Retratos, hitos y bastidores

Avenida Codazzi (II)

08/05/2022

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Agustín Codazzi, por Carmelo Fernández.Tomado de José Rafael Lovera, Codazzi y la Comisión Corográfica. 1830-1841 (1993)

“…dotó por primera vez a Venezuela de una imagen geo-histórica que constituyó una forma científica de apropiación del territorio, una manera de afirmación de la naciente República y un importante elemento de cohesión nacionalista…”.

José Rafael Lovera, Codazzi y la Comisión Corográfica. 1830-1841 (1993)

1. Las labores de recolección de datos de la Comisión Corográfica fueron concluidas al iniciar el segundo gobierno del general Páez (1839-1843). Tras recibir la aprobación del ingeniero Juan Manuel Cajigal, en representación de la Academia de Matemáticas, así como del Congreso Nacional, se dispuso en 1839 la compilación y publicación del Atlas físico y político de la República de Venezuela (1840) y del Resumen de la Geografía de Venezuela (1841). Aparecidos en París bajo autoría de Codazzi, este contó con el apoyo de los historiadores Rafael María Baralt y Ramón Díaz Martínez, así como del artista Carmelo Fernández para los dibujos y ornamentación del atlas.

De esa labor también resultó el Resumen de la Historia de Venezuela (1840), publicado por Baralt en tres volúmenes, igualmente en París, así como sendos catecismos de geografía e historia, escritos por Codazzi y Baralt, dirigidos a la educación escolar. Ese corpus cardinal fue coetáneo del Compendio de la historia de Venezuela desde su descubrimiento hasta que se declaró Estado independiente (1840), de Francisco Javier Yánez. Toda esa labor fundacional de la nacionalidad llevó a José Rafael Lovera a concluir, a propósito de la Comisión Corográfica:

“Sin duda la obra de la Comisión, que podría definirse como la invención del territorio venezolano, divulgada a través de la imprenta y luego difundida por los canales educativos y empleada como apoyo para la Administración Nacional, dotó por primera vez a Venezuela de una imagen geo-histórica que constituyó una forma científica de apropiación del territorio, una manera de afirmación de la naciente República y un importante elemento de cohesión nacionalista…”.

Inmigrantes alemanes embarcando para la Colonia Tovar en el puerto de El Havre, 1843, por M. Ernest Charton. Tomado de José Rafael Lovera, Codazzi y la Comisión Corográfica. 1830-1841 (1993)

2. El poblamiento del vasto “desierto” – para utilizar de nuevo la metáfora de Juan Bautista Alberdi – con colonos extranjeros y laboriosos era cuestión que, al igual que en sus congéneres latinoamericanas, despuntó en Venezuela desde el albor republicano, antes incluso de separarse de la Gran Colombia. En diciembre de 1825, al desembarcar en La Guaira como primer cónsul británico en Caracas, sir Robert Ker Porter anotó en su Diario (1842) – según la traducción de Teodosio Leal para la edición de la Fundación Polar – que el buque “Planet” arribó “con 200 inmigrantes escoceses, 30 familias en total, para formar una colonia en el Valle de los Caracas, en una finca de los señores Powles & Co.”.

En junio de 1831, durante la primera administración del general Páez fue emitido un decreto para promover la llegada de trabajadores desde las Islas Canarias, seguido de otro en 1834; en el segundo gobierno paecista, en mayo de 1837, fue promulgada la Ley general de inmigración que ampliaba el espectro a todas las nacionalidades, ajustada por otra en 1840. Se priorizaba, desde el punto de vista de los promotores de la empresa, a quienes tuvieran la capacidad financiera y la posesión de tierras, nos recuerda Juan José Pérez Rancel en Agustín Codazzi, Italia y la construcción del Nuevo Mundo (2002).

Era este el perfil de Manuel Felipe Tovar, quien agenció, en mayo de 1843, la fundación de la Colonia Tovar, la primera de once concebidas por Codazzi, adonde arribaron 392 alemanes procedentes del Gran Ducado de Baden. De esta región era oriundo Alexander Benitz, quien ayudara a Codazzi con la impresión del Atlas, mediante los buenos oficios del mismísimo Alejandro de Humboldt. Tal como resume Pérez Rancel con respecto a la concepción integral del geógrafo:

“El plan de Codazzi para estas colonias prevé su conexión por medio de calles y senderos entrelazados en las montañas, de las cuales sólo llegan a trazarse los principales y algunos son construidos con la participación directa del Codazzi ingeniero y siguiendo sus indicaciones, como el que comunica con la población de La Victoria.

