Entrevista

Librería Estudios: la libertad del pensamiento

Jesus Santana retratado por Evelyn Crende / RMTF

19/03/2021

No conozco la Librería Estudios de La Castellana. Eso sí, cuando el escritor puertorriqueño Eduardo Lalo se alzó con el Premio Rómulo Gallegos lo primero que hice fue llamar a esa tienda y preguntar por la novela ganadora. En dos semanas me avisaron que había llegado.

Esta entrevista se hizo por correo electrónico sorteando los problemas de conexión de Venezuela y en medio de una inundación en la casa del entrevistado. Librería Estudios es uno de las locales más importantes del circuito librero venezolano; sus clientes expresan cosas como: “Ir a esa librería es una oportunidad de sentir, al menos por unos momentos, que se está en un sitio que resiste la destrucción país”. O: “Es un bastión donde puedes conseguir de todo, desde escritores conocidos hasta rarezas”. Es una librería, en fin, donde se cumplen varios deseos.

¿Cuándo se funda Librería Estudios, quiénes lo hacen?

Deberíamos comenzar por la fundación de la Distribuidora Estudios ubicada en el centro de Caracas. Allí aparece por primera vez la idea de la librería, pero destinada al área educativa; una idea necesaria en ese momento para un grupo importante de jesuitas. No muchos saben que Distribuidora Estudios fue quien hizo libros tan indispensables como Angelito y Mi jardín, libros con los que gran parte del país –por no decir generaciones– aprendió a leer. Realmente han sido décadas de fuerte trabajo por los niños, la juventud y la cultura venezolana. Es a finales de los años setenta cuando se comienza a pensar en una librería, aunque sé que el interés de tu pregunta va más hacia la sede ubicada de La Castellana en la que llevo una década.

El nacimiento de Librería Estudios La Castellana lo propició el padre Carmelo Vilda: poeta y hombre maravilloso de la cultura, un caballero excepcional con un fuerte interés por las artes. Es él quien decide fundar otra sede bajo su dirección con una tendencia un poco diferente a la original: esta se orientaría hacia las letras en sus diferentes géneros y no únicamente a textos educativos. Vilda estuvo allí desde el primer día; lamentablemente murió demasiado pronto: su partida fue muy dolorosa para la cultura del país y para la distribuidora. Pero su legado en Estudios lo continuó Javier Marichal, uno de los libreros más completos y admirables del país.

Yo entro en 2011, muy honrado de estar al frente de una librería histórica, una librería con una tradición artística, cultural y formadora de lectores en la que se hace lo posible por mantener en alto los grandes nombres de la cultura.

Nuestra historia tiene rasgos parecidos: cuando me encargaron mi primera librería tuve que enfrentar la sombra del antiguo librero, alguien mucho mayor que yo y, por supuesto, con más experiencia. Tu caso es el mismo, ¿cómo fueron esos primeros meses al frente de la librería?

Yo llegué con seguridad porque esa “sombra” de alguna manera me preparó sin saberlo, junto con otros libreros que conocí al visitar durante años varias librerías, cuando buscaba textos –algunos de difícil acceso– para mi biblioteca. A lo que más temía era a las áreas en las cuales no tenía experiencia como lector. Sin embargo, aún me impresiona la facilidad con la que uno aprende no por requerimientos de trabajo, sino por la curiosidad de aprender y buscar conocimientos, cosa que me parece innata en quien se convierte en librero (ya sea por iniciativa propia o por casualidad, como ocurre en algunos casos).

También debo decir que algo me impulsó, desde el primer momento, a darle mi sello personal a la librería: comencé a traer libros de perfiles distintos, a apostar por editoriales que en el país nadie se atrevía a traer como Alpha Decay, Blackie Books, Pálido Fuego o, actualmente, mis admirados amigos de Materia Oscura y Dirty Works, por mencionar algunas. Asimismo, me ocupé de incorporar autores imposibles de encontrar, aunque conocidos en el underground.

Creo que eso fue vital para que la gente se enamorara de la nueva Librería Estudios. Otro mecanismo que puse en práctica fue conseguir obras de autores que, no estando en la tienda, alguien mencionara en una conversación o lo solicitara expresamente. Siempre traigo uno o varios ejemplares extras de esos autores raros, pues es muy posible que si a una persona le interesa, otras más podrían también interesarse (entre quienes me incluyo).

