Entrevista

Carolina Jiménez: “La resistencia continua en las condiciones más precarias”

19/03/2023

Carolina Jiménez

Durante buena parte del siglo XX, las esperanzas puestas en América Latina, como alternativa al capitalismo más egoísta y a las sociedades inmersas en la codicia, atrajo la mirada y la curiosidad de los centros académicos de Estados Unidos y Europa. Pero el sueño de que un mundo mejor es posible se transformó en una pesadilla. La democracia, como sistema de gobierno, fracasó y decepcionó a una población sedienta de bienestar.

Detrás de cada intento, el más alterado y aterrador tuvo lugar en la Cuba de Fidel Castro, hubo un efecto boomerang que trajo de regreso a nuevos chamanes, aprendices de brujos, mesías, cantamañanas y demás ropajes para líderes políticos, espontáneos o no, que transitaban, en forma circular, de dictaduras represivas, incluso asesinas, a democracias precarias. En este viaje de ida y vuelta corremos como los hámsteres en sus circunferencias.

Las dictaduras de izquierda del siglo XXI –Cuba, Venezuela y Nicaragua- conviven con líderes populistas que desmantelan las democracias en sus países, el más elocuente es un joven presidente, electo en un país herido por una guerra civil que exhibe el dudoso privilegio de haber construido la cárcel más grande del Hemisferio Occidental en una pequeña cuña de Centroamerica, El Salvador. Perú se hunde en el racismo, Chile en el desconcierto y Colombia descubre que los nadie, una vez en el poder, dicen lo que realmente piensa.

De la democracia liberal, de ese sueño en libertad individual, a la cual se le imponen límites institucionales, pero que los latinoamericanos truncamos sin mayores reparos, hablo con Carolina Jimenez*.

No sabría decir con propiedad si el estado de la democracia en América Latina se encuentra en fase terminal o sufre una enfermedad crónica. ¿Usted qué diría?

Yo creo que América Latina no escapa al retroceso democrático que el mundo experimenta. Si miras los análisis de las organizaciones (Freedom House y el índice de The Economist, por ejemplo) que, por mucho tiempo miden la calidad democrática de los países, encuentras que la región muestra un declive muy importante. No hay duda de que se trata de un retroceso clarísimo. Tenemos una región que vive la tercera crisis de movilidad humana más importante del mundo, pero también gente desesperada huyendo de sus países, en donde gobiernan autocracias o autoritarismos muy consolidados: Nicaragua, Venezuela, Cuba. Y, en otras naciones, un retroceso muy acelerado de la democracia (El Salvador, Guatemala, México). Los Estados Unidos, promotor insignia de la democracia, también experimenta un retroceso y desde 2016, no se le califica como una democracia plena. Creo que hay una herida profunda, en lo que creímos fue una promesa democrática. Una promesa que no se cumplió.

Siempre se ha visto a América Latina como un laboratorio de ensayos económicos o formas de gobierno. Pero creo que el retroceso democrático es propio de esta latitud, más que de cualquier otra. ¿Cuál sería la razón que explicaría ese comienzo?

Efectivamente América Latina ha sido el lugar donde se han originado ciertos autoritarismos, pero también es allí donde se experimenta la resistencia a esas formas de gobierno. Creo que hay dos cosas que nos pueden explicar el por qué. Nuestra historia republicana es más reciente que la de otros continentes. Podemos pensar en las figuras de los caudillos y de un modelaje de liderazgos políticos que se fueron replicando como la manera de hacer la política. Pero más allá de los factores históricos, creo que, en países con democracias recientes, la expectativa era que por esa vía se iba a lograr el bienestar y niveles de vida aceptables en estos países. Se esperaba mucho de lo que algunos han llamado la “democracia delivery” y con ella iban a llegar ciertos productos nacionales: acceso a la vivienda, salud, educación y libertades cívicas. Años más tarde nos damos cuenta de que la democracia, en muchos países de la región, fracasó. La desigualdad se profundizó y países como Haití no pudieron superar índices de pobreza muy altos. Entonces, lo que tenemos es una situación en la cual, la democracia falló en otorgarle a sus ciudadanos el bienestar. Lo segundo que creo, y esto es más de este siglo, es que la democracia en la región vive una crisis epistemológica. Es decir, a diferencia de las autocracias del pasado, las del presente utilizan las herramientas propias de la democracia para llegar al poder. Para perpetuarse en él. Entonces, los ciudadanos van perdiendo la fe en la democracia y empiezan a creer en líderes autoritarios que dirigen sus acciones políticas.

