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¿Qué hay detrás de la ventana?

Pintura "Motas de polvo bailando en rayos de sol", por Vilhelm Hammershøi, 1900.

25/05/2020

Si la arquitectura fue sintomática en momentos de inflexión como la caída del muro de Berlín o el derrumbe de las torres gemelas, considerando el vacío al que convoca la invisibilidad del virus, qué símbolo representa el giro pandémico.

Una elección asocia la epidemia al ámbito de los hospitales, cuyas atmósferas, como sueños envueltos en velos asépticos, guardan aquella melancolía blanca tan peculiar. Conviene que el sello del confinamiento, no obstante, además de ausencia y silencio, remita al tiempo detenido. En consecuencia, cuando pienso en una estampa posible, acudo a la imagen de una calle vacía vista tras una ventana.

«Motas de polvo bailando en rayos de sol», por Vilhelm Hammershøi, 1900.

Tal vez porque, ante todo, el desierto está hecho de luz, durante estos últimos días, me surge como visión relacionada una pintura del danés Vilhelm Hammershøi. Se trata de un emotivo espacio interior, iluminado por un albor brumoso que irrumpe en la escena a través de unos paneles de vidrio. Aunque de naturaleza figurativa (su título es Motas de polvo bailando en rayos de sol), la concepción del cuadro es deliberadamente abstracta: cualquier interpretación sortea lecturas históricas o religiosas. De algún modo aquella atmósfera, además de generar el impulso de habitarla, induce un efecto de incertidumbre o misterio: ¿de qué planeta proviene esa luz? Es cierto que la pintura se mueve (miles de partículas de polvo circulan de un lado a otro entre los rayos del sol), sin embargo, la imagen alude a cierta soledad existencial, esto es, nuestro universo interior: Hammershøi opera como un narrador que convierte a su espectador en personaje.

Durante toda la primera década del siglo XX pintó obstinadamente el mismo rincón (con y sin muebles, con y sin figuras, en distintos momentos del día y en diferentes estaciones del año). Aunque también hizo retratos y paisajes naturales y urbanos, su trabajo es célebre por estos interiores: el destino quiso que la representación de una ausencia fuese su imagen más icónica.

Apasionado por la arquitectura, eligió no registrar “lo importante” y, mediante aquel estilo fotográfico, diferenciado por líneas y sombras perceptibles, se concentró en pintar rincones muy particulares: del Palacio de Kronborg, por ejemplo, cuyos alrededores Shakespeare eligió para ambientar la tragedia de Hamlet, Hammershøi pintó sólo una parte del techo; del Museo Británico, optó por una esquina en su fachada.

Buena parte de sus trabajos encubren la presencia humana: si bien se hallan pinturas en las que se advierte la silueta de una mujer, esta aparece generalmente de espaldas o absorta en actividades mínimas. Me gusta imaginarme a Hammershøi y a su esposa en medio de aquellos paisajes cotidianos como una pareja sin hijos que se abandona al silencio de una cuarentena.

En la elección de aquella paleta de colores y aquellos temas en apariencia sencillos, radica una reflexión y una filosofía de vida: Hammershøi no aspiró a la estridencia sino a algo parecido al estoicismo. Al recoger observaciones de eventos aparentemente nimios, figurados de aquella manera diáfana, casi candorosa, su trabajo adquiere, como la belleza que está oculta entre las cosas, cierta tendencia a evaporarse.

«Motas de polvo bailando en rayos de sol», por Vilhelm Hammershøi, 1900.

Murió de cáncer a los 51 años. En su último autorretrato su propia figura parece estar diciéndonos que lo más importante es justamente aquello que está a su alrededor. Dejó varias preguntas sin responder: ¿por qué de espaldas, por qué las puertas, por qué abiertas?

Siempre vinculé el oficio literario con la imagen de una ventana de par en par: recibir lo que proveen los paisajes del afuera, en tanto se revela el mundo interno. ¿Qué hay detrás de la ventana? Detrás de la ventana hay un mar sin peces, es decir, detrás de la ventana hay una calle desierta, detrás de la ventana no hay nada, detrás de la ventana está el vacío. ¿Valdrá la pena apelar a la idea budista que corresponde a esta última noción con el derrumbe de los límites, el desprendimiento de lo material, la trascendencia, la libertad, la iluminación? Qué libre era nuestro paso cuando podíamos ir de arriba abajo en la ciudad: mirábamos con alegría a los hermanos, a los trabajadores, a los chamines. Hoy a la vida nos liga un vínculo doloroso: nuestra conciencia de fragilidad. Con todo, quién nos asegura que no nos rendiremos nuevamente ante el olvido.


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