Perspectivas

Plutarco, el gran autor de perfiles

17/12/2019

Busto (probablemente) de Plutarco. Siglo II aC. Fotografía de Zde | Wikimedia

«Lo excelente es eternamente nuevo». Ralph Waldo Emerson.

El concepto griego de Paideia, al igual que la Bildung del romanticismo alemán, es educación para la excelencia, para la grandeza. Su meta es alcanzar la magnanimidad de los héroes y de los santos. Debido a su carácter excepcional, no hay una forma institucional para enseñar esa virtud. En tal registro, Oscar Wilde apunta: “la educación es algo admirable; sin embargo, es bueno recordar que nada que valga la pena se puede enseñar”.

La paradoja puede ser superada cuando entendemos que no se puede enseñar, pero sí aprender. Los grandes hombres de la historia se han formado a sí mismos. Para decirlo de otra manera, la Paideia es un proceso de autocreación, y como tal supone una disciplina de la voluntad y de la imaginación. Hay que adiestrar la voluntad para poder pensar y actuar de modo diferente al rebaño humano. En otras palabras, hay que asumir la valentía indispensable para trascender la cultura convencional. Mark Twain decía: “Siempre que te descubras en el lado de la mayoría, es hora de ponerte a reflexionar”. En este sentido hay que entender al profeta Elías cuando le ruega a Dios que lo castigue si no logra ser mejor que sus padres (1 Reyes 19:4).

La imaginación también debe ser disciplinada para ponerse al servicio de un sueño transformador. Hay que pensar más allá de las cadenas mentales. De nuevo, Oscar Wilde nos ilumina: “Todo aquel que no viva por encima de sus posibilidades sufre de falta de imaginación”. En conclusión, la Paideia debe poner la voluntad al servicio de las posibilidades que nos ofrece la imaginación, muy por encima de las opciones que nos ofrece el gregarismo.

¿Cómo se puede enriquecer la imaginación, y a la vez estimular la voluntad? Pues con ejemplos de los grandes hombres del pasado.  Si es así, ¿de dónde sacar esa información?

El monstruo y el dramaturgo

A diferencia de las versiones cinematográficas del monstruo de Frankenstein, en la novela original de Mary Shelley, la criatura no se muestra torpe para hablar. Por el contrario, posee una gran elocuencia, la cual ha cultivado por medio de la lectura de grandes obras de la literatura clásica. Entre sus lecturas favoritas, llama la atención un autor de quien el monstruo aprende a admirar a los grandes hombres del pasado.

 “Por Plutarco (…)  supe de hombres dedicados a gobernar o a aniquilar a sus semejantes. Sentí que se reafirmaba en mí una tremenda admiración por la virtud y un inmenso odio por el crimen”. Mary  Shelley: Frankenstein, cap. 14.

¿Quién fue este escritor? Plutarco de Queronea (46 d.C. – 120 d.C.) fue un historiador y filósofo moral griego que escribió, entre otras cosas, Vidas paralelas, una serie de biografías donde compara figuras griegas y romanas. Esta ha sido su obra más popular y de mayor alcance. Durante siglos ha ocupado el lugar del libro de cabecera de buscadores de orientación moral y política. Las biografías de estos personajes célebres se han convertido en arquetipos de la cultura occidental, tales como Pericles o Rómulo.

En su exaltación de la grandeza, Plutarco destacó los caracteres valientes, generosos y constantes. En los protagonistas de la historia, elogió la simplicidad de modales, el amor a la belleza y la libertad, así como el patriotismo. Plutarco está menos interesado por las contingencias de la política o la construcción de imperios, y mucho más por el carácter personal, las acciones individuales y los motivos para la acción.

¿Quién no ha disfrutado esos grandes retratos de personalidades del mundo antiguo que dibuja  Shakespeare en obras tales como Julio César, Antonio y Cleopatra, Timón de Atenas o Coriolano? En esas cuatro obras, el bardo inmortal utiliza la misma fuente histórica: Plutarco.

Por ejemplo, Plutarco suministra la descripción del  encuentro entre Antonio y Cleopatra, sobre el río Cidno, donde la reina de Egipto trata de seducir al líder romano (Vida de Antonio, XXVI). Con la magia de su poesía, Shakespeare transforma la prosa de Plutarco en un fresco inolvidable (Antonio y Cleopatra, II, 2, 196 y sig.).

