Perspectivas

Soy mujer: mi nombre es Estrella

Fotografía de Andrés Kerese / RMTF

20/03/2021

Desde pequeña se sentía diferente, no lo sabía explicar, solo sabía que ese cuerpo no le pertenecía.

Su primera relación sexual la tuvo a los doce años. Tenía el cuento atragantado, quería contárselo a alguien, compartir la experiencia y entender lo que había sentido, lo que había hecho. Escogió a su madre como confidente. La única respuesta que encontró le dolió: “No se lo digas a tu padre, no puede saberlo. Va a matarte”. No le preguntó nada, no la escuchó con paciencia, su madre solo sintió el miedo de la violencia.

Quizás estaba prediciendo lo que sería el porvenir de Estrella. Temió por su hijo, el primero que había parido.

El miedo de su mamá no la sacó de su deseo de explicaciones. Por primera vez, Estrella había tenido sexo y además había sido con un hombre. Ella sabía, sentía, que era lo que tocaba, estar con un hombre era lo que su cuerpo le pedía. Esa experiencia no la hizo libre, al contrario, aumentó sus dudas. “¿Por qué me siento así? ¿Por qué yo soy así?”. Renegó de su diferencia. Había sentido placer, pero no libertad.

En el fondo, siempre supo que era mujer y que le gustaban los hombres. Ser la mayor de cuatro hermanos varones confirmaba su diferencia. No le gustaban las mismas cosas, los mismos juegos de fuerza o de contacto. Como en la casa no había muñecas, disfrutaba estando con su mamá haciendo las tareas del hogar, las compras, las conversaciones de mujeres, la cocina. Disfrutaba todo lo que moviese la energía femenina.

Un día consiguió su traje a la medida, un vestido de mujer. Estaba tirado entre un montón de ropa de hombre que le habían regalado a la familia. Un vestido de flores pequeñas que le cubría un poco más abajo de las rodillas. No había espejo completo y no le importó. No sabe si se veía feo o bellísima: se sentía una princesa.

Ella recuerda que, en esa época, nadie hablaba de transexuales, trans, ni transgénero; mucho menos en La Asunción, Paraguay, donde nació y creció.  Un país en el que, según datos de la Asociación de travestis, transexuales y transgénero, el 65% de las personas trans son discriminadas, el 86% ejerce el trabajo sexual y tan solo el 10% posee educación primaria.

¡Qué iba a saber Estrella que esa diferencia que sentía era la de tener un cuerpo de hombre sintiéndose una mujer!

Cuando su abuela, que la consentía, la vio vestida de mujer, a pesar de lo radiante que Estrella se sentía, le dijo: “Estás muerto para mí”.

Todavía recuerda ese momento de su adolescencia con dolor. Morir para el ser que tanto la había amado, cuando en realidad sentía que estaba naciendo de verdad.

Su madre un día hizo maletas y se fue. Abandonó al padre dejándolo con los siete hijos. Se hartó de la violencia, huyó por salvar su vida. Estrella nunca la culpó. “Yo la entiendo, yo hubiese hecho lo mismo. Mi papá la maltrataba, bebía mucho. Ella tenía que buscar ser feliz”.

Así que Estrella quedó a cargo de las labores del hogar. Era la mujer de la casa, aunque no podía mostrarse así.

Estudió hasta noveno grado. En el colegio se burlaban de ella, le decían “puto”, —que en Paraguay es como llaman despectivamente a un homosexual—. “Me daba mucha rabia que me dijeran así. Yo no era gay. ¡No era gay!”

Lo relata con las emociones revueltas, como si todavía le costara entender que es mujer, como si quisiera insistir en que es una mujer y que ellos estaban equivocados. Lo relata con dolor.

Su infancia y adolescencia estuvieron llenas de momentos duros. Como lo registra la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 2015, cuando apunta en el Informe sobre Personas Trans y de Género Diverso y sus derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, que las “personas trans están sujetas a diversas formas de discriminación basadas no solo en la percepción de su identidad de género, sino también porque sus cuerpos diferentes de las presentaciones corporales femeninas o masculinas socialmente aceptadas. Estas segregaciones a derechos básicos pueden tener como consecuencia, más extrema, la muerte que va a acompañada de impunidad e indiferencia”.

Un día, cuando a pesar del destierro de la abuela comenzó a salir vestida de mujer, su padre se enteró. Él la enfrentó y, en perfecto y fuerte guaraní, la increpó: “¿Y es que a ti te gustan los hombres?”. Quedó paralizada frente él.  Recordó como un grito de salvación las palabras de su mamá: “Que tu padre nunca se entere”.

Estrella sintió un miedo helado que le recorrió todo el cuerpo: “Si le miento, me va a matar, si le digo la verdad, igual me va a matar”. Decidió enfrentarlo con la verdad. “No soy gay, soy mujer”. Vio cómo se fue desfigurando la cara de su papá. Sintió terror de aquel hombre incapaz de entender que fuera gay, mucho menos que se llamara así misma mujer.

Como pudo, salió corriendo hasta que la respiración no le dio más. “Corría como si el diablo me estuviera alcanzando. Todavía siento que corre detrás de mí. Esperé horas a que se me pasara el miedo, rogando que se le pasara la rabia. Me devolví a casa. Mi padre estaba sentado en la sala. Me paré frente a él y le pregunté: ¿Qué hago para cenar? No me miró, pero me dijo: Tú sabes lo que tienes que hacer”.