Lo otro es la certeza de que a una librería se viene a hablar de libros; uno es lector y en una tienda que posee cierto nivel se va a conversar sobre obras escritas y arte en general. Que haya una transacción monetaria pasa a veces a segundo plano; al final uno no trabaja: simplemente disfruta observar leer a alguien y ni hablemos de las amistades que se crean entre librero y quien al principio no fue más que un cliente.

Darle el toque personal a la librería creo que es el mayor acierto del librero. Siempre digo que el mayor reconocimiento que tiene uno es que los clientes digan que van a la librería de Jesús o de Jonathan y no a Estudios o a Alejandría. ¿Cómo recibieron los clientes esa nueva propuesta?

Los clientes se maravillaron porque conseguían títulos o editoriales que solo habían visto por internet y que suponían imposible que llegaran al país. También estaba el placer de ofrecer autores nuevos o ediciones actuales a las que no estábamos acostumbrados. De igual manera se impuso la curiosidad de qué iba a ofrecer una nueva Librería Estudios.

Aquí quiero aclarar que cuando hablo del lector que entraba a Estudios en ese momento –y que sigue entrando– hablo también de mí, porque al llegar los pedidos siento el mismo placer que vivía en los tiempos cuando era un simple cliente de librerías (jamás pensé que estaría al frente de una y mucho menos de Estudios). Otra cosa curiosa que ocurría al inicio fue el hecho de que las editoriales me escribían agradeciendo que en Venezuela ya había posibilidad de hallar sus títulos. Recuerdo con mucha satisfacción el mensaje de gratitud de la gente de Alpha Decay y de La Felguera, o hasta de escritores como Javier Calvo o Dennis Cooper con quienes intercambiaba opiniones literarias. Pero también estaban muy contentos y asombrados de que en Venezuela se les podía leer, en especial el polémico Cooper. Finalmente se logró abrir la puerta para lectores nuevos con una oferta diferente; aparte de la curiosidad que pudiera sentirse por el librero “músico extremo” o quizás avant-garde.

Tocas un tema que me interesa mucho y es el del librero que toma acciones. Antes entrevisté a Katyna Henríquez, de El Buscón,  y a Andreína Melo, de Sopa de Letras; cada una de ellas armó su librería con un perfil claro y eso las mantiene a flote. Estudios siempre se caracterizó por hacer importaciones directas de sellos conocidos; tú sumaste estas editoriales que mencionas. ¿Hacer esas importaciones de forma regular se debe a una planificación consciente sobre lo puedes traer y vender o tienes un presupuesto asignado para tal fin que te permite ir probando?

Librería Estudios tiene una planificación anual para importar, pero en lo que respecta al criterio de los pedidos y todo lo que se coloca en nuestras mesas es completa responsabilidad mía. De modo que preparo el pedido hasta que decidimos que es hora de reponer. Respecto de lo que “puedo traer” te cuento una anécdota: la primera vez que me reuní con la gerencia de la Distribuidora en 2011 recuerdo que le sugerí que el criterio de la “nueva librería” que buscaban tenía que ser amplio y que no tendría sentido censurar algún título solicitado o que desconfiaran de un pedido que yo hiciera, ya que estaba seguro de lo que hacía y que esa confianza rendiría frutos. La respuesta fue: “En Distribuidora Estudios jamás se deja de traer un título que pida un cliente o el librero; usted es libre de solicitar lo que sea con cierto criterio para no llenar el almacén de libros sin sentido”. De aquello han pasado más de diez años.

Lo que más me sorprende desde mi llegada a Estudios es el alto nivel de compromiso por mantener un lugar para el conocimiento abierto y el pensamiento de cada lector; en Estudios se pueden encontrar libros muy particulares que resultan una sorpresa, bien sea por el contenido o por el autor. Lo de probar un título nuevo es un riesgo, algunas veces he traído novedades por curiosidad y aunque uno revisa en blogs, redes o con amigos escritores y libreros de varios lugares del mundo a veces se falla, aunque siempre va a depender del criterio del lector-librero. Lo que sí es importante es intentar tener novedades o reediciones permanentemente.

