Perspectivas

María Matilde Salcedo: “Los seres humanos no sabemos lidiar con la soledad”

María Matilde Salcedo retratada por Ernesto Costante | RMTF

20/10/2019

Producto de un largo conflicto, Colombia se convirtió en la China de América. En cada rincón del planeta había un colombiano que, por innumerables razones, había emigrado de su país. Razones que para unos era muy distintas que para otros, porque migrar siempre es una decisión personal. En apenas tres años, los venezolanos han huido a 97 países para escapar del severo impacto que ha provocado “la emergencia humanitaria compleja”. ¡Qué término tan rimbombante y a la vez desangelado, el elegido por los gobiernos de los 193 países representados en Naciones Unidas! Todo un galimatías que a fin de cuenta tiene como sinónimos el sufrimiento, el dolor, la angustia que produce el hambre, la falta de medicamentos, la hiperinflación, la violación de los derechos humanos y el tsunami de la pobreza generalizada.

Más de cuatro millones de venezolanos han emigrado para buscar oportunidades en otras naciones, especialmente en el vecindario de América Latina. La incertidumbre y lo desconocido. Eso es lo primero que aparece en el radar. Quizás por eso, las cifras suelen ser el termómetro de esta catástrofe inaugurada por el chavismo. María Matilde Salcedo, psicólogo clínico y psicoanalista, con una vasta experiencia en los predios de la Universidad Central de Venezuela, habla de la ambivalencia que significa tener un pie afuera y el corazón en lo que una vez fue tierra de gracia.

¿Cómo cree que se está digiriendo el proceso de la diáspora en Venezuela?

Estamos en ese proceso todavía y no creo que tengamos claro el impacto que esto va a tener en unos años. Estamos hablando de millones de personas afectadas dentro de Venezuela y de los venezolanos que han emigrado a 96 países. Justamente, me preguntaba. ¿Cuáles son las familias que tenemos ahora? Una familia que no estaba acostumbrada a separarse, digamos, en forma definitiva. Antes era una migración pendular, entre otras cosas por oportunidades de estudios, la gente iba y venía. Últimamente, la migración se ha tornado en lo más parecido a un exilio. Es un pasaje de ida, pero no de vuelta. No se sabe si van a regresar y eso hace que tampoco sepamos qué va a suceder.

En Venezuela no podemos decir que la familia es una estructura sólida. Muchas mujeres son jefes de familia y muchos hijos no conocen a sus padres. Pero esa familia está cambiando, ¿De qué forma está cambiando?

Así como muchos hijos emigraban a Caracas por un tema de estudios, ahora emigran a cualquier destino al que puedan llegar. Esta familia se sacrifica, porque piensa que ese joven puede estar mejor en cualquier lugar del mundo que en Venezuela. Estos jóvenes, de acuerdo con una investigación que hicimos, emigran a países de América Latina, por un tema de idioma, por un tema cultural, porque piensan que las oportunidades son más accesibles que en Europa, Canadá o Estados Unidos, por ejemplo. Se van con el deseo de reconectarse con sus familias desde el exterior, ayudándolos con una remesa o con el envío de medicinas. La dinámica cambió. Uno de los padres se va, el otro se queda, con la promesa de que van a regresar. ¿Cuándo? No se sabe.

Pudiera ser que el hombre le envíe a la mujer un mensaje de WhatsApp diciéndole que tiene una nueva pareja y que a partir de ese momento se las arregle como pueda.

Sí, eso pudiera ocurrir. O que un padre o una madre que se han quedado solos en el país enfermen y no tengan a nadie que los pueda cuidar. O que un hijo no pueda ayudar a su familia por una situación económica difícil, porque eso también pasa. Esa idea de que voy a estar boyante, de que voy a enviar todo el dinero que pueda, no siempre es así. La precariedad que se vive en Venezuela la puedes encontrar en cualquier otro lugar. Transcurre un tiempo para que las personas se puedan asentar, se estabilicen y tengan un sostén económico. No estamos en la inmediatez que vivimos.