Todavía temblando, Estrella fue a la cocina, preparó la cena como todos los días y como los que vinieron.

Unos amigos le dijeron: “Hay unos hombres que se visten de mujer, igual que tu”. Estrella dice que le brillaron los ojos de emoción. “¡Hay gente como yo!”.

Fotografía de Andrés Kerese / RMTF

Era una luz. Serían personas con las que compartiría muchas cosas y tal vez la ayudarían a entender mejor sus emociones. También sus necesidades. Les pidió que la llevaran. Estrella llegó a una calle de prostitutas en La Asunción. Su vida cambió. Drogas, hombres, persecuciones, intentos de homicidio.

Hasta el día en que tuvo la muerte muy cerca. Esa noche volvió a correr como si la persiguiera el diablo. Un hombre, pistola en mano, le disparaba para matarla. El cliente se sintió estafado: esperaba encontrarse con los genitales de una mujer.

Las balas estuvieron cerca, pero Estrella volvió a salvarse de la muerte. Una suerte para ella, pues el Observatorio de Asesinatos de Personas Trans registró 2343 asesinatos a personas trans y género diversas en 69 países del mundo, siendo América del Sur y Central —con 1834 muertes—, la región con los números absolutos más elevados, en el periodo comprendido entre el 1 de enero del 2008 hasta el 31 de diciembre 2016.

Y específicamente, en Paraguay, según la asociación Panambi, 54 personas trans fueron asesinadas en distintos contextos, entre 1989 y 2013, quedando impunes estas muertes en todos los casos.

Aterrada, en la oscuridad, debajo de un puente, donde pudo resguardarse de su perseguidor, abrazada a sus piernas recogidas, pensó: “Tengo que hacer algo diferente. Tengo que cambiar esta vida. Pero ¿qué hago?”

Con firmeza se dijo a sí misma: “Si regresas a casa, tendrás que volver a ser hombre. Prefiero morir como mujer”.

Comenzó a estudiar peluquería.

Le cortó el cabello a una vecina que había llegado de España. Era lesbiana. Y le contó que en Madrid había una oportunidad de trabajo como peluquera o maquilladora. Estrella sintió que todo lo que había soñado podía hacerse realidad. Estaba segura de que comenzaría una nueva historia. “¡Eso es lo que yo quiero!”, le dijo con emoción.

La madre de Estrella le dijo: “No confío en esa gente. Te están engañando”.

Comenzaron a arreglar todo para la partida. Estrella sentía que era el puente a lo que siempre había querido: ser mujer, llevar una vida normal, trabajar de día y dormir de noche. La vecina pagó todo: billete aéreo, traslados, todo.

A las tres semanas de estar en España, Estrella era parte de un grupo de mujeres que obligaban a prostituirse. Volvió a las drogas, a dormir de día y trabajar de noche. “Sólo sirvo para prostituta”. Se entregó. Era víctima de trata de personas.

Dice que normalizó sus circunstancias, que le parecía bien tener sexo con varios hombres a la vez y también en turnos diferentes. Que drogarse era rutina porque no pensar era lo mejor. Pasó casi un año.

Una llamada de su madre le revolvió la vida. “¿Qué estoy haciendo?” se dijo. “Ya no podía ver a mi madre sufrir tanto; ella creía que me iba a morir aquí en España y ni se iba a enterar”.

Ahí comenzó a buscar oportunidades para salir. Una asociación de mujeres que trabaja con prostitutas le hizo entender que tenía opciones diferentes. Que si estaba dispuesta a cambiar su vida la ayudarían. Estrella debía más de 3000 euros. Era el monto que estaba obligada a pagar para ser libre.

Huyó de la casa donde la retenían junto a otras chicas. Deambuló con miedo hasta que llegó al centro de ayuda para mujeres prostitutas. Ahí comenzó a escribir una historia diferente, esa misma noche. “Tú eres dueña de tu vida, me dijeron. Nunca nadie me había dicho eso. Yo no lo creía. Me quedé sin palabras, llorando. Esa madrugada dormí con sábanas limpias, sobre un colchón limpio, sin un hombre encima”.

Estrella volvía a burlar la muerte.

Año y nueve meses después de aquella huida, limpia de drogas, el Estado español le aprobó el estatuto de refugiada por razones de persecución por identidad de género. Como lo hizo en el 2002 con una persona de Argelia, que fue la primera mujer trans reconocida como refugiada en España. Hoy, Estrella tiene una pareja estable con la que lleva dos años de convivencia.

Su papá le dice “hija”, aunque ella no cree que sea por aceptación sino por interés. Su madre y su padrastro son un gran apoyo. Y aunque su voz aún genera ceños fruncidos, trabaja como peluquera, donde la llaman Estrella, a pesar de que en su documento de identidad tenga el nombre de varón que le pusieron sus padres. “Soy mujer. Me llamo Estrella”.

“Solo quiero una casita, un trabajo y mi pareja. Más nada. Aspiro a un mundo donde no tengamos que pedir asilo por ser mujer. Hoy soy dueña de mi vida”.

El día de la sesión de fotos para esta entrega, Estrella recibió un correo electrónico: había aprobado el examen para obtener la nacionalidad española.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo