Entrevista

Ariana Neumann: “Ya tengo una imagen de mi padre”

14/05/2023

Foto cortesía

Terminé de escribir esta entrevista y siguen las preguntas, las dudas, la melancolía y una extraña sensación que me obliga a tomar una bocanada de aire. Me atormenta saber que el Holocausto es un tema universal, de haberlo entendido a cabalidad, después de leer el libro de Ariana Neumann*. ¿Por qué lo es? La pregunta es escalofriante. La peor oscuridad, el mal en toda sus prácticas y formas. Hasta el punto donde el silencio y el vacío corren como el agua para inundar hasta el último rincón del alma. Sí, el verdadero monstruo de la Historia es el hombre.

Del personaje de este libro tengo varias referencias, todas al oído porque nunca lo conocí en persona. En la revista Número, de la que creo era accionista, me formé y aprendí todo lo que sé de este oficio. Así que cuando murió, me ofrecí para escribir un obituario en el diario El Nacional. Hans Neumann siempre aparecía en segundo plano, sabía ocupar un lugar casi imperceptible, aunque era un dandy o eso creía yo. Sabía que era un seductor, que había conocido a muchas mujeres, como lo señala Ariana, su hija, en el valiente testimonio que ha escrito bajo el título “Cuando el tiempo se detuvo”, Al ponerme en contacto con ella, a través de su editor en Caracas, Sergio Dahbar, hablamos un poco de Hans y ella me envió una foto de mi artículo. “Tengo tus palabras conmigo aquí en Londres”, me escribió por WhatsApp.

En un perfecto español caraqueño, Ariana Neumann me habló de su investigación, de lo que su padre le dejó en herencia cuando le entregó una caja llena de un montón de papeles, de documentos, de fotos, de tarjetas de identidad, de permisos de viaje, de todo lo que la eficaz burocracia de los nazis le exigía a los judíos por el simple hecho de ser judíos, antes de transportarlos a los campos de concentración en los países del este, en los cuales eran asesinados en las cámaras de gas. Hans siempre iba un paso adelante y este este libro, de secuencias cinematográficas, es la historia de  un hombre con suerte. Del deseo inquebrantable de sobrevivir y recuperar su vida.

De Hans Neumann, a lo largo de cuatro décadas, podemos decir que fue un hombre que construyó una de las empresas más importantes de Venezuela, que fue coleccionista de arte, un filántropo, un gran anfitrión en su casa de Los Chorros, un seductor incorregible. Pero eso no lo convierte en un impostor, sino en un hombre de muchas caras. De ellas, ¿Cuál fue la que despertó su curiosidad?

De sus caras, que eran muchas y muy efectivas, puedo decir que él se metía de cabeza en cada una de ellas. Tenía una enorme capacidad de trabajo y le gustaba todo lo que hacía. Hizo amistad con los artistas y con el mundo del arte, recuerdo a Cornelis Zitman, a Gego, a Isaac Chocrón, a Sofía Imber, y a tantos otros que frecuentaban nuestra casa en Los Chorros. Una gran pasión recorría todas esas caras. Uno cree que un hombre de empresas no se va a meter en los detalles, en la conservación, o la forma cómo debe exhibirse una obra de arte. Él tenía que saberlo todo. Y aún así había unos silencios que no cuadraban con el gran industrialista, ni con el gran anfitrión o el coleccionista de relojes. Había algo fuera de lugar. Mi padre se esmeraba a la hora de vestirse, de elegir las yuntas que hacían juego con la camisa y el cinturón elegante. Pero yo sabía que algo no cuadraba. Las agujas del reloj daban un saltico que estaba de más, pero sin alterar la medición del tiempo. Te tenías que concentrar para percibir que algo fallaba. Había una distancia entre mi padre y las personas con las que se comunicaba. ¿Cuánto de él podía entregarles a sus amigos, a quienes lo conocían, a quienes lo trataban? Eso era un misterio. Entonces, el hecho de suponer, incluso de sospechar, que no todo me lo habían contado, fue lo que me llevó a investigar el pasado de mi padre.

Siendo una niña detective descubre una tarjeta de identidad a nombre de Jan Sebesta. La foto, sin embargo, era la de Hans Neumann. Se trataba de un robo de identidad. Un mecanismo para burlar a la Gestapo, que lo buscaba como a un peligroso delincuente. Lo curioso es que, en circunstancias extremas, en las que corría el riesgo de ser descubierto, lo acompañó la suerte, ¿Una combinación de coraje, de frialdad y buena suerte?

