COVID-19

Coronavirus: En Medellín volvieron los aguacateros

Fotografía de JOAQUIN SARMIENTO | AFP

20/04/2020

No he conocido ciudad que idolatre tanto al aguacate como Medellín. Los vendedores ambulantes lo saben. Anuncian su llegada a los barrios con un grito que se podría escuchar, si estuviéramos en Caracas, en la cruz del cerro Ávila. En las primeras semanas de marzo, cuando el gobierno y las autoridades regionales extremaron las medidas de reclusión por el coronavirus, esos gritos desaparecieron, pero un mes después volvieron. Es una actividad de alto riesgo durante el encierro: la multa es de 930,000 pesos (US$ 232). La sanción equivale a despachar más de 300 aguacates en un solo día, una quimera obviamente.

Antes de que comenzara abril, se hizo viral un video de un aguacatero, que grafica los problemas de un país en el que casi la mitad de la población vive o depende la economía informal. “Haga el comparendo que quiera. Cómo que no puedo trabajar. Respete a la gente. ¡Dónde está la ayuda del Gobierno, dónde está! Que uno no puede trabajar. ¿Me va a pagar el arriendo, me va a pagar la pieza?», dice el hombre a la uniformada que le sancionaba. El protagonista de la historia tuvo suerte, el alcalde de Medellín, Daniel Quintero Calle, ofreció asistencia, pero la mayoría de historias, en una ciudad de casi tres millones de habitantes, no se ventilan en las redes sociales.

Basta caminar tres cuadras diarias, gracias a un perrito que sirve de salvoconducto, para ver algo del reordenamiento en plena crisis. Porque así de particular es esto: mientras un aguacate es un peligro de contagio, una mascota es un pasaje a la libertad, al menos por algunos minutos. Los paseadores nos saludamos con una pequeña reverencia, como si fuéramos agentes secretos. En ese tránsito, he visto al borrachito de la cuadra escarbar en la basura; a las ratas, como lo anticipaba un reportaje del New York Post, cambiar la oscuridad por la luz y a las parejas discutir en los balcones.

No todo es tristeza, claro. Mi vecino desplegó una pancarta con imágenes de muchos productos. Ahora vende lo que necesitas para protegerte del “verdecito”, como lo llama mi hijo: guantes, tapabocas, alcohol, trajes, botas y hasta lentes. Parece que el negocio va viento en popa, hace poco brindó hasta tarde, con vallenato de fondo. Fue como tener un Live de Diomedes Díaz desde el más allá.

El alcohol, por cierto, es un negocio que no ha parado desde que el presidente Iván Duque Márquez anunció la cuarentena, una buena noticia para mi cuñado, un norteamericano de la tercera edad que vive cazando ofertas de vino. En cambio, es una mala noticia para mi tía, que todavía no sabe cómo hacer para que su joven hija deje de recibir visitas. Los invitados llegan con una botella para alegrar la tarde. No es un comportamiento aislado. A la primera semana, después de dictada la cuarentena, la Alcaldía de Medellín impuso 1.254 comparendos. Como las oportunidades las pintan calvas, las propias licorerías están vendiendo licor isopropílico, una anomalía porque si llamas a las farmacias, te dicen que ese producto está agotado.

Pero estar confinado, en un barrio de estrato 4, también te aleja de otras realidades. Mientras escribo estas líneas, por ejemplo, me entero de los trapos rojos, que se están colgando en las ventanas como un grito de ayuda por la falta de comida. Gracias a un amigo, que trabaja con organizaciones de ayuda, conocí la iniciativa de entrega de mercaditos a venezolanos que perdieron sus trabajos. Por otro grupo de Whatsapp, supe de un intento de repatriación desde Medellín. Según me cuenta una de los participantes, todo se volvió un caos en medio de acusaciones de xenofobia.

Con el cierre de la mayoría de negocios de comida y bebida, regresaron algunos venezolanos a las puertas de los pequeños y grandes mercados. Ya no piden una ayuda económica, sino un producto para comer. En una misma cuadra pueden ser cinco o seis. Algunos tienen unos caramelos para intercambiar el favor, otros se ofrecen para cargar tus compras.

El drama con los venezolanos no es nuevo; no obstante, ha recrudecido en estos días. Rentan precarias habitaciones de personas que viven de esos alquileres. Ahora, es una cadena de necesidades irresueltas. Al salir de un supermercado me topé con Angélica. Estaba vendiendo aguacates. Le advertí sobre el riesgo. “Ya me multaron”, me respondió y soltó una mueca de resignación. Cuadras más adelante, un hombre arrastra una carretilla, pero en lugar de aguacates, ofrece tapabocas y guantes. Crisis es igual a oportunidad, dirán los más optimistas.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo