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Arte Milán: Goya y la “rebelión de la razón”

01/02/2024

Manicomio. 1819. Francisco de Goya

Desconozco si fue pensado así o es pura coincidencia. En todo caso, es una feliz ocasión la que reúne a dos de los más grandes pintores españoles bajo el mismo techo palatino: El Greco y Goya. Entre otras afinidades electivas, la más interesante es que ambos fueron actualizados, después de largos años de olvido, por los artistas y teóricos de la modernidad. Entre los primeros, Manet, autor de reiteradas versiones de ambos maestros. Aunque las dos exposiciones están separadas por cientos de metros del extendido Palazzo Reale de Milán, no es difícil percibir la continuidad entre uno y otro. Una continuidad de ruptura con el arte y la sociedad española. La represión, de diversas maneras, se ejerció sobre ambos artistas. El Greco resultó exilado de cualquier posibilidad de pintura mitológica. Y Goya, peor aún, terminó desterrado para morir en Francia. Los organizadores de ambas exposiciones, estupendas por lo demás, insistieron en estas adversas circunstancias, la represión y el exilio.

La rebellione della raggione (La rebelión de la razón), es como los curadores de Palazzo Reale han llamado la muestra. Lo cual es un acierto. Porque no otra cosa fue Goya, un revolucionario en tiempos oscuros. Tan inconformista como Courbet, pero sin disfrutar de la relativa tolerancia de los gobiernos franceses. En efecto, no es una casualidad que la más grande, y una de las más gloriosas obras de Goya, se encuentre, fuera de España, en el museo que lleva su nombre en la lejana ciudad francesa de Castres. Se trata de “La junta de Filipinas”, un enorme lienzo de 237×447, que presenta a Fernando VII de la manera más ingrata. No conozco la opinión del monarca, si es que alguna vez le concedió una mirada a la magnífica pintura. En todo caso, como su autor, la tela terminó, por diversas razones, en el destierro. La rebelione della raggione insiste en el protagonismo del artista en esos tiempos de indigencia. Tiempos especialmente sacudidos, que vieron el triunfo y decadencia de la Revolución; el ascenso y degeneración de Napoleón, como líder revolucionario; la restauración, o cómo cambiarlo todo para que todo siga igual; la guerra contra la invasión napoleónica y, por último, la consolidación de la dictadura coronada de Fernando VII, que hundiría a España en una decadencia de la cual está, no sin grandes esfuerzos, terminando de salir. En términos puramente estéticos, la situación no era menos compleja. Goya comienza a la sombra del Rococó y termina asimilando lo mejor del romanticismo, que es la libertad creativa, la cual se le negaría repetidamente por sus compromisos con ilustres clientes, como se queja en la correspondencia con sus amigos. No obstante, será al margen de ambas tendencias cuando produzca lo más actual de su iconografía. Me refiero a su poderoso realismo, que sería prolongado por los grandes artistas franceses del XIX, como Courbet o Manet. En este sentido, el maestro de Fuentedetodos fue el mejor intérprete de Velázquez, cuyo realismo crítico es una de las fuentes de la modernidad.