Yo señalaría, quizás, otras causas. Una de ellas es que los ciudadanos de América Latina realmente no creen que la democracia, como proyecto político, los lleve al bienestar. Siempre, como sociedad, nos hemos casado con el populismo. También lo han señalado en los centros académicos: América Latina es el paraíso del populismo. En general, en muchos sentidos, el populismo es lo contrario de la democracia. Diría que hay una falla de origen.

Ciertamente, el populismo ha marcado ciertas etapas políticas que ha tenido América Latina. Pero así mismo, creo que, en este siglo, si bien se ha reforzado esa idea, también se cuestiona. Este es el siglo de las protestas, por ejemplo. Si los latinoamericanos estuviéramos conformes con el populismo, no creo que se hubieran visto las olas de protesta que han tenido lugar en varios países. También creo que hay una nueva generación que tiene una activación política diferente, cuyas exigencias de derechos tienen expresiones diversas. Entre los jóvenes hay mucha apatía hacia el sistema político como lo conocemos. Pero el malestar no vuelve a los jóvenes apolíticos. Todo lo contrario. Los jóvenes, actualmente, tienen otras herramientas para expresar su descontento, sus necesidades y demandas, sin que necesariamente estén esperando por un líder populista. Sus intereses son distintos a los que movilizaban a generaciones anteriores: la crisis ambiental, la equidad de género, pero también la justicia social. Quieren bienestar, quieren tener un trabajo digno. Si bien el populismo ha sido una realidad propia de nuestra historia política como región, también creo que ese mismo sistema está siendo cuestionado por una nueva generación.

Las protestas han sido reprimidas en toda la región. En Cuba, por pedir libertad, a la gente los sentencia a largas penas de prisión. En Venezuela, en 2017, las protestas terminaron en un baño de sangre, así como en Nicaragua y en Chile. No creo que tenga mucho sentido salir a la calle para que te inmoles o te masacren.

Una cosa es el acto de salir a protestar y otra es la represión con la que se responde a las protestas. Lo primero demuestra que los pueblos no están aceptando como dados esos populismos. Venezuela y Nicaragua son ejemplos muy palpables. En Venezuela son tres olas grandísimas de protestas (2014, 2017, 2019), que han tenido lugar en sólo cinco años. Eso demuestra que ha habido un proceso de resistencia muy importante. Luego se pasa de la protesta a otros tipos de resistencia. El año 2018 fue, probablemente, uno de los períodos más traumáticos en la historia de Nicaragua (355 muertos, según cifras de la CIDH. No ha habido protestas similares, pero sí una sofisticación de la resistencia en Nicaragua. Tienes alianzas que el poder trata de romper de todas las maneras posibles. Los divide, los encarcela, los destierra y allí siguen, con niveles de organización en Costa Rica (Ong, diputados opositores, antiguos sandinistas). Lo que demuestra que las sociedades no se quedan en silencio, aceptando los autoritarismos. Ahora, ciertamente, las respuestas de los Estados son brutalmente represivas. Si a eso le agregas que Cuba y Venezuela enfrentan una emergencia humanitaria compleja, tienes a unas sociedades con grandes dificultades para articularse políticamente. La resistencia continua en las condiciones más precarias.

De las democracias a las dictaduras. Ese ha sido el ciclo histórico en América Latina. Si bien el autoritarismo del siglo XXI es distinto al del siglo XX, no dejan de ser dictaduras. Actualmente, más consolidadas, más fortalecidas. Quizás, en ese movimiento circular, vivimos una sofisticación de lo peor que hemos vivido.