Se cambia una incertidumbre por otra, ¿verdad?

Lo más difícil para el ser humano es sostener la incertidumbre, no saber qué va a ocurrir. Puedes hacer un viaje de preparación, puedes hacer todos los trámites y apostillar los papeles, puedes comprar un pasaje de ida, pero el tiempo emocional es distinto y digerir las emociones, si cabe la expresión, es diferente, entre otras cosas porque pasas por una serie de duelos. En la consulta, tarde o temprano, surge la pregunta, ¿Qué cree que pudiera pasar allá? Y no hay manera de que tengamos una respuesta “construida”, la única manera es que llegues allá y veas qué pasa. Puedes incluso llegar donde un amigo o un familiar, pero volvemos al tema de los tiempos. Tiempo para aclimatarse, para buscar dónde vivir, para buscar trabajo, pero lo que gano no me alcanza, así que tú también tienes que trabajar. ¿Y qué hacemos con los muchachos?

El éxito tiene un defecto: No es para todos. Y son más las historias de fracasos, pero no cuentan, ¿Por qué?

Quizás porque nos cuesta tomar consciencia de lo que no pude, de lo que no logré. ¿Qué te dicen los que regresan? Tuve un problema con el visado, no conseguí la estabilidad económica para mantenernos afuera y tuvimos que regresar. Para esta familia no es que me resetié y ya. No, esta familia tiene una historia de lo que fue su vivencia afuera. Y esa memoria está en nosotros, permanentemente, creándose. No es que hay una memoria en Colombia, en España o en Argentina. Eso no es así. Son nuestras propias memorias. ¿Qué pasa con estas familias? Algunos tienen lo que sería un backup, un apartamento al que pueden regresar, algo de ahorros, pero ¿podrán encontrar un trabajo similar al que tenían? ¿Podrán pagar la mensualidad del colegio? Posiblemente, no. Eso supone crisis y duelos. No, no es chévere, comenzamos a vivir la tristeza de lo que nos pasó.

María Matilde Salcedo retratada por Ernesto Costante | RMTF

Es algo muy ambivalente. Vuelta a la patria. Regreso al hogar, pero también al paraíso terrenal que soñó el comandante eterno y la sensación del fracaso puede ser terrible.

¿Se pierde la conexión con la familia cuando uno se va? Esa es una pregunta. La conexión emocional existe, así como los siete duelos y las cuatro fases, según los estudios que se han hecho sobre migraciones. Cada experiencia es distinta, pero en la vida de las personas que se van han pasado muchas cosas, así como en las personas que se quedan. Y cada uno tiene sus propias memorias.

Demos por hecho que la conexión emocional no se ha perdido. Pero hay un cambio en esa conexión, quizás un giro de 180 grados. ¿Eso también se digiere?

Inmediatamente no. Y ese es el problema. Estas experiencias son mucho más profundas de lo que nosotros creemos. Cada uno de nosotros tiene un referente personal de la migración, porque uno o más miembros de la familia se han ido o porque conocemos a personas muy allegadas que se han ido y todavía estamos en ese discurso donde las oportunidades siguen estando afuera y no adentro. Me refiero, además, a la oportunidad que tenemos de crecer, de reflexionar, de tomar conciencia del fracaso. ¿Dónde lo hago? ¿Me lo llevo en la maleta? Afuera, no siempre hay tiempo. En una muestra que hicimos entre jóvenes con una edad promedio de 28 años. ¿Qué decían? No me puedo deprimir, no me puedo dar el lujo de sentirme mal porque debo trabajar, pagar alquiler y, además, esto no es el paraíso. Pero no creas que por esas razones esos muchachos dejan de sentir tristeza, porque justo eso es lo que perdí: Una noción de sostenibilidad en mí país, la esperanza, la seguridad, la estabilidad. Esa noción de ciudadanía que compartíamos socialmente. Y no siempre logras integrarte en una sociedad diferente.