Lo que mantuvo vivo a mi papá fue su determinación a sobrevivir a cualquier precio. Es cierto, tuvo suerte. Pero no creo que mi papá fuera particularmente valiente. Las circunstancias lo obligaron a tomar decisiones muy difíciles. Claro, demostró que tenía coraje. Quizás lo hizo porque no le quedaba otra. Él niño desafortunado, que era bromista, que hacía diabluras en la calle con su mejor amigo, Zenek, tomó la decisión impensable de esconderse de los nazis bajo sus narices. Se fue a Berlín, la capital del Reich. Él pudo quedarse en Praga y esconderse en las casas de familiares y amigos, como hicieron tantos otros perseguidos. Te repito, no creo que haya hecho nada particularmente heroico, pero en Berlín, a través de un compañero de trabajo de origen holandés, les pasó información a los aliados (Neumann trabajó en el departamento experimental de una fábrica de pinturas que creó un revestimiento especial para los cohetes V2 desarrollados por Wernher von Braun). Creo que una acción como esa, continúa Ariana, exige valentía. Pero, me pregunto. ¿Hacer lo correcto no es lo que haría cualquier persona cuando enfrenta esa circunstancia? Quizás lo hizo porque se sentía culpable por haber sobrevivido, por pensar que pudo haber hecho mucho. Esa sensación de que no hizo lo suficiente, lo persiguió toda su vida.

En un viaje que hacen sus padres a Suiza para esquiar, el capitán del avión advierte que, por razones meteorológicas, se van a desviar para aterrizar en Austria o Alemania. Al escuchar el aviso, Hans Neumann empieza a sudar, sus piernas, sus manos, tiemblan. Es casi un ataque de pánico. Creo que usted no conocía el miedo en su padre, ¿Qué pensó cuando supo de este episodio en Caracas? 

De niña sabía de sus pesadillas, pero obviamente era algo que estaba en su cabeza. Un mal sueño. Yo nunca vi que le tuviera miedo a nada. Todo lo contrario, mi papá era de una fortaleza enorme. Muy pocas veces percibí que podía ser una persona vulnerable. Seguramente, cuando mi mamá me contó ese episodio estaba desconcertada. Pero como te digo, nunca vi que el miedo lo dominara. Yo recuerdo ir sentada en sus piernas, mientras él pilotaba una avioneta cuando íbamos a una finca que tenía cerca de un pueblito llamado Miranda, en el estado Carabobo. No es que él hacía piruetas en el aire, porque siempre fue muy cauteloso, pero pretendía, o me hacía creer, que era yo la que aterrizaba la avioneta. Pero cuando escribí el libro, ya siendo una mujer adulta, me di cuenta de que allí había un trauma que él no había procesado. En ese asiento de avión, el pasado, lo que vivió hacía 50 años, se le viene encima. Hay momentos en los que uno va cuadrando los recuerdos que te asaltan. Y por la historia, sabía que ese trauma era absolutamente brutal y enorme.

No hay memoria sin identidad. La joven Ariana Neumann asiste a un colegio católico en el que advierte que sus compañeros cuchichean a sus espaldas, es blanco de unos rumores. Y, a pesar de que su padre le advierte que deje el pasado en el pasado y de que tu madre hace lo propio, con otras palabras, esa misma joven se va a un internado en Europa y ahí empieza a explorar sus raíces. ¿Qué podría decir sobre esa mezcla de memoria e identidad?

Una y otra están muy entrelazadas, ¿No? Yo siempre sentí que no cuadraba bien, digámoslo así. Había algo, no sólo en mi papá, que tampoco cuajaba. De niña fui a un colegio laico, el Santiago de León de Caracas, y la pasaba bien con mis primos. Pero yo quería ir a un colegio católico, al San José de Tarbes, porque ahí había estudiado mi mamá. Yo quería ser como ella. Ella estaba llena de vida, llena de luz y era absolutamente preciosa, pero de mí decían eres igualita a tu papá. En esa búsqueda de identidad me inscriben en el Merici y ahí si no cuadro. Y no sólo porque era judía, sino porque tenía unos padres divorciados. A mí me buscaba el chofer y a los demás los buscaban sus papás. Nunca fui la típica niñita del Merici. Sigo buscando, sin saber que soy producto de una mezcla de cosas muy distintas, pero a esa edad no lo sabía. Me voy a Suiza, por el divorcio de mis padres y porque no me siento bien en el Merici. Entre los 14 y 25 años estoy tratando de entender quién soy, lo que quiero en la vida y de dónde vengo. Por el lado de mi madre, no había misterios, tenía tías y tíos, primos hermanos y primos segundos, allí tengo raíces muy afincadas desde siempre. En cambio, con mi padre no tenía la menor idea de cuáles eran esas raíces. Yo me caso, tengo hijos y en en la primera década del 2000, cuando mi papá estaba muy enfermo, es que quiero saber qué les voy a pasar a mis hijos. Obviamente, yo soy venezolana, a ellos les preparaba arepas y tequeños, aunque soy un desastre en la cocina, les hablaba en español, les leía la poesía de Andrés Eloy Blanco. ¿Pero qué les iba a decir de la familia de mi papá? Lo único que sabía es que durante un tiempo mi papá usó una identidad falsa. ¿Qué había pasado? ¿Qué cosas había vivido? Presentía que era un tiempo de oscuridad. Todo eso me lleva a buscar respuestas, a entender por qué mi papá tenía pesadillas, a saber realmente quien era Jan Sebesta, a descubrir el origen de esa tarjeta de identidad falsa.