Comparto esa preocupación. No sé si es un círculo, porque estos nuevos autoritarismos, efectivamente, han venido a sofisticar la manera en que llegan y se quedan en el poder. Rompen con viejos esquemas. Pero es cierto, lo he dicho en otras ocasiones: Pinochet no tenía twitter, Ríos Montt no comerciaba bitcoin, Videla no tenía mañaneras o Aló, presidente. Estás frente a gobiernos autoritarios en la era de la desinformación. Algunos de ellos, increíblemente bien equipados para usar la desinformación a su favor y lo hacen de una forma muy eficiente. Eso cambia las reglas del juego que nosotros conocíamos a la hora de entender cómo se defiende una democracia. Lamentablemente, en este momento, sabemos quién está ganando esa lucha pro o anti democracia. Lo que hemos visto es que de la misma manera en que los autoritarismos se instalan, también se desinstalan. En esta fase del autoritarismo, a la sociedad civil nos corresponde luchar con otras estrategias, porque desde el poder están utilizando, claramente, prácticas distintas. No cabe duda de que estamos ante una situación de gran asimetría. Nosotros no tenemos ejércitos, policías y redes de espionaje. Pero hemos visto ejemplos, en donde los autoritarismos se han podido mover, cuando era impensable de que iba a haber un cambio y ocurrió.

¿Cómo cuáles?

A mí me parece increíble como Alberto Fujimori termina en una cárcel, juzgado en su propio país por crímenes de lesa humanidad. ¿Qué pasó en las dictaduras del sur del continente o en esos lugares donde se ha logrado una transición del autoritarismo a la democracia? Es lo que tenemos que aprender ante las nuevas herramientas que utilizan los autoritarismos para quedarse en el poder.

Es cierto, se han desactivado esos autoritarismos, pero esos países han desembocado en crisis políticas permanentes: Perú es un laberinto, Chile un asunto de desconfianza y duda, Argentina, hundida en su brecha trazada por el general Juan Domingo Perón. Se desactivan los autoritarismos, caemos en las crisis políticas y desembocamos en nuevos autoritarismos. Damos vueltas, como el perro que se muerde la cola.

En todos los países que has mencionado, se avanzó en consolidar democracias institucionales: división de poderes, derechos civiles y políticos más amplios, organismos electorales más sólidos, etc., etc., etc. Pero los derechos económicos, sociales y culturales en estos países se fueron relegando. Si hay una característica en común en estos países es que tienen una brecha de desigualdad enorme. Si ves la crisis en Perú, pareciera una reacción de las regiones más pobres, habitadas por pueblos indígenas, contra el centro limeño. Y algo similar pasa en Chile, donde las protestas contra el gobierno de Piñera tuvieron mucho que ver con el tema de la desigualdad. No hay en estos países un índice de igualdad aceptable bajo ninguna escala. Por esa brecha, los países terminan siendo caldo de cultivo para que un líder tipo outsider llegue como el nuevo mesías. Si persiste esa enorme desigualdad, probablemente vamos a ver, una y otra vez, autoritarismos en la región.

Creo que se agotó la tesis, según la cual los problemas de América Latina se deben al “imperialismo estadounidense”. Esa cantinela se agotó. Quizás estamos en un momento en el que tenemos que vernos a nosotros mismos. Vamos a descubrir condiciones propias muy dañinas y contrarias a la democracia.

Esa retórica desfasada, antigua, anacrónica, de culpar al imperio de todos nuestros males, quizás no nos dice nada a ti o a mí. Pero de una forma que nos resulta increíble, sigue siendo utilizada por varios líderes de la región, por partidos políticos y por seguidores políticos. Cuando entras en los diarios oficiales de Nicaragua o Venezuela, incluso El Salvador, al menos en los discursos de Bukele, te encuentras con que esa visión sigue presente en las narrativas políticas autoritarias. Sigue habiendo ahí una fuente de poder narrativo y de justificación de todos los males. Sí creo que en ciertos sectores de la ciudadanía latinoamericana persiste un sentimiento anti estadounidense, por ser seguidores de estas corrientes políticas. Pero es obvio que, desde hace mucho tiempo, necesitamos mirarnos, reconocernos y asumir las riendas de nuestra propia historia, ¿no? Y no por eso aislarnos. Con Estados Unidos tenemos que buscar relaciones más simétricas –económicas y comerciales- para tener un desarrollo distinto.

