Ficción

Domingos de ficción: Cómo vivir de la literatura

Fotografía de Pedro Figueiredo | Flickr

13/09/2020

Llegamos a la séptima entrega de la cuarta temporada de Domingos de ficción, en la que publicamos relatos escritos por periodistas, profesionales cuyo escenario natural es la no ficción. La muestra, curada por Óscar Marcano, prosigue con Daniel Fermín, (Maturín, Venezuela, 1987). Periodista egresado de la Universidad Santa María, Daniel tiene un Máster en Escritura Creativa por la Universidad de Sevilla. Ha trabajado en los diarios venezolanos El Universal y Grupo Últimas Noticias. Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el tercer lugar en el Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores 2018 (Venezuela) y la Beca de Residencia del Centro de Arte La Rectoría 2017 (España). Es miembro asociado de la Academia de Cine Venezolano e integrante del jurado de los Premios Forqué del cine español en la categoría Mejor Película Latinoamericana. Reside en Barcelona, España, donde trabaja como librero y colabora con los medios Zenda Libros y The Objective.

 

Publicarás un anuncio en un sitio web de empleos: periodista con diez años de experiencia en los principales medios de su país ofrece servicios de creación de contenidos. Artículos para blogs, columnas de opinión, cartas comerciales o de amor. Lo revisarás cada cierto tiempo hasta olvidarte de él. La encargada de marketing de una academia de formación de Valladolid te escribirá un correo meses después. Te dirá que buscan un freelancer para su nueva sede en Barcelona y que han visto tu perfil y les encajas. Pensarás en tu perfil: extranjero, estudiante, desempleado. Le darás tu número de teléfono y te llamará.

Te hablará en términos que desconoces:

–Necesitamos a alguien que haga acciones concretas de posicionamiento local.

–¿De qué? –contestarás.

–Reseñas que impulsen el SEO desde la propia ciudad. Deben tener una extensión de dos o tres líneas, escribirás tres o cuatro por mes. Empieza por gestionar los perfiles, por darles actividad. Pagamos veinte euros por cada reseña que escribas. ¿Entendido?

Dirás que sí sin importar que no entendiste un carajo.

Te preguntará si tienes para pasar factura y le dirás que no, que eres un estudiante extranjero que no tiene permiso para trabajar. Te hará llegar un convenio de confidencialidad que deberás firmar. El documento resaltará que eres un experto en Internet, marketing y redes sociales y que estás en la obligación de mantener el secreto profesional. Lo firmarás y se lo comentarás a tus compañeros de piso. Ellos te explicarán lo que debes hacer: crear cuentas de correo electrónico con nombres falsos para escribir reseñas favorables sobre la academia en diferentes plataformas de Internet. Deben parecer reales, que den la impresión de que fueron hechas por antiguos alumnos. Te parecerá raro que haya empresas que paguen por eso. Escribirás el nombre de la academia en un buscador para obtener más información. Los primeros resultados arrojarán algunas palabras relacionadas:

Edúkate estafados                             Edúkate denuncias

Edúkate robo                                      Edúkate timo

Edúkate delito                                    Edúkate ladrones

Edúkate falsos                                    Edúkate afectados

No harás clic en ninguna de ellas.

Pensarás en qué lío te has metido y crearás la primera cuenta de correo electrónico.

*Nombre: Fabio Morábito

*Correo: FabioMorabitosoyyo@cuentafalsa.com

*Contraseña: QuieroSerRico

Escribirás la primera reseña.

Fabio Morábito (*****):

«Edúkate es la mejor academia en la que he estado. Es mi caja de herramientas, mi idioma materno. ¡Estudia en Edúkate! ¡Trabaja en Edúkate! ¡Vive en Edúkate!»

Le preguntarás a tu novia si suena falso.