La historia como educación moral

Plutarco le legó a la posteridad un depósito de personajes llenos de vida, anécdotas deslumbrantes, y dramas fascinantes. A pesar de esto, no se clasificaba a sí mismo solo como un historiador o un literato. Plutarco se consideraba un filósofo. Por tanto, no concebía el conocimiento histórico como un fin en sí mismo, sino como un medio para hacer pedagogía, es decir, educar para la grandeza. La historia es como un «espejo» para el alma. Ella proporciona modelos para inspirarnos, así como una serie de relatos de advertencia, donde la virtud se ve comprometida.

“ Cuando me dediqué en un principio a escribir por este método las vidas, tuve en consideración a otros; pero en la prosecución y continuación me he mirado también a mí mismo, procurando con la Historia, como con un espejo, adornar y asemejar mi vida a las virtudes de aquellos varones: pues lo pasado se parece más que a ninguna otra cosa a la coexistencia en un tiempo y en un lugar; cuando recibiendo y tomando de la historia de cada uno de ellos separadamente, como si vinieran de una peregrinación, vamos considerando ‘cuáles y cuán grandes eran’; haciendo examen para nuestro provecho de las más principales y señaladas de sus acciones.” (Vida de Timoleón, prefacio)

Reiteradamente, Plutarco afirma que su propósito primordial es edificar. Esto supone que destaca los aspectos moralmente positivos de los protagonistas históricos. De todas formas, sus retratos no son exageradamente idealizados. No omite mostrar sus defectos, y hasta llega a hacer retratos de tiranos. No solo quiere mostrarnos lo loable, sino también lo que es reprensible.

Es convicción de Plutarco que la exhibición de carácter virtuoso inspira la emulación. En un famoso pasaje en su vida de Pericles, Plutarco señala que hay muchas cosas que admiramos, pero esa estimación no provoca en nosotros el deseo de imitar. Si bien podemos admirar al producto, no nos parece que su productor sea digno de copiar. Las acciones virtuosas estimulan nuestra alma a emular al virtuoso.

 “Tales son las obras y acciones virtuosas que con sólo que se refieran engendran cierto deseo y prontitud capaces de conducir a su imitación; pues en las demás, al admirar sus frutos o productos no suele seguirse el conato de ejecutarlas, antes por el contrario, muchas veces, causándonos placer la obra, miramos mal al artífice, como sucede con los ungüentos y la púrpura; estas cosas nos gustan, pero a los tintoreros y aparejadores de afeites los tenemos por mecánicos y serviles.” (Vida de Pericles, I).

Plutarco supone que la mejor educación es a través de los ejemplos. Al mostrar el bien moral, se convierte en un estímulo práctico. Apenas se contempla, la voluntad se siente impulsada para realizar dicho bien.

Por otra parte, el bien, para Plutarco, consiste en la vida de la república. Coloca la ética individual al servicio de la defensa del régimen donde los gobernantes se someten a la ley. Es muy severo en el juicio a los tiranos. De la misma forma, denuncia las manipulaciones populistas. En el mundo antiguo, autores como Eurípides, Platón y Plutarco, opinan que solo la verdadera igualdad proporcionaba armonía social y que solo ella puede convertirse en un obstáculo contra la ambición de poder.

El legado de Plutarco

El gran desafío de la educación, no reducida a instrucción técnica, es la formación del carácter. Alcanzar tan elevado ideal es obstruido por la cultura inmoralista predominante. Tanto así que las personas sienten aversión por los términos positivos de la moral. El autor inglés C. S. Lewis, el creador de Narnia, ha calificado de “ley” esta tendencia a cambiar el sentido de las palabras éticamente famosas en su contrario: “Ponle un nombre a una buena cualidad y pronto ese vocablo designará un defecto”. Basta con atribuirle a alguien el calificativo de “virtuoso” para que se sienta avergonzado y se excuse alegando que practica algunos vicios.

Ante la decadencia moral que nos sacude, es bueno hacer lo que se hace en momentos históricos de crisis: regresar a las fuentes. Desde la antigüedad hasta los tiempos modernos, las mentes más inquietas han leído a Plutarco para obtener orientación sobre el liderazgo político.

Plutarco tuvo una enorme influencia en las revoluciones ilustradas de los siglos XVIII y XIX. George Washington se inspiró en los viejos héroes de Plutarco, y Napoleón consideró a Vidas paralelas como un manual de gobierno militar y civil. Es la misma fuente de la que bebieron tanto Miranda como Bolívar, así como otros personajes de la independencia de la América Española.

Hay que resistir con inspiración, percepción desprejuiciada y creatividad. Autores como Plutarco, permiten nutrir la inspiración y ofrecen la oportunidad de recrearnos como personas, como sociedad y como país.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo