‘¿Quién trae las cornetas?’: Rawayana completa su regreso a Ítaca

14/10/2023

Rawayana. Imagen de Passline

La banda venezolana presentó un nuevo disco y anunció gira por América y Europa. Esta es una revisión sobre su obra musical.

“Ítaca te dio el bello viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino”.

«
Ítaca», de Constantino Cavafis

 

Los alrededores de la Plaza La Castellana, en Caracas, están desbordados de gente. Es de noche. La sombra de los cuerpos se confunden entre la poca iluminación de las calles y el baño ocasional de alguna luz furtiva. La ciudad vive otra edición del festival “Por el medio de la calle”, el sábado 17 de septiembre de 2011. Un puñado de cuadras están cerradas al tráfico y abiertas a los ciudadanos. En el futuro se podrá leer que había más de 400 artistas sobre veredas, asfalto y oscuridad. Entre ellos, una agrupación que cinco meses antes, en marzo, lanzó su primer disco y comenzó a generar revuelo en algunos medios, Rawayana.

Siguiendo en aquel momento, la abundancia de gente es un síntoma de cuánto se aprecian ese tipo de eventos: son una válvula de escape para una ciudad violenta, una capital que luego de las 7:00PM activa sus alarmas. Hay que llegar rápido a casa. No te metas por este sitio. Mosca con esa moto. Pendiente en el metro. Quienes están ahí, caminando entre calles, buscando a su artista o banda preferida en la oscuridad, se saben menos solos de lo normal. Si se comparten, los miedos se diluyen. Aquellos que buscaban a Rawayana pudieron encontrarla en la calle Mohedano o en la Cecilio Acosta. Los chicos están bajo una carpa. Parece que están hacinados. O, quizá, mientras ajustan el sonido, sólo están abrumados por tanta gente pasando ante sus ojos, para verlos a ellos o ignorarlos.

Doce años después de aquello, puede que ninguno de los que se cruzó con la banda imaginara que se convertiría en una de las más populares de la escena venezolana; tampoco que estaría girando por todo el continente y colgando carteles de sold out ni sospecharía que Rawayana, en un principio asociada solo con el reggae y definida por algún sector como una agrupación que hacía ‘música para levantar culitos’, se convertiría en una de las ideas artísticas más potentes y representativas de la cultura venezolana. 

Búsqueda, encuentro y mutación: el sonido Rawayana

“Como en toda costa
sube la marea.
Tranquila, mi amor,
que eso se surfea”.

«Véngase I, Rawayana


Entre
Licencia para ser libre (2011) y RawayanaLand (2013) hay solo dos años de separación. Uno es la evolución natural del otro. La influencia del reggae y el ska es marcada, mientras las composiciones bailan entre el amor, el desamor y el humor. “Fuego azul”, “Algo distinto”, “Vocabulario básico” y a “Tu nombre”, canciones que aún perduran en la mente de sus oyentes más fieles, sirven para describir parte del perfil de la banda. En esos discos hay dos temas que, vistos con perspectiva, podrían entenderse como primeros pasos de búsquedas que luego se concretarían en otros álbumes y en momentos históricos distintos. Son “Gatos Oliva” y “Mamita”. En la primera canción se encuentran estos versos: 

“Es que me siento inseguro afuera,
incómodo adentro.
Ya todo ha cambiado,
no llego al fin del cuento.

Si quieres ayuda
ven a ve’ que nadie te la ofrece.
Este es mi mundo”.

Más adelante, esas estrofas se completan con otro verso: “queremos vientos de paz”, en un país que, poco a poco, comenzaba a implosionar mientras la inseguridad se hacía ley. Luego, con “Mamita”, Rawayana ponía su nombre junto con el de Natalia Lafourcade, prestigiosa para aquel momento y en la actualidad una de las voces femeninas más importantes para la cultura latinoamericana. La relevancia de esa alianza, más allá de cualquier beneficio comercial o el posicionamiento de la agrupación en otras coordenadas, es que representa un interés por rodearse de gente capaz de hacerlos crecer desde un punto de vista artístico.

RawayanaLand muestra una diversidad de sonidos más amplia, coqueteando con géneros como el bolero, el jazz, la electrónica y el rap, mientras la esencia reggae se hacía más robusta, complejizando algunos riffs, jugando mucho más con las posibilidades de los instrumentos. En cuanto a composiciones, “La pistola” pasó desapercibida, aunque sus versos tengan un peso social interesante: 

“Si no llevas la pistola,
pareciera que no supieras de moda.
Extorsiones, no perdonan
y tus sueños cualquiera llega
y lo’ roba.

Dame un motivo pa’seguir así.
El poder te dice no hables
mal de mí.
Dame argumento
vive lo que siento.
Lo único que pido
es seguridad”.