No podemos evadir el día a día ni los tiempos emocionales. Son cronologías distintas, pero la gran meta en Venezuela es llegar a casa a las cinco de la tarde. Sobrevivir y mañana veremos. ¿Hay un momento en que eso se compagina? ¿Se podrá hacer una pausa y recapitular? ¿Eso es necesario? ¿Necesitas ayuda para hacer esa reflexión? ¿O se lo dejamos al inconsciente?

Lo podría hacer cada quien en medio de esa pausa o en medio de situaciones que surgen en el país que te hacen pensar que hay un dolor, una desesperanza compartida. Hay un tejido social silencioso que ante el sufrimiento o la necesidad, se activa, ¿Cómo? Quizás a través de un mensaje de WhatsApp que te llega al celular y tú tienes el medicamento para alguien que lo necesita o tienes un familiar, un amigo, afuera que puede ayudar a un migrante. Esa conexión, que es intangible, invisible, llamémosla así, existe. Y ese podría ser el rescate que llega en un momento en el que sientes que la precariedad te puede llevar por delante: Un autobús sin frenos, literalmente. Ante la precariedad extrema, tienes que establecer prioridades y es desde ese lugar que nos podemos conectar con el otro. ¡Cómo hay una sostenibilidad! Y esa sostenibilidad no la hacemos solos, necesitamos el tejido social, necesitamos reconectarnos y, además, necesitamos sentirnos acompañados, porque la migración fractura, separa ¿y en medio de esa fractura, cómo nos reencontramos? Es ahí donde sentimos que no lo hemos perdido todo, entre otras cosas, porque estamos hechos de esas memorias también.

Bienvenida la adversidad. ¿Pero qué vemos cuando miramos el país? La ruina y la incapacidad para resolver los problemas. Una diatriba que no dice absolutamente nada. Si vivimos en democracia o dictadura, no importa. Los valores pierden todo sentido. Es una paradoja que encierra una dosis de perplejidad.

Y de complejidad. No hay respuestas simples. Aquí hay que construir muchas respuestas. Insisto, la inmediatez no nos ayuda para nada. Pongo el caso de un joven estudiante de arquitectura que abandona la carrera en el cuarto semestre para tratar de hacer su vida en Buenos Aires, estando allá muere su abuelo, con quien mantenía una relación muy estrecha. Me llama llorando para que vaya al funeral, aunque yo no conozco a su familia. ¿De qué habla eso? De la necesidad de reconexión. De valores que no se han perdido. El problema surge cuando generalizamos y nos quedamos atrapados en ese discurso que nos va generando desasosiego, asfixia. ¿Qué vamos a hacer, nos podemos ir todos?

Quizás los venezolanos asumimos que no había necesidad de migrar y ahora estamos luchando por una oportunidad donde surja y donde sea. La pregunta es ¿cómo lo logramos? ¿Podremos salir de esto?

… ¿Y aprenderemos algo de esto? Yo me he hecho esa pregunta.

¿Por qué no aprovecha la ocasión y la responde?

Cuando se revisa las investigaciones en el trabajo de documentar el tema migratorio venezolano, ¿Qué encontramos? Que durante el siglo XX Venezuela fue un país receptor de inmigrantes, pero nunca nos preguntamos cómo se sentía la nonna, que vio a su familia partir en barco, que duraba meses haciendo la travesía, que se comunicaba por cartas muy esporádicamente. O de matrimonios arreglados, que no se conocían y venían a Venezuela a hacer su vida. Muchos de esos migrantes no volvieron a reencontrarse con sus familias o lo hicieron en una sola ocasión. Pasaron años sin verse. Pero nosotros no nos hacíamos esa pregunta.

Los hijos se van, los amigos se van. De pronto, te quedas solo. Y el que emigra también está solo. ¿La soledad se ha convertido en una enfermedad?

