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A José Rafael Lovera (1939-2021), in memoriam,
y Juan José Pérez Rancel
1. El callejero de San Bernardino se denomina según personajes ilustres de la historia venezolana, incluyendo militares y políticos, por supuesto, pero también letrados y artistas, afortunadamente. Entre estos últimos se cuenta el pintor Cristóbal Rojas, en cuya “avenida” homónima – que realmente es una calle curveada, como tantas otras de la céntrica urbanización – adquirió mi familia una “quinta” – según el nombre criollo para casa – a comienzos de la década de 1960. Una de las razones para comprar allí fue la cercanía a la quinta de los abuelos Almandoz, en la avenida Arturo Michelena, así como a la de los Marte, en la avenida Rafael María Baralt.
Tal como indicábamos a visitantes no habituados al dédalo de San Bernardino, el primer tramo de la avenida Baralt comienza “al doblar a la izquierda” de la Agustín Codazzi, si se viene del norte avileño. Era esta última más conocida, por encontrarse allí el colegio Moral y Luces desde la década de 1940, cuando mis abuelos maternos compraron la quintica donde pasaron el resto de su vida. Aunque nunca las visité, las instalaciones del plantel eran famosas por su equipamiento y modernidad, no solo entre la comunidad hebrea que atendía – albergando incluso actividades diplomáticas, a poco de crearse el Estado de Israel – sino también entre los vecinos de San Bernardino en general. Y en el acervo familiar, el Moral y Luces era conocido además por haber sido la escuela de primeras letras de uno de mis hermanos, así como liceo donde tía Maruja enseñaba inglés e historia del arte.
Además de las luces recibidas de la tía solterona, al ver los cursos de arte iniciando el bachillerato – en el más modesto colegio Tirso de Molina, también en San Bernardino – supe sobre los pintores que daban nombre a nuestra calle, así como a la de los abuelos paternos. Pero no sé por qué en las asignaturas de historia y geografía de Venezuela, si bien Rafael María Baralt asomó en la gesta independentista y las tempranas letras republicanas, poco apareció (o acaso se me escapó) el nombre de Agustín Codazzi. No solo permaneció este soslayado a lo largo de la adolescencia, sino también, inexcusablemente, durante mi formación universitaria, a pesar de haber estudiado Urbanismo en la Universidad Simón Bolívar, donde poco énfasis se daba entonces a la historia de la disciplina.
2. Mi ignorancia supina apenas comenzó a superarse en el año 2000, cuando un ilustrado colega y amigo de la Universidad Central de Venezuela, Juan José Pérez Rancel, me invitó a participar en el simposio “Agustín Codazzi: arquitecto del territorio”.La organización del evento coronaba sus estudios doctorales sobre el polímata italiano, completados a lo largo de la década de 1990, entre Florencia y Roma. No obstante mi reticencia inicial a participar, dado mi desconocimiento del personaje, acepté por haberme solicitado Juan José una contribución sobre los temas urbanos que suelo trabajar.
No fue una sorpresa que en el simposio estuviera invitado el erudito historiador y amigo José Rafael Lovera, quien años antes me había obsequiado una publicación sobre la Comisión Corográfica, coordinada por el geógrafo y agrimensor entre 1830 y 1841. Cuidadosamente editado, como todos los libros de José Rafael, este folleto era parte de la exposición “Mal de América. La obra y los días de Agustín Codazzi”, organizada en 1993 por las bibliotecas nacionales de Venezuela y Colombia, en el bicentenario del nacimiento del cartógrafo que delimitara los territorios de ambas repúblicas. El nombre de la exposición – como señala en la introducción Virginia Betancourt Valverde, entonces directora de nuestra Biblioteca Nacional – respondía “al sentimiento imperativo que hizo que Codazzi regresara a nuestro continente y permaneciera en él hasta su muerte”.
Junto al opúsculo consultado a la sazón, las contribuciones de José Rafael y Juan José en aquel simposio devinieron suerte de avenidas para desembocar en la figura monumental de Giovanni Battista Agostino Codazzi Bartolotti (1793-1859). Y sin considerar las hazañas de este durante las guerras napoleónicas, italianas e hispanoamericanas, desde entonces comencé a apreciar su rol fundamental en la ocupación territorial y la articulación republicana en Venezuela.