Cada vez que sale una entrevista en algún medio siempre se habla de la imposibilidad de traer libros importados al país. Cuando estuve a cargo de Alejandría, incluso en tiempos duros del control cambiario, se importaban libros. Recuerdo que Ulises Milla me pedía que tratara de que esos libros que solicitaba tuviesen un comprador, así que uno iba con cuidado. ¿En tus diez años frente a la librería ha habido algún momento donde no hayan podido importar algo?

No, nunca. Siempre hemos podido importar porque existe el deseo, de parte de la Distribuidora y de Estudios, de que los lectores tengan opción de encontrar lo que buscan; además, sentimos que somos una puerta cultural abierta al país. Claro, uno intenta tener cuidado a medida que la situación económica se complica: no tiene sentido llenarse de títulos que en estas circunstancias socioeconómicas no saldrían de manera rápida. Duele hablar así ya que está por encima la parte monetaria, pero es una lamentable realidad que por fortuna los lectores que nos visitan entienden. Lo ideal es que toda librería tenga una disponibilidad inmensa de títulos: tener todo lo posible en filosofía, sociología, literatura clásica, cine, política y ensayo, por mencionar algunas áreas. En los actuales momentos es muy complicado lograr algo como eso.

Bueno, finalmente esto es un negocio como cualquier otro, incluso más duro si entendemos que el libro no es un artículo de primera necesidad. Cuando dicto talleres para libreros siempre digo a los talleristas que el precio no importa para alguien que quiere un libro. Hagamos un ejercicio: soy un lector que quiere una novedad publicada por la editorial Acantilado, ¿si te pido el libro cuánto debo esperar y cuáles son los costos que como cliente debo asumir?

En Estudios conocí a un lector que se hizo amigo, un hombre con una cultura increíble y un humor afilado (lamentablemente se nos adelantó en el camino) que siempre decía: “Un libro no es caro, es costoso. Cara es una comida mala que se paga en un restaurante. Un libro jamás es caro”.

Bueno, pensemos que en este momento no existe la pandemia, porque con esta compleja crisis de por medio es imposible dar ese ejemplo ya que las importaciones se han vuelto un asunto delicado y difícil. Tú me pides hoy (estamos a finales de enero [de 2021]) la hermosa maravilla de «The Paris Review». Entrevistas (1953-2012) de Acantilado –título que estamos desesperados por tener–; tendrías que esperar aproximadamente hasta abril o mayo para tenerlo. No podría darte un precio en bolívares debido a la volatilidad del dólar, que como sabes es el baremo para calcular el valor de los productos en el país. La importación es un proceso complejo con una cantidad de gastos que terminan siendo sumados al libro. Mucha gente toma la opción de verificar los precios en España y ya por ahí tienen un promedio de lo que podría ser el costo en Venezuela haciendo el cambio correspondiente.

Como buen librero mencionaste precisamente el libro en que estaba pensando. Tengo la impresión, Jesús, de que por momentos sientes que no se le da el valor que merece al trabajo que haces en Estudios. ¿Es así o es una percepción errada de mi parte?

No se trata de mí. Mi trabajo es mantener a Estudios como un lugar de difusión literaria y de cultura, en general. Lo que sí he notado es que en las redes del circuito cultural se ha dejado de mencionar la librería –y reitero que no se trata de mí, si me nombran o no: al final el librero es ese lector que ayuda a otros a llevar libros a su biblioteca; como el músico que crea composiciones para que los demás las disfruten–. Es lamentable –insisto– que muchas veces no se mencione la Librería Estudios La Castellana como lugar de opciones literarias, como espacio y puerta de libros que no suelen encontrarse con facilidad. Y no es solo ahora: eso ha sucedido en varias oportunidades. Al no mencionar una librería como Estudios La Castellana, posiblemente una de las más antiguas con una oferta muy particular, no me hacen daño a mí o a la tienda, le hacen daño al lector que busca libros como soporte para vivir

Ahí está el caso de un lector que admiro mucho; es increíble su ojo literario. Él no conocía la librería. Luego de muchos años de cazar títulos en otros lugares alguien le habló de Estudios y ahora es un ferviente visitante. También hay lectores que me han confesado que prefieren comer arepa con mantequilla y queso si con ello ahorran para comprar un libro. Me consta, lo he visto. Cuando los que tienen seguidores o escriben post en las redes olvidan mencionar Estudios están olvidando a los lectores que dicen respetar. Quizás lo que digo genere molestias en algunos, pero es una realidad que se ve y se lee.

¿Cómo ha sido la formación de Jesús Santana como librero?

