Diario Literario

Diario literario 2023, marzo (parte IV): Ming Wun Yehn, Pollini, la primavera de Alda Merini, Milán después de todo, Michel Tournier

Maurizio Pollini. Fotografía de Toru Yamanaka | AFP

25/03/2023

Milán, sábado 18 de marzo de 2023

Ming Wun Yehn & Maurizio Pollini

En una mañana gloriosa del invierno tardío, con sus aromas a florecillas de las montañas y corrientes de las cumbres, dos ocasiones memorables en RAI 5TV. La primera, dirigiendo la estupenda Orquesta Filarmónica de la Scala (obra de Claudio Abbado y Riccardo Mutti), Ming Wun Yehn dirigiendo la Sexta Sinfonía de Beethoven. Una pieza, debo confesar, que nunca entendí hasta hoy. Y ante la cuan siempre he sentido desconfianza porque formó aprte de la banda sonora de la detestable Fantasía, la película de Disney, para la cual contó con la complicidad del carismático Leopoldo Stokowsky. Después de la dionisíaca Quinta, esta sinfonái, conocida como Pastoral, nunca me había atraído particularmente. Ming, a quien vi dirigir, de manera impecable, el Don Carlo de Peter Stein,  para la casa de ópera milanesa, está considerado el mejor intérprete de la música del maestro de Bonn. Y después de escuchar, fascinado, la transmisión, es improbable no estar de acuerdo con ese juicio. El maestro surcoreano dirigió la Sexta sencillamente como si la hubiese escrito. De memoria, con su característico minimalismo gestual, apenas para indicarle a sus músicos cómo debería ser interpretada su música. En sus manos, esta partitura, por mi ignorancia y sordera preterida, se me reveló como lo que es, la más ajustada expresión de la tradición pastoral de toda la música del romanticismo europeo. Sentí la música de la ponzoña y la siringa, el dulce lamentar de los pastores y la nostalgia de la Arcadia perdida. Especialmente en el segundo movimiento con su insistencia en el poder evocativo de las maderas, la más adecuada para todos los que, con Poussin, pueden decir “Et in Arcadia ego” (“También en Arcadia estoy yo”). A mis setenta y cinco, y siempre y cuando la dirija Ming Wun, soy feliz de incluir a la Sexta Sinfonía de Beethoven en la reducida lista de mis sinfonías preferidas, y la única de ese compositor (Otras: unas cuantas de Mozart y Haydn, la Séptima de Bruckner; la Alpina de Strauss; ninguna de Brahms, por supuesto).

Apenas recuperado de la emocionalidad estimulada por mi descubrimiento de las implicaciones de la pieza de Beethoven, el programador del canal clásico de la RAI5, echó mano de una de las pocas representaciones que podían compensar la experiencia de Ming Wuhn. O de complementarla. Esta vez se trató de una de las interpretaciones más admiradas y comentadas de los últimos años. Me refiero a la de Maurizio Pollini en su lectura de las últimas Sonatas para piano, del mismo Beethoven. Es mucho lo que ha cambiado, tanto como yo, el virtuoso italiano desde que lo escuché en Carnegie Hall en el invierno de 1980 en un programa que incluía algunas piezas para piano de Alban Berg. En ese entonces, todos éramos jóvenes, yo tenía treinta y dos y el maestro un poco más. No había grabado todavía estas piezas tardías de Beethoven, como ya lo había hecho, con irregular acierto, su contemporáneo Daniel Barenboin, responsable de una versión de las sonatas completas que recién había comprado, y me gustaba compararlas con las otras integrales que tenía entre mis discos, la muy elegante de Alfred Brendel y la no superada de Claudio Arrau. Las dos sonatas que incluyó en el programa del concierto televisado desde la Kunstssale de Munich, se tienen y con razón, con la Hammerklavier entre las composiciones más arduas para el instrumento. Fueron escritas por un Beethoven lejos del mundanal ruido y más allá del bien y del mal. Un Beethoven “autónomo”, como no estuvo nunca. Ahora sí era aquel huraño artista en conflicto con la humanidad entera que conoció Goethe en Weimar. Pollini lo entendió se esa manera. Para Brendel, en estas últimas sonatas, el compositor es un Kant con el cual se puede hablar de los grandes temas, los límites del juicio, las posibilidades de la razón para organizar el mundo. Mientras que para Arrau, Beethoven es un Nietszche que no cree en que Dios ha muerto y que ha llegado la hora de pedirle cuentas. Pollini es otra cosa. Se trata de un Beethoven goetheano, con sus aspiraciones a un mundo que concilie las brumosas inclinaciones filosóficas del alma alemana con la racionalidad griega. Como siempre con Pollini, sus interpretaciones son una invitación cordial a que lo escuchemos otra vez. Lo cual haré encantado, apenas pueda adquirir las grabaciones. Con estos conciertos, el de Ming Wuhn Yehn, el invierno 2022-2023 se despidió de manera memorable.

