Entrevista

Alejandro Morellón: “Escribir se parece a soñar”

17/04/2020

El escritor Alejandro Morellón. Fotografía de César Viteri

Alejandro Morellón –pelo rapado, barba de vikingo que contrasta con sus gafas de montura fina– se dedicó durante algunos meses de 2016 a buscar trabajo en librerías de Madrid. En cada lugar a donde llevaba su currículo se detenía a revisar las estanterías por la letra “M”. Buscaba, además de empleo, un libro –su libro–: El estado natural de las cosas (Caballo de Troya), que recién había publicado. Sólo lo encontró en una tienda, de las veinte a las que fue, oculto, desapercibido entre otros títulos que corrieron la misma suerte.

–Nadie leyó ese libro de relatos en España. Sólo los más allegados –dice, sentado en la terraza de un bar de la Plaza de las Navas, en Barcelona–. Fue un aborto de libro: estaba muerto antes de salir. Me deprimió mucho pensar en las tantas horas de trabajo y de ilusión para que aquí nadie se hiciera eco de mi trabajo.

Un día, un día cualquiera, se enteró de la apertura de la convocatoria del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, que organiza el Ministerio de Cultura de Colombia. Pensó que, a pesar de que en España no tuvo éxito, podía optar al galardón. Envío su libro sin mayores expectativas, consciente de que no tenía posibilidades de ganar. Una noche, una noche cualquiera, recibió un correo electrónico que le informaba que estaba en una primera selección de trece candidatos. Luego, otro correo y la invitación a viajar a Cartagena con un grupo de cinco finalistas. En Colombia supo que sería el ganador, que se llevaría los cien mil dólares del premio y que su libro circularía entre las 1.445 bibliotecas públicas de ese país. Eso, que El estado natural de las cosas lo hiciera convertirse en el primer español en obtener el reconocimiento, cambió su vida.

–Dejaste de lado los comerciales de mosquetero.

–Exactamente. Dejé de lado los comerciales. Por ahora. Quién sabe qué haré mañana. Pon ahí que estoy disponible: un metro ochenta, perfil nórdico.

***

Lleva una camisa de manga corta con flores, unos vaqueros y unas zapatillas negras. Está sentado en un sofá de la sede de la editorial Candaya y se acaricia la barba, como si la peinara, mientras el poeta argentino Carlos Vitale lo presenta ante el público que fue a verlo. Vitale dirá de él unos pocos datos: que nació en Madrid en 1985 y creció en Mallorca, que fue becado por la Fundación Antonio Gala, que ha publicado los libros de relatos La noche en que caemos (Eolas, 2013) y El estado natural de las cosas, y la novela Caballo sea la noche (Candaya, 2019), de la que esa tarde leerá fragmentos. Un currículo menos literario reuniría una serie de trabajos más eclécticos: actor publicitario –hizo de mosquetero en un anuncio de Burger King en el que cortaba rodajas de tomate–, paseador de perros, recepcionista de gimnasio, encuestador telefónico, librero, personal administrativo de una empresa de prevención laboral, mozo de equipaje en puertos y figurante en la película Cloud Atlas, de las hermanas Wachowski.

–Tengo un historial laboral bastante triste.

–¿Te pagaban bien por los anuncios?

–Sí, pagaban bien. Claro, iba a muchos castings que eran tiempo perdido si no te elegían; pero cuando te eligen, algunos sí dan su dinero por poco trabajo.

Morellón vive en Madrid desde hace diez años. Desde entonces se ha dedicado a escribir relatos y novelas que envía a concursos y a hacer trabajos ocasionales para llegar a fin de mes. Ganó algunos premios –el Fundación Monteleón que le permitió publicar su primer libro en 2013– y perdió otros cientos. En 2015 fue finalista del Premio Nadal por He aquí un caballo blanco. Esa era la novela que iba a publicar Candaya.

En enero de 2019 firmó el contrato. Apenas terminó de corregirla supo que no quería publicarla. Otra historia se le había instalado en la cabeza.

–¿Llamaste a los editores y se lo contaste?

–Exactamente.

–¿Y no pegaron el grito al cielo?

–Casi me matan.

***

Lo primero fue la imagen: un caballo blanco rodeado de niebla en la oscuridad de la noche. Luego, la idea: provocar una reflexión sobre la identidad. Caballo sea la noche, la novela que finalmente publicó Candaya, es una historia a dos voces en la que se narra la relación de un hijo con su madre en una casa marcada por las ausencias, la del padre y la del hijo mayor, y un pasado trágico que condiciona el presente. La de Morellón es una novela que destaca por su estilo, de frases ininterrumpidas, sin puntos, de monólogos interiores de ritmo frenético que, por momentos, pueden resultar agobiantes para el lector. El polaco Jerzy Andrzejewski, cuya novela Las puertas del paraíso (Pre-textos) consta sólo de dos frases, le sirvió como referencia al afrontar la escritura.

