnición.

Esta fue la razón que llevó a Pericles a proponer ante la ekklesía un decreto de bloqueo comercial contra Mégara, si bien, como suele suceder, la excusa era muy otra. Se supone que los megarenses habían ocupado unos terrenos sagrados en la cercana Eleusis, dedicados a la diosa Deméter, y los habían cultivado. Ya se sabe que el sacrilegio suele ser una excelente excusa para iniciar una guerra. En realidad los atenienses querían algo más que arrasar militarmente a la pequeña y traidora Mégara, ahora aliada de Corinto y Esparta: querían verla arrodillada y muriendo de hambre. Destruirla hubiera sido sencillo, pero debía quedar claro lo que pasaba a quien desafiaba el poder de Atenas. El decreto prohibía a las naves megarenses entrar a los puertos de la Liga de Delos y todo comercio con cualquier producto proveniente de Mégara. Se trataba, en toda regla, de un embargo comercial.

Todavía hoy se debate el impacto real de las medidas. El historiador marxista G. E. M. de Ste. Croix, en The Origins of the Peloponnesian War (Londres, 1972), trató de minimizar la efectividad del decreto, aduciendo que estaba dirigido a los ciudadanos megarenses y el comercio solo podía ser desempeñado por los metecos, los extranjeros. De hecho Tucídides, en su Historia de la Guerra del Peloponeso (I 23, 6), no menciona al decreto como una de las causas directas de la guerra, y sí más bien el temor de los espartanos por el imparable auge ateniense. Sin embargo, al prohibir el comercio de los productos de Mégara en los puertos de toda la Liga de Delos, esto es, la gran mayoría de los puertos del Egeo, es de imaginar que toda la economía megarense se vería realmente afectada.

Es lo que cuenta, a su manera, Aristófanes en Los acarnienses. La comedia fue estrenada en las fiestas Leneas del 425 a.C., siete años después de la aprobación del decreto y seis de que estallara la guerra. Trata de las aventuras de Diceópolis, un valiente campesino de Acarnas, un rico demo al norte de Atenas. Diceópolis (“la ciudad justa”, significa su nombre), aunque también detesta a los espartanos, es pacifista. A título individual decide acabar con la guerra, enfrentándose por ello a los atenienses como a sus vecinos en el campo. Establece una tregua privada con Esparta, mientras que abre un mercado abierto a todos los productos, rompiendo el embargo comercial. En la parábasis de la comedia cuenta, en clave cómica, cómo fue que comenzó todo:

“…pero unos jóvenes que habían ido a Mégara, emborrachándose al jugar con sus copas, raptaron a Simeta, una puta. Los megarenses, enfurecidos de dolor como gallos picados de ajo, raptaron en venganza dos putas de Aspasia. Y así se desencadenó la guerra entre los griegos, ¡por tres putas! Entonces Pericles, el “Olímpico”, enfurecido, comenzó a lanzar rayos y truenos y a estremecer a toda Grecia. Dictaba decretos como cantar canciones: “no se debe consentir la permanencia de megarenses ni en la tierra, ni en el mercado, ni en el mar ni en el cielo”. Y después los megarenses, cuando comenzaron a sentir hambre, pidieron a los lacedemonios que les ayudaran a salir del decreto ese, originado por las tres furcias. Y nosotros no quisimos, aunque lo pidieron muchas veces” (vv. 524-539).

Más allá del chiste según el cual la guerra se originó por el rapto de tres prostitutas (parodiando al rapto de Helena en la Guerra de Troya), y más allá de la alusión a que Aspasia, frecuente blanco de los comediógrafos, tenía un negocio de chicas (lo que no dejan de mencionar Ateneo, XII 35, ni Plutarco en su Vida de Pericles, XXIV 5), la explicación de que la guerra se inició cuando Pericles salió en defensa del negocio de putas de su amante se enmarca dentro de los recursos de lo cómico en Aristófanes. Sin embargo, a los efectos de lo que nos interesa, el fragmento nos proporciona un par de datos de interés: ciertamente la medida produjo hambre entre los megarenses, y éstos repetidamente pidieron su revocación, pero los atenienses la negaron.

Qué tan decisivo fue el Decreto de Mégara como detonante de la guerra es algo que aún se discute. Sin duda la ruina de una pequeña ciudad no sería la única razón para lanzar a miles de hoplitas espartanos contra Atenas, pero también es verdad que el embargo comercial a Mégara contó en el largo memorial de agravios que guardaban los aliados de Esparta contra Atenas, según dice Tucídides (I 67). Los lacedemonios no dejarán de recordar estos agravios como prueba del irrespeto ateniense a la tregua de los Treinta Años, ni como excusa para la guerra. En cuanto a la pequeña Mégara, es claro que el hambre la arrojó a los brazos de la belicosa Esparta, bajo cuya protección permaneció desde entonces, casi ininterrumpidamente, hasta la llegada de Roma.


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