Milán, domingo 19 de marzo de 2023

San Giuseppe

A propósito de la celebración católica del día de San José aquí en Italia, como debe ser, se celebra el Día del Padre. Me ha tocado este año, de manera que no me esperaba hasta hace poco, pasarlo en esta ciudad. He tratado de compensar la ausencia, incompensable, de Constanza y Alessandro (en Bari por otros compromisos familiares), escuchando con Eileen los Tríos para piano de Mozart en la versión Beaux-Arts Trio, regalo de la hija; y abriendo, gracias, esta vez a la generosidad de los amigos, dos botellas de Borgoña: Mersault 1er CruSantenots, Dom. Monthelie-Porcheret 2017, y  Savigny Champs-Chevrey 1er Cru Dom. Tollot-Beaut 2015, regalo de la querida Nathalie Tollot-Beaut.

Piazza Duomo. Fotografía de kuhnmi | Wikimedia

Milán, lunes 20 de marzo de 2023

Ficciones y confesiones

Milán después de todo (1)

El sendero, recuerda el sabio chino,
puede ser corto o largo, nadie sabe.
En el medio están los cielos, los mares,
la montaña y la espuma de los ríos,
nadie conoce el fin de su camino.

(Apócrifo de la Dinastía T’ang)

Es uno de los principios de la condición humana, su esencia, se podría decir, su limitación a la hora de conocer su destino. Con esto en la mente, los griegos inventaron la tragedia. Edipo creyó que podía torcer lo que los dioses le tenían reservado. Atributo de los dioses conocer el futuro. Con las aladas palabras de Quevedo, cualquier instante de la vida humana es nueva ocasión que me recuerda lo inútil que es pretender lo que el próximo instante nos depara. Cada instante es el primero y el último, si no sobrevivimos. Y la vida no tiene porqué ser necesariamente nefanda. Lo que sí es impensada. Desconozco mi futuro, el cual no tiene que ser necesariamente adverso. “Nadie conoce el fin de su camino”, ni dónde queda la última morada. Supuse que la mía estaba en Venezuela, el maltrecho y trágico, país natal. Lo suponía, hasta la aparición de una pandemia que modificó no sólo el mío sino millones de destinos. No es un extravío pensar que pueda ser de otra manera. “Nos vemos en Milán, almorzamos en Peck, y vamos a ver la Ultima Cena”. Así, mi hermano, Daniel Oliveros, en una llamada desde Nueva York en diciembre de 1997. Habíamos pasado la Nochebuena en Roma, cenando en un restaurant de Via Giulia. La comida menos memorable que el delicioso Frascati Villa Aurora y las grapas de Brunello, cortesía de la casa. Las noches romanas son las más gratas del mundo y la aprovechamos para dar un paseo bajo el efecto de las bebidas. Después de un tiempo dando vueltas, Constanza: “Papá, dájame menejar a mí. Tienes veinte minutos buscando el Coliseo y vinimos a parar en medio de Piazza Navona”. Nos habíamos quedado en un pequeño hotel en vía San Martno ai Monti, al lado de la casa que ocupara durante muchos años el gran Domenicchino. Al día siguiente estábamos en Piazza Duomo en una espléndida mañana de invierno. Una luminosidad infrecuente, como es infrecuente en París o Londres. Era nuestro primer día en Milán. No había a mano un oráculo que me dijera, que veinticinco años más tarde, en la ciudad lombarda íbamos a fijar residencia por un tiempo impreciso.

