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Sopa de Letras: amor por los libros

Segunda planta de la librería Sopa de Letras, en la Hacienda La Trinidad. Foto tomada de haciendalatrinidad.org

30/12/2020

«La librería no está donde está, sino dentro de mí».

Héctor Yánover

Hace unos años, cuando aún era librero en Venezuela, hice un mapa de librerías. Mi intención en ese momento era que los lectores pudiesen hacer el recorrido. Ahí mencioné mis preferidas y su especialidad. Rescatar ese mapa sería un ejercicio melancólico que nos mostraría un largo periplo que ya no es posible hacer. Sin embargo, no es lo que quiero; todo lo contrario, en esta serie me propongo hablarles sobre las librerías que aún siguen en pie.

La historia de esta librería comienza en la primera parte de 2000.

Andreína Melo, una apasionada de la lectura pero, sobre todo, de la literatura infantil, cuando se estrenaba como mamá fue invitada a vender libros desde su casa por una amiga que trabajaba en Ediciones Ekaré y que sabía de su pasión por los libros para niños. Cuenta que era una especie de chica Avon, pero no vendía cosméticos sino libros. Iba a casa de sus amigas o las llamaba y les armaba una biblioteca; después, cuando sus hijos crecieron, se convirtieron en los mejores vendedores porque recomendaban los libros que a ellos les gustaban.

Mientras esto pasaba, repetía siempre que le encantaría tener una librería. Los libreros sabemos que el boca a boca es lo más importante en nuestro negocio. Un día recibió una llamada, un tanto urgente, de los encargados de la Hacienda la Trinidad para ofrecerle a Andreína y a Marina Bockmeulen –su socia– un espacio en el parque cultural para instalar una librería. A pesar de lo difícil que era abrir un negocio en ese momento, y con mucho miedo, aceptaron.

De esta forma nació Sopa de Letras, una librería que no solo deseaba vender libros sino convertirse en promotora de la lectura, sobre todo la infantil. A Andreína, que proviene de una familia en la que todos son lectores, le preocupaba el hecho de que en los colegios no se estaba promoviendo con eficacia la lectura: “Te das cuenta de que el colegio, que debería ser por naturaleza un gran promotor de lectura, se ha convertido en un antídoto contra la literatura: hace que los niños la rechacen, lo cual es una cosa monstruosa”.

Planta baja de Sopa de Letras. Fotografía tomada del perfil de Facebook Hacienda La Trinidad Parque Cultural.

Lo más importante a la hora de abrir una librería es tener un perfil definido. Esto no te va a garantizar el éxito, pero sí hará que el camino sea menos tortuoso. También debes contar con apoyo del medio. En sus inicios, Sopa de Letras tuvo como aliados a La Rana Encantada, Plastilinarte, Banco del Libro, Ediciones Ekaré, Babel Libros, Playco Editores, Barca de la Luna, Cyls Editores, Camelia, Fondo de Cultura Económica y las grandes editoriales con sedes en el país.

El local de Sopa de Letras es un bloque de ladrillos de dos pisos. En la planta baja está la zona de literatura infantil y juvenil. Apenas pones tus ojos en las estanterías te das cuenta de la buena selección hecha por sus libreras. Aunque saben que pueden dañarse algunos libros, le permiten a los niños y a los padres revisar lo que quieran: los libros son para tocarse y ellas lo tienen claro.

En el primer piso se exhibe la literatura general. Hay allí un cómodo mueble donde puedes sentarte a revisar los ejemplares. Cuando caminas, la madera cruje. Recuerdo que la última vez que fui compré un libro de Amos Oz.

Sopa de Letras está rodeada de preciosos jardines y nunca falta una sonrisa en la cara de sus anfitrionas.

En sus diez años de historia lo más difícil ha sido la partida o cierre de la mayoría de las editoriales del país; una época muy ruda: “Esa marcha de todas las editoriales nos dio como un vacío en el estómago”. Sin embargo, sus libreras no se han quedado de brazos cruzados; por el contrario, han puesto en práctica estrategias para sortear la situación: muchas veces compran en otras librerías; en los viajes que hacen aprovechan y traen algunos títulos de Colombia o de España, o piden a sus amigos que vienen a Caracas que en sus maletas guarden espacio para traer algunas novedades. También han detenido la vista en sus propias estanterías y han trabajado mucho su fondo (“para una persona que no se ha leído un libro esa es una novedad”); aunque saben que a sus clientes les gusta leer lo que se publica afuera y a ellas como libreras tener esos libros, no se amilanan y ofrecen lo que tienen en el inventario.

Nunca han contemplado la posibilidad de cerrar la librería pues saben que son un remanso para muchas personas. Primero están los padres que no consiguen muchas actividades para sus hijos; después, los lectores que han visto crecer y que de la zona infantil pasaron a la de literatura general y hasta personas que van a la librería como terapia. De alguna forma sienten una responsabilidad con cada uno de ellos. Por si fuera poco, crearon su propia editorial junto con Alberto Barrera Tyszka, Curiara Ediciones, que hasta ahora tiene dos títulos (cuando se realizó esta entrevista se esperaba la salida del tercero).

Izquierda: detalle del segundo piso de la librería, con vista a los jardines de la Hacienda La Trinidad. Derecha: parte de la oferta de libros infantiles en diciembre de 2020. Fotografía tomada del perfil de Facebook Hacienda La Trinidad Parque Cultural.

Tampoco han tenido un año en rojo. La época más dura ha sido esta de la pandemia. Sopa de Letras estuvo cerrada durante dos meses; sus libreras no sabían qué hacer. Pero no dejaron de moverse: aprovecharon el Instagram, que antes usaban solo para promocionar eventos, y comenzaron a vender desde ahí. Sumaron los envíos a domicilio como parte de la oferta y eso ha abierto un mercado que antes no tenían y ni pensaban tener. Dice Andreína que han enviado libros a sitios insospechados.

Andreína y Marina creen que donde hay que poner más foco es en los jóvenes, saben que ellos deben ser escuchados. Al lado de la Hacienda hay un liceo; con los chicos de ahí tuvieron una experiencia que las ha marcado: siempre iban a la librería y salían con algunos libros prestados, pero en el momento cuando las maestras dejaron de dar clases de forma regular nuestras libreras se sintieron responsables y comenzaron a leer junto con ellos. Así, leyeron Crepúsculo, pero también Drácula, cuentos policiales y de terror (aquí la cara de la entrevistada se ilumina): “Fue una experiencia bellísima, yo se los agradezco. Leímos juntos La Ilíada;en la parte en que Héctor muere sentimos como si tuviésemos su cuerpo ahí; todos vestidos como griegos enterramos a Héctor, hicimos los honores a ese cuerpo maltrecho. Fue una cosa maravillosa”.

Historias como estas me hacen sentir orgulloso de haber escogido el oficio de librero. No recuerdo si en mi mapa estaba incluida Sopa de Letras; me parece que aún no existía o para ese entonces yo no la conocía. Por eso he querido arrancar esta serie con ese espacio; quizá estaba esperando su momento, igual que esos libros que pacientemente esperaron hasta que al fin les llegó el turno de salir de la estantería.


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