–Esa era la intención: generar en el lector un desasosiego para que de alguna forma se aproximara a la propia incertidumbre de los protagonistas. Este es el trabajo más honesto que he escrito hasta la fecha porque ha habido una inmersión emocional en cada uno de los personajes. Si en los cuentos escribía desde una distancia prudencial, aquí esta distancia desaparece y he sido cada uno de los personajes de la historia. Lo fantástico ya no está, esta novela se ubica más en el terreno de lo onírico, de lo reflexivo.

–¿Fue algo buscado?

–Sí, quería dejar de escribir ya lo mismo.

***

–Oye, Alejandro, quedemos –le pide por teléfono Olga Martínez, editora de Candaya, en una de las visitas a Madrid que realizó el año pasado.

–Sí, vamos a quedar porque tengo algo que contaros –responde.

La escena es esta: un escritor se reúne en una cafetería de Madrid con sus editores. Lleva, escondido bajo su chaqueta, los dos primeros capítulos de la historia que trabaja. Debe decirles, o rogarles, que no publiquen su vieja novela sino esta otra.

–Olga, Paco, quería hablaros de la novela que me habéis contratado. He terminado de corregirla y ahora mismo no estoy a gusto con ella y no voy a querer publicarla –lo miran alarmados. Cree que se van a abalanzar sobre él, pegarle una paliza–. Antes de que os enfaden –continúa–, debo deciros que tengo otra, que si me dais un poco más de tiempo la voy a terminar. Tengo aquí los primeros capítulos, que son muy largos, para que los valoréis y toméis una decisión, si la queréis publicar o me echáis a los tiburones.

La escribió en dos meses. La corrigió en otros seis.

Caballo sea la noche se publicó en septiembre de 2019.

–¿Te costó escribirla?

–Me costó mucho, por el tiempo y por la intensidad –dice, ya en Barcelona–. Eran ocho, nueve o diez horas al día. Sufría insomnio, me desvelaba, y recuerdo esa sensación de estar abrumado, de arañarme la cara mientras escribía. No la pasé nada bien.

–¿Escribes por las noches?

–Muchas veces sí, pero depende del estado de ánimo.

–Tus personajes suelen sufrir de insomnio. Transitan entre el sueño y la vigilia.

–Para mí es muy interesante ese estado de semi vigilia en el cual tú no eres del todo consciente si estás soñando o si estás imaginando. Hay una cuestión metafísica en el escribir, porque escribir se parece mucho a soñar.

***

De niño, Alejandro Morellón ya soñaba con ser escritor. En el colegio disfrutaba sus primeros trabajos de redacción –el primer poema para el Día de la madre, el primer “cuéntame tus vacaciones”– y escribía relatos de ciencia ficción a sus amigos.

–En algún punto –recuerda– quise ser biólogo. Porque me encantan los animales y me imaginaba que ser biólogo era estar en una casa llena de osos pandas. En realidad, la escritura siempre me ha acompañado. También porque, de alguna manera, siempre he sido tímido y la gente empieza a escribir por timidez.

–Recuerdo –le dice su pareja, la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda– que tenías una profesora en el colegio que te dijo que escribías muy bien para tu edad.

–Es verdad.

–Que desde niño te pillaron la habilidad con el lenguaje.

–Además, uno escribe sin escribir. Asistía a clases, pero me evadía, inventaba historias, imaginaba cosas, creaba una línea argumental en mi cabeza, aunque luego tardara dos o tres años para escribirla. Escribía antes de empezar a hacerlo.

Nacido en Madrid, a los nueves meses sus padres –Ricardo y Manuela; él, trabajador de seguros; ella, empleada en una ortopedia– decidieron mudarse a Mallorca. En la isla creció y fue feliz –la felicidad: ir a la playa con su familia, jugar al tenis o al baloncesto–. Su madre le regaló sus primeros libros y le leyó los primeros cuentos. De su padre heredó el hábito de la lectura. Después utilizó los foros de sitios web especializados en ciencia ficción como guía. Leyó a Robinson Crousoe, a Herman Hesse, a Ray Bradbury, a Edgar Allan Poe, a Guy de Maupassant, a Poul Anderson, a J. R. R. Tolkien. En su adolescencia llegó a la literatura latinoamericana: Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Macedonio Fernández, Adolfo Bioy Casares, Clarice Lispector. En 2017, en una entrevista concedida a Newsweek en español, ante la pregunta de cuáles autores estaba hecho, recordó la escena de Terminator 2 en la que, al caerse al metal fundido, el T-1000 manifiesta todas aquellas formas que adoptó durante la película: “Si yo me hundiera de la misma manera, mostraría las formas de Franz Kafka y de Djuna Barnes, de Ítalo Calvino y de Armonía Somers, de Herman Hesse y de Mary Shelley, de Buzzati y de Lispector, de Onetti, de Pessoa, de Bradbury y de Úrsula K. Le Guin, de Poe, de Ángela Carter, Maupassant, Borges, García Márquez, Camus y, más recientemente, de escritores de relatos difíciles de catalogar como George Saunders y Yasutaka Tsuitsui”. Morellón siempre leyó y escribió.

