Diario Literario

Diario literario 2023, noviembre (parte IV): de Staël y Celan, Birotteau (2): una tragedia burguesa, Lucrecio is back!

Agrigente. 1954. Nicolas de Staël

25/11/2023

Milán, lunes 20 de noviembre de 2023

Otoño de museos

Fin de semana fuera de la ciudad para visitar las muestras de Rothko, Dana Schutz, Nicolas de Staël, Mike Kelly y Liza Lozano, sobre las cuales me propongo escribir algunas reseñas. Aquí, en Milán, me esperan las de Goya en Palazo Reale, Van Gogh en el MUDEC y Nueva Pintura Italiana y también la Pintura Italiana Contemporánea en la Triennale. Pocas veces habían coincidido en la ciudad tantas exposiciones interesantes, si recordamos que asimismo están abiertas las dedicadas a Giorgio Morandi, El Greco y James Lee Byars.

Izq. Paul Celan. Fotógrafo desconocido. Der. Nicolas Staël. Fotografía de Geoffrey Diner Gallery

Milán, martes 21 de noviembre de 2023

Nicolas de Staël (1914-1955) y Paul Celan (1920-1970)

La muestra retrospectiva de Nicolas de Staël en el Museo de Arte Moderno de Paris (MAM), me ha hecho reflexionar sobre las divergencias y convergencias entre este artista y su contemporáneo, el poeta Paul Celan. Aunque el primero perteneció a una familia cercana a la corte del zar, y el segundo era miembro de la judería de Europa oriental, ambos serían criaturas del destierro y en esa condición optaron por el suicidio en Francia, el país que los había acogido. Uno en Provenza y el otro en París. Uno se lanzaría en un último vuelo al vacío, y el otro a las aguas míticas del Sena. Cuarenta y un años el ruso, cincuenta el rumano. Los padres de Staël lo dejaron huérfano después de la revolución bolchevique, y los de Celan no sobrevivieron la Solución Final. París es la segunda patria de todos, dijo Victor-Hugo, y a esta premisa, con el complemento que sería la última, se acogerían ambos. Por lo demás, no debo ser el primero en notar estas afinidades. Durante un tiempo, Celan estuvo en el comité de redacción de la revista L’Ephémere, publicada por la Fundación Maeght, en cuya colección se encuentran varias magníficas telas y muchos dibujos del artista. Aun sin el progresivo balbuceo de la poesía de Celan (“Un no sé que quedan balbuciendo”), la pintura del ruso es de una elegante tristeza. Va de la figuración a lo abstracto y se regresa, en uno de los itinerarios más poéticos de la plástica moderna. René Char, poeta adoptivo de Provenza, fue su amigo y juntos publicaron un libro. Nunca superó De Staël la pérdida de su infancia, su único país; del mismo modo que Celan no pudo superar la muerte de su madre, su único verdadero amor.