La academia quedará encantada de ese primer trabajo. Alabará tu texto. Les dirás que tienes un máster en creación literaria y que eso ayuda. Te pedirá tu número de cuenta para transferirte el pago. Buscarás tus datos bancarios, se los enviarás y tratarás de recordar tu clave. Hace tiempo que no tienes nada qué sacar con tu tarjeta. Vives de lo poco que cobras en negro, de vender tus libros de segunda mano en Internet, de la caridad de un familiar que paga tu habitación. Tu currículo, desde que emigraste, sólo incluye trabajos ocasionales: vigilante de un centro de arte, becario de un sitio web que ya no existe, limpiador de alguna casa. Te harán el ingreso y te pedirán seis reseñas en lugar de las cuatro iniciales para el mes que viene. 120 euros, pensarás. Te esforzarás por hacerlo cada vez mejor. Revisarás las reseñas en otras academias para tener más referencias. Siempre se empieza a escribir bajo el influjo de otros. Reconocerás en esas reseñas un mismo estilo: te darás cuenta de que todas son falsas. Recordarás las lecciones de tus profesores de máster: no se puede escribir nada desde la absoluta originalidad. Copiarás y pegarás las reseñas y las reescribirás. Moverás una coma de lugar, cambiarás una palabra por otra, cometerás errores ortográficos para hacerlas más reales. Escribir es reescribir, dirás antes de subir una nueva reseña.

Dedicarás las próximas semanas a crear más cuentas y publicar más textos. Una tarde, al abrir un nuevo perfil, notarás que Google eliminó dos de los escritos que hiciste desde un mismo ordenador. De la academia te exigirán que escribas las reseñas desde lugares diferentes, que generes más actividad desde los correos electrónicos para que el sistema no determine que fueron creados solo con esa finalidad. Te pedirán que reproduzcas canciones, que envíes mails, que hagas búsquedas en Internet. Recorrerás media Barcelona para hacer uso de distintas direcciones IP. Andarás siempre a pie. Pensarás en nombres y personajes mientras caminas, en Murakami, en la mujer que avanza delante de ti, en si hiciste lo correcto en venir a vivir acá; pensarás en la ciudad y su tradición de escritores latinoamericanos y en que debieron de tener dinero porque si no, no entenderás cómo hacían para desplazarse, comer y escribir. Te colarás en el metro. Primero irás a las bibliotecas, luego a los locutorios. Mirarás de reojo por encima de tus hombros para asegurarte de que nadie te vea buscar una foto de una mujer para ponérsela de imagen a otra. Te darás cuenta de que el paqui que atiende la caja está distraído viendo porno. Tu cara dibujará una sonrisa y aprovecharás para escribirle una reseña de cinco estrellas a ese local.

En las bibliotecas analizarás tu proceso creativo. Repasarás las clases de creación de personajes. Le inventarás un pasado y un presente a cada uno de ellos. Harás un esquema de trabajo que te servirá de guía: Lorrie Moore vive en el Gótico y estudia el curso de Protocolo y organización de las ceremonias matrimoniales; Patricio Pron vive en Gracia y hace el curso de Auxiliar veterinario de zoológico y de flora y fauna salvaje y silvestre; Lucia Berlin vive de okupa en el Raval y hace el curso de Intervención Social de Colectivos en Riesgo de Drogodependencia. A Ítalo Calvino le gusta Luis Fonsi y hace el curso de Estética y Maquillaje Profesional. Les asignas una edad y una profesión. Intentas que cada personaje tenga un estilo propio. Escribir es desdoblarse en múltiples voces, dirás.

Patricio Pron (*****):

«El curso de Auxiliar veterinario de zoológico y de fauna y flora salvaje y silvestre no sólo es el mejor curso que he hecho, sino que es el mejor curso que se ha hecho jamás / Desde el mismo título, largo y evocador, uno obtiene conocimiento / Mi profesor, Rodrigo Fresán, siempre aclaraba mis dudas / Os lo recomiendo».

Al cabo de tres meses tendrás tantas cuentas que no sabrás qué hacer con ellas. Descubrirás que hay sitios webs que hacen concursos y sorteos de libros y películas y que sólo piden enviar un correo con el nombre de un autor o título favorito para participar. Escribirás un mail desde la cuenta de Fabio Morábito: «Mi autor preferido es Julio Cortázar». Escribirás otro desde la dirección de Juan Pablo Villalobos: «Yo quiero ser Jorge Ibargüengoitía». Escribirás varios correos para aumentar tus posibilidades. Lo harás desde los perfiles de Lorrie Moore, de Valeria Luiselli, de Lucia Berlin. Ganarás el concurso con la cuenta de Roberto Bolaño y te enviarán un libro de cuentos de Roberto Bolaño. Lo venderás en Internet sin leerlo. Diez euros más a tu cartera. Participarás en más sorteos con el resto de correos que has creado. Siempre harás envíos en masa. Ganarás varios libros. No leerás ninguno. Los que no logras vender por Internet se los tratarás de vender a tus amigos. Son muy buenos, les dirás. Te darás cuenta de que tienes talento para ser librero.