–A los doce años terminé de escribir mi primera novela.

–¿A los doce?

–Sí. Era una novela plagio de El señor de los anillos. Tenía, además, un juego de cartas, que se llama Magic, y puse algunas de las criaturas en la novela. Era sobre un chico de mi edad cuyo mejor amigo era un unicornio. También estaba inspirada en La historia interminable, ese libro es un hecho capital en mi historia literaria.

–¿Y qué hiciste con esa novela?

–Nada.

–¿No se la mostraste a tu madre, a tus amigos?

–No. Se la leí hace poco a Mónica y nos reímos mucho.

A los catorce ganó su primer concurso literario. El premio fue un disco duro. Luego ganó otro y después otro. Al cumplir dieciocho decidió estudiar cine en una academia de Mallorca. Cursó el primer año y se retiró porque era incompatible con el trabajo que tenía. Hizo cursos de bombero y de masajista hasta que su madre, lectora de Antonio Gala, le insistió para que aplicara a la beca de la fundación del escritor en Córdoba. Ese año, 2010, estuvo nueve meses en un convento del siglo XVII con otros dieciséis artistas de diferentes disciplinas. En ese lugar escribió una novela llamada «Tierra varada» –“que no salió ni saldrá nunca a la luz”– y compartió con escritores como Matías Candeira.

–Fue en esa residencia cuando decidí dedicarme por entero a la escritura. Tuve claro que si quería escribir lo tenía que hacer en serio y encontré que la mejor manera era irme a Madrid a conocer a otros escritores, ir a presentaciones de libros. No sé –creo que fue Steve Jobs– quién dijo que el lugar donde trabajas también es importante. Yo en Mallorca iba a quedar siempre con mis amigos informáticos y jugar videojuegos.

Se fue a Madrid, conoció a Alberto Olmos –quien le publicó El estado natural de las cosas en Caballo de Troya–, se desilusionó al ver que todos ignoraban su libro –un blog lo calificó como “absolutamente mediocre”– y ganó el García Márquez.

–¿Qué hiciste con el dinero del premio?

–Me lo he gastado en cervezas y en libros. Lo demás lo he malgastado.

***

–Un botellín de Estrella Galicia, por favor.

Alejandro Morellón viste un chaquetón verde y unos vaqueros. Corre el mes de febrero y hace frío. Un toldo de plástico en la terraza del bar lo protege del viento. Unos niños juegan con un balón de fútbol al frente, en la Plaza de las Navas. El camarero trae dos cervezas y dos copas. Él bebe directamente de la botella.

–¿Por qué escribes lo que escribes?

–Supongo que escribo para que mis padres y mi pareja estén orgullosos de mí.

–¿Sólo por eso?

–Eso es una parte importante y no lo voy a negar. También escribo porque me gusta conocer qué cosas pueden surgir en mi cabeza, cómo puedo llegar a ser a través de mis personajes; y porque hacer algo que se te da bien siempre te hace feliz.

–¿Qué harías si no escribieras?

–Creo que sería estrella de la NBA.

Mónica Ojeda se ríe y dice que la ropa de básquet le queda bien.

–Que conste en acta –bromea.

Ambos se encontraron en Colombia, a propósito de la gira de Morellón por el premio García Márquez y de la pertenencia de Ojeda al grupo Bogotá 39, y decidieron compartir algo. Desde entonces, están juntos. Uno se retroalimenta del otro.

–Intercambiamos miradas sobre la escritura –dice Morellón–. Como vivimos juntos, vemos cómo se escribe de un lado o del otro. Ella me ha visto sufrir y yo a ella. Nos hemos enamorado por el sufrimiento que nos da la literatura.

–¿Escribes todo el tiempo?

–Sí, si no escribo me deprimo, entro en un agobio.

Tiene inédito tanto material como lo que ya ha publicado. Tiene, entre otras cosas, una novela larga que trabaja, en su idea primigenia, desde hace ocho años y un libro de relatos que se llama –se llamará– El peor escenario posible.

–Uno de esos dos creo que va a salir pronto.

–¿Ya están terminados o sigues trabajándolos?

–Nunca doy por terminado nada hasta que me lo quita el editor. Ese es mi final. 

***

Entrevista publicada originalmente en la revista española Lareplica.es.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo