Diario Literario

Diario literario 2024, marzo (parte II): Elena Svárc, Delmore Schwartz, Claire e Yvan Goll

16/03/2024

Elena Svárc. Fotografía de Natalia Koroleva

La salle (Val d’Aosta), sábado 9 de marzo de 2024 

Unos días en estas montañas alpinas para acompañar al nieto en sus actividades deportivas. Me hará bien un poco distancia, no con Milán, sino con las lecturas de esta semana. Sin proponérmelo, involucre a mi destartalada psique en la obra de tres poetas particularmente intensos: la del último y leucémico Yvan Goll; la dolorosa lírica de despojos y exilios de Mohmad Darwisch, y la irreversiblemente melancólica de Salvador Espriu. Al final, mi agobiado espíritu buscó refugio en una novela policíaca italiana. La enfermedad de Goll, el robo del país natal de Darwisch y la necrofilia de Espriu, estuvieron a punto de hacerme colapsar. Apenas sea mediodía salgo a caminar hasta el vecino pueblo de La Salle, donde conozco un pequeño boliche bueno para apurar unas copas de “petit arvine”, un blanco producto de la enología “heroica”, como llaman a los viñedos sembrados a más de 1000m de altura. Un vino mineral, seco Y con sabor a cumbre y aromas de nieve.

Elena Svárc

En septiembre del 2023 traduje para estos cuadernos una traducción de la versión al italiano de un poema de la distinguida poeta rusa Elena Svárc (1948-2010). Ahora, a propósito de una selección de su poesía publicada por la revista Poesía, de Milán, hago lo mismo con una muestra de su lírica puesta en italiano por Alexander Niero.

 

INMERSIÓN NOCTURNA

Fui ola y mar,
gota de sangre del Señor
la tierra debajo de mí en trance
como una parturienta en pena.
Fui mar y ola
y rodaba sobre la faz de la tierra
y en torno a mí el cielo entero
relucía, como un oblongo huevo.
Los abiertos brazos en cruz
con la cabeza sumergida,
serpiente cósmica
abracé toda la tierra.
El mar era una esfera que se contraía
entre la cabeza y los pies,
rugiente en el fuego nocturno
de un enjambre de abejas reinas.
Como un inseguro leño giré
alrededor de Selene ágil y oscura
de pie sobre el corazón tembloroso
nublado y opaco de la existencia.

El poema es de 1981. No sospechaba la Svárc que, ocho años después, la noche quedaría atrás y el nuevo siglo confirmaría un cambio de la sensibilidad, prefigurado por algunos poetas finiseculares. Mucho fue lo que cambió fuera del reino del espíritu. El propio país de la Svárc, la URSS, dejaría de ser la mítica potencia del este para convertirse en la vieja Rusia, sin la identidad de los viejos rusos. Una paradoja que se expresaría en el conflicto con Ucrania. Svárc nunca fue, como Stuvchenko, una consentida de la crítica oficial. Lejos su poesía demagogias y concesiones al realismo socialista. Una muestra de esta lírica anti-soviética es el intenso “Inmersión nocturna”. Un texto visionario, con sus inquietantes asociaciones religiosas en la mejor tradición de Ana Ajmatova. Una tradición que, con Svárc, ha estado representada felizmente por otros poetas, como Bella Ajmadulina y Brodsky.

Delmore Schwartz. fotógrafo dessconocido

La salle (Val d’Aosta), domingo 10 de marzo de 2024

Blanco

Todo es blanco esta mañana. La luz, el aire, el cielo, el suelo y el sol. Apenas los techos de las casas, de oscuras lajas, se permiten contradecir la voluntad de los inmortales. En un día así, los recuerdos del trópico, sus colores, se presentan con metafísica intensidad. Aquellos amarillos del mango, los rosados del anón, los rojos de la semeruca, no parecen de esta realidad sublunar. La metafísica de estos blancos es otra frente a la sensualidad del ditirambo del trópico. Este es el reino del silencio de Pascal y de la poesía última de Mallarmé. Me siento bien aquí, en medio de estas montañas, con su música callada y su poblada soledad. Aquí soy un extraño, un extranjero, pero en la compañía blanca de las cumbres el destierro parece doler menos.