Para el tercer álbum fue necesario esperar tres años. En ese lapso, 2013-2016, se hizo tendencia una dinámica social que partió en dos —o en miles de pedazos— la historia contemporánea de Venezuela: centenares de ciudadanos comenzaron a emigrar hacia cualquier parte del mundo. Ese fenómeno, en mayor o menor volumen, ya cumplió diez años. Visto el desarrollo de la obra musical de Rawayana, la banda no fue indiferente a esto, incluso antes de que la mayoría de los miembros se instalaran fuera en otro país. Eran años en los que por Re o Fa se tenían noticias sobre amistades, familiares o conocidos tomando ruta hacia el Aeropuerto Internacional de Maiquetía o pensando en hacerlo.

Rawayana en los Latin Grammy Awards celebrados en Las Vegas, Nevada, el 16 de noviembre de 2017. Fotografía de Mark Ralston | AFP

Trippy Caribbean (2016) es la bisagra entre el pasado de la banda y lo que luego sería su explosión musical, compositiva y visual. El disco tiene diez temas. Siete de ellos podrían considerarse relevantes. De ese lote, solo dos ‘se parecen’: “Véngase I” y “Véngase II”, presentados en un film en el que aún perduran chicas que responden a un canon de belleza específico. Además de “High”, grabado junto con Apache y que puso a la banda a sonar más allá de Venezuela, en ese disco también se produce la primera colaboración pública de un nombre clave en la evolución de Rawayana, José Luis Pardo, quien ya venía aportando ideas en la producción. Fue en Funky Fiesta, un tema que resuena con The New Sound of Venezuelan Gozadera (1998) y Arepa 3000 (2000) de Los Amigos Invisibles, una banda que está en el ADN de Rawayana y en la que José Luis Pardo fue esencial. Aquello fue potenciar el contacto con una suerte de maná particular; uno sin el que, quizá, el resultado de Cuando los acéfalos predominan habría sido muy distinto. 

El duelo migratorio: el viaje entre Cuándo los acéfalos predominan y ¿Quién trae las cornetas? 

“Allá en tu mar
ya yo no me mojo.
Yo lo siento
pero hoy no quiero
ir a bañarme. No”.

«En tu mar», Rawayana


La crisis social, política y económica a la que no habían sido indiferentes en algunas composiciones, de forma explícita y en otras de manera velada, atravesó a toda la banda. Rawayana, compuesta por Alberto ‘Beto’ Montenegro, Antonio ‘Tony’ Casas, Andrés ‘Fofo’ Story y Alejandro ‘Abeja’ Abeijón, dejó de tener a todos sus integrantes en Venezuela. Hasta el momento, la separación entre
Trippy Caribbean y Cuando los acéfalos predominan es la mayor entre los discos de la agrupación: cinco años. Su contexto, marcado por la migración y el aislamiento debido a la pandemia por la COVID-19, no puede omitirse. 

A la par que la banda se fue alejando de Venezuela, su sonido y lenguaje se afincó en ella. Esa interpretación nace del tono que se encuentra en Cuando los acéfalos predominan. Pero antes de prestar atención a su contenido, hay que mirar su tapa, esa portada evocando un mapa. Precios. Porcentajes. Números. Distancia. Una cartografía que quienes migraron y empezaron a ver al país en la distancia podrían reconocer con facilidad. La primera pista sobre el concepto del disco es un arte desgarrado. Play.

“Yo no sé por qué nací
donde nací.
En medio de un conflicto
que no siento mío”.

Así empieza “Nuestro amanecer”. La voz se acompaña de una atmósfera nublada; no oscura, porque en el lenguaje musical de Rawayana ese adjetivo quizá nunca cale: hay demasiado mar y salitre para opacarse por completo. Sin embargo, entre ese paisaje sonoro que comienza a descubrirse y las canciones que produjeron antes, hay una distancia equivalente a la que está entre Venezuela y México o Argentina o Madrid o Irlanda.

En esa línea, “Laberinto” es una declaración de amor hacia una persona y, también, hacia una cultura, un espacio, un país. En el coro de ese tema resuenan, como un eco, dos versos: “Siempre quiero/siempre quiero regresar” a un vínculo que parece turbio. Esa sensación se asienta en “Welcome to el Sur”, con una letra y un video que homenajea a Caracas, esa ciudad que ahora miles de personas ven en la distancia. El aire reflexivo de la pieza puede interpretarse como un reflejo de la frustración de muchos:

Welcome to el Sur,
donde tú
sabrás el costo de tu libertad”.

En la actualidad, dos años después del lanzamiento de Cuando los acéfalos predominan y según datos de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela, hay 7 millones 710 mil 887 venezolanos residenciados fuera del país. De esa cifra de emigrantes, 6 millones 527 mil 64 están distribuidos en América Latina y el Caribe. 

El Sur. 