¿A buscar sus raíces judías?

Yo, por supuesto, me siento judía, porque los nazis asesinaron a 25 miembros de mi familia, por el simple hecho de ser judíos. Pero mi papá nunca se catalogó como tal. El nunca se sintió judío, digamos, de la manera en qué yo podría sentirme judía. ¿Quizás por el antisemitismo tan terrible que vivió? No lo sé. Él siempre decía: Yo soy quien quiero ser. Y dentro de esta complejidad, sale la necesidad de buscar mi identidad.

Entiendo que empieza esta investigación a los 30 años, ¿Cuánto tiempo le llevó este trabajo? ¿Le pasó por la mente la idea de tirar la toalla? No sé si tiene, al igual que su padre, una personalidad obsesiva. ¿O resultó suficiente la pulsión de develar un misterio y, sobre todo, superar el silencio?

Mi papá se muere en septiembre de 2001 y me deja una caja llena de papeles, documentos, cartas, fotografías, cosas del tiempo de la Guerra.  Limpia todo porque él sabía que se iba. También sabía que yo tenía preguntas que él no podía responder. Seguramente iba a caer en una depresión profunda. ¿Cómo podía enseñarles a mis hijos pequeños que en la vida hay cosas maravillosas cuando yo me estaba metiendo en la fase más oscura del siglo XX europeo? Me toma 10 años reunir el coraje y la valentía para hacer la investigación. Te diría que hubo muchísimos momentos en los que pensé que lo mejor era tirar la toalla, porque en ese laberinto me frustraban muchas cosas.

Entonces, ¿Por qué siguió adelante?

Tuve mucha suerte porque la gente me abría sus puertas, estoy hablando metafóricamente porque a muchos los contacté mediante llamadas telefónicas o a través de sus redes sociales. A Zdenek Tuma, por ejemplo, lo consigo después de siete años, porque en la república checa ese nombre es tan común como José Pérez en Venezuela. Él puso a mi disposición el archivo de su padre, quien fue un amigo valiente y leal del mío. Tuma había escrito sus memorias, tenía una cantidad enorme de fotos y guardó todas las tarjetas de Navidad que le envió mi papá. Otro momento promisorio es cuando consigo a la hija de la primera esposa de mi tío Lotar. Eran coincidencias increíbles. O el dueño de la que fuera la casa de mis abuelos, Otto y Ella, en Libcice, un pequeño pueblo a las puertas de Praga. En el sótano de esa casa había una caja fuerte de la familia de mi padre que sobrevivió a una gran inundación. Allí había toda clase de papeles de mi familia y los pude tener conmigo. Todos fueron indicios de que debía seguir adelante. O quizás me dejé llevar por una mano divina que me iba guiando. No sé si tengo la personalidad obsesiva de mi padre, pero sin duda comparto muchas de sus características personales. Yo no me rindo fácilmente. Y sí, quizás soy un poquito obsesiva. Si algo me interesa, me obsesiono y quiero saber todo acerca del tema. Hay ciertas preguntas que no pude responder, pero ya tengo una imagen de la vida de mi padre durante la Guerra.

Son dos o tres páginas, en todas ellas se respira tensión, usted viaja con su padre a Praga, le pide que la lleve a la casa de sus abuelos, pero él le dice que no hay tiempo, que pueden perder el avión. En cambio, habla con el chofer en checo y ustedes terminan en la estación de trenes de Bubny. Su padre camina hasta la cerca alambrada, se aferra a ella y estalla en llanto. “Aquí nos despedimos”, dice. Usted lo consuela, lo abraza como si fuera una madre, una hermana, una hija. ¿Qué pensó al verlo desamparado, desvalido, vulnerable?  

