Perspectivas

Reír de últimos

Fotografía de Simon Claassen | Flickr

12/05/2020

El 4/20 lo celebré con una larga y divertida videollamada entre amigos. Uno de ellos estaba muy triste: se está quedando calvo. El problema no es tanto que se le esté cayendo el pelo, como que se niegue a aceptarlo. Cuando se relajó, mi amigo nos confesó que había iniciado un tratamiento capilar. Después de pensarlo mucho, dijo, opté por hacerme un trasplante. Luego explicó que, a fin de injertárselo en las zonas despobladas, le extrajeron pelo de los lados y la parte posterior de la cabeza. No obstante, el proceso comprende varias sesiones: muchas veces, el paciente debe volver a su casa con una parte del cuero cabelludo marcada con cientos de pequeños orificios. Mi buen amigo tuvo la mala suerte de que declararon la cuarentena el mismo día que inició el tratamiento. Tuvimos que rogarle para que se quitara la gorra que traía puesta y nos mostrara la cabeza. Cuando finalmente lo hizo, acordamos ponerle un nuevo sobrenombre: salerito.

La nuestra es siempre la risa de un grupo, dice Baudelaire en su ensayo sobre lo cómico. Para el poeta francés, la función de la risa es integrar. En el teatro, por ejemplo, la risa se multiplica a razón de la cantidad de espectadores que ocupan la sala. Sin embargo, aunque en más de un sentido sigue siendo colectiva, la risa en la pandemia contradice su inherencia natural a la alegría. Entonces, ¿de qué nos reímos?, ¿a qué se debe, al decir deforme del título de Fogwill, la larga risa de todos estos días?

Dicen que los fenómenos más cómicos suelen ser los más serios: toda rigidez es sospechosa. Tal vez nuestra risa actual sea un primer síntoma ante la imposibilidad de enunciar las formas que durante este último tiempo ha adoptado nuestro entorno: encarnamos aquellos comediantes que, en medio de sus interpretaciones, no pueden contener la risa y pasan de ser actores, a ser también espectadores de su propia ceremonia.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la ausencia de sentido oscureció por completo el corazón de muchos escritores. Hasta entonces, Beckett se había esforzado en hacer lo que debía, esto es, representar en clave realista el mundo que lo rodeaba. Una noche de tormenta frente al mar, tuvo una revelación que lo hizo comprender cuál era su propósito como escritor: sumergirse en las tinieblas del mundo interior. Nunca quedó claro qué tipo de mensaje le fue descubierto, no obstante, quedó registrado de esta forma en uno de los actos de La última cinta de Krapp: «Veía claro, en fin, que la oscuridad que yo siempre había luchado encarnizadamente por ocultar es, en realidad, mi más…» (el personaje interrumpe la cinta sin que el espectador pueda escuchar lo que sigue). Aquella epifanía cambió para siempre la dirección de su escritura: la risa fue una posibilidad ante el sinsentido.

Si bien es cierto que la confusión general ha mermado (nunca ha sido más visible aquello de que con el tiempo nos adaptamos a cualquier circunstancia), durante los primeros días del confinamiento no dejé de escuchar que el encierro nos estaba enloqueciendo: aunque expresión frecuente en pacientes psiquiátricos, esta risa (todavía) no es de loco. No obstante, me pregunto de qué otra forma interpretar nuestra risa puertas adentro (ante el video de los ghaneses, por ejemplo), más que como inversión del sentido común: en la calle, en cambio, fruncido el ceño sobre el tapabocas, esquivamos el contacto y la mirada. En aquella célebre entrevista, Mónica Maristain le pregunta a Bolaño: «¿Creyó en algún momento que se estaba volviendo loco?» El escritor chileno responde: «Por supuesto, pero me salvó siempre el sentido del humor. Me contaba historias que me volvían loco de risa. O recordaba situaciones que hacían que me tirara al suelo a reírme». Si existe una locura risible, escribe Bergson en su ensayo al respecto, tendrá que ser conciliable con la salud general del espíritu.

Dice Baudelaire que la risa también puede ser entendida como expresión de cierta idea de superioridad: lo cómico se produce cuando un grupo de individuos concentra su atención en uno solo. Acaso por temor a que derive en tos seca, hoy nuestra risa se resiste a esta reflexión: reímos menos de los otros que de nuestra propia fragilidad frente a la naturaleza. ¿Qué manera más evidente de revelar inquietud que a través de una risa nerviosa? El sentido del refrán no vacila en cuanto a quién ríe mejor.


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