Delmore Schwartz

No es fácil un poeta feliz. Cuando tomaba distancia de Yvan Goll y Mohmad Darwish, y me acostumbraba a la inteligente y elegante poesía de Elena Svárc, vengo a tropezar, por azar, con Delmore Shwartz (1913-1966), el más desgarrado representante de la más desgarrada generación de poetas del siglo XX; la cual contó con tres suicidios, dos casos de demencia y el alcoholismo unánime. Todos brillantes y precoces, y mucho me temo que, primus inter pares, el más precoz y brillante, fue Delmore Schwartz, al cual leí y releí, pero nunca traduje, cuando trabajaba en un largo ensayo sobre Robert Lowell patrocinado por la Fundación Guggenheim. Recuerdo cuando, en una carta T.S.Eliot, el criterio más influyente de su tiempo, quien, con la misma formalidad, propiciaba el ingreso de profesores en Harvard y Oxford, o impedía la publicación de la poesía de su compatriota William Carlos Williams, en Inglaterra, le decía a Schwartz que reconocía su talento como crítico literario pero más le interesaba su poesía. Eso fue en 1937, Schwartz tenía veinticuatro. Criado, para decirlo de alguna manera, en un hogar judío de Brooklyn, es un caso que ejemplifica el viejo dicho de los griegos según el cual, cuando los dioses quieren destruir a alguien, primero lo enloquecen. Demore fue un ángel dañado, una luz de las más brillantes, que se fue apagando desde la tercera década de su vida, hasta quedarse ciega en el patio en un sucio hotel de Times Square al comienzo de la quinta y última década de sus años. El poema que he traducido, en pleno dominio del criterio elotiano, que excluía cualquier forma de romanticismo, es un claro ejemplo de lo que proponía como alternativa y que, para contribuir a la confusión general, llamó “correlate objetif”, una expresión intraducible y que, además, no importa. Lo que importa es que con esta maniobra, al poeta le estaba permitido hablar de su vida y sus miserias siempre y cuando lo hiciera de manera indirecta, enmascarada. Y así, Personae (“máscaras”) fue como llamó Ezra Pound, verdadero responsable de la práctica, a uno de sus primeros libros. El hermoso texto de Schwartz es una muestra de las prácticas pound-elotianas. El más distraído de los lectores conoce de las miserias económicas de Baudelaire y de las espinosas relaciones con la madre. Adicto a todas las drogas del mercado, y consecuente con el ajenjo, Baudelaire, el más grande de los poetas franceses del XIX, se hundía en períodos de largo silencio e inutilidad. De su madre recibía cantidades suficientes para llevar una vida decente, lo cual era algo que no estaba en el proyecto existencial del poeta. Entre otros compromisos, estaba el de mantener a su amante, una mestiza no bien agraciada y menos agradecida. Todas las miserias que reseña Schwartz en su texto las padeció Baudelaire. El poema es una biografía cantada de los años finales del francés. Una circunstancia que le sirvió a Schwartz para hablar, sin provocar la censura de Eliot, de sí mismo. Como Baudelaire, el poeta norteamericano se alcoholizó, demenció  y acabó en la ruina. Su madre, divorciada, (la de Baudelaire era viuda) lo ayudó en lo que pudo. Así, se nos revela que Schwartz no está cantado la lamentable vida del autor de Las flores del mal, sino la suya, aún más trágica y lamentable.

BAUDELAIRE

Cuando me quedo dormido, e incluso mientras duermo,
escucho voces que, con claridad, pronuncian
frases enteras, corrientes y triviales,
que poco tienen que ver con mis asuntos.

Querida Madre, ¿acaso nos queda tiempo
para ser felices? Mis deudas son enormes.
Mi cuenta bancaria fue embargada por el juez.
No sé nada. Soy incapaz de saber nada.
He perdido la capacidad de esforzarme,
pero ahora, como antes, aumenta mi amor hacia ti.
Siempre estás lista para lapidarme, siempre.
Es cierto, ha sido así desde mi infancia.
Por primera vez en mi larga existencia
soy casi feliz. El libro está casi terminado
y casi se ve bien. Se mantendrá, es un monumento
a mis obsesiones, mis odios, mis disgustos.
No cesan, y me debilitan, las deudas y el desasosiego.
Satanás pasa frente a mí y dice con suavidad:
“Descansa y juega por un día, esta noche trabajas”.
Mi mente, aterrada por los atrasos, aburrida
por la tristeza y paralizada por la impotencia,
hace promesas: “Mañana. Lo haré mañana”.
Y mañana, la misma comedia se representará
con la misma resolución e inconsistencia.
Estoy cansado de cuartos de hotel amueblados,
y de resfriados y jaquecas, sabes cómo es
mi extraña existencia. Los días llegan con su cuota
de rabia. Conoces poco de la vida de un poeta,
querida Madre: tengo que escribir poemas,
el más extenuante de los oficios.
Me siento triste esta mañana. No me lo reclames.
Escribo en un café cerca de la oficina de correos,
en medio del ruido de las bolas de billar,
de los platos y del latido de mi corazón.
Me han pedido que escriba una” Historia de las caricaturas”,
o una “Historia de las esculturas”. ¿Escribiré
una historia de las caricaturas de tus esculturas en mi corazón?

