Diario Literario

Diario literario 2023, septiembre (parte I): Matsumoto Seichò: un lugar tranquilo, la Calipso de Giovanni Pascoli

Un grupo de turistas se protege contra la ola de calor. Milán, 21 de agosto de 2023. Fotografía de GABRIEL BOUYS | AFP

02/09/2023

Milán, sábado 26 de agosto de 2023 

La exquisita Popea, en la forma de vientos frescos y lloviznas, ha venido a remediar los desmanes de su esposo, “Nerón”, que es como los meteorólogos llamaron al anticiclón africano que estuvo a punto de diezmarnos durante los último días. Así va pasando el verano, como pasa todo en esta vida efímera. “Soy un fue”, decía el más alto de los poetas que ha tenido España.

Matsumoto Seichó. Fotografía de Babelio

Un lugar tranquilo

Matsumoto Seichó debe ser uno de los escritores más obsesivos que haya leído nunca. De la manera más tediosa, y consciente del tedio que producía, describe en, Tokyo Express, los itinerarios de cada uno de los tres personajes involucrados en un homicidio, lo cual le revelará al detective la identidad del culpable. Que haya sido uno de los grandes best-sellers de la literatura japonesa de finales del siglo XX, no es una sorpresa en un país donde viajar en tren es una de sus señas particulares. En otras de sus novelas, que he leído en la cuidada versión italiana, Un lugar tranquilo, no aparecen trenes y el investigador se detiene en señalar, con detallismo agobiante, la distancia que hizo a pie la protagonista y el tiempo que le tomó.   La víctima murió de un infarto, y el encargado de investigar su muerte es un esposo que la creyó siempre fiel y devota. El último en enterarse es el marido, diría algún cínico, y en este caso también es verdad. El paisaje social es típico del Japón post-1991, con sus pequeños empleados que se resignan, con no poco estoicismo, a vivir con las migajas que les ha dejado el fracaso de un devastador capitalismo. Las jerarquías sociales se respetan como en los mejores tiempos del imperio; y los pequeños burócratas, como el protagonista, saben que soñar es un privilegio que no les corresponde.

Milán, lunes 28 de agosto de 2023

Un lugar tranquilo (2)

No es improbable que haya sido Séneca el primero en entender el atractivo que el mecanismo de la venganza ejerce sobre el público. Venganzas hay en la tragedia griega, pero fueron siempre instrumentales, lejos de considerarlas un fin en sí mismo. En tragedias como Tiestes, la venganza es el gran protagonista. Los que la ejecutan son personajes secundarios. En tiempos modernos, los isabelinos hicieron de la venganza una convención, una de las razones del éxito de esta brillante dramaturgia. Con La tragedia española, Thomas Kyd escribió la primera y más influyente tragedia de la venganza. Y Shakespeare con Hamlet escribió la más grande y compleja de todas. Foucault sugirió que todo en la existencia es un ejercicio del poder de una persona sobre otra. Tal vez debamos reconocer que la venganza también lo ha sido desde Caín y Abel. La vida es la suma de las venganzas que hemos, conscientes e inconscientes, ejercido sobre los demás. Y, no menos, de las que han tomado, secretas o públicas, contra nosotros. De muchas de las cuales es probable que nunca nos hayamos dado cuenta. En la novela policial, la venganza no es infrecuente. Matsumo Seichò es uno de los autores que con mayor inteligencia la ha utilizado. En su La muchacha de Kyushu, la venganza alcanza dimensiones isabelinas. Su protagonista, una jovencita provinciana, es una de las vengadoras más implacables, y chocantes, de la literatura de las últimas décadas.

Milán, martes 28 de agosto de 2023 

Con Constanza en Basilea y Alessandro en Bari, no tengo a nadie en Milán, tampoco Eileen lo tiene, a quien dirigirle la palabra. Salvo Roma, las ciudades italianas, grandes y pequeñas, no son conocidas por la existencia de buenos bares. No son grandes tomadores los italianos. Y cuando lo hacen, prefieren sus casas o los restaurantes. El barman (o el barbero, pero nunca he sido entusiasta de estos lugares) es la “ultima ratio” en casos de no tener a nadie con quien hablar. Los encargados de las barras son buenos confidentes y saben escuchar. He tenido buenos barmans en todas partes en donde he vivido por algún tiempo. En todas partes menos en Italia. En Nápoles, pude llenar este vacío con mi querido amigo Antonio, propietario de un grato restaurant cerca del Castello Angioino, de Nápoles; quien me permitió, a cuenta de “professore”, convertir una de las pocas mesas de su establecimiento en una mesa de bar. En los tres años que llevo en la capital lombarda, apenas si he conocido a un venezolano residente, con quien estuve una vez con unos amigos llegados de Caracas. Ya lo escribí en este cuaderno una vez, el único compatriota amigo que tengo, y uno muy bueno, vive en Torino, una de esas ciudades paradójicas que queda cerca y queda lejos. Mis salidas se limitan a la biblioteca de la zona, y en los quince minutos de recorrido a pie no hay un solo sitio decente donde hacer una parada para una copa de vino, mientras ojeo los libros que he pedido prestado. No obstante, me he acostumbrado sin mayores traumas, mientras espero a los amigos que llegan de lejos para saludar. Y a Constanza y Alessaandro que regresen a Milán.