En línea con esa intención de querer reflejar parte de la frustración que acompaña a algunas generaciones de venezolanos, está “Váyanse todos a mamá”, junto con Los Amigos Invisibles y José Luis Pardo. Parte de la letra dice:

“No hay nada que debatir,
cuando todos la embarraron. 

Me sorprende tu actitud
de retrógrado ofuscado.
Con camuflajes no se puede hablar.
Con tus complejos no voy a bregar.
Me voy de aquí.
Voy a vivir”.

Sin apartarse de la influencia del reggae, Rawayana abraza géneros como el funk, la electrónica y el jazz de una manera más clara, quizá definitiva en su desarrollo como artistas. Todo esto, sin elevar su lenguaje hasta niveles elitistas: aún en ese disco nublado, tormentoso por la realidad que refleja, la agrupación sigue riendo y tomando referencias venezolanas para darle color al paisaje gris. “Nah webona, Vladimir”, un guiño a aquel video viral, sirve de ejemplo. Es una canción que dialoga con las antes mencionadas. Templa la idea del disco y retrata un momento histórico a partir de emociones como la frustración, el desapego y la tristeza. 

En ese viaje literal y metafórico que emprendió la banda, Cuando los acéfalos predominan agrupa cuatro de los estados del duelo migratorio. Los primeros y más ásperos: negación, ira, negociación, depresión. Todo, sin dejar los tambores a un lado, mientras persiste la búsqueda de artistas que admiran, referentes morales —hay un homenaje a Renny Ottolina— y la sonrisa ante la adversidad. 

El regreso a casa y las ventajas de la distancia

Si Cuando los acéfalos predominan se entiende como un álbum hecho entre maletas, trámites, frustración y rabia por la situación del país y la adaptación a esa nueva sociedad a la que algunos de ellos se abrieron, ¿Quién trae las cornetas? es una carta de amor a la cultura y paisaje en el que crecieron. 

Con la banda ya instalada en el circuito internacional, conformando un crew que puede resultar en ocho músicos (o más) en tarima —una rebeldía, en tiempos de DJ’s y pa’lante— y formando parte de festivales como el “Lollapalooza”, la presentación del nuevo disco es un mensaje a aquellos que no conocen algunas cuestiones de Venezuela. Por eso se escucha a Beto diciendo, en el tráiler de presentación para Spotify, “qué increíbles las bocinas. En Venezuela las llamamos cornetas”. 

El álbum ya no tiene un arte poético en la tapa, sino algo más minimalista: la costa venezolana. “Nada malo” —con Bebo Dumont— es la pieza con la que abre. Se trata de una canción más luminosa en relación con la primera del disco anterior. Dos versos finales sientan el tono emocional con el que se narra ese viaje:

“¿Qué es lo peor que puede pasar?
Sabemos lo que es fracasar”.

Rawayana desde Punto Fijo. Fotografía de Brocolirecords | Wikimedia

Teniendo en cuenta el peso social de Cuando los acéfalos predominan, es fácil pensar que ¿Quién trae las cornetas? se desconecta de su contexto; pero no es así: se adentra con una mirada distinta, quizá marcada por la distancia. Quien emigra no solo extraña los paisajes y sabores con los que creció; también recuerda con frecuencia códigos en el habla y el gesto que ya no tiene, palabras que no le funcionan en ese nuevo entorno y, al mismo tiempo, lo definen. 

A través de las canciones, Rawayana vuelve a esos códigos y a esos paisajes sin varias emociones del disco anterior. Podría interpretarse que la banda llegó a la aceptación y el agradecimiento para radicalizar muchas de las búsquedas que venían sucediéndose en álbumes previos. Esto, junto con una transformación audiovisual que ahora es más diversa en cuanto a representatividad, reflejando otros matices y características de la cultura venezolana, a la par que se acompañan con figuras provenientes de otros géneros y da espacio a más voces femeninas.

Hasta el momento, el viaje los ha llevado a volver a Caracas, La Guaira y algunas islas, montados en un Toyota, en motos o en lanchas. “Dame un break”, “Binikini” —con Danny Ocean—, “Besos ricos” —con Goyo—, “911” y “Brindo” dan fe de esa trayectoria, geográfica y musical. En relación con la última de las canciones citadas, hay una diferencia. Es un tema similar a los que conforman Cuando los acéfalos predominan. Si de palabras se trata, es válido tender otro puente entre ese disco y la pieza. Uno de los versos de “Váyanse todos a mamá” dice:

“Brindo por la libertad
de evadir a los tarados”.

Pero en “Brindo”, la canción de ¿Quién trae las cornetas?, ya no está el dolor que atraviesa a su álbum predecesor. Solo resta una estela de memoria, los rastros de esa lucha emocional, evidente en el coro:

“Que tengo el corazón roto.
Apostamos por nosotros,
tanto que lo intentamos
y nos salió mal
(…)
Brindo por nosotros”.