Honoré de Balzac. Fotografía de Paul Nadar

Milán, jueves 23 de noviembre de 2023

César Birotteau (2): una tragedia burguesa 

A la burguesía inglesa le bastaría la cabeza de un rey para consolidarse. En Francia, esto no sería suficiente. A la primera revolución burguesa, la de 1789, seguirían las de 1830, 1848 y 1871. Después de esta fecha no se reportan nuevos atentados al dominio de la nueva clase dominante. No obstante, desde muy temprano, los nuevos lectores franceses sintieron la necesidad de una literatura que se ocupara de ellos, que los describiera en todas sus miserias y esplendor. A diferencia de la aristocracia, la burguesía no disponía de un pasado ilustre y el futuro no lo tenía asegurado. La burguesía inauguró un modo de vida en eterno presente, sin tiempo para la imaginación y ajenos al atractivo de lo fantástico. Los ingleses habían sentido primero que nadie esa necesidad y habían inventado la novela, con todos los antecedentes que le conocemos, Cervantes el primero de ellos. En Inglaterra, el triunfo de la clase comerciante sobre la nobleza, en el siglo XVIII, había estimulado el genio de autores como Laurence Sterne, Samuel Richardson, Daniel Defoe o Henry Fielding. En Francia, el género sólo se consolidó un siglo más tarde, y Balzac fue su máximo exponente. La economía burguesa no tiene nada de poético. No son las de un hombre fascinante, como el mercader de Venecia, arriesgando medio kilo de su humanidad en aventuras en todos los mares conocidos. La banca, locomotora del tren burgués, prefiere la tranquilidad del intercambio usurero. Es un modo racional de producir riqueza. El modo más realista de todos, como lo descubrieron los Medici, los primeros grandes burgueses, en la Florencia del Renacimiento. Fueron los mismos burgueses que inventaron la pintura moderna al exigir de los maestros un arte realista que negara la idealización aristocrática de la plástica medioeval. Tal como eran, querían ser protagonistas de la nueva iconografía. Y, desde Massaccio, comenzaron a desplazar a santos y vírgenes para ocupar ellos el espacio pictórico. Los devotos que aparecen en la “Crucifixión” de Santa Maria Novella, en Florencia, son unos ordinarios, pero así eran ellos, y fueron ellos lo que pagaron por la obra. La burguesía en todas partes nace amando el realismo. En economía, arte y literatura. La burguesía neoyorkina recién llegada después de la post-guerra, estimuló a un talentoso y arrojado Andy Warhol para que rescatara el arte del retrato y la utilizara como modelo. Ni uno solo de estos súper burgueses se permitió quedar fuera del nuevo realismo de la polaroid y la serigrafía. La burguesía ama el realismo y desconfía de lo fantástico. Y siempre ha sido así. Y en ninguna otra geografía, ni la burguesía ni el realismo, conocerán el desarrollo que experimentaron en Francia. En su revelador ensayo, “El visionario Balzac”, Albert Beguin dedica unas líneas a la descripción de la Francia cuna de la burguesía contemporánea:

El tema de las novelas de Balzac es esta sociedad fatigada que desplazó a las esperanzas, excesos y pesadillas de la Revolución y el Imperio. Ninguna grandeza, ninguna aureola rodeaba la cabeza de las dinastías gobernantes: la monarquía es algo bien triste cuando los reyes son Luis XVIII o Luis– Felipe. Se vive pequeñamente con recuerdos y ambiciones burgueses. La burguesía conquista el poder, acumula riquezas y comienza a dilapidarla. La burguesía mete la mano en la vida espiritual; y, después de haber sido atea, se instala ahora en los bancos de las iglesias, adonde lleva los sentimientos religiosos de un nostálgico romanticismo y los hipócritas principios del orden establecido, apoyada por las prédicas de un evangelio deformado. Una sola fuerza se alza, imponiendo sus leyes de desigualdad mientras más que nunca se habla de justicia, libertad e igualdad: la fuerza del dinero.

Albert Beguin

Y poco más adelante:

Los historiadores, si desconfiaran menos de los testimonios de los novelistas, encontrarían en Balzac la documentación más útil y exacta sobre esta época sin grandeza… La realidad está allí, concreta, inquebrantablemente establecida en su equilibrio de lo conocido. Los hombres tienen un rostro de todos los días; sus gestos, sus deseos son mantenidos en esa medianía que otorga a lo cotidiano su banalidad.