Retrato de Leandro Fernández Morati. 1799. Francisco de Goya

La exposición milanesa tiene un interés adicional al que toda muestra de Goya despierta. Me refiero a la colaboración de la Pinacoteca de la Academia de San Fernando. En su dilatada colección se encuentra una serie de obras importantes no siempre visitada o, en todo caso, no tanto como las salas de El Prado. Además, el público milanés puede apreciar otras pinturas conservadas en colecciones privadas y no siempre expuestas al público. Entre las primeras, está la serie de seis pequeños lienzos donde el artista presenta a unos niños jugando al aire libre. Con un realismo descarnado, Goya se detiene en la descripción de los modales y apariencias de los protagonistas con una intención claramente sociológica y política, como en la serie “Juegos de niños”, realizados entre 1775 y 1880, y a los cuales se refiere el mismo Viola Nieto: “En medio de una imagen aparentemente amena, Goya oculta la crítica social, sacando a la luz a los niños de las clases populares de la España del siglo XVIII, como revelan la ropa y el ambiente ruinoso donde se desarrolla escena.” Una simpatía que se prolonga hasta el final de su vida y que lo mantuvo cerca de los simpatizantes de la Ilustración en España e involucrado con este ideario. Con muchos de los cuales compartirá su exilio en Burdeos. A diferencia de Velázquez o El Greco, a Goya se le hacía difícil mantener de bajo perfil su racionalidad crítica. Una postura de alto riesgo en tiempos de Fernando VII, de cuya desconfianza, así como la de la santa y poderosa inquisición, lo salvaron influyentes patronos, poderosas aristócratas y los buenos consejos de los amigos que recomendaron el destierro. No es casual que los organizadores hayan incluido dos de los grandes retratos de Goya. En ambos casos finos intelectuales, de lo mejor que la frustrada Ilustración española podía ofrecer. El de Moratín, que pasa por ser uno de los más bellos de la pintura española. Y el imponente, casi heroico, dedicado a Jovellanos. Moratín fue un poeta e intelectual de una Ilustración que nunca fue. Escribió de todo y fue celebrado por lo que escribía, pero mucho menos por lo que pensaba. Compartió afectos e ideas con Goya durante toda su vida, y murió, como él en Francia. Su famoso soneto “La despedida” da cuenta se este desencuentro con la patria natal:

Dócil, veraz: de muchos ofendido,
de ninguno ofensor, las Musas bellas
mi pasión fueron, el honor mi guía.

Pero si así las leyes tropellas,
Si para ti los méritos han sido
Culpas; adiós, ingrata patria mía. 

Retrato de Gaspar Melchor de Jovellanos. 1798. Francisco de Goya

A Jovellanos, por otra parte, le debe España escritos fundacionales sobre la cuestión agraria y la educación. Valiosos aportes a la modernización de España que fueron retribuidos por la corona con seis años de prisión. Goya lo presenta en la actitud propia del melancólico, no muy distintoal ángel de Durero. Más que de un poeta triste, se trata de un intelectual, un pensador, resignado ante la incomprensión que lo rodeaba en la España de tiempos oscuros. En su ensayo para el catálogo, el profesor Viola Nieto escribe: “Goya representa un individuo de humor melancólico y triste, en el umbral del desaliento ante la imposibilidad de realizar sus proyectos reformistas. El retrato expresa un estado de profunda “malinconia” (hoy diríamos depresión) y de pesimismo frente a la incapacidad de transformar racionalmente la realidad. Un proyecto político fracasado encuentra su respuesta artística en la obra de Goya, superando los modos y costumbres de la pintura del “Ancient Régime”.

Los Desastres de la Guerra No. 33. 1815. Francisco de Goya

La última sección de la muestra “La guerra” es de una escalofriante actualidad. Después de setenta y cinco años de relativa paz, a partir de la Segunda Guerra Mundial, Europa se vuelve a ver en el espejo de esos Desastres de la guerra, mientras en el Medio Oriente se habla de genocidio. La actualidad de los grabados de Goya es producto de la visión que tenía el maestro español de los conflictos armados. A su manera de ver, lo menos importante es lo meramente episódico, fusilamientos, exterminios, mutilaciones, lo que verdaderamente debe preocuparnos es la sugerencia de que la guerra es una fatalidad, algo inevitable, inherente a la raza, un arquetipo. La guerra de independencia de España es la misma desde Troya. Sus personajes, deformados por la violencia, son los mismos que ayer no más compartían la polis con nosotros. Para Goya, el hombre es un homo necans, y los desastres son el subproducto de esta concepción del hombre. Recorrer las salas de la última sección es como ver el noticiero de la noche en televisión dedicado a informar sobre Ucrania o Palestina. Nunca la guerra, en las artes plásticas, ha sido presentada de esa manera. Lo que logró Goya, como nadie más lo ha hecho de manera tan sistemática, fue ilustrar uno de los más terribles arquetipos de la tribu humana: la guerra. La muestra de Palazzo Reale es una extraordinaria antología de la obra de un gran artista que no quiso escapar de las influencias de su tiempo, uno de los más agitados y oscuros de la historia de España, por eso pocos artistas más españoles en su grandeza, que Francisco de Goya, gran protagonista de la rebelión de la razón.


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