Una llamada de la academia te volverá a poner alerta. Te informarán que han sufrido una ola de reseñas negativas de antiguos alumnos. Una tras otra. Edúkate es una estafa, Edúkate huele mal, Edúkate es una mierda. Las verás y te preguntarás si también son falsas. La encargada de marketing te lo confirmará poco después: todo es producto de un despido. Te dirán que estudian medidas legales para ver si es factible poner una demanda. Te preguntarás cómo una empresa que paga por falsas reseñas va a demandar a alguien que hace lo mismo. Más tarde recibirás un mail donde te indicarán que deberás escribir más reseñas positivas para contrarrestar las negativas. Copiarás y reescribirás más textos.

Juan Pablo Villalobos (*****):

«Mi experiencia ha sido extraordinaria. Si me hubiese enterado antes de la existencia de Edúkate habría terminado mi tesis doctoral. No voy a pedirle a nadie que me crea».

La academia quedará satisfecho con tu esfuerzo y te delegará más trabajo. Te explicarán que intentan posicionar mejor a la empresa en Internet y que necesitan que hagas búsquedas con su nombre y algunas palabras clave desde diferentes ordenadores. Googlearás: Edúkate cursos, Edúkate confiable, Edúkate prácticas, Edúkate buena. Unas cien veces al mes por cincuenta euros. Con eso pagarás la cuota mensual de tu seguro médico que te obligan a tener por ser un extranjero sin acceso a la seguridad social. Harás una búsqueda y harás clic en un enlace sobre qué puedes hacer para dejar de fumar. El link te llevará al curso de Auxiliar de rehabilitación y salud, el que hizo Julio Ramón Ribeyro.

Saldrás a tomarte unas cervezas con tus compañeros de piso para ponerlos al día. Te asegurarás de que paguen ellos. Uno te dará una idea: que tú mismo escribas las reseñas negativas para que luego te encarguen más positivas. Imaginarás muchos euros entrar en tu cuenta. Pedirás otra cerveza y te marcharás a casa. Empezarás a escribir mal de la empresa. Imitarás el estilo de los supuestos antiguos alumnos. La estrategia te funcionará: al próximo mes te pedirán doce reseñas positivas. Establecerás un nuevo modelo de negocio: escribir malas críticas de la academia para que la misma academia te pida buenos comentarios. Todo desde distintos ordenadores. Cuando se te acaben las bibliotecas y los locutorios y los cafés con wifi gratis en los que a veces pasarás toda una tarde con solo una taza de té, les pedirás el favor a tus amigos. Les prometes algunos libros a cambio.

Tus ingresos mejorarán y querrás ser más ambicioso: ubicarás a los encargados de marketing de diferentes academias de la ciudad y les ofrecerás tus servicios. Soy un experto en acciones de posicionamiento local, les dirás. Te contratarán primero en una y después en otra. Tendrás que administrar tu tiempo para crear todas las reseñas que te pedirán desde distintas empresas. Harás una agenda: lunes, reseña positiva de Edúkate; martes, reseña positiva de Fórmate; miércoles, reseña negativa de Edúkate; jueves, reseña positiva de Aplícate; viernes, reseña negativa de Estudia. Pondrás a Ítalo Calvino a escuchar una canción de Ricardo Arjona y apuntarás los lugares desde donde subirás cada una.

Después encontrarás nuevos ataques en el perfil de Edúkate. Leerás:

Raymond Carver (*):

«Esto es una farsa. La academia es una mierda y sus alumnos son unos fracasados. Que Lucia Berlin siga limpiando habitaciones en medio de su borrachera».

Dirás: qué coño es esto. Volverás a leer y entenderás: alguien más hace lo mismo que tú; el mismo método, el mismo estilo. Comprenderás la indignación que produce el plagio. Apropiación una mierda, pensarás. Revisarás el apartado de reseñas y verás que hay más, que cada reseña que subiste con algún personaje tiene una respuesta directa de otro: Vargas Llosa le dice a Julio Ramón Ribeyro que se deje de decir estupideces, que por su forma de escribir sabe que no lo tomaron en cuenta para el boom; Isabel Allende le contesta a Roberto Bolaño que ni muerto deja de ser tan conflictivo; Antonio Tabucchi le comenta a Umberto Eco que se calle y deje de escribir tochos históricos a lo Ken Follet que dan gastritis.

