Perspectivas

¿Somos todos griegos?

Partenón. Fotografía de Phanatic | WIkimedia

12/09/2020

Aceptemos la verdad:
somos griegos, ¿pero qué somos, además?

Cavafis

Creo que la habilidad para sintetizar en una pequeña frase, no ya grandes verdades sino más bien grandes dudas, debe ser tenida como un haber mayor en todo aquel que trabaja con palabras. Esto de resumir en un enunciado contundente y provocador, el hecho de que pocas palabras puedan expresar, sin caer en el aforismo, lo que tantos se han venido preguntando por largo tiempo es, pienso, el acabamiento de lo que algunos mientan la “economía de las palabras”, que viene a ser lo opuesto a la economía del pensamiento y también de algunos temores. Tengo para mí que entre los nuestros el maestro insuperable de este arte fue Mariano Picón-Salas. Célebres frases atribuidas al pensador merideño, a más de breves, más que una verdad nos plantean un complejo problema.

Más allá de una frase

Y esa precisamente es la idea. Mientras más general y atemporal sea el problema que encierra la minúscula frase, más genial se me antoja la maña del escribiente. Por eso no dejo de ponderar la célebre frase de Shelley, We are all Greeks, que de inmediato pasa a explicar de modo sucinto: Our laws, our literature, our religion, our arts have their root in Greece. Pongámonos en contexto: la frase se encuentra en el Prefacio al drama lírico Hellas, que Shelley escribió en Pisa a finales de 1821 y publicó en Londres en 1822. Pocos meses antes, Grecia había iniciado su guerra de independencia contra el imperio otomano y Shelley se encontraba bajo el impacto emocional de este hecho. Como su amigo Lord Byron, está comprometido con la causa de los griegos. Ambos son, pues, filelenos. A través de su poesía, buscan sensibilizar a la sociedad inglesa para conseguir apoyos concretos para la guerra. La frase es, pues, bastante más que una exaltada consigna de un romántico inglés del XIX. Sin embargo, desde entonces ha estado dando vueltas en la cabeza de helenistas e historiadores, y más de los que, como yo, se dedican a husmear la presencia de los antiguos en nuestro mundo moderno. Filólogos e historiadores como Carlos García Gual en su reciente Grecia para todos (Madrid, 2019), o nuestro Guillermo Morón en alguna vieja entrevista, se han hecho eco de la sugestiva frase para explicar su concepción de lo que somos, de nuestro pasado y de nuestro destino.

Pero, ¿somos todos realmente griegos? Don Carlos, hace menos de dos años, escribía esto: “La afirmación de P. B. Shelley de que «todos somos griegos» acaso pueda parecernos hoy una frase exagerada de un poeta romántico e ilustrado, entusiasta y fascinado por el redescubrimiento en su tiempo del mundo helénico. Pero, si nos paramos a pensar en ello, podemos ver que aún tenemos mucho de los antiguos griegos en nuestra manera de pensar y enfocar el mundo, un enraizamiento cultural evidente. Todavía percibimos ese aire familiar de lo griego de un modo consciente, y otras veces sin advertirlo”. García Gual se explaya en cantidad de palabras griegas que comúnmente usamos sin apenas enterarnos (“nostalgia”, “utopía”, “teléfono”). Guillermo Morón, en Los más antiguos (Caracas, 1986), nos lo dice desde una perspectiva más personal y, desde luego, más nuestra: “Me gusta acercar mi ignorantísima curiosidad a sus palabras permanentes. Ellos, los griegos, inventaron los géneros de la literatura, crearon el pensamiento, modelaron la cultura de nuestro uso. Sin estos libros, sin estos versos, sin estos diálogos, sin estos discursos, sin estas palabras, no habría mundo nuestro, ni europeo ni americano. Sería algo totalmente distinto. Tal vez mejor, tal vez peor. Pero distinto”. Algo parecido dirá pocos años después en el prólogo de su Sobre griegos y latinos (Caracas, 1991).

Ojalá hubiera sido solamente cuestión de palabras, lo que ya sería sobradamente suficiente. Sin embargo hay quienes se han dado a la tarea de rastrear efectivamente la huella de los antiguos en los diferentes aspectos que hacen nuestro mundo. Pienso, por ejemplo, en el volumen coordinado por M. I. Finley, El legado de Grecia. Una nueva valoración (The legacy of Greece. A New Appraisal, Oxford, 1981), que da cuenta de la incontestable herencia de los griegos en campos como la literatura, el teatro, la filosofía y la retórica, la historia, la política, la teología y la religión, la diplomacia, la estrategia, la lógica, la gramática, las matemáticas, la geografía, la navegación, el comercio, la guerra, la astronomía y las ciencias; la ingeniería, la arquitectura, el urbanismo y las artes figurativas; la medicina y las leyes. Todas estas ciencias o manifestaciones culturales, y otras muchas que sería tedioso enumerar, tienen su origen o su desarrollo en la Grecia antigua.