Alda Merini. Fotografía de Giuliano Grittini | Wikimedia

Milán, martes 21 de marzo de 2021

La primavera ha venido

Los pajaritos cantores de mi calle están listos para comenzar esta noche con la temporada 2023-2024. Después de semanas de ensayos, de demoras, ausencias injustificables, retiros, indisciplina (los pajaritos de esta calle pueden ser terriblemente excéntricos), caprichos de los solistas, están listos para la premiere programada, como siempre, para las 4.45am. En el programa se aclara que todavía falta por llegar, una ausencia al parecer justificada, uno de los mirlos más esperados, pero se asegura su incorporación para los próximos días. El programa está por anunciarse, pero seguramente, siguiendo la tradición, y en homenaje a Verdi, se hará énfasis en la parte coral, para muchos lo mejor de las óperas del maestro emiliano. Se trata de un coro emplumado, con voces que van desde el contralto al bajo profundo; no obstante, lo importante es la manera cómo se integran hasta parecer una sola voz, que es lo que más reconocemos en los grandes coros, como el temible y estupendo coro del Ejercito Rojo, o el de la Universidad Central de Venezuela en los tiempos del recordado Antonio Estévez. Son muchos los que estaremos despiertos para escuchar la formidable voz de los mirlos, verdaderos Giuseppe di Stefano de las ramas. De uno de ellos tomé una foto mientras descansaba al sol chiquito de la aurora el año pasado. Esta música es lo mejor de la primavera. Su luz, que puede ser conmovedora, se ha visto comprometida con el calentamiento global. Desde ya se siente el verano con su coloración, más amarilla que rosada. Nos espera un verano largo y caliente, como el de los dramas de Tennesse Williams.

La primavera de Alda Merini

Alda Merini es la poeta más amada por los milaneses. Y es justo que sea así. Durante décadas, formó parte del urbanismo excitante de los Navigli, Se le podía ver, siempre acompañada de admiradores, en algunos de los cafés de la zona, riendo, fumando y hablando sin cesar. Tres actividades que realizaba al mismo tiempo con gran habilidad. Estaba hecha con la misma materia con la que se hacen las leyendas. Visitante frecuente de las clínicas psiquiátricas de la ciudad, enamorada de todos los hombres y amiga de todas las mujeres. A pesar de sus reiterados episodios psicóticos, no paró de escribir y ser leída. Nunca fue favorecida por la crítica oficial, la que favoreció el culto al hermetismo tal como lo expresaron Ungaretti y Montale, indisputables maestros de la tendencia. La poesía de Merini es lo contrario. Es, se podría decir, anti-hermética. Y es, precisamente, esa confianza en la comunicación poética, lo que le otorga esa contemporaneidad que la ha favorecido con la admiración de un nuevo público cansado de admirar y aplaudir lo que no entiendían.

1)

Nací el veintiuno en primavera
mas no sabía que nacer loca
romper los terrones
pudiese desencadenar una tempestad.

Así Proserpina menor
ve llover sobre la hierba
sus grandes trigos gentiles
y siempre llora al atardecer.
Tal vez su oración.

2)

Si ves a mi hombre
acaríciale dulcemente la frente
es allí que vive su elevado pensamiento.
Si ves a mi hombre
húndele un cuchillo en el corazón
y sácale el coágulo de sangre
de la mujer que lo engañó.
Si encuentras a mi hombre
humedece dulcemente sus labios,
hace mucho tiempo que tiene sed.
Pero si ves a mi hombre
extiéndete dulcemente a su lado
es un hombre que sabe amar.

(Trad. A.O.)