Verlo así era inconcebible, nunca lo vi tan desmoronado, tan desamparado, como bien dices. Efectivamente, es como si no estuviera allí. Esa persona, casi que no era mi papá, temblaba y zarandeaba la cerca con ambas manos. Fue la única vez que lo vi llorar. Ni siquiera cuando murió mi hermano Miguel. Él allí perdió totalmente el control (en Bubny fue la última vez que Hans Neumann vio a sus padres con vida. Ambos, Otto y Ella murieron en las cámaras de gas en Auschwitz). En algún momento, nuestros padres nos necesitan. Ahí fue donde me tocó a mí. Mi padre acababa de superar un cáncer de estómago, estaba sumamente delgado. Regresar a Praga. Ir a la estación lo volvió vulnerable. Sí, fue terrible. Me dio un miedo enorme. Ver a mi papá en ese estado me hizo pensar en los monstruos que lo perseguían y de los cuales no podía escapar. Eran espantosos, terribles.

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Cuando hace el conteo final -25 familiares asesinados en distintos campos de concentración-, dice que quizás ha resuelto los misterios, pero no ha podido reunir el coraje para ir a Auschwitz, son tantas cosas encontradas. A veces contradictorias, sin duda sobrecogedoras. ¿Podría decir algo alrededor de este planteamiento?

Yo diría que el trauma que provoca un hecho tan devastador, te sobrepasa. Fíjate que mi papá hizo todo lo posible por protegerme de ese trauma, pero yo creo que eso se transmite genéticamente, se transmite a través de los silencios y de tantas ansiedades. Sin saber los detalles, yo creo que lo intuía, pero cuando tientes conciencia de que sólo cuatro de los 29 miembros de tu familia que fueron transportados a los campos sobrevivieron, es durísimo. Al mismo tiempo, seguramente fue un horror para mí papá, para mi tío Lotar y para los que sobrevivieron. Yo quise enfocar la vida de mi padre, de mi familia, durante la Guerra de una manera distinta. A muchos no los conocí, pero a través de las cartas, de los documentos y de mi propia investigación, quiero creer, quiero decir, que, repentinamente, estoy consiguiendo a mi familia. Ya sea a través de los recuerdos de quienes sobrevivieron o de sus propias palabras, cuando leo sus cartas. Están aquí, están conmigo, haciendo las cosas que les gustaba hacer, tal vez disfrutando de sus vidas. Si enfocara esto de una manera distinta, seguramente me volvería loca. Quizás sea un mecanismo de sobrevivencia de mi parte, pero es lo que hago. Esos fantasmas que yo imagino llenos de amor y de alegría me hacen la vida más plena. Enforcalo de esa manera me ayudó a terminar la investigación de mi libro. Si lo hubiera visto desde la oscuridad, me habría lanzado a los rieles de un tren en marcha.

Dices que queda pendiente un segundo libro que trate la vida que tuvo tu padre en Caracas, el industrial que creó un emporio industrial y la marca de pintura que es todo un genérico: Montana. A mí me encantaría leer ese libro.

… ¿? Te iba a proponer que lo escribieras tú.

Escribió su libro en inglés, ¿Pero en qué idioma escribió Hans Neumann los papeles que encontró en la caja?

En español -pienso en la carta que le escribió el tío Richard Neumann a sus sobrinos, Hans y Lotar antes de que se instalaran en Venezuela, donde había una oportunidad, porque no había una fábrica de pinturas en el país. “Lo único que necesitan es cuidar de su buena salud, aprender un poco de español y tener una sana dosis de optimismo. A pesar de que Hans Neumann nunca lo hablaba con un fuerte acento checo, escondía a un narrador en sus variados talentos. Su escritura es de un gran nivel.

¿Ya vendió los derechos cinematográficos de su libro? 

El departamento audiovisual de la BBC mostró interés, me han llegado rumores de que otras empresas de streaming podrían contactar a mi agente, pero no hay nada concreto. Aunque no quisiera que fuera una película sobre el Holocausto.

No puedo terminar esta entrevista sin antes preguntarle ¿Qué piensa cuando le llegan las noticias de Venezuela, de los más de siete millones de venezolanos que buscan refugio en 94 países del planeta?

Me parte el corazón. La Venezuela de hoy es un país muy distinto al que acogió a mi papá. Que el país atraviese por la peor crisis humanitaria después de la de Siria, me resulta inconcebible. Pero yo tengo esperanzas, porque la tragedia ocurre en todas partes del mundo, pero muchos se recuperan y creo que Venezuela superará esta circunstancia tan difícil y volverá a ser el país donde tantas personas pudieron hacer sus vidas.

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**Licenciada en Historia de la Literatura Francesa por la Universidad de Tufts; Maestría en Literatura Española y Latinoamericana por la Universidad de Nueva York; Curso de Formación Profesional en Psicología de la Religión, Universidad de Londres. Ha colaborado con diversas publicaciones, entre otras: The European y The New York Times. Su libro Cuando el tiempo se detuvo ha merecido varios premios, entre otros: the Dayton Peace Prize for Non Fiction, en 2021; Best Memoir at The Jewish Book Awards, en 2020 y The Wingate Prize.


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