Aunque te cause indecibles agonías,
aunque no lo consideres necesario
y dudes de que la suma sea la correcta,
por favor, envíame dinero al menos
para tres semanas.

(1951)

Yvan Goll. Fotografía de Liberliber.it

Milano, lunes 11 de marzo de 2024 

En esta ciudad, a solo 120m sobre el nivel del mar y después del fin de semana en las alturas alpinas, me siento viviendo en la planta baja de un edificio con todas sus ventajas y desventajas. Por fortuna, estoy en un tercer piso y la sensación de tener el mundo encima de mí es menos agobiante. Caracas está a 900m, una altura ideal, y Valencia a 400, lo cual en el trópico significa calor y bochorno.

Yvan Goll en francés

En su lengua materna, Goll escribió una obra dilatada, cantidad de poemas con asuntos tan variados como los indios norteamericanos, la magia, la cábala. Cientos de poemas recogidos en libros traducidos a varios idiomas. Al castellano lo tradujeron tempranamente Manuel Altolaguirre y Jorge Carrera Andrade. Toda su poesía amorosa fue escrita en francés, lo mismo que su novela, Sodoma et Berlin, una inquietante crónica, con mucho de autobiográfico, sobre la situación de la capital alemana durante la Primera Guerra y los años que siguieron. No conozco ninguna edición de sus poesías completas y me he limitado a los poemarios en el catálogo de la Biblioteca de Milán, como este Élegies parisiennes, publicado en París por Pierre Seghers en 1951, un años después de la muerte del poeta.  Las Elegías son una expresión acabada de la estética surrealista donde el automatismo psíquico era una práctica recomendada. Siguiendo de lejos a Freud, pensaban que de esta manera, sin la intervención del pensamiento racional ni la educación formal, el poeta podía expresar los componentes más auténticos de su psique en plena libertad, a espaldas de la lógica. El resultado es un tejido de imágenes insólitas, de impreciso significado (“rosa humana”, “vagina rapada por las tempestades”, “parto de hojas”, “magnolia de magnesio”, “sueño escarchado”, “ejercito calvo de champiñones”) De Élegies parisiennes  he traducido dos poemas al castellano:

 

NACIMIENTO

Una rosa humana
Todavía ondulada arrugada del sueño original
Y ya preparando la arena para el gran crimen de vivir

Una rosa humana
Un ojo de lágrimas que se abre al mundo

De pétalo en pétalo se embriagan del juego mortal
De oreja en oreja de rosa
Susurrando la presencia de abejas

He aquí la mandíbula en el centro de la panoplia
Y la miel llamando a su colibrí

¿Rosa o cardo hecho de rostros que se devoran?
O vagina rapada por las tempestades
Rosa de pistilos
La boca llena de una sonrisa cariada

 

SUBTERRANEO BUCOLICO

Oh París bucólico
Ciudad lacustre
Sólo me has ofrecido una pared
Una pared podrida en las salinas
Allí cuidaré los caldos de cultivo
Los soles subterráneos de una inmaculada concepción
¡Sales! ¡Levaduras! ¡Hidratos! Cenizas de mi juventud
En un bosque de bodas salvajes
En un parto de hojas
Donde nace el dragón de hierro vivo y flores onduladas

Allí recojo por fin la magnolia de magnesio
La luna marchita desde hace muchos meses
En el corazón de los amantes malvados

Y en los sótanos del sueño escarchado
Con velas de colchicum
Hago que surja de la arena y de la nada
El ejército calvo de los champiñones
Verdaderos champiñones de París

Claire e Yvan Goll

Milán, martes 12 de marzo de 2024

Después de días y nieblas, una mañana espléndida, con su luz de seda blanca y sus cielos de Gioto y cobalto en Asis. Un espectáculo que recuerda a Nueva York en otoño y a Caracas en enero. En el aire enrarecido de la ciudad, hoy sólo se respira el oxígeno purísimo que llega de las cercanas cumbres nevadas. Nada mejor que esto en ninguna parte, ni siquiera en el undiscovered country del más allá.