Los discípulos de Emaús (Milán). 1606. Caravaggio

Milán, miércoles 22 de marzo de 2023

El debut de los pajaritos cantores de mi calle no cubrió las expectativas. Comenzó puntualmente a las 4.45am y se debe haber prolongado hasta las 6am. Estaban todos, el entusiasmo era contagioso, las voces en su punto y el clima ideal con sus 8C y poca humedad. El inicio fue un alegre tutti que recordaba la música de algunas óperas de Rossini como La italiana en Argelia. Los solistas, ruiseñores y los inconfundibles mirlos estaban en óptimas condiciones después de un año actuando en los escenarios del meridiano. No obstante, algo no estaba en su lugar. Mejor dicho, nada parecía estar en su lugar. Una sensación de anarquía, de falta de dirección fue lo quedó en el ánimo de los que asistimos a este primer concierto de la temporada. Queda el consuelo, de que todos los intérpretes estaban en la mejor de las condiciones y que no es infundada la seguridad de que en un par de días retomarán la armonía habitual. Queda también, la inefable experiencia de sentir el regreso de la primavera en las voces privilegiadas de estas aladas dríadas de los árboles.

Ficciones y confesiones

Milán después de todo (2)

Mi primera experiencia milanesa fue post-adolescente, durante el primer año de la carrera de Medicina. Un compañero de estudios nacido en Curazao, pero de padres milaneses. “Mis padres se vinieron de Italia a Argentina y después a Curazao, donde nací; y cuando cumplí tres años se vinieron a Venezuela. Primero a Coro, después a Caracas y por fin a Valencia. En Caracas, estudié bachillerato, pero la ciudad se puso muy violenta con el asunto de los guerrilleros, y el año pasado nos vinimos para Valencia. Mis abuelos todavía siguen en Milán y casi todos los años vamos a visitarlos. Eran dueños de una marquetería donde vendían las pinturas de sus amigos artistas. Mi abuelo también es pintor”. ¿Y tú no pintas? “No, a mí me toca ser el médico de la familia, el primero, creo yo. Pero la pintura me gusta. El abuelo tiene una colección en su casa de Milán. Una pariente lejana era una especie de ministro del arte en tiempos de Mussolini. Lo ayudó con los estudios y le compró algunos cuadros. El siempre decía que las diferencias ideológicas son más fuertes que los lazos familiares.” Así fue como Milán entró en mi vida. En la figura y alma de David Sarfati, nacido en Curazao, de padres milaneses. A pesar de no ser especialmente comunicativo, o por lo mismo, terminamos siendo amigos. Sólo nos encontrábamos en las teóricas, porque su grupo de práctica era diverso al mío. Su apellido comenzaba con S y el mío con O: Medina, Ojeda, Oliveros, Ovalles, Piquero y así. “Tu apellido es italiano también. Hay cantidad de Oliveros en Milán, incluso hay un pintor con ese nombre. Mi abuelo tiene una pintura suya, un paisaje nevado, muy bonito. Aunque creo que es de Torino”. David no practicaba ningún deporte, ni se interesó por ingresar en el Teatro Universitario, pero era muy buen estudiante, y el doctor Nicolás Rueda, nuestro temible profesor de anatomía lo ponía como ejemplo de buen alumno. Nunca tenía tiempo para nada sino para estudiar. Una vez, lo convencí de acompañarme al cine. Una sesión del Cine-Club Universitario, que dirigía un profesor de ingeniería, que terminaría siendo uno de mis mejores amigos. Era una película dirigida por Richard Lester con la inolvidable Rita Tusinghan. No recuerdo bien la historia, era en blanco y negro, y el personaje de la Tusinghan era una chica solitaria que vivía en una playa llena de piedras y de apariencia helada. Un film triste y gris, al menos en mi memoria. “Las playas de Italia también son así, llenas de piedras y grises en el invierno. Nada que ver con las de Venezuela.”. Mi hermana Alicia, quien nunca fue artista sino devota del arte, se interesó en David cuando le conté lo del abuelo pintor. “Invítalo un día a la casa. A lo mejor ese abuelo es un gran artista desconocido”.  