Los seres humanos no sabemos lidiar con la soledad. Recientemente estaba escuchando a un neurocientífico y él decía que el olvido es necesario para poder construir nuevas memorias y que de hecho, una función del cerebro es olvidar; si no olvidamos, no podemos aprender algo nuevo al día siguiente. Hacía alusión a un cuento de Borges para hacer ver que la vida no es como la vivimos sino como la recordamos. La memoria va con nosotros y la vamos construyendo constantemente. No es lo mismo estar solo que sentirse solo. La literatura, la música es quizás una forma de elaborar esa herida de soledad que llevamos a cualquier lugar al que nos hemos ido, por alguna razón. No voy a hablar de una sola razón en particular, porque hay muchas razones para irse. La música, la literatura no es solamente una forma de documentar una situación, sino también de elaborarla racionalmente. Quizás esos textos, esas notas musicales es lo que más sentimos. Sí, pudiera ser que esas expresiones del arte, y el arte en general, hagan de la migración una experiencia menos dolorosa.

¿Qué duele más? ¿Quedarse aquí o irse?

(Después de una larga y profunda pausa). Uno no escapa del dolor porque se quede o se vaya.

María Matilde Salcedo retratada por Ernesto Costante | RMTF

¿Sencillamente estamos condenados a experimentar el dolor? ¿Solo eso?

Voy a responder con esto. En un documental de la BBC se dice que hay un cuestionamiento de la felicidad y la tristeza, que hay una búsqueda incesante de la felicidad como si fuese un paraíso perdido y que en nuestra experiencia de vida íbamos a tener más pérdidas que triunfos. A eso había que agregar que tanto la felicidad como el triunfo son momentos muy breves en la vida de cada quien. ¿Qué podríamos decir de una familia que organiza un reencuentro de sus integrantes y uno de ellos, estando afuera, muere de un infarto el mismo día de la celebración? Las situaciones difíciles, duras, dolorosas van a estar en cualquier lugar donde estén los seres humanos. O el padre que viaja a Canadá para ver a sus nietos y estando allá sufre un ACV, porque también tenemos unos padres viajeros huérfanos de sus nietos.

¿No produce melancolía tener que ver a un hijo a través de la pantalla de un celular?

No hay nada más importante para un ser humano que vernos a los ojos. Sentir que estamos cerca, aunque no podamos tocarnos. Es una experiencia muy distinta a la que pudieron proporcionar los medios que había en el siglo XX. ¿Cuánto tardaba en llegar una carta enviada desde Italia a Venezuela? Semanas o meses, quizás para recibir una noticia que había dejado de serlo. Pudiera ser triste, melancólico, pero cuando tú sientes que tu hijo se está abriendo a la vida, tienes que hacer un sacrificio. ¿Nos vamos a perder experiencias de idas y de vueltas? En una investigación que hicimos. ¿Qué decían los padres, incluso padres de muchachos de bachillerato? Vete. Este es el momento para que te vayas y termines tus estudios afuera. O incluso en la deserción. Ya no tengo cómo pagar el colegio. Vete tú porque yo no puedo. Sí, pero para hacer ese sacrificio tenemos que tener valor.

Al escucharla, me pregunto ¿No todo está perdido? ¿El tejido social no está tan destruido, cómo mucha gente cree o cómo muchos afirman?

Yo soy parte de un tejido social, lo soy de muchas maneras. Es un factor de protección emocional, digamos, importante. La vinculación. No lo digo como un lugar común. No. Ciertamente, es algo que tiene que ver con la capacidad de sobrevivir y es algo que quizás te reconecta con aspectos esenciales de la vida. Puedo hacerlo desde distintos ámbitos —una empresa, un colegio, la posibilidad de dar clases, la Universidad, incluso, la salud mental, por decirlo de alguna manera—. Y como yo muchas otras personas son parte de un tejido social. El hecho de que no sea visible, no quiere decir que no exista.

Si somos incapaces de ver la posibilidad de un cambio, ¿Podría decirse que esta sociedad está en estado terminal?

Ojalá estuviera en una posibilidad de transformarse. En medio las crisis, incluso de las más profundas, a veces aparecen ciertos indicadores de transformación, porque algo de esto también nos está quedando, tanto a los que estamos aquí como a los que están afuera. ¿O esa experiencia que se está construyendo no tiene un lugar, un valor, dentro de nosotros?


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