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Vinotinto sub-20 vs. Brasil: la derrota no pesa

Marquinhos Cipriano, de Brasil, compite por el balón con Samuel Sosa, de Venezuela, durante un partido de fútbol del Sudamericano Sub-20 en el estadio El Teniente en Rancagua, Chile. Fotografía de Claudio Reyes | AFP

21/01/2019

Se puede jugar bien y perder y se puede jugar mal y ganar. Punto. No hay que darle muchas vueltas a este asunto. O al menos yo no se las doy. Ahora, si usted cree que la valoración de un partido solo lo dictamina el resultado, entonces, por su paz mental, puede abandonar estas líneas.

Establecidas las reglas de juego de este análisis, comentábamos sobre el primer partido ante Colombia que Venezuela tiene problemas en el cómo y en el cuándo. El 1-0 ante los neogranadinos pertenece a ese tipo de juegos en los que el rival parece tener cruzado el arco. El devenir del torneo, no obstante, nos demostró que hay una explicación sencilla: 243 minutos tardó la selección del país vecino en marcar. Lo hizo ante Bolivia, el más débil del grupo. Conclusión: la Vinotinto se benefició de un equipo romo en ataque.

Pero para ganar no basta con mantener el arco en cero o tener suerte. Hay que meterla. Y a falta de producción, de generación, de pisar el arco rival, el balón parado es una solución; si, y solo si, existe una pierna educada. La de Samuel Sosa es summa cum laude. Decretó el triunfo que le abrió el camino a la Vinotinto en este Sudamericano sub-20.

Comenzar con tres puntos en un torneo corto permite manejar diferentes escenarios. Es la mejor noticia para un entrenador y los jugadores: destraba las urgencias y las piernas. Con una derrota encima, un gol en contra en el siguiente partido puede ser el principio del fin. En cambio, con una victoria el espíritu se fortalece y la remontada se hace posible. Así le dio la vuelta la Vinotinto a Chile (1-2).

Aún así, la puesta en escena contra los australes volvió a dejar ese sabor de conformismo. Los últimos minutos se jugaron al límite, cediendo el balón a un rival que pisaba cada vez más y más el área. Los de Rafael Dudamel buscaron en diferentes pasajes del primer y segundo partido explotar el contragolpe, pero les cuesta encontrar al hombre bien posicionado. Incluso lanzar la pelota a la espalda del defensa. Es como si a esta arma le faltara ensayo y error.

Contra Brasil, con seis puntos y una tabla de posiciones que les permitía mantenerse aún en la lucha independientemente del resultado, Venezuela intentó más. Conceptualmente, hizo lo necesario para superar a un rival que históricamente le vence desde la concentración.

Venezuela no es un equipo que se parta. Juega en bloque. Sus defensas y volantes están conectados y se relevan. Por los costados, Pablo Bonilla tiene mucho más despliegue que Ricardo Mangana. De hecho, Bonilla pudo haber cambiado la historia de este partido con ese zapatazo que fue repelido por el portero Alves.

Ese ingreso de Bonilla fue de las pocas sorpresas que la Vinotinto mostró. Y en el fútbol actual, sin jugadores que lleguen para desacomodar al contrario, es muy difícil ejercer superioridades. Sobre todo si tomamos en cuenta que Brasil no tuvo problemas en ceder el protagonismo a Venezuela.

La posesión de la pelota es productiva siempre y cuando termine en una jugada de ataque. Se puede tener el balón hasta tres cuartos de cancha durante 90 minutos y el rival te puede ganar en el descuento con un córner. De tal manera que lo que se le pide a la selección nacional no es que prevalezca en el manejo del balón porque nos parece “bonito”, sino que hiera con él.

Brasil realizó dos cambios en el cierre del partido: en el minuto 89 y en el descuento. Eso habla del buen encuentro que realizó Venezuela. Es una declaración de respeto por las cualidades del rival. Los amazónicos necesitaban tiempo porque sabían que el empate, aún cuando faltaban dos suspiros, era probable.

Y si vemos el desarrollo de la historia en retrospectiva, entendemos que con más volantes habilidosos Venezuela se hace más profunda. Hurtado puede estar clavado 200 minutos en el área y seguir en blanco en su cuenta corriente. Si la Vinotinto quiere evolucionar requiere que el delantero de Gimnasia de La Plata no sea una isla. Sus características son muy diferentes a las de Rodrigo, el verdugo de la selección, pero al brasileño le bastó dos apariciones para talar el bosque. La productividad es una mezcla de calidad y explotación de las debilidades contrarias.

Sin asociación, Venezuela seguirá dependiendo de lo que pueda hacer Sosa. Al volante de Talleres de Córdoba le sobraban revoluciones hoy. Su rabia partía de saber, de entender, que podían dar más que lo visto en la cancha.  Y si alguien mejoró al equipo de Dudamel fue el ingreso de Brayan Palmezano. Arrastró marca, buscó a los de adelante, asistió y obligó a que Alves fuera figura en los minutos finales. Allí hay pistas sobre lo que podría gestarse con menos urgencia y necesidad.

Le queda un partido a Venezuela. Una victoria ante Bolivia lo pondrá derechito en la siguiente ronda. Incluso un empate. Visto el juego de los del altiplano ante Colombia, no hay razón para dudar de un resultado positivo. La pregunta es si este partido contra Brasil fue el resultado de la evolución natural del ecosistema o si respondió exclusivamente a la ausencia de deseo del rival por la redonda. Pronto sabremos la respuesta.


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