En la casa el tema del arte y los artistas no era extraño. Mi madre fue amiga de juventud del maestro Luis Guevara Moreno, mientras mi padre lo era de Braulio Salazar, pintor oficial de ciudad. Por mi lado, desde pequeño había contado con la amistad de Wladimir Zabaleta, a quien conocí primero como lector de buenos libros y luego como artista. Después de clases, cogíamos juntos el autobús que nos llevaba de regreso a Valencia. Él se bajaba en la Urbanización El Viñedo y yo seguía un poco más allá hasta, Los Sauces. Pensando en mi hermana le pregunté sobre su abuelo, el pintor, marquetero y galerista. “Sólo vendía cuadros de sus amigos, que no eran muchos, por razones yo creo que políticas. Mi abuelo, a pesar de la tía Margarita Sarfati, no simpatizaba con Mussolini y, como era judío, tuvo que irse a vivir primero a París y luego a Laussane. A la tía, nos contó un día la abuela, la salvó Mussolini quien permitió que se fuera de Italia, creo que a Brasil. Sus hermanas murieron en un campo de concentración. La política es una cosa y el arte es otra, repetía el abuelo. Siempre hablaba de un pintor llamado Mario Sironi, un gran amigo de la juventud que trabajó para los fascistas. ‘Mario le vendió el alma al diablo’”, decía. En una oportunidad, en el autobús blanco y verde de la Universidad de Carabobo, le hablé del doctor Solanes, a quien yo había conocido en una charla de Juan Sánchez Peláez y que había sido amigo de Antonin Artaud, “Sé quién es, es el psiquiatra de mamá, se ve con él desde que llegamos a Valencia. A veces mamá se deprime y hay que hospitalizarla. Sus padres, que vivían en Viena, desaparecieron a comienzos de la guerra, y más nunca se supo de ellos. No aparecen en ninguna lista y nadie recuerda haberlos visto. En Israel hay una oficina encargada de los desaparecidos durante la guerra y no han conseguido nada. Pero ella no era así. Cuando vivíamos en Curazao, era una mujer normal, tocaba piano y mi tía, quien vivió un tiempo con nosotros, contaba que había tocado en el Teatro Colón de Buenos Aires. En Caracas, vivíamos en San Bernardino y ella tenía muchas amigas en la urbanización. Cuando cumplí trece años volvimos a Milán, y de regreso a Venezuela comenzó a enfermarse. Se encerraba sola en su cuarto y se ponía a llorar durante horas. Mi padre no sabía qué hacer. Por fortuna, teníamos un amigo psiquiatra, el doctor Manuel Matute, que comenzó a tratarla. Una vez tuvieron que tratarla con electroshocks, porque se encerraba y no hablaba, ni dormía ni comía. El doctor Matute nos recomendó al profesor Solanes. No la han vuelto a hospitalizar, pero a veces le dan esas tristezas.” Con excepción de otro compañero de estudios, Wladimir Cornet, David no socializaba con el resto de los estudiantes, la mayoría de ellos nacidos en Valencia, ciudad en la que apenas llevaba un año viviendo. Un día lo convencí para que me acompañara a Caracas a buscar unos libros que había reservado en la Librería Cosmos, en el Pasaje Río Apure del Centro Simón. Fuimos en el Impala nuevo de mi madre, y durante el viaje David habló largamente de Milán. Era curazoleño y había pasado años en Buenos Aires, pero solamente hablaba de Milán. “Cuando estoy alla todos los días salgo a caminar por la zona de Brera, donde está la Pinacoteca con un impresionante cuadro de Caravaggio. Soy judío, pero esa pintura me impresiona. No creemos que el Cristo de los cristianos sea el Mesías, pero el Jesús de Caravaggio, al menos en esa pintura, es un hombre muy especial. Un iluminado. Está sentado en una humilde mesa hablando con dos de sus discípulos, de acuerdo con la leyenda cristiana de Emaus. Nadie sabe de qué está hablando, pero me hace recordar a Uliises y Eneas cuando regresaron del más allá. Pero Milán es muy grande y con muchas que ver. Cuando nos graduemos vamos a Milán para que la conozcas y te presentó al abuelo, le va a gustar conocerte”. No sé si él se gradúo, pero yo me retiré en quinto años y no pude venir con él a Milán por esta y otras razones.

