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Deshielo en la cumbre intercoreana

30/04/2018

Notablemente cordial fue el encuentro de los gobernantes de ambas Coreas. Más importante aún que las medidas acordadas es el término del silencio, opina Alexander Freund.

Vienen de mundos completamente diferentes: del sur, Moon Jae-in, el discreto abogado de derechos humanos; del norte, Kim Jong-un, el niño terrible de la política internacional. Moon, el pragmático conciliador; Kim, el provocador «hombre-cohete». Un presidente surcoreano que tuvo que huir del norte y ha luchado toda su vida por la democracia, se encuentra con un tirano de la tercera generación, venerado como una divinidad, al que le preocupa en primer lugar la sobrevivencia de su dinastía.

Pese a todas las diferencias, el hielo se rompió rápidamente. Ambos coreanos se saludaron de forma manifiestamente cordial en tierra de nadie y por primera vez un gobernante norcoreano pisó suelo surcoreano. Juntos cruzaron espontáneamente otra vez la línea de demarcación que en el futuro ya no ha de ser símbolo de división, sino de paz, según Moon. Y también el inaccesible hombre fuerte de Pyongyang se mostró visiblemente distendido, sonrió ampliamente a las cámaras de todo el mundo, acarició a niños que portaban flores y bromeó con su radiante hermana sobre el menú preparado con especialidades de ambas Coreas.

El fin del silencio

Este encuentro es, en efecto, un momento histórico. Incluso entre los cerca de 3.000 periodistas llegados de todas partes del mundo estalló un aplauso espontáneo cuando ambos estadistas se saludaron de manera sorpresivamente afectuosa. Grandes, quizá demasiado grandes, son las expectativas que ha despertado esta cumbre, que por lo pronto ha puesto fin al silencio imperante en los últimos años. Corea del Sur tiene la esperanza de que se llegue a firmar un tratado de paz que reemplace al armisticio aún vigente, aspira -tal como Estados Unidos- a lograr la desnuclearización de Corea del Norte y quiere establecer buenas relaciones duraderas entre ambos Estados hermanos. Corea del Norte, por su parte, quiere ser reconocida como potencia y recibir ayuda económica, ya que las endurecidas sanciones tienen un severo efecto en ese paupérrimo país. Ambas partes acordaron desistir de provocaciones recíprocas, se propusieron sostener encuentros regulares y, por ejemplo, restablecer las interrumpidas conexiones ferroviarias, al igual que otras medidas dirigidas a generar confianza. Incluso se manifestó el propósito compartido de buscar la desnuclearización de la península.

Naturalmente, pese toda la cordialidad, sigue siendo procedente el escepticismo, porque también las primeras cumbres intercoreanas de 2000 y 2007 despertaron en su día muchas esperanzas. También entonces se acordaron medidas para restablecer la confianza. Las familias separadas por la división de los Estados enemigos pudieron volver a ver a sus parientes. Además, se fundó el complejo económico especial de Kaesong. Pero la euforia inicial se desvaneció con rapidez y, cuando Corea del Norte avanzó con sus ambiciones nucleares, el hilo del diálogo se cortó por completo.

Más éxito que los antecesores

Tanto más sorprendente resulta pues que esta cumbre no solo se haya realizado, sino que haya transcurrido en una atmósfera tan cordial. Con apenas un año en el cargo, el social-liberal Moon ha logrado con su política de distensión mucho más que sus dos antecesores conservadores. También Kim ha conseguido con su arriesgada política atómica mucho más que su padre y su abuelo: que Corea del Norte sea vista como una amenaza que hay que tomar en serio. Kim puede por fin negociar de igual a igual con su archienemigo, Estados Unidos. Dentro de cerca de un mes está previsto que se reúna con el presidente estadounidense, Donald Trump. También eso resultaba inimaginable hace poco tiempo.

Con la cumbre intercoreana se ha retomado el diálogo y se ha detenido la espiral de los pasados meses. El presidente Trump haría bien en continuar el camino de las conversaciones. El diálogo directo es, de seguro, más útil que los tuiteos furibundos. Paso a paso, todas las partes pueden tratar de recuperar la confianza perdida y encontrar una solución para asegurar la paz. Si eso se logra, también Trump tendría más éxito que sus antecesores.

Alexander Freund (ERS/CP)


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