Giovanni Pascoli. Fotógrafo desconocido

Milán, jueves 30 de agosto de 2023

Giovanni Pascoli 

Giovanni Pascoli (1855-1912) es uno de los poetas europeos más interesantes de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX. Un solo defecto deberíamos reconocerle, y es el de haber sido dotado en exceso por la naturaleza. Ya hubiese querido un poco más de dolor en el ejercicio de su vocación, como lo encontramos en su contemporáneo Mallarmé. La suya es una capacidad envidiable para escribir con fortuna en los más difíciles metros y sobre los más rebuscados asuntos. He estado revisandi las casi dos mil páginas de sus inagotables poesías completas (Mondadori) que incluyen originales y traducciones. Las primeras son irregulares, las segundas no. No debe ser fácil encontrar mejor Homero en ninguna lengua moderna. A su devoción por el griego le debemos por lo menos tres de las más inspiradas versiones homéricas que conozco: “El ciego de Kios”, “El sueño de Odiseo” y “El último viaje”. Que la actualidad de Pascoli, relegado por los arbitrarios criterios de la modernidad, es más actual que nunca, es lo que explica que el último trabajo publicado por el Premio Nobel Seamis Heaney haya sido un volumen de traducciones del italiano. Tradujo también del latín (Virglio, Horacio), del francés (Víctor Hugo), del inglés (Woordsworh). Del castellano, lo único que he encontrado es esta melodiosa versión de un poema del ilustre venezolano José Antonio Calcaño:

 

IL CIPRESSO

 

Se un giorno passi tra i Bianchi avelli,

e, in un pensiero d’amor, me apelli,

un uccellin vedrai sul mio

cipresso. Parla con lui: son io.

 

Se tu m’appelli, se tu mi chiami,

se me ripeti che ancor tu m’ami;

escolta il vento ch’agita il mio

cipresso. E parla con lui: son io.

 

Ma se domata da un altro sposo

insulti il luogo del mio riposo;

ingrata, fuggi l’ombra del mio

cipresso. Ingrata ,l’ombra son io.

 

Quell’ucellino fuggi, quel vento

fuggi, ogni aspetto fuggi, ogni accento.

Ma invano. Ovunque tu sei, del mio

cipresso, è l’ombra nera, sono io.

 

Por desgracia, no he podido dar con el original castellano, pero el texto traducido es una “piccola” muestra del genio de Pascoli. Su ajustada dicción, su exquisita musicalidad y su impecable sintaxis, es la que encontramos en su mejor poesía. No he leído las dos mil páginas de sus poesías completas, pero en su libro de 1904, Poemas conviviales hay suficiente material como para garantizarlo en la memoria de los hombres. En uno de estos cuadernos, publicados hace uno o dos años, incluí la traducción de uno de los fragmentos de “El último viaje”, uno de los mejores poemas que he leído dedicados a Ulises. Este es un intento de traducción de la última sección, ka XXIV, de “El último viaje”:

 

CALIPSO (En gr. “la que esconde”) 

 

Y el azul mar que tanto lo amaba,

condujo a Odiseo mucho más lejos,

durante nueve días con sus noches,

hasta la lejana isla, hasta una cueva,

donde la vid, en el borde, cargada     

de uvas florecía. Y alrededor, fosca,

crecía la selva con olorosos

alisos y cipreses. Y allí, el nido

tenían los halcones, la lechuza     

 y cuervos  habladores. De los vivos

ninguno, entre los hombres y los dioses,

habíase atrevido a poner el pie.

En lo espeso de la selva los halcones

batían sus alas rumorosas,

en los huecos de los viejos árboles

soplaban los búhos, y en las ramas

los cuervos referían lo que había

ocurrido ya en el funéreo mar.

La isla de Calypso. 1879. Herbert James Draper

Milán  viernes 1º de septiembre de 2023

Días estupendos estos, como los de Caracas a partir de octubre-noviembre. No son la norma tampoco. No es usual temperaturas tan gratas en la agonía del verano. El cual, sin embargo, no se termina de ir sin causar, en muchas ocasiones, granizadas que afectan los racimos de uvas que se acercan a la cosecha. Hasta ahora, hasta dónde se, no ha ocurrido nada grave.

