Perspectivas

¿Platón comunista?

16/01/2021

Platón. Retrato ficticio del filósofo griego por José de Ribera, óleo sobre lienzo, c.1612.

…Dios es el único dueño;

derrumbaron las almas los vallados, aquí lo mío y lo tuyo,

y todos laboraban fraternales, y todo repartían fraternalmente.

Nikos Kazantzakis, Odisea

En 1945 Karl Popper, entonces profesor del Canterbury College en Christchurch, Nueva Zelanda, publicaba La sociedad abierta y sus enemigos, que a falta de editor en los Estados Unidos, debió ser publicado por la no menos prestigiosa casa editorial Routledge de Londres. Tras la toma del poder por parte del nacionalsocialismo en Austria en 1937, Popper había intentado vanamente emigrar a Inglaterra y los Estados Unidos. Sin embargo fue en Nueva Zelanda donde, alejado del torbellino de la guerra, pudo retirarse a pensar y escribir su obra.

La sociedad abierta y sus enemigos es, como señala su nombre, un extenso alegato a favor de las democracias liberales y su defensa contra sus “enemigos”. Estos están claramente identificados. Son los propulsores del historicismo teleológico que han supeditado la historia, la filosofía política y los movimientos sociales a un “plan superior”, unas leyes inexorables que, se supone, rigen el universo. Se trata sin duda de Hegel y Marx, pero sobre todo de aquel a quien Popper señala como el padre de las criaturas: Platón. El autor comienza descargando su artillería sin ambages: “los grandes hombres pueden cometer grandes errores, y como el libro trata de mostrar, algunos de los más grandes líderes del pasado apoyaron el ataque perenne a la libertad y la razón”. Es así como toda la primera parte de la obra (casi doscientas páginas de la edición española) está dedicada al examen de la República. La conclusión es tajante:

“En resumen, podemos decir que la teoría platónica de la justicia, tal y como ha sido expuesta en la República y otras obras posteriores, constituye una tentativa deliberada de sofocar las tendencias igualitarias, igualitaristas y proteccionistas de la época, para restablecer los principios del tribalismo sobre la base de una teoría moral totalitaria”.

¿Hasta qué punto podemos, pues, considerar la República de Platón como una propuesta totalitaria? Lo primero que tenemos que tomar en cuenta es que se trata, ante todo, de una utopía. Y lo sabemos, utopía es el no-lugar, el lugar inexistente. Eso es lo que la palabra significa en griego, con todas sus letras. Es más, podemos afirmar sin ningún temor que la República de Platón es, si no la primera, al menos la más importante de las utopías de la antigüedad, el texto fundador de un género híbrido que media entre el pensamiento y la imaginación, entre filosofía y literatura. Por demás, que la República de Platón fue desde el primer momento un texto polémico lo prueba el comentario de Plutarco (Sobre las contradicciones de los estoicos, 8 1034 f), donde afirma que el estoico Zenón, autor él mismo de una República, había escrito su obra “en contra de la de Platón”.

Género anfibio y difuso, las relaciones entre utopía y realidad nunca estuvieron bien delimitadas, y me temo que a propósito. A menudo me gusta pensar que la diferencia entre utopía y realidad es la misma que hay entre el sueño y la pesadilla: convertimos el sueño de la utopía en pesadilla cuando nos empeñamos en hacerla realidad. Por eso la utopía, el no-lugar, es en sí una negación de la realidad. Está condenada a no existir jamás, y no solo lingüísticamente. De eso se enteró Platón cuando fracasó estrepitosamente al tratar de aplicar sus ideas políticas en Sicilia, como cuenta él mismo en la Carta VII.

Platón y sus estudiantes. Dibujo de Mary Evans Picture Library.