Balzac se dio cuenta de esta mediocre fisiología social y la asumió con todo su genio, aun exponiendo peligrosamente su existencia en el intento. La burguesía es ávida y el gran ingenio francés trató de satisfacerla con más de noventa libros de cuentos y novelas. No la más difundida, pero sí una de las más ilustrativas es César Birotteau. Una verdadera anatomía de las ansiedades de la pequeña burguesía en su inevitable ascenso social. Incapaz de engendrar grandes héroes, la nueva sociedad, empero, no está exenta de tragedias. Personajes como César Birotteau son los nuevos héroes trágicos y lo que ocurre con sus vidas son las nuevas tragedias. De acuerdo con Aristóteles, la tragedia cuenta la caída de un hombre de calidad provocada por su amartía, es decir, un error de juicio. El error de juicio de Agamenón, general de los ejércitos griegos en la guerra de Troya, habría sido sacrificar a Ifigenia, su hija menor, para propiciar la llegada de los vientos que llevarían las naves al rescate de Helena. El error estuvo en no calcular la reacción de la madre de la chica, Clitemnestra, su propia esposa, quien lo esperó durante diez años para vengarse dándole cruel muerte. Birotteau está lejos de ser un gigante como Agamenón o como los otros héroes trágicos griegos, Edipo, Filoctetes, Ayax. Birotteau es un pequeño burgués insignificante que tuvo sus quince minutos de gloria al enfrentar, en el famoso alzamiento del 13 Vendimiario de 1795, al joven general Napoleón, comandante de las tropas de la Convención, en las escalinatas mismas de la parisina iglesia de San Roque. De resto, no es más que uno de los tantos provincianos sin medios llegados a la capital en busca de fortuna. Sólo su honestidad lo diferenciaba del resto. Y, armado con esta rara virtud, se abrirá paso en aquel resbaladizo París, capital del siglo XIX, hasta convertirse en un próspero comerciante, cuyo proyecto existencial era el de ganar suficiente como para establecerse sin apuros en su comarca natal. Pero, en el París burgués del siglo XIX, los proyectos existenciales son efímeros. Una inseguridad que es la esencia misma de la burguesía. Birotteau se ha convertido, gracias a su capacidad de trabajo, en un hombre relativamente próspero. Sin embargo, ser relativamente próspero no es suficiente para un burgués que se respete. Y en este radica la amartía, el error de juicio de Birotteau. Desoyendo las advertencias de Constance, su esposa, como Agamenón desoyó las de Casandra, nuestro perfumista, tan inocente en ese momento como Edipo, se convierte en un personaje trágico. Su error consistió en dejar de lado la conducta que le había hecho conseguir su envidiable posición y una renta apreciable. En su tratado fundamental sobre la burguesía, Werner Sombart insiste en la importancia de las recomendaciones de Benjamin Franklin (admirado por Balzac) para los que querían acceder o conservar su riqueza. Dice Sombart en El burgués:

Con Benjamín Franklin la filosofía burguesa llega a su culminación… El alfa y omega del pensamiento de Franklin se resume en dos palabras: industry and frugality: diligencia (cuidado en ejecutar algo) y moderación. Esta es la vía para alcanzar la riqueza.

Y esto es, precisamente, lo que olvidará Birotteau y lo que lo llevará a la ruina y muerte propia del héroe trágico. No porque haya sido de la extracción más humilde deja de ser trágico el destino del personaje de Balzac. La diferencia es que el héroe burgués, como recordaba, Beguin carece de la grandeza de los grandes protagonistas de la tragedia griega. Una cultura donde la grandeza era la marca del tiempo. En la sociedad burguesa, la grandeza ha desaparecido. Aquí todo es pequeño, incluso sus héroes trágicos. Incluso el amor que, como sugiere Cassirer en su celebrado estudio, es lo que anima en el fondo a Birotteau. El gran recurso de Balzac no es la gran poesía dramática de Esquilo, Sófocles y Eurípides. La suya es la técnica de la novela, un género burgués por definición. Público, protagonistas y género literario unidos por la sociedad de los nuevos tiempos. Balzac inventó el realismo literario con el que se escribirá la novela durante los siguientes dos siglos, desde Madame Bovary, de Flaubert, hasta La fiesta del chivo, de Vargas Llosa. Con ese instrumento, asimismo, y tal vez sea su aporte más original, ayudó a transformar la tragedia clásica de Esquilo en la actual tragedia burguesa, un sub-género mediano a la altura de las circunstancias.

«Casa de venus y marte», fresco de Pompeya. Siglo I A.C.

