Diario Literario

Diario literario 2023, noviembre (parte I): Pound, George Oppen, Morandi en Milán y en Caracas, Rothko y Morandi

04/11/2023

Ezra Pound retratado por E. O.. Hoppé. Junio de 1918

Milán, lunes 30 de octubre de 2023

Ezra Pound

El 30 de octubre de 1885, en Ohio, nació Ezra Pound. Uno de los tres poetas más importantes de lengua inglesa del siglo XX. He permanecido su fiel lector desde 1967, cuando, a los diecinueve, tuve la suerte de conseguir la Antología de sus poemas, editada por Aldo Pellegrini en la brillante colección Los Poetas (Fabril), con las esmeradas traducciones, una de las mejores al castellano, de Carlos Viola Soto. Al final del libro había una mínima selección de los Cantos que, en la opinión de uno los poetas que me servía de guía en esos años, “no se entiende nada”, lo cual me pareció un juicio exagerado. Más estimulante, la opinión de mi compañero de generación, el poeta y traductor Carlos Rocha, quien, poco después regresaba de Londres con dos de los más hermosos volúmenes de la bibliografía poundiana: la edición completa de los Cantos en Faber&Faber, y la cuidada biografía del bardo norteamericano escrita por Noêl Stock. No pasaría mucho tiempo sin que mi hermana Alicia me hiciera llegar ambos volúmenes desde el mismo Londres donde residía. Desde entonces puedo decir que no es poco lo que he leído de Pound, pero mucho más lo que le he admirado. Aquí, un poema de los años de bolsillos flacos de la juventud del gran vate:

 

LA BUHARDILLA

 

Ven, apiadémonos de los que tienen
más que nosotros. Ven, amada, y recuerda
que los ricos tienen mayordomos
pero no amigos, y nosotros tenemos
amigos y no mayordomos,
Ven, apiadémonos de los casados
y los solteros.
La aurora entre de puntillas
como una dorada Pavlova
y yo estoy cerca de mi deseo.
No hay en la vida nada mejor
que esta hora de limpia frescura,
la hora de despertarnos juntos.

 

(Versión AO)

 

George Oppen. Fotografía de University of Pennsylvania | Wikimedia

Milán, martes 31 de octubre de 2023

Hablando de Pound, recibo hoy, enviada desde Buenos Aires por el bibliómano poeta Alexis Romero, una antología para mí desconocida de la poesía de George Oppen, uno de los más notables continuadores de las enseñanzas del viejo Ezra. Precedida por un prólogo tan interesante como rebatible, donde se expone la abusiva tesis de la supuesta falta de continuidad en la poesía anglosajona del modernismo poundiano, una tesis que queda desmentida, al menos en los Estados Unidos, por las actividades de los poetas, bajo la dirección de Charles Olson, de Black Mountain College. Y, más tarde, en California, por los vates de la Language Poetry. Para no mencionar a los beatnicks reconocidos por el prologuista. George Oppen perteneció al llamado grupo Objetivista, cuatro notables vates dejados de lado por la Academia y los críticos en su condición de judíos y comunistas, una combinación peligrosa en una sociedad donde todavía la influencia de la prensa y los capitales hebreos no eran tan influyentes. Del grupo me he ocupado en otra parte, ahora me limito, como un homenaje a Pound, a reproducir un poema de George Oppen, uno de los poetas norteamericanos más ilustres, a la par que preteridos, de la lírica norteamericana del siglo XX, cuyo primer libro fuera prologado por el viejo maestro. Quiero también recordar que, antes que nadie, le debo, como tantas cosas, mi conocimiento de George Oppen al venezolano Juan Sánchez Peláez, quien lo conoció en una reunión en el Village a mediados de los años cincuenta del siglo pasado.

 

Algunos jóvenes
se han hecho conscientes de los indios,
quizá porque atraviesan el continente
sin riquezas, moviéndose, se podría decir,
sobre un terreno despojado. Y ahí
uno encuentra los indios
que de otra manera no encontraría.
Madera acá y allá
para construir una aldea, una trampa
para peces en el río,
la tierra tal como era antes.
Y como ellos también fueron un grupo en peligro,
porque también temieron que todo terminara,
pienso en las canciones de los indios…
“No hay duda acerca de lo que cantaban los viejos”,
escribió el antropólogo,
sabiendo que, en esas praderas,
el viejo cantó el retorno del sol.