¿Es entonces la República un proyecto comunista o no? Sin duda muchos de sus postulados coinciden con lo que hoy entendemos por un comunismo totalitario, como advierte Doyne Dawson en su clásico Cities of the Gods. Communist Utopias in Greek Tought (Oxford, 1992). En primer lugar porque se trata de una sociedad rígidamente dividida en clases, con una estructura sociopolítica que no contempla ningún mecanismo de movilidad. En la base, recordemos, se encuentran los dêmioúrgoi, los artesanos, los campesinos, los proletarios; en el medio los “guardianes” (phylakes), los guerreros, y en la cúspide el indiscutible rey filósofo, en palabras de William Desmond (Philosopher-Kings of Antiquity, Londres, 2013), verdadera encarnación de una antigua tradición que une sabiduría y poder. Se trata de un modelo estático, de una estructura sólida y compacta que no se plantea la menor crítica, el menor indicio de disidencia.

En segundo lugar, porque el Estado niega toda posibilidad de libertad individual, decidiendo sobre la vida personal de los ciudadanos en nombre de una incontestable moral comunitaria. Así respecto de la abolición de la familia: “No creo que se dude de su utilidad, ni de que sería el mayor de los bienes para la ciudad el que las mujeres sean comunes y que también sean comunes los niños” (Rep. 457). O lo que será asunto aún más icónico, la eliminación de la propiedad privada:

“Ante todo, nadie poseerá casa propia, excepto en caso de absoluta necesidad. En segundo lugar, nadie tendrá tampoco ninguna habitación ni despensa donde no pueda entrar todo el que quiera. En cuanto a víveres, [los guardianes] recibirán de los demás ciudadanos, como retribución por su guarda, lo que puedan necesitar unos guerreros fuertes, sobrios y valerosos, fijada su cuantía con tal exactitud que tengan suficiente para el año, pero sin que les sobre nada. Vivirán en común, asistiendo regularmente a las comidas colectivas como si estuviesen en campaña. Por lo que toca al oro y la plata, (…) para nada los necesitan” (Rep. 416 d-e).

No cabe duda, pues, de que estos aspectos (entre otros que no tenemos espacio para citar aquí) acercan la propuesta platónica a lo que hoy entendemos como un comunismo totalitario; pero ¿se trata ciertamente de una propuesta? ¿obedece genuinamente a una intención política? Juan Nuño, en El pensamiento de Platón (Caracas, 1963), asegura que la posibilidad de que su República pudiera realizarse algún día era algo que no preocupaba especialmente a Platón. Antes bien, Nuño cita una frase en que el filósofo declara que su utopía “existe en nuestras palabras, pues presumo que no existe sobre la tierra” (Rep. 592 a), y en otro lugar afirma que, a menos que los filósofos reinen o que los reyes sean filósofos, “jamás nacerá el Estado que antes señalamos” (Rep. 473 c-d).

La República fue terminada hacia el año 370 a.C., cuando Atenas aún trataba de recuperar el esplendor perdido para siempre. Su autor, de familia aristocrática, descendía por vía paterna de Codro, el último rey de Atenas, y por parte de madre estaba emparentado con Solón, el poeta legislador. Critias y Cármides, que fueron miembros de la dictadura oligárquica de los Treinta Tiranos, eran su tío y su primo. Él mismo había presenciado cómo la democracia había condenado y ejecutado a su maestro por causa de bajezas y mezquindades. Platón tenía, pues, todas las razones para ser un acérrimo antidemócrata. Sin embargo, asqueado, rehusó a participar en política y prefirió retirarse a pensarla. Seguramente por eso su pensamiento político está menos comprometido con la praxis que con su propia coherencia filosófica.

Por eso también le habría importado muy poco el uso que pudiera darse a su libro más célebre, o al menos no era algo que pudiera prever veintitrés siglos después. Del libro de Popper, Leo Strauss llegó a decir que había confundido la ciudad, tal y como se describe en la República, con una propuesta efectiva de reforma política. En todo caso, La sociedad abierta y sus enemigos, escrito al terror de la guerra y el surgimiento de los totalitarismos, más que una crítica a Platón, es una advertencia contra los que han querido fundar en él sus nefastas tradiciones.


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