Mi formación se la debo a estos grandes hombres y libreros: Raúl Bethencourt, Javier Marichal, Walter Rodríguez, Andrés Boersner y uno que injustamente el país olvida, pero que fue importante entre los libreros venezolanos: Sérgio Álves, de la Librería Divulgación. También, leer mucho. Recuerdo escaparme del liceo para ir a comprar libros –recomendados por Bethencourt– en la Librería Suma; luego salía de allí e iba por algún disco en Archivo Musical para terminar donde Walter. Eso en la adolescencia; ya de adulto aparecerían otros libreros en el camino a quienes agradezco parte de esta travesía que aún continúa.

El librero se hace, pues, leyendo y escuchando a los grandes. Luego uno intenta hacer lo mismo que hicieron ellos con una nueva generación. Un librero se forma de ese modo, no hay estudio ni escuela que lo haga. Uno jamás olvida cuando un gran librero te coloca en la mano por primera vez, por ejemplo, a Cioran, a Pessoa, a Bernhard, a Benjamin, a Plath, a Burroughs. Luego de diez años frente a Estudios La Castellana ya es diferente: uno sigue creciendo y formándose, pero ya con los otros lectores, de tú a tú.

Jesus Santana retratado por Evelyn Crende

¿Qué estrategias han usado para sortear la crisis de la pandemia?

La situación de la pandemia ha golpeado fuerte a todos los negocios y en especial a las librerías. En nuestro caso hemos estado trabajando, en la medida de lo posible, con el cuidado necesario e informando por nuestras redes sociales los días en que laboramos y en qué horario. Así, la gente planifica su tiempo para visitarnos. Todos estamos de alguna u otra manera limitados para movilizarnos en la ciudad por los problemas que bien conocemos, padecemos y vivimos cada día.

Ha habido un acercamiento entre los libreros de la capital en los últimos meses, he visto reseñas y recomendaciones de varios de ustedes. ¿Qué otras cosas crees que se deban hacer para mejorar el circuito librero del país?

Me parece maravilloso que haya comenzado por redes un apoyo a todas las librerías y libreros que quedamos en pie a pesar de esta situación asfixiante; esto es algo que debió comenzar –o debimos comenzar– tiempo atrás. Pero igual es genial que ahora todos los lectores y no lectores tengan acceso a información por algunos hashtags como los de #LibreriasdeCaracas o #ApoyaATuLibreria. Javier Marichal, de Alejandría, fue quien se comunicó conmigo; no tengo claro si fue él quien arrancó la campaña; de ser así le envío un abrazo enorme y le agradezco por la iniciativa tan necesaria. Esto es de gran ayuda para nosotros como para todas las librerías en estos tiempos oscuros.

Creo que hace falta también que los lectores, cuando compran un libro que anhelan o buscaban, ayuden informando sobre su recién adquirido título y sobre la tienda donde lo hallaron. Muchos lo hacen, pero en esta situación nunca es suficiente: hace falta más. También los escritores y poetas pudieran difundir en sus cuentas cuáles son las librerías activas. Repito, me consta que muchos lo hacen, pero tenemos que hacer una movida en redes que se haga sentir y se vea no solo en Venezuela; digo esto porque tengo amigos libreros en varias partes del mundo y las librerías de otros países siempre tienen curiosidad por otras. Esto, aunque no lo parezca, genera promoción y apoyo; lo mismo con la poca prensa y medios que quedan activos. En este sentido, felicito a Javier Cedeño, de El Diario, ya que nos invita a recomendar libros. Ese tipo de detalles ayudan a incentivar la lectura y a que los lectores nos visiten más.

Finalmente, como dije antes, si se comenta sobre el apoyo a las librerías en algún post donde se hable de todas las que sobreviven no se puede incluir solo a algunas o no tener la cortesía de colocar sus direcciones de redes sociales. Estamos en un momento en el que lo que se haga ayuda a mantener el negocio; detesto llamarlo así porque, aunque lo sea, para mí un libro es algo de primera necesidad como lo es para muchos lectores que visitan Librería Estudios La Castellana. Estoy seguro de que lo mismo sucede en las librerías hermanas.

¿Qué es lo más difícil y lo más satisfactorio de ser librero?