Los principales autoritarismos son Cuba, Nicaragua, Venezuela, países gobernados por partidos y organizaciones de izquierda. Ese discurso trillado, anacrónico, antiguo, es el pan de cada día de la izquierda. Las bases sociales donde ese discurso obtiene réditos políticos son los votantes de izquierda. Entonces, yo creo que la izquierda tiene una gran y enorme responsabilidad en este destino de América Latina. Básicamente, fue la revolución cubana la que nos prometió otra cosa.

Esa referencia política de análisis, de izquierda y derecha, también se ha venido desdibujando en la región. Sí, podemos decir que Cuba, Nicaragua y Venezuela son países gobernados por autócratas de izquierda, pero uno se pregunta si esas ideas no se perdieron hace rato. Ciertamente, hay alianzas ideológicas y uno se cuestiona muchísimo las alianzas basadas en esas ideologías. Para nadie es un secreto que Juan Orlando Hernández, el expresidente de Honduras (actualmente preso por narcotráfico en una cárcel de Estados Unidos), si usamos estas clasificaciones, es un personaje de derecha, conservador, y su principal aliado en Centroamérica siempre fue Daniel Ortega, a Bukele lo vemos con el hijo de la pareja que actualmente gobierna Honduras. Las alianzas que uno ve hoy en día pareciera que desactivan esos criterios. Si hay una foto que va a pasar a la historia es la de Pedro Castillo y Jair Bolsonaro y seguramente, no habrá personas con ideologías tan distintas como esos dos personajes. López Obrador, una vez en el poder, tuvo una relación muy fructífera con Trump, al punto que fue uno de los últimos líderes latinoamericanos en reconocer la victoria de Biden. Lo que no quita la condena rotunda a estos autoritarismos que se llaman de izquierda, entre otras cosas, porque son abierta y claramente antidemocráticos.

Los derechos sociales y económicos son banderas tradicionales de la izquierda. Y son, precisamente, los países donde gobierna la izquierda, en los que se registra el mayor retroceso de esos derechos. Algo tan elemental como el derecho de asociación está en duda en Venezuela. Entonces, no estoy como muy claro en que esas categorías se han desdibujado. La izquierda no ha hecho un análisis, una reflexión, de su trayectoria, del papel que han jugado en funciones de gobierno.

Yo estoy de acuerdo en la necesidad de visibilizar lo antidemocrático, lo represivo, que son los regímenes como el de Nicaragua, el de Cuba y el de Venezuela. Y ahora se agregan los autoritarismos como el guatemalteco y el salvadoreño. Pero poniendo esto en un contexto histórico, si te vas a los años 70 y tomas una foto de los dictadores de ese momento, verás que son dictadores de derecha, los típicos militares que llegaron al poder a través de golpes de Estado. Si te adelantas 50 años después y tomas una foto similar del poder, te encuentras que los autoritarios de este momento son los herederos de revoluciones socialistas (Cuba y Nicaragua) para derrocar dictaduras y en el caso de Venezuela, tenemos al chavismo madurismo que llegó al poder para hacer una revolución popular, que ya sabemos en qué terminó. Entonces, en esa perspectiva histórica lo que ves es una región que ha sufrido los dos tipos de autoritarismos, unos y otros represivos, y que se nutren, además, de procesos de corrupción muy salvajes. Eso es lo que yo veo en el contexto histórico. Ahora bien, estoy de acuerdo contigo cuando dices que la izquierda no ha hecho un análisis y esa falta de reflexión es preocupante.

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*Egresada de la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad Central de Venezuela. Maestría en Relaciones Internacionales (Universidad de Cambridge), Doctorado en Estudios Internacionales (Universidad de Waseda). Actual presidenta de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA por sus siglas en inglés). Activista y defensora de Derechos Humanos


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