Mundial Rusia 2018

Adiós Croacia, gracias por la esperanza // #Rusia2018

Fotografía de Alexander Nemenov para AFP

15/07/2018

Seríamos millonarios si en lugar de apostar por el ganador, tuviésemos que acertar el que va a perder. En el fútbol, como en la vida, son más los fracasos que las victorias. Aún así seguimos intentándolo. Básicamente es lo que mantiene en pie a Neo ante Mr. Smith: la esperanza.

La vida sería horrible si solo viviéramos de los datos objetivos. O quién sabe, tal vez sufriríamos menos. En casi todas los libros y en las películas distópicas, el status quo hace todo lo posible porque la esperanza sea olvidada. De Farenheit 451 a The Matrix, de V de Vendetta a Blade Runner, de Metrópolis a Gatacca.

Antes de comenzar el Mundial, escribíamos en Prodavinci que la Copa del Mundo se repartía entre 8 países y casi siempre los pequeños, esos que de repente comienzan como un demonio de Tazmania, se van apagando a medida que enfrentan a los curtidos. Rusia 2018, lamentablemente, no fue la excepción.

Pero esas estadísticas, esos números, que existen, que están a la mano de cualquiera que desee investigar, los desechamos –al menos los que queremos que los protagonistas no sean siempre los mismos- para darle un rayito de luz al corazón.

No nos importa si es Croacia, un país que seguramente los venezolanos que no viajamos en los años de abundancia solo conoceremos en los libros, Japón o Bélgica. Los patéticamente románticos en el fútbol nos alineamos siempre con el más pobre, con el de menos nombre, con el de menos estrellas. Es una solidaridad automática, que sale de las vísceras.

Entiendo que hay quienes prefieren el status quo. Los que sienten que un Mundial sin Italia no es Mundial, o que dejan de ver el campeonato cuando eliminan a Brasil. Son maneras de concebir el mundo, de enfrentar el día a día.

Sin embargo, la diferencia entre uno y otro no se establece una vez que termina el partido. El que apostó por Francia dirá que ocurrió lo esperado: que Kylian Mbappé corriera más que Flash, que Paul Pogba tirara esos pases que parecen misiles teledirigidos y que Didier Deschamps se saliera con la suya con su fútbol aburrido y calculado.

Los que queríamos una sorpresa, no obstante, nos lamentaremos toda la vida de la falta que no fue y dio paso al autogol, el penal que pudo no ser pitado y de ese extraño rebote que permitió el tercer gol. Fue un momento de Video Loco, toda la defensa croata no sabía dónde estaba la pelota.

Pero cuando el tiempo pase, pocos recordarán a Oliver Giroud, el delantero sin goles o el N’Golo Kante de la final, a quien Deschamps sacó por miedo a quedarse con 10. En cambio, Rusia 2018 tendrá otros nombres, como Modric, Mandzukic, Perisic… Puede que se cuele en el medio Mbappé. Ya veremos qué le depara el futuro, pero aún es muy torpe para compararlo con Messi en su gambeta o irresoluto para equipararlo con Cristiano Ronaldo.

¿Es un consuelo de tontos? Posiblemente, que el recuerdo no gana títulos, también. Pero ahí seguimos, en cada Mundial buscando como referencia al Brasil de 1970 y a la Holanda de 1974. Probablemente en 30 años, los que escriban en esa página hablarán de la España de 2010 y de la Alemania de 2014.

Y no, no hablo desde el resentimiento. Francia es un equipo que no me genera ningún sentimiento especial, ni a favor ni en contra. Me gustó mucho cuando Zinedine Zidane y Michel Platini se la echaban a la espalda, por lo que hacían individualmente, no por el conjunto.

Porque verán, estudiar y vivir de esto, de seguir el fútbol, te crea una coraza. No creas vínculos emocionales muy fuertes. Sabes que la vida no se acaba cuando un partido o una final termina. Dicen que el “fútbol siempre da revancha”, y es una de las grandes tonterías que de tanto repetirse se vuelven costumbre.

Una derrota es una derrota. Una generación no salva a la otra y un título, así suceda un año después, no borra la pérdida de ayer. El fútbol lo que da es oportunidades, que es muy diferente. ¿Por qué? Porque este es un negocio interminable. No habíamos visto la final de 2018 cuando ya nos enterábamos del calendario de 2022 y de la posibilidad de no sé cuantos equipos para 2026.

“En el fútbol no existen las revanchas sino nuevas oportunidades. Lo que perdiste no lo puedes volver a conseguir”, dijo el argentino Javier Mascherano, que sabe mucho sobre ganarlo y perderlo todo.

Y es esa nueva oportunidad la que nos ilusiona. En unos cuatro años y medio pensaremos, no en quién es el nuevo Francia. Seguramente ya lo sabremos antes de que comience la Copa, porque siempre son los mismos candidatos así estén jugando mal: Brasil, Alemania, Argentina, Italia, bla, bla, bla.

La pregunta es: ¿quién será la Bélgica o la Croacia de 2022? Sin esos pequeños triunfos, sin esa anomalía en el sistema, el fútbol sería completamente aburrido. Tan aburrido como  el que Francia impuso en Rusia 2018.

Así que desde esta esquina, muchas gracias a Croacia por hacer mi labor menos tediosa. Tuve que ver casi todos los partidos del Mundial y anotar estadísticas en hojitas que hoy van directo a la basura. Porque eso es un número una vez utilizado, algo que queda allí para la historia, inamovible hasta que llega otro –un nuevo récord- por ejemplo, y lo tira al balde del olvido.

En cambio, de buen fútbol, de ese fútbol que te llena el ojo, parten las grandes discusiones, incluso para oponerlo a los que se rigen por los resultados. Porque esa es la gran paradoja de esta disciplina. Sin un equipo que represente a la esperanza, así falle una y mil veces, no valdría la pena prender el televisor, ir al estadio, ver un Mundial.


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