Milán, viernes 24 de noviembre de 2023

Lucrecio is back

Lucrecio no fue un poeta favorecido por una vanguardia literaria, como la del pasado siglo, seducida por las extravagancias de Catulo o el virtuosismo de Propercio. Lucrecio se ocupaba de la naturaleza y no de él mismo, sujeto obligado de la lírica del XX. Hace un año, en este diario literario, comenté extensamente lo que creía, y creo, es una reconsideración de la modernidad del gran poeta latino cuya vida fue sintetizada por San Jerónimo en estos términos: “Nace Tito Lucrecio, poeta. Después de que un filtro amoroso le hubiese vuelto loco, y hubiese escrito en los intervalos de su locura varios libros que Cicerón revisó, se quitó la vida por su propia mano a los 44 años”. El comentario de Jerónimo es falaz, y animado por su disgusto ante las opiniones religiosas del romano, que incluía la más cerrada incredulidad ante el asunto de la inmortalidad del alma. Como quiera que sea, no es mucho lo que se sabe de su biografía. Una cuestión retomada por comentaristas contemporáneos que comienzan a destacar la contemporaneidad de De la naturaleza de las cosas, un monumento al arte de la poesía y un tratado insoslayable sobre los grandes asuntos de la existencia. La actualidad de Lucrecio la destacaba en aquella oportunidad con la publicación de una nueva versión del poema a cargo de Milo de Angelis, uno de los poetas más destacados de la reciente poesía italiana. La empresa de rescate de la obra de Lucrecio ha continuado este año en Italia con la publicación de L’apocalisse di Lucrezio. Politica, religione, amore del profesor de la Universidad de Boloña Ivano Dionigi. En su cuidad reseña para La lettura, Tielmo Pievani escribió:

Sacado de su milenario sueño en la abadía de San gallo por Poggio Bracciolini, La naturaleza de las cosas, devela las dos grandes plagas que producen infelicidad en el género humano. La primera es el desmesurado aferramiento a la vida, que se manifiesta en la neurosis del poder económico y político, en la voluntad de dominio sobre el otro, en los sufrimientos del amor. La virtud contemplativa se alcanza poniéndose a salvo mientras los otros se ahogan en el naufragio de la vida persiguiendo posiciones ilusorias y triunfos provisorios. La segunda llaga es el miedo a la muerte, que es algo vano, porque con ella no somos más nosotros mismos, porque antes de que naciéramos ya existía una eternidad sin nosotros, porque todo está destinado a terminar y la muerte, en el fondo, es una forma de justicia, significa dejar espacio a los otros, que es el preludio de una nueva vida. Lucrecio lo dijo, hace dos milenios, con furia iconoclasta y poética. Vivimos en un granito insignificante del cosmos, sin embargo lo agredimos a hierro y fuego para conquistar una aureola. No hay infierno qué temer en el más allá. El infierno lo construimos nosotros en el “más aquí” con el miedo y la ignorancia fomentado la suprema estupidez del odio y la guerra.

La más reciente edición del libro de Lucrecio en castellano es la de la editorial Acantilado que incluye un comentario, nada obvio de Stephen Greenblatt. Nada obvio porque Greenblatt es un leído comentarista de la obra de Shakespeare y, como se sabe, el Bardo, en sus desordenadas lecturas, nunca parece haberse acercado a De rerum natura. Esta son las últimas líneas del prólogo de Greenblatt para Acantilado:

En realidad, el objetivo más elevado para un ser humano es el mismo que el de  cualquier otra criatura viva: la búsqueda del placer. En esa búsqueda también hay ilusiones engañosas, entre las que se incluyen las fantasías obsesivas tejidas en torno a los gozos naturales de las relaciones sexuales. Lucrecio analiza esas fantasías en un pasaje famoso y deplora el sueño engañoso de una penetración absoluta. Pero no repudia la búsqueda del placer, incluido el sexual. Por el contrario, como deja claro en el inicio mismo de su gran poema, utiliza  como figura metafórica central de toda su obra a la diosa que une a todas las criaturas vivas de este mundo en el deseo apasionado y en el simple y valioso placer de la propia existencia.

El fragmento dedicado a Venus a comienzos del segundo libro de La naturaleza, al que se refiere Greenblatt, lo traduje para este diario y fue publicado en octubre pasado por Prodavinci. Lucrecio está de regreso. Es el poeta para tiempos, no histéricos como los de siglo pasado, sino francamente canallas como estos nuestros de guerras de agresión y mal disimulados intentos genocidas.


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