Investigarás cómo rastrear una dirección IP. Verás algunos tutoriales en Internet y no entenderás nada. Lamentarás no haber hecho el curso de Técnico superior en sistemas informáticos y redes. Pedirás ayuda a tus compañeros de piso. Te dirán que lo olvides, que no le des tanta importancia, que debe ser un ocioso desempleado o alguien que también se gana la vida con eso. Insistirás tanto que te indicarán una zona desde dónde se subieron las reseñas y te darás cuentas de que está cerca de casa. Recorrerás los locutorios que ya has visitado con la esperanza de encontrarlo. Le preguntarás a los paquis si han visto a una persona que haya venido varias veces últimamente. Te dirán que siempre vienen los mismos. Levantarás la cara y mirarás a tu alrededor: un gordo barbudo con una botella de dos litros de Coca cola y migajas de patatas fritas a la altura de su barriga, un hombre haciendo movimientos bruscos con su brazo, de arriba abajo, debajo del escritorio; una mujer gritando en un idioma que no comprendes. Te dedicarás a visitar el resto de locutorios y las bibliotecas del barrio. Te sentarás siempre al lado de algún posible sospechoso y mirarás su pantalla sin girar la cabeza. Buscarás pequeños indicios: alguien que copie una foto de Internet, que cree una nueva cuenta de correo, que haga una reseña sobre cualquier lugar. Una tarde verás a un hombre mayor reproducir una canción de Maná y gritarás: ¡te pillé, hijo de puta! El hombre mayor te mirará aterrado, como si se hubiese encontrado ante un sicario. Lo obligarás a entrar en su cuenta de correo de electrónico. Lo dejarás ir al ver que no tiene nombre de escritor. Nadie que escriba se puede llamar Luis Rodríguez.

Las reseñas negativas no dejarán de aparecer:

Roland Barthes (*):

«Un timo total y absoluto. Te venden las clases como originales y resulta que todo lo copian en Internet. Si bajas a quejarte nadie se da por aludido».

Responderás a cada una de las reseñas que te han hecho. Le dirás a Jorge Carrión que no soporta las críticas. Te olvidarás de hacer tu trabajo, de subir reseñas positivas o negativas. Solo te limitarás a ampliar tu zona de búsqueda, a tratar de encontrar al otro reseñista. Pasarás mañanas y tardes enteras en los cafés, te pararás una y otra vez para ir al baño con la intención de mirar los ordenadores portátiles de los clientes. Te reclamarán de las diferentes academias. Te exigirán mayor compromiso. Tratarás de ponerte al día y cometerás errores: Patricio Pron escribirá en el perfil de Edúkate que Aplícate es la mejor academia en la que ha estado. Poco a poco prescindirán de tus servicios. Edúkate dejará de pautarte el número de reseñas mensuales, Aplícate no responderá tus llamadas, Fórmate dirá que tuvieron que reducir el presupuesto. Intentarás ingresar a tu propio correo y te costará recordar tu contraseña. Pensarás que ese es el riesgo que tiene la literatura: en parte se escribe para ser otros. Escribirás unas últimas reseñas negativas contra las academias en represalia: Nicanor Parra nunca había dicho tantas malas palabras en tan pocas líneas.

Pasarás varias semanas sin ningún ingreso. Tus deudas se te acumularán. No podrás pagar tu seguro ni darte de baja, no tendrás para recargar tu móvil. Se te volverá a olvidar la clave de tu tarjeta bancaria. Cada cierto tiempo revisarás los perfiles de las academias para ver si hay nuevas reseñas. Conseguirás un trabajo como colaborador para escribir en blogs sobre temas diversos. Te pagarán siete euros por cada artículo de ochocientas palabras. Escribirás sobre tartas de nupcias en bodas gay, sobre qué hacer con los esquís cuando no hay nieve, sobre cómo extraer el hueso de las olivas sin lastimarte los dientes. Escribirás uno por día y seguirás vendiendo algunos de tus viejos libros. Intentarás escribir un relato de auto-meta-súper-ficción sobre un extranjero que trata de ganarse la vida con cualquier forma de escritura. Cambiarás los nombres de los personajes y lo enviarás a varios concursos. Lo harás desde las diferentes cuentas que has creado. Beberás cervezas con tus compañeros de piso, les contarás de los cuentos que escribes y recordarás que ese día vence el plazo para un concurso que ofrece dos mil euros al ganador. Le pedirás el móvil prestado a uno de ellos para enviar el relato por correo electrónico. Al tratar de iniciar sesión verás que en su móvil está configurada la cuenta de Raymond Carver.


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