Difícil, absolutamente nada, querido amigo. Ser librero, amar los libros, hablar con gente lectora, con escritores y conocer personas maravillosas que terminan convirtiéndose en amigos hace fácil y agradable este oficio. Se trata, en realidad, de una vocación hermosa. Lo único que lo puede hacer difícil es la caótica situación que vivimos; pero difícil, nada.

¿Satisfactorio? Aparte de conocer gente como la que te comento, pues mostrar nuevos autores a los jóvenes. Por ejemplo, recuerdo que en mi adolescencia quería leer a Thomas Bernhard; sin embargo, los libreros me recomendaban esperar, decían que no era el momento, que lo podía leer pero que lo disfrutaría más siendo mayor. Y así fue. Esto lo he hecho en Estudios: recomiendo a jóvenes solo ciertos autores, uno los ayuda a que lean, a que caminen y vayan creciendo en este camino de libros. Un librero es un como un médico, suena a frase clásica y aburrida, pero es así. Encontrarse jóvenes que buscan escapar de una cotidianidad asfixiante (la que todos padecemos) refugiándose en un libro que les has recomendado y que se atrevan a confiar en uno es un riesgo para el librero, pero también es algo maravilloso.

Te cuento una experiencia: llega una pareja de diecisiete o dieciocho años. Yo estaba releyendo Poesía completa, de Georg Trakl, de Editorial Trotta. Silenciosos, buscan y ven poesía. Continúan buscando. Preguntan por Baudelaire; les muestro lo disponible y agarran por curiosidad la hermosa edición de Valdemar de Los cantos de Maldoror, de Lautréamont. No lo conocen y comienza ese interés mágico. Terminamos conversando sobre la vida de Trakl y se llevaron a Baudelaire junto con Trakl. Con el tiempo vinieron y se convirtieron en almas poéticas fascinadas por Ramos Sucre, a quien no conocían: se enamoraron de él gracias a una simple y hermosa recomendación. Como eso, cientos de anécdotas. Es una vocación de vida compartir esos momentos y lo mismo aprender de lo que uno no conoce. Eso es magia pura, alquimia de almas y conocimiento. Creo que es –como la pasión de escribir poesía, como crear música o estar en una tarima– el intercambio más hermoso que existe en la vida.

Sé que eres músico, y por lo que hemos hablado creo entender que es muy importante para ti. ¿En qué proyecto estás trabajando ahora que te tenga emocionado?

Muchos saben que soy músico. En 1998 ingresé a una banda de metal extremo que ya estaba avanzada y pude bautizar con el nombre de Eighth Sin, y darle un concepto filosófico. Luego nos separamos, pero hace un par de años decidí reunirla de nuevo. Actualmente, con esta nueva formación hemos trabajado con Luis y Andrés Rodríguez, dos de los mejores directores de cine venezolano, y hemos participado en un cortometraje de nombre Ascenso, que ya ha ganado varios premios en Seattle, Los Ángeles y Venezuela.

El concepto lírico de la banda va, hoy, de temas filosófico-teológicos inspirados en Cioran, Jung, Thomas Ligotti, Kierkegaard, Küng y Kant, entre otros. Gracias a este regreso he estado pensando en crear un proyecto paralelo a Eighth Sin, también dentro de la música extrema, pero en un formato más lento, denso y oscuro llamado “estilo Doom Metal”. Pienso que el concepto lírico que mejor encaja aquí es la tristeza y la oscuridad; así que siendo librero, apasionado de la música y de la poesía decidí utilizar poemas de grandes maestros venezolanos como Ramos Sucre, mi querido Armando Rojas Guardia –a quien tuve el placer de filmar en una entrevista en Librería Estudios sin sospechar que resultaría ser su última conversación ante una cámara hablando del humilde proyecto que llevo a cabo–. Por cierto que fue realmente hermoso y conmovedor dialogar con Armando sobre un tema inusual como el Metal Extremo y sobre lo que tenía en mente respecto de su obra y su poema «Tú». Lamentablemente, su muerte impidió que pudiera escuchar el resultado final. Incluiré, por supuesto, a Martha Kornblith. Con Eugenio Montejo tuve la suerte de comunicarme con Aymara, su esposa, y también mostró todo su apoyo y una felicidad por tomarlo en cuenta. Hanni Ossott también estará y, obviamente, el gran maestro Rafael Cadenas.