Giovanni Pascoli: Calipso (2)

Continúo, no sin grandes afanes, en la traducción, que no pasará, por ahora, de ser un borrador, de la sección XXIV, dedicada a Calipso, del largo poema “El último Viaje”, recogido por Pascoli en su Poemas conviviales, de 1904. Ya traduje, lo digo para recordarlo, otra de estas secciones para mi diario. Está escrito en endecasílabos blancos, un metro que estoy tratando de adoptar en mi versión. La historia que cuenta y canta, como los bardos, Pascoli es inédita. Calipso, después de vivir con Odiseo en las mullidas condiciones de su cueva en aquel entonces, que no son las que podemos ver ahora al sur de Pantelería, dejó ir, y se quedó cargada de amores, a su amante, quien rechazó todos sus ofrecimientos, incluso el de permanecer eternamente joven. Como se sabe, para los griegos el más allá no podía ser mejor que nuestra existencia, aun limitada. No se conocía bien a sí mismo Ulises cuando se marchó, “Nadie se teme lo bastante”, como escribió el venezolano, cruelmente olvidado, Teófilo Tortolero. Cuando hizo velas hacia Itaca creía el hijo de Laertes que lo hacía enamorado de Penélope. Tarde descubrió que no era sino proyección. Era “la que esconde”, la que había dejado escondido el amor del héroe en su cueva. Los dioses le dieron fuerzas para el regreso, pero no las suficientes como para llegar vivo. Lo que encontró Calipso fueron los despojos del mas esforzado de los héroes, el mismo que se había negado a la inmortalidad “No ser más, no ser más! La más grande nada/pero menos dolorosa que morir.

 

Y ella, que cantaba mientras tejía,

alumbró con la llama del oloroso

cedro. Extrañada por el ruido de la 

selva, en su corazón dice: ¡Ay! escucho

las voces del cuervo y el rechazo de los

hos. Y en el denso ramaje extraño

los halcones. Acaso sobre la ola

flotando han visto a algún dios, que como

un  pez llega sobre los remolinos

estériles del mar? ¿O se mueve sin

rumbo como el viento sobre los prados

húmedos de violetas y sedano?

Pero que lo dicho quede en mi oído!

Con odio los inmortales tienen la

solitaria escondedora. Yo desde

cuando al mar regresó el amado

 con sus  penas. Ah, búhos de plumas, qué

es lo que ven con  ojos redondos ojos

y ustedes ruidosos cuervos?” Y salió

con la lanzadera de oro en mano

y miró. Yacía en tierra, fuera del mar,

al pie de la cueva, un hombre hasta la ola

última rebelde. La blanca cabeza

había reconocido la cueva,

temblando todavía, y sobre el hombre

 colgaban, de un sarmiento, gruesos

racimos de uvas. Era Odiseo:

lo regresaba el mar a su diosa:

lo regresaba muerto a la solitaria

 escondedora, a la isla desierta

que florecía en el ombligo del mar

sin final. Desnudo regresaba el que

rompió con  llantos el eterno hábito

que la diosa le ofreció. Blanco aun

en la muerte y tembloroso aquel

que rechazó la  juventud eterna.

Y ella lo envuelve al hombre en la nube

de sus cabellos. Y aulló sobre la ola

estéril, donde no escuchaba a nadie.

No ser más! no ser más! la más grande nada,

pero menos dolorosa que morir.

 

Es un empeño ingrato traducir a Pascoli. Su italiano, que puede llegar a ser rebuscado, es el de uno los mejores exponentes de la lírica finisecular europea (Mallarmé, D’Annuzio). Su extenso conocimiento del griego lo animó, en poemas como este, a introducir ciertos neologismos producto de traducciones literales. “Nasconditrice”, por ejemplo no existía en italiano. Se trata de una traducción de “Calipso” que, en griego, quiere decir “la que esconde”. Si no fuera por lo cacofónico, “escondedora” sería el equivalente castellano ideal. Aparte de etimología y neologismos, el texto es conmovedor. Calipso, quien amó a Ulises como puede amar una inmortal, observa cómo los dioses le han devuelto al ser amado. Pero ya se sabe cómo pueden ser de mezquinos los inmortales. Y apenas le regresan a un Ulises mueerto. La narración de Pascoli, está llena de tensión y presentimientos.  El ruidoso canto de los pájaros prefiguró la tragedia que ocurrió en Magna Grecia, en las rocosas costas de la ventosa Pantelería


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