“Para unir Caracas con la colonia principal, Codazzi planifica la construcción de un ferrocarril que posteriormente debería continuar más allá de la Colonia, hacia los vecinos y fértiles valles centrales del país. En el futuro inmediato este ferrocarril debería enlazar las colonias con los dos principales puertos de la nación, los cuales quedarían conectados entre sí atravesando los asentamientos agrícolas de las montañas centrales y las dos más importantes ciudades de esa región, Valencia y Caracas”.

Sobre la base de esa concepción regional, el diseño del plano de la Colonia Tovar, de 1852, obra del ingeniero Codazzi y del topógrafo Benitz – director de la comunidad – puede verse como el primero de una ciudad planificada en la era republicana. Tal como hace notar Carlos Maldonado Burgoin en Ingenieros e Ingeniería en Venezuela. Siglos XV al XX (1997), el pueblo no se nuclea “en torno a la iglesia como componente dominante, sino que viene a ser el foro o plaza pública el espacio que asume dominio en la tipología civilizadora”. Y ello supuso una variante significativa con respecto al trazado colonial.

José Rafael Lovera. Cortesía del Archivo del Banco Venzolano de Crédito

3. Las obras citadas de José Rafael Lovera y Juan José Pérez Rancel me han ayudado a dimensionar el rol fundamental de Agustín Codazzi en la delimitación del territorio venezolano y la conformación de su fisonomía geográfica. Pero también – para volver al recuerdo familiar que abrió esta crónica con pretensiones de ensayo – entender que Codazzi era mucho más que el nombre de una avenida en San Bernardino.

“Para Arturo Almandoz, cuya curiosidad venezolanista promete convertirse en una gran pasión”, dice la dedicatoria del mencionado folleto, firmada por Lovera en julio de 1994. En ese verano cursaba yo mi doctorado en Londres, pero buscaba información primaria en Caracas, para mi tesis sobre el urbanismo europeo en la capital, de Guzmán Blanco al primer plan urbano de 1939. A la sazón hacía uso de la formidable biblioteca de José Rafael en Bello Monte, contentiva de más de quince mil volúmenes, si no me equivoco, muchos de ellos ediciones originales de autores nacionales. Mientras consultaba los libros, cuidadosamente catalogados y empastados en cuero en su mayoría, se preparaban en la cocina de la casa olorosísimas sesiones de la Academia Venezolana de Gastronomía, de la que Lovera fue fundador.

Por aquellos años en que consultaba yo su biblioteca, recuerdo que José Rafael me pidió solicitar a mamá su receta de los bollos pelones, lo cual tomamos como una distinción, tanto ella como yo. Al entregarle el manuscrito, cenando en el restaurante Urrutia de la avenida Solano, José me hizo notar que, apelando a historia oral o escrita, su método incluía cotejar versiones de cocineras avezadas, de cara a establecer recetas de platos criollos. Pero allende la práctica culinaria a través de la academia que fundara, ya para la década de 1990 la obra de Lovera incluía el clásico Historia de la alimentación en Venezuela (1988), galardonada al año siguiente con el Premio Municipal de Literatura, seguida por Gastronomía caribeña (1991). Después vendrían, entre otros textos históricos de culinaria y alimentación, Manuel Guevara Vasconcelos o la política del convite (1998), El cacao en Venezuela: una historia (2000), Food culture in South America (2005), Vida de hacienda en Venezuela. Siglos XVIII al XX (2009), y el primoroso Retablo gastronómico de Venezuela (2014), del cual también me dedicara José un ejemplar.

Por sobre esa copiosa producción pionera de la historia gastronómica nacional, más de una vez le comenté a Lovera que esa pasión venezolanista que me augurara en aquella dedicatoria de 1994 fue alimentada por su opúsculo sobre la Comisión Corográfica. Tanto como por la concepción integral que Pérez Rancel ha desarrollado sobre Codazzi en tanto “arquitecto del territorio”. Solo me resta añadirles, en suerte de disculpa – sobre todo pensando en José Rafael, ahora que ya no se encuentra entre nosotros – que mi interés por el polímata italiano ha debido comenzar en la infancia, al visitar a los abuelos que vivían en la avenida Baralt de San Bernardino, justo al doblar de la avenida Codazzi.

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