3. La Gran Colombia donde se estableció Codazzien 1827 adolecía de las debilidades demográficas y territoriales que hicieron a Juan Bautista Alberdi, el estadista argentino,calificarlas como “desiertos” que pretendían convertirse en “repúblicas”. Antes de las reformas liberales que, en consonancia con los designios de Alberdi, transformarían el paisaje urbano latinoamericano durante el último tercio del siglo XIX, los primeros gobiernos conservadores de Venezuela dieron pinitos en materia de poblamiento y administración territorial. El general José Antonio Páez – adalid de la separación de la Gran Colombia y primer presidente de la nueva república (1831-1835) – vio una gran desventaja en la magnitud demográfica del “monstruo político” grancolombiano. Así lo afirmaría en 1869 desde su exilio en Nueva York, al justificar las razones que llevaron a Venezuela a abandonar la anfictionía; según las propias palabras de Paéz recogidas por Arráiz Lucca y Mondolfi Gudat en Textos fundamentales de Venezuela (2001): “Colombia era una hermosa creación de Bolívar que debía siempre existir armada con su lanza y su broquel. Terminada la guerra, era una especie de monstruo político, siquiera se compare su tamaño con el número de sus pobladores; no podía vivir, porque en la naturaleza no caben las cosas ni las naciones desmesuradas y sin cohesión”.
Apuntando en dirección contraria a las advertencias de José María Vargas sobre la conveniencia de mantener cierta integración, en vista de la magnitud demográfica de la Unión Colombiana, de ese aserto de Páez se colige en todo caso su preocupación por la “cohesión” y el poblamiento, con obvias implicaciones territoriales y administrativas. Tras la separación de 1830, Venezuela quedó dividida en trece provincias: Caracas, Carabobo, Barquisimeto, Coro, Maracaibo, Trujillo, Mérida, Barinas, Apure, Barcelona, Cumaná, Margarita y Guayana; estas, a su vez, se subdividieron en 88 cantones, nos recuerda Miguel Tejera en Venezuela pintoresca e ilustrada (1875).
Junto a los cambios administrativos, fue promovida la exploración del territorio de 1.250.000 kilómetros cuadrados, ignoto en su mayor parte. Resultante de las recomendaciones de una comisión parlamentaria constituida a tal fin, integrada por el doctor José María Vargas, el general Carlos Soublette y el licenciado José Grau, el 14 de octubre de 1830 fue creada la Comisión Corográfica. Con una duración inicialmente estimada de tres años, los cuales terminaron siendo ocho, en vista de la ingente magnitud y desafíos épicos de su cometido, la Comisión buscaba, según el informe que la respaldaba, “la formación de planos de las provincias de Venezuela que reúnan noticias de geografía, física y estadística”. Era este un propósito, según los considerandos del decreto creador, “utilísimo y trascendental”, ya que sin ello, según continuaba el decreto recogido por Lovera en Codazzi y la Comisión Corográfica. 1830-1841 (1993):
“las operaciones militares no pueden ser hechas con regularidad; él fijará los límites exactos de las provincias y de la jurisdicción de sus gobiernos; dará los elementos y bases para la estadística, para establecer las contribuciones, conocer la fuerza y riqueza pública y calcular sus progresos; tendrá una influencia benéfica en los trabajos de la agricultura, en la formación y mejor dirección de los caminos, desagües de los lagos y pantanos, limpieza y navegación de los ríos; y por último será el alma de la futura prosperidad del país”.
4. La Comisión Corográfica quedó a cargo de Codazzi, llegado a Venezuela en 1827, durante el último viaje del Libertador, según nos precisa Pérez Rancel en Agustín Codazzi, Italia y la construcción del Nuevo Mundo (2002).Bolívar lo destacó en Maracaibo, amenazada a la sazón por la marina española, donde el designado comandante de artillería levantó los primeros planos de la provincia del Zulia. El mismo Codazzi resumió el laborioso modus operandi de la comisión, según cita reproducida por Lovera
“Los baqueanos que me acompañan constantemente en todas direcciones, y que conocen con exactitud las haciendas y hatos, son los primeros que me dan noticias de los ganados y bestias: al punto de cualquiera estación en donde hay gente, sigo tomando informes para confirmar o corregir los primeros conocimientos adquiridos por los baqueanos, y en las sabanas durante la marcha se cuentan o calculan los animales que se ven: cuando se llega a la parroquia, ya se tiene una idea de lo que puede existir; en ella se reúne el cura si lo hay, el alcalde y dos o tres de los principales y más instruidos del pueblo con los baqueanos de todos los campos, y veredas, de manera que hay siempre seis o siete personas de las más inteligentes y prácticas”.
Y sobre el resto del acervo recabado por Codazzi, añade Pérez Rancel:
“contenía materiales que alcanzaban para un tratado de agricultura tropical; un estudio sobre los ferrocarriles, las carreteras y los canales para Venezuela; otro sobre las cuencas hidrográficas; uno más sobre la demografía y la colonización del territorio (donde probablemente surgen las ideas que luego llevan a fundar la Colonia Tovar) y una descripción detallada de los paisajes y los monumentos arqueológicos y naturales”.
Todo un arsenal que, como completaremos en la próxima parte, permitieron a la república naciente bosquejar los rasgos definidores, así como las líneas maestras de su fisonomía geográfica y ordenamiento territorial.
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Para leer la segunda parte haga click acá.
Arturo Almandoz Marte
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