Claire Goll: Joyce y Rilke

A pesar del odio -sólo a su madre odió más-, que le tenía a James Joyce, o acaso precisamente por eso, las páginas (167-76 de la 1ª edición, que es la que tengo entre manos) que le dedica Claire Goll al autor de Ulises en su La poursuite du vent, son inevitables. Conocemos más de su personalidad leyendo estas pocas páginas que recorriendo los cientos de la edición canónica de la biografía de Richard Ellman. Escritas sin un dejo de lirismo, no es su estilo precisamente, las descripciones y comentarios de Claire, nos ponen frente a un Joyce inmediato y cotidiano. Lo frecuentó más de lo que hubiese querido, pero el contacto frecuente era inevitable. Yvan Goll, su esposo, era uno de los dos esclavos de los que disponía el irlandés para adelantar la obra cumbre de Finnegan’s Wake. El otro era Samuel Beckett. Joyce no era menos que el más grande genio de la literatura de su tiempo, aunque nunca he estado seguro de la genialidad de Finnegan’s, como no dudo, ni yo ni nadie, de la de su Ulises. Nada, como se sabe, más patético que la vida de los grandes genios. La de Oppenheimer es una buena muestra. Al final, terminaría el gran Joyce como el más desgraciado de los padres, la amada hija demente, y el menos amado hijo, alcohólico. Un irresponsable que cambiaba las cajas de papeles de su padre por una botella de whisky adulterado. Claire es implacable, sin dejar de reconocer la grandeza del escritor que esclavizaba sin contemplaciones a su marido, encargado, además, de la espinosa tarea de supervisar y corregir la traducción de Ulises del inglés alemán.

Con Rilke, no es que sea más poética. Sus memorias sólo tienen de poesía los pocos poemas que cita. Sin embargo, como con Joyce, lo que dice del gran Rilke, sólo puede decirlo ella. Quien fue amada y embarazada por el autor de Sonetos a Orfeo. Si bien el hijo nunca nació, queda el recuerdo de la relación en algunos poemas que el vate dedicó a la inefable Claire.

Milán, miárcoles 13 de marzo de 2024

Les dernières paroles de Y.G.

Ahora, que estoy cerca de la muerte, creo que en los poemas de Traumkraut me he acercado por primera vez al misterio del lenguaje.. Me siento como Hatsushika Okusai quien, a los noventa años, en su lecho de muerte, suspiraba: “Si me dieran aunque fueran diez años de vida, o por lo menos cinco,  me convertiría en un artista perfecto».

Una convicción que Goll sólo sintió cuando escribió en alemán, que no en francés, su lengua natal, los poemas de Traumkraut. El 20 de marzo de 1948, dos años antes de su muerte escribió a Alfred Doblin: “Después de haber estado alejado durante veinte años, he regresado al alemán con un gran deseo de renovación y el corazón acelerado. El surrealismo pasó a través de mí y depositó su sal. Es como si estas “hierbas del sueño” (Tramkraut) fueran un nuevo nacimiento para mí”. Del tiempo como exiliado en Cuba quedó su amistad con Manuel Altolaguirre, quien tradujo alguno de sus libros al castellano. También con el ecuatoriano Jorge Carrera Andrade mantuvo amistosas relaciones y es el responsable de la traducción de algunos fragmentos de Juan sin tierra, el opus magnum de Goll.

Milán, viernes 15 de marzo de 2023

Sodoma Berlín

En una clara versión al italiano termino de leer Sodoma Berlín, la novela de Yvan Goll publicada en 1930. No se trata de una gran novela, y estoy seguro de que el autor lo sabía. El asunto es el mismo de Alexanderplatz Berlin, de Alfred Döblin (a Fassbinder le debemos una infinita versión al cine), pero mientras el proyecto de Döblin, émulo del Ulises de Joyce, es claramente épico, el de Goll tiene el tono menor de las sátiras, siempre irónico y nunca trágico. De lo que hablan ambos (también lo hizo Christopher Isherwood) es del Berlín de la primera pos-guerra, aquel enorme caldo cultivo bueno para revoluciones frustradas y las más arriesgadas empresas artísticas y literarias de donde saldría todo lo que conocemos como arte, literatura y música de la modernidad. Goll estuvo allí y lo protagonizó de la mejor manera, como uno de los mejores representantes del expresionismo germano, cuya evolución es la que nos ofrecen artistas como Baselitz, Polke, Auerbach, Bacon, Kitaj, Borges (Jacobo) o Freud. Todo comenzó en el paisaje en ruinas de la capital alemana diezmada por los desastres de la doble derrota de la guerra contra las potencias occidentales y de la prometedora y literalmente asesinada revolución espartaquista. Estas son las primeras líneas de la novela:

Berlín, ciudad del Norte y de la Muerte, con las ventanas llenas de escarcha como los  ojos de los moribundos, con un suelo que se abre como el vientre de una mujer encinta. Ciudad de locura glacial contraída en las tinieblas y en las prisiones, y tan diferente de la locura ardiente de la dorada Sicilia. ¡Oh! Ciudad enferma: el miedo de tu gentuza se extiende sobre tu piel rugosa como lava solidificada. Vieja ogra con los senos flojos bajo una camisa de papel.

Este es el ambiente de donde habría de salir y Hitler y sus secuaces y donde se desarrollan las aventuras de Odemar Mueller, el anti-héroe de Sodoma Berlín.


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