 

(Versión AO)

Giorgio Morandi. Fotografía de Wikiart

Milán, miércoles 1º de noviembre de 2023

Morandi en Milán (1)

“Tú no piensas en el film que vas a hacer, es el film el que piensa en ti”,  decía Fellini en una entrevista para la televisión italiana. Recuerdo esta ingeniosa expresión después de visitar la importante retrospectiva de Morandi organizada por el Palazzo Reale de Milán. Cada una de las naturalezas muertas del maestro boloñés parecen haber estado allí, pintadas desde siempre, esperando para que él las firmara. La asociación con el director de 8 ½ no es casual. Un testimonio de su admiración por el pintor es el cuadro que aparece en una de las escenas de La notte. Para Morandi todo comenzó en 1916. En efecto, de ese año es su primer bodegón autónomo. De una manera impensada, Morandi había conseguido reducir la atmósfera metafísica de los paisajes urbanos de De Chirico y Carrà,  al  espacio limitado de la naturaleza muerta. Esta impresión de una naturaleza muerta apriori, la tuve desde mi primer contacto con Morandi. Se trataba de una serie de grabados que aparecieron, hacia 1972, en un número de la exquisita publicación L’Éphemère, publicada por la Fondación Maeght, y que contó con un brillante equipo de redacción, entre los que se contaba el distinguido poeta e historiador de arte Yves Bonnefoy, uno de los pocos franceses que supo entender al italiano, y al cual dedicó un desigual ensayo donde lo relaciona con Giacometti. En esos años andaba yo ocupado con los poemas de mi libro Espacios (1974), donde los verdaderos protagonistas eran los objetos dispuestos en mi apartamento de recién casado. Algún comentarista escribió que sentía algo de Georges de la Tour en esos textos, pero hubiese preferido que los relacionara con Morandi. Sólo a Rothko he guardado esta fidelidad de más de cincuenta años. Una constancia que sería recompensada en 2001, cuando coincidí en Londres con la muestra Morandi, organizada en la para entonces nueva Tate Modern. La vieja Tate, al otro lado del Támesis, había sido privilegiada con la donación de las telas que Rothko, animado por Philip Johnson, había pintado para el restaurant Four Seasons, en los bajos del Seagram’s Building, en Park Avenue.

Naturaleza muerta. 1947.. GIorgio Morandi

Milán, jueves 2 de noviembre de 2023

Morandi en Milán (2)

Nunca antes, con mi proverbial ceguera de topo, había sentido las muchas afinidades electivas entre Morandi y Rothko. Fue una de las mejores experiencias de la larga visita realizada a la gran muestra de Morandi en el Palazzo Reale de Milán. Por lo menos tan importante como la que organizara Tate Modern. A finales de 2001, escribí un largo comentario sobre la exposición en el Tate, que publiqué en “Verbigracia”, suplemento literario del diario El Universal de Caracas. Pero en ningún momento señalé las convergencias entre ambos artistas. Y he debido hacerlo porque, si bien no son obvias, son notables. Se refieren al tratamiento del espacio, obsesión de Morandi desde 1916, fecha de sus naturalezas muertas “metafísicas” y hasta su muerte. En el Rothko más popular, el de las superficies suspendidas, todo es espacio. Por su parte, muchos de los bodegones que el italiano compuso entre mediados de los ’40 y los ’50 son “materias flotantes”, mientras lo que flota en Rothko son los espacios sobresaturados por un cromatismo abismal. Detrás de las botellas de Morandi, el tiempo y el espacio están paralizados, como detrás de las manchas del norteamericano. De Morandi esta vez también percibí el clasicismo de sus mejores telas, pintadas para siempre. Huelen a eternidad. Espero por la gran retrospectiva de Rothko en París para confirmar estas afinidades electivas.

Estambul

Constanza y Alessandro en la que fuera, como Constantinopla, capital del Imperio Romano de Oriente (Bizancio). Y desde 1492, como Estambul, del Imperio Otomano. Aunque deseuropeizada desde la expansión turca, parte de esa región no puede ser más europea. Allí se levantaban las torres sin límite de Troya, y allí, en esas costas del Egeo, nació la racionalidad occidental. Como contrapartida, los turcos ocuparon Grecia continental por más de cuatrocientos años. No conozco nada de Turquía y prefiero, en caso de que sea necesario, resistir en Viena, como los valerosos lansquenetes de Carlos V, cualquier nuevo intento de invasión otomana a esas tierras de la cristiandad.

Naturaleza muerta. 1956. Giorgio Morandi

Milán, viernes 3 de noviembre de 2023

Morandi en Caracas

En una época en Caracas, a finales de los años cincuenta del siglo pasado, coincidiendo con la llegada de muchos inmigrantes italianos a Venezuela, circularon muchas obras de Morandi entre los coleccionistas de esa ciudad. Recuerdo que una sola familia, que se hizo amiga del maestro boloñés, llegó a poseer una apreciable selección (docenas) de sus obras. Tuve la ocasión de ver parte de ese tesoro en una muestra en Caracas a finales de los ochenta. Luego, digamos un par de décadas más tarde, me encontraría con algunas de esas telas en la colección del MAMBO (Museo de Arte Moderno de Boloña). Alguno de los encargados de la muestra me indicó que formaban parte de la donación de una familia venezolana (la misma), que no encontró condiciones (un espacio permanente) para dejarlas en el Museo de Bellas Artes de Caracas. Esta estulticia criolla es la misma que llevó con entusiasmo al poder a un paracaidista de transparente vocación dictatorial. Una gran pérdida lo de Morandi si consideramos que, desde un vil punto de vista material, una sola de sus obras puede cotizarse en varios millones de euros.

 


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