En cuanto a composición y posibles interpretaciones, “Brindo” es uno de los mejores temas del álbum. Si se sigue el rastro del lenguaje musical de la banda, es válido entender esa canción como un tributo a quienes sienten que, yéndose de Venezuela, perdieron un país. Sí, ganamos otras cuestiones; pero perdimos un país. El tema se apaga con una estrofa que despide aquella lucha, que en este contexto habría que entender como un duelo, con aceptación y abriendo puertas a posibles aprendizajes:

“Perdona los delay’s.
Me voy pa’otra highway.
It’s gonna be ok.
Love you
but I can’t stay”. 

La siguiente canción, “Hora loca” —con Monsieur Periné, es Rawayana celebrando parte de la cultura local y regional. El amor y los vínculos son un medio a través del cual la agrupación lanza distintos mensajes. De ellos no se puede esperar una declaración política porque no les interesa y entienden que su arte habla de mejor manera. En ese sentido, y teniendo en cuenta el duelo que también se hace de esas palabras que en el extranjero nadie nos entiende, la banda tira un montón de referencias hacia la oralidad venezolana, reafirmándose en su lenguaje, ese que la describe y le da personalidad: 

“Épale, mi pana,
¿me regala uno en las rocas?
Dime, parcerita,
yo ando aquí en la misma nota.
Vamos pa’La Guaira.
Yo soy el chamito
que no te va’a andá con vainas”.

A esa estrofa le sigue otra que da vuelo al tema. Si se analiza junto con el ritmo musical y la siguiente referencia, “Hora loca” es un homenaje a Los Fabulosos Cadillacs y a uno de los himnos más importantes de la música argentina y latinoamericana: “Matador”. No puede entenderse de otra forma lo siguiente, mientras la batería evoca al ritmo de murga y la cumbia del sur:

“Fabuloso, matador.
Desde que te vi
ya me siento mejor.
Vamos pa’la playa,
contigo me voy.
No traigo guarito,
pero traigo ron”.

En esta pieza también hay una mención a Héctor Lavoe. ¿Quién trae las cornetas?, dentro de la mitología que Rawayana viene construyendo desde 2011, es la exploración más profunda de la música venezolana y regional, junto con un interés por representar y dejar registro de una parte de la cultura nacional, sin apartarse del humor. Esa última característica, que puede darle informalidad a su mensaje, admite otra lectura: luego de tanto horror, antes que llorar, es preferible reír y mirar hacia adelante, rescatar aquello que permanece más allá de los momentos históricos y aprovechar la oportunidad del viajero: mirar, con otros ojos, aquello que dejó atrás.

La Ítaca de Rawayana son los tambores de las costas venezolanas —hay menciones a Ocumare de La Costa y a La Sabana—, ese mar acompañando noches, el jodedor de la esquina, la picardía y el carácter de la mujer venezolana y el mototaxista salvando el día; en ese lenguaje particular, ¡nah-guevoná!, está la tradición musical impregnada de salsa, el merengue de centro América —con una referencia a Chichi Peralta— y el merengue venezolano, el pop local —hay un guiño a “Con la punta’el pie” y está Servando—, el jazz, el rap, la música urbana, la electrónica y diversos ritmos tradicionales de Venezuela. El río de sonidos y referencias se completa con un homenaje a México, en “Colchones, tambores y refrigeradores”. Todo eso está en ¿Quién trae las cornetas?

El disco coincide con el debut de la banda en el formato Tiny Desk. Sucedió un día después de que The New Sound of Venezuelan Gozadera fuera reconocido por Rolling Stone como uno de los 50 mejores álbumes del rock latinoamericano; también se produce junto con la nominación de varios artistas venezolanos a los Latin Grammy, incluyendo Brooklyn Cumaná, un trabajo hecho por Sam Reider y Jorge Glem, uno de esos músicos que lleva rato investigando sobre la tradición local y buscando maneras para difundirla, cuatro mediante.

Rawayana es parte de esa camada de artistas y músicos que miran hacia su tradición musical, procuran cultivarla y darle nuevos enfoques. Ya no es aquella banda que estaba por empezar un toque en un festival caraqueño, sino una que llega a su ciudad y encuentra vallas publicitarias promocionando su disco y hace fiesta en la Concha Acústica de Bello Monte

A través de su música, la banda ofrece su propia respuesta a la pregunta que hace en el video promocional de ¿Quién trae las cornetas?, “¿de dónde viene la música?”. Surge de esas emociones procesadas a lo largo de los años, del interés por el consejo de otros músicos, de la curiosidad por los artistas que construyeron parte del imaginario sonoro de un país, de una región, y del reconocimiento de una serie de características culturales que son diferenciales y pueden ser hechas canción.


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