La lampada. 1919. Mario Sironi

Milán, jueves 23 de marzo de 2023

Ficciones y confesiones

Milán después de todo (3)

El primer día de clases del segundo año de Medicina, después de la clase inaugural, a cargo del doctor Mujica Sevilla, mi vecino en la urbanización Los Sauces y jefe de la cátedra de Histología, esperé la salida de David, la cual nuca se produjo. No tenía teléfono en su casa y nunca me dijo muy bien en qué calle del El Viñedo vivía. Me hubiese gustado verlo en vacaciones, invitarlo a la casa para que conociera a mi hermana. Pero él era así, escurridizo, como escondiéndose no sé de qué. Después de cinco días sin verlo en la Facultad, me acerqué a Control de Estudios: “El bachiller Sarfaty, retiró sus papeles poco antes de que comenzara el año. Un viaje o algo así”. Eso fue en 1967, mi primera experiencia milanesa. Ahora vivo en esta ciudad, de manera no esperada, y pienso en mi buen amigo David Sarfaty. Y pienso en lo que le dijo Albert Camus en una carta a Francis Ponge: “Las amistades son de dos tipos, las que duran y las que no duran”. Por desgracia, la mía con David es de las segundas. Nunca pensé, cuando celebramos con unas cervezas en el Club Universitario haber pasado “ilesos” para el segundo año de la carrera, que no lo iba a ver más nunca en la vida. Tampoco pensé cuando le pedía que me hablara de Milán, que un día iba a ser esta gran ciudad, con muchas probabilidades mi última ciudad, mi última residencia en la tierra no sé por cuánto años más. La pandemia de Coronavirus alteró la vida de muchos. La mía y la de mi esposa, por ejemplo. Ya aquí, en Milán, dos veces he sentido la presencia  cercana de mi amigo David. La primera en una presentación de M, en el Piccolo Teatro. Una obra de teatro basada en la biografía novelada de Antonio Scurati, en la cual la tía, la formidable Margarita Sarfati, es uno de los personajes centrales. Creí ver el perfil de amigo en uno de los cientos de asistentes a la obra. A la salida, lo busqué, me puse en su visual y, al ver lo ojos del individuo, supe que no era él. Aquel dejo de tristeza en la mirada, aunque no estuviera triste, es inolvidable. La segunda, fue en la estupenda muestra que el Museo del 900 dedicó a la Sarfati. Revisando las fotos, los objetos, las pinturas, entre ellas una pequeña e interesante tela del abuelo de David, sentí que mi amigo me acompañaba en el recorrido. “Este es de Sironi”, me dijo, “el pintor que vendió su alma al diablo, te acuerdas?”. Sí, si me acuerdo David. “La pintura del abuelo es de su tiempo en el grupo de la tía. Más cerca de Derain que de Marinetti. En esa foto, la tía está con la abuela, no sé dónde estaba al abuelo”. Al final del recorrido, cuando iba a preguntarle por su vida después de abandonar los estudios en el segundo año de la carrera, David, o la sensación de David, ya había desaparecido. Esta vez sentí que lo había hecho para siempre. Afuera, Milán congestionada y cerrada, no entendía que “las amistades son de dos tipos, las que se olvidan y las que no se olvidan”. Me alegra saber que la de David es de las segundas.

Michel Tournier. Fotografía de Kyle_the_hacker | Wikimedia

Milán, viernes 24 de marzo de 2023

Michel Tournier

No es parece probable que la difusión de la obra de Michel Tournier (1924-2016) se parezca lejanamente a la que tuvo durante los sesenta y setenta del siglo pasado. Cuando sus novelas alcanzaban tirajes irrepetidos, y la calidad de su obra parecía digna de ser coronada por el Premio Nobel. Me reencuentro con Tournier de manera inesperada en una venta callejera de libros en Torino. Probablemente el único libro de Tournier que, por razones estrictamente profesionales, me interesa en este momento, su Journal extime (en oposición al Journal intime o Diario íntimo) traducido a italiano como Diario aperto. Una entrada:

Historia hebrea. El Mesías llegó, finalmente. La comunidad hebrea lo festeja. Sólo un viejo rabino se muestra preocupado. Lleva el Mesías aparte y le dice :”Si alguien le pregunta si ya estuvo aquí, no le responda”.


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