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Hay un hombre que contempla el hielo. Está en riesgo y por su mente transcurre la imagen de su posible muerte. Pienso en el breve poema de Robert Frost, «Fuego y hielo». Frost confronta la creación muchas veces recurriendo «a la paradoja» como si fuera un sofista griego que demuestra la validez de lo que suponíamos aparentemente absurdo. De hecho, el poeta dice en su poema: Pero si tuviera que sucumbir dos veces,/ creo que del odio sé bastante/ para decir que para la destrucción el hielo es también eficaz/ y sería suficiente. La muerte por congelamiento supone sumergirse en un sueño evocativo: sobran dos o tres recuerdos para que el cuerpo dé paso a una rigidez anestesiada. El paisaje y la alabanza de su belleza no importan; la pureza blanca nos resulta indiferente. Siempre supuse que este sueño era precedido por el flash de unas escenas familiares, por alguna pregunta. La verdad es que todo debe ser más simple.
Igor Barreto
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