El nombre de este proyecto es “Quebrantos”. Lo he tomado de un poemario que descubrí hace tiempo y me dejó fascinado; me refiero a la obra de Gabriela Rosas, quien nos ha dado su permiso para utilizar el nombre: es el tema principal de la banda, un tema de diez minutos en el que adaptamos ese largo y realmente doloroso poema de Rosas que –por su fuerza– desgasta enormemente cantarlo. Como si esto fuese poco la fotógrafa y muy admirada amiga Aglaia Berlutti trabajará en el arte de la banda. La intención de “Quebrantos” no solo es rendir homenaje a poetas venezolanos, también es unir dos mundos que muchos creen que no se encuentran cercanos: el público amante del metal extremo y la poesía. Así pues, queremos acabar con una visión errónea, ya que dentro del mundo de camisas negras y supuesta agresividad uno puede conversar de Ramos Sucre o Rafael Cadenas con cualquier fan, como con cualquier visitante de Librería Estudios.

No está bien seguir escarbando en lo que pudimos ser y no fuimos, hay una cantidad de librerías que siguen trabajando y reinventándose para sobrevivir. Me gustaría que dejaras alguna reflexión final.

Cuando comentas sobre lo que pudimos ser y no fuimos yo prefiero centrarme en lo que fuimos y en lo que nos hemos convertido. Me explico, voy a centrarme en el “para bien” sin caer en esa idea de “lo positivo” porque todos me conocen y, además, le huyo a esa palabra. Quedan, sin duda, algunas librerías en pie y es transparente para todos los que nos visitan –lectores, autores– que hay vacíos en las mesas. Eso duele, pero nos toca reinventarnos. Cuando se habla de las librerías que ya no están mortifica mucho. Cuando una librería cierra de alguna manera se borra el recuerdo de algo hermoso que conocimos; nos aferramos a un sitio por el recuerdo de lo que vivimos allí y no por el lugar en sí. Sucede que cuando yo paso por el lugar en que se encontraba Suma, Lectura o Divulgación, por mencionar tres muy importantes tiendas en mi vida, veo que se perdió una parte de mi adolescencia. Recuerdo cuando murió, de una manera lamentable, Raúl, el librero de Suma; apenas enterarme sentí que se iba uno de mis padres.

Ahora bien, el punto aquí es el siguiente (lo cual me angustia): en diez años al frente de Librería Estudios La Castellana puedo contar con una mano cuántas veces se me acercó un medio para una conversación o entrevista. Tres veces. Eso es grave considerando lo que significa realmente Librería Estudios La Castellana para la cultura. Suena mal que lo diga, pero es así. También he visto la poca consideración hacia una juventud que se formaba como librera en algunas librerías de Caracas; ahí había un semillero, digamos, de muchachos geniales que iban mucho a Estudios y con quienes me sentaba a conversar sobre libros. Te digo: de verdad estaba sorprendido con ellos; buscaban trabajar como libreros. ¿En qué lugar están hoy? Fuera del país. Jamás condenaré a una persona que se marcha al extranjero. Si son jóvenes, se justifica mucho más. El punto es: ¿qué va a quedar aquí como nueva generación de libreros? Eso me angustia.

Lo que menciono sobre la cantidad de entrevistas que me han llegado a hacer es porque más de una vez escuché a gente de la cultura diciendo: “Es que no son libreros porque no tienen el nivel”. ¿Cuál nivel? Hubo gente que no me consideraba librero. No me mortifica eso: al final los libros hablan en las bibliotecas de los lectores.

Mi preocupación, entonces, es que no se está formando una generación de relevo en este arte tan valioso y hermoso. Eso es angustiante –insisto– para la cultura del país. Estamos viviendo una época de crisis que en mis cuarenta y cuatro años jamás vi. Por otro lado, observo que hay librerías que luchan incansablemente por mantenerse en pie; creo que hay que seguir resistiendo porque cuando esta situación tan grave llegue a un nivel estable o cambie para bien no todos podrán darse el lujo de haber sobrevivido a una de las etapas venezolanas de –quizá– mayor aprendizaje humano, cultural e intelectual. Que una librería supere una crisis porque sus dueños, su gerencia, la movida cultural y –los más importantes– los lectores las apoyen y señalen que hay que seguir, ese establecimiento quedará en la historia como un lugar de lucha en favor del conocimiento y, sin duda, como una puerta abierta para las letras libres y el pensamiento.


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