La libertad y la dignidad

Sin embargo, más que la presencia inobjetable de este legado en las aplicaciones prácticas de nuestro aquí y ahora más cotidiano, hay un aspecto de la cultura griega que define nuestros valores y aspiraciones individuales y colectivas. Es el concepto de libertad y de dignidad humana. Los griegos lo tenían claro: si había algo que, según ellos, los diferenciaba de los bárbaros era que los griegos eran libres y los bárbaros esclavos. Los griegos luchaban y morían por su libertad, mientras que los bárbaros se postraban ante un déspota. Aristóteles, en la Política (1255 a 28), lo explica de este modo: “Los griegos no quieren llamarse a sí mismos esclavos, sino a los bárbaros, y cuando dicen esto no pretenden hablar de otra cosa que del esclavo por naturaleza (…) en efecto, es forzoso reconocer que unos son esclavos en todas partes y otros no lo son en ninguna”. El concepto de la esclavitud por naturaleza (physei), que debemos diferenciar de la esclavitud por la fuerza (bíai) o por las leyes (nómois), ha resultado chocante y escandaloso a la modernidad, como recuerda el historiador Peter Garnsey (Ideas of slavery from Aristote to Augustine, Cambridge, 1996). Sin embargo, tal vez la cuestión merezca ser reconsiderada a la luz de lo que realmente quiere decir Aristóteles, y de cuán manipulada ha sido esta tesis. Aristóteles reconoce que hay esclavos y hombres libres que no lo son por naturaleza, pues todo depende de la práctica de la virtud (Pol. 1255 b). Esclavo por naturaleza es aquél que “no es dueño de sí mismo” y “participa de la razón de otro” (Pol. 1254 b). Su esclavitud es por tanto “conveniente y justa” (Pol. 1255 a). Se trata, en todo caso, de un asunto de dignidad.

Que la esclavitud se aviene con el gobierno tiránico resulta una consecuencia previsible, ya que “no es lo mismo el gobierno del amo que el de la ciudad (…) pues uno se ejerce sobre personas libres por naturaleza y otro sobre esclavos”. Así, “el gobierno de la ciudad (politiké arkhé) es de libres e iguales” (Pol. 1255 b). De esto se desprende un gran principio, que es el de la alternabilidad del poder, ínsito a la democracia. Los griegos sabían bien de los efectos perniciosos de la permanencia en el poder, y de lo débil que es el alma humana frente a las tentaciones del poder omnímodo. Por ello las magistraturas de la democracia ateniense eran anuales y por sorteo, para garantizar que todos los ciudadanos tengan acceso al poder, y ninguno permanezca en él más que cualquier otro ciudadano. Si es verdad que, como cuenta Jenofonte en sus Recuerdos de Sócrates (I 29), el filósofo ateniense criticaba esta práctica, quizás fuera porque no había reparado en su utilidad a la hora de garantizar la libertad y la dignidad de los ciudadanos, pues así nadie se acostumbraba a mandar ni a obedecer para siempre. Es lo que advierte Bolívar en el Discurso de Angostura, cuando dice que “nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder”.

Somos hispanoamericanos

¿Somos entonces, por fin, todos griegos? Pienso que sí, solo en la medida en que cada nación y cada época ha sabido integrar en el tronco de una cultura común sus propias particularidades, enriqueciéndola. ¿Pero es que acaso hay alguna nación que no lo haya hecho? ¿Es que acaso los mismos griegos antiguos no lo hicieron con su propia cultura? ¿Quiénes eran los “verdaderos” griegos: los primeros pueblos prehelénicos, los invasores jonios, los dorios…? ¿Acaso la síntesis de todos ellos? ¿Y los griegos en la actualidad, con toda la mezcla de influencias y adiciones con que han enriquecido su cultura por siglos, son menos griegos que aquellos griegos de la antigüedad?

En lo que a nosotros respecta, creo que el debate remite directamente a la pregunta sobre quiénes somos los hispanoamericanos. Y me parece que, entre los nuestros, quien ha hecho las más claras reflexiones ha sido Arturo Uslar Pietri. En un ensayo, cuyo título podría servir de respuesta a la interrogante que provocó este artículo, “Somos hispanoamericanos” (Fantasmas de dos mundos, Barcelona, 1979), parece resolverse nuestra duda: “Somos y no podemos ser otra cosa que hispanoamericanos. Aun en los momentos en que nuestros grandes artistas han pretendido o creído ser otra cosa (…) lo que hizo su valor propio y les dio individualidad y carácter fue lo que tenían de hispanoamericanos”. En otro, “Una mutación de Occidente” (Godos, insurgentes y visionarios, Barcelona, 1986), completará la idea: “en el mundo iberoamericano no hay una superposición de culturas distintas sino la fusión de varias de ellas que han terminado por crear un hecho cultural nuevo”.

Qué duda cabe, más allá de las ciencias y de las artes, más allá del pensamiento y la literatura, tenemos una serie de valores y maneras de ver y sentir el mundo cuyas primeras expresiones se remontan a la Grecia antigua. En ese sentido, griegos y americanos compartimos una misma cultura. Sin embargo, en el largo camino hasta lo que hoy somos -tampoco puede dudarse- innúmeras añadiduras, unas sabidas, otras insospechadas, se han incorporado y aún se incorporarán en el dilatado hacer de esta compleja síntesis que somos los hispanoamericanos.


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