The Last Dance: El método Michael Jordan

23/05/2020

Michael Jordan durante el juego 4 de las semifinales 1994 de la Conferencia Este de la NBA contra los Knicks de Nueva York. Fotografía de Timothy A. Clary | AFP

Tuve la oportunidad de ver The Last Dance una semana antes del estreno. ESPN me envió ocho de los 10 capítulos para hacer la crítica. Los dos primeros episodios me atraparon. Luego, la emoción fue menguando por el camino del discurso, que contradecía su sinopsis. “Esto bien podría llamarse El método de Michael Jordan, escribí entonces.

Previo al lanzamiento, existían pistas sobre el tipo de producto que veríamos. El director Jason Hehir alimentaba el morbo asegurando que se “sorprendió” cuando Jordan y ESPN aprobaron algunos capítulos que podrían ser “controversiales”. Según esta narrativa, el 23 de los Chicago Bulls temía que su popular imagen fuera manchada, que la gente pensara que era un tipo “horrible”, por algunos testimonios.

Hehir, queriendo o no, advertía los filtros del documental. Y esto es importante, porque cuando escribes sobre una serie o una película, debes tomar distancia. Cuando se trata de un documental, esa distancia debe ser mayor, porque los principios del género exigen un compromiso que a la ficción no le interesa. El principal: el contraste de fuentes. 

Y no es fácil alejarse de una narración que desde el principio te traslada a la adolescencia. Por ejemplo, mientras veía a Jordan debatirse entre firmar con Nike o Adidas, recordé cómo a la salida del liceo Carlos Soublette, en San Bernardino, los choros esperaban a una nueva víctima, para conseguir los deseados Air Jordan. Persiste en mi memoria un diálogo con Alexander, uno de mis amigos de entonces, que vivía en el barrio Los Erasos.

–Qué chéveres tus botas, ¿cuánto te costaron?

–Una corridita.

También volví a aquella época en la que la Radio Rochela era una extensión de Por estas calles y Emilio Lovera y Juan Carlos Barry, con sus cortes de cabello platebanda, protagonizaban unos sketchs que hoy ofenderían a medio Twitter y al propio gobierno.

El recuerdo y la nostalgia son armas poderosas. Steve Harvey, en el blog de Marketing de la empresa Fabrik escribe, a propósito de Stranger Things y el boom de lo retro en campañas publicitarias de Coca Cola, Spotify o Apple, que “la nostalgia contrarresta el aburrimiento, la soledad y la ansiedad. De hecho, la nostalgia puede literalmente hacer que las personas se sientan más cálidas en un día de frío. Algunas investigaciones incluso sugieren que la nostalgia puede desencadenarse como una forma de hacer frente a las difíciles transiciones de la vida y los momentos estresantes”.

¿Estás estresado por la falta de partidos en vivo? ¿Estás ansioso por el coronavirus? Llama ya a ESPN.

«A medida que la sociedad navega, esta vez sin deportes en directo, los espectadores aún miran el mundo del deporte para tratar de escapar y disfrutar de una experiencia colectiva. Hemos escuchado las llamadas de los aficionados que nos piden que adelantemos la fecha de estreno de la serie, y estamos felices de anunciar que hemos podido acelerar el cronograma de producción para hacer precisamente eso», dijo ESPN en un comunicado, a sabiendas de que la pandemia había llegado para obligarnos a comer todos los días frente a una pantalla.

La propia empresa de Jordan nos advertía del cambio de fecha del documental. 

En este punto, visto lo visto, realmente no creo en esa preocupación de la que hablaba Hehir. El show que protagoniza el jugador está pensado para que cuando aparezca una voz disonante, gritemos: “Quítate y dame más Jordan”. Porque Michael es bello, es atlético, es competitivo. Es todo lo que no serán Jerry Krause, Scottie Pippen y Dennis Rodman. Sin embargo, si levantas la ceja ante el discurso de televentas que impregna cada episodio, también hay un mensaje para ti.

«Ganar tiene un precio, liderar también tiene un precio. Presioné gente cuando no quería ser presionada; desafié gente cuando no quería ser desafiada y me gané ese derecho porque mis compañeros, que venían detrás de mí, no enfrentaron todas las cosas que yo sí enfrenté. Una vez que te unías al equipo, vivías en un cierto estándar porque yo estaba con ellos y no voy a aceptar menos. Ahora, si eso significa que tuve que ir ahí y patearte un poco el trasero, entonces lo hice». Jordan se mimetiza en Louis Gosset Jr. Y nosotros somos Richard Gere empapados en barro. Así que seguimos pegados al televisor. 

El periodista y escritor cubano Carlos Manuel Álvarez, dice en el Washington Post sobre la serie: “Hay una apología del hombre fuerte, un tímido reconocimiento del mérito ajeno y una celebración del despotismo. Detrás de todo, empaquetado, ya naturalizado, palpita el eslogan que justifica la lógica económica de la publicidad y el mercado libre, justo la ideología que alcanza su cénit a la par del talento de Jordan, y que lo encumbra como su embajador máximo. No importa lo que tengas que hacer para llegar el éxito. El éxito se justifica moralmente a sí mismo”.

Y en eso concuerdo. Entre otras cosas, la principal falla de The Last Dance es que no cumple con su promesa inicial. Esta no es la historia del último campeonato de los Bulls. Es la justificación de una forma de competir. En realidad a Jordan no le preocupa que lo vean como una mala persona, teme que no podamos comprender sus razones y necesidades. Para él, todo vale por una meta y Hehir, ESPN y los productores no hacen el más mínimo esfuerzo por contradecirlo.

Esa falta de contraste, paradójicamente, convierte a los “enemigos” de la estrella en lo mejor de The Last Dance. Terminé sintiendo pena por Krause y por el resto de jugadores, que en lugar de haber formado parte de una gran historia, parecen haber sobrevivido a una secta; parecen haber sobrevivido al método Michael Jordan. 


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