Ludovico y la heterodoxia

09/05/2021

“Las herejías que debemos temer son las que pueden confundirse con la ortodoxia”. Jorge Luis Borges 

En la filosofía ha habido almas atormentadas. Nietzsche fue una de ellas. En su interior se debatía el hombre moral contra el que pretendía fundar el culto del superhombre. Por otro lado, en Wittgenstein, tenía lugar la lucha entre la falta de sentido de la vida —que no encontraba en el análisis lingüístico—, y la inconfesada pulsión mística que le empujaba a buscar significado en lo inefable. 

También ha habido almas que se han atormentado por la contradicción entre el deber moral de luchar contra las injusticias y la tentación de construir una utopía. Mucha de esa contradicción la encontró la generación que tuvo el privilegio de estudiar en la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela, a finales de los años setenta. 

Para esa época, la escuela era un centro educativo que contaba con una magnífica planta profesoral, en un clima marxista reinante. A pesar de que el pensum estaba muy bien equilibrado con autores clásicos, temas de lógica y filosofía de la ciencia —así como de ética y gnoseología—, era la ideología revolucionaria la que predominaba. 

Marx ocupaba un lugar entre los autores que se consideraban imprescindibles. En los programas se incluía mucha bibliografía de Lukács, Marcuse, Althusser y muchos más, a los cuales se accedía sin una sólida visión crítica. Entre toda esta marea roja, leer a Popper era un alivio. A Raymond Aron se le echaba de menos. Ya para los años ochenta, fue ganando espacio el posmodernismo, donde el marxismo se ocultaba púdicamente. 

En esa época, el profesor José Rafael Núñez Tenorio promovía un marxismo ortodoxo, al extremo de convertirse en abierto promotor de la dictadura de Corea del Norte. Por otra parte, Juan Nuño y Eduardo Vázquez pasaron a convertirse en defensores de los valores democráticos, decididos a mostrar los peligros de las ideologías totalitarias. 

A pesar de que Ludovico Silva se había alejado de la docencia por razones de salud, se sabía, por sus libros y artículos, que apostaba por una versión humanista del marxismo, que se distanciaba de los socialismos reales.

¿Quién fue Ludovico?

Su nombre oficial era Luis José Silva Michelena. Nació en Caracas, el 16 de febrero de 1937, y falleció en la misma ciudad, el 4 de diciembre de 1988. Desde su adolescencia fue un inquieto intelectual. Siempre estuvo cautivado por las letras. Son muy apreciados sus poemarios. 

En su juventud viajó por Europa. Cuando regresó a Venezuela, trajo consigo el ímpetu de recrear las atmosferas estimulantes de las más importantes capitales europeas. Se le recuerda con cariño como parte de esa avanzada intelectual que colonizó Sabana Grande. Antes, las tertulias literarias caraqueñas tenían lugar en los alrededores del centro de la ciudad. 

Siempre mostró un espíritu inquieto. En su libro más conocido, La plusvalía ideológica (1970), se atreve a extrapolar la categoría de “plusvalía” al nivel superestructural. Anteriormente, dicha categoría, propia de la crítica de la economía política, estaba delimitada a la producción material de la sociedad. En otras palabras, refirió que no había explotación solo a nivel de la fuerza de trabajo sino también a nivel de la producción cultural que legitima el sistema imperante. 

Tal vez lo más notable fue que, en el Anti-manual para uso de marxistas, marxólogos y marxianos (1975), no solo hizo gala de una actitud iconoclasta, sino también plantó una declaración de guerra contra el catecismo de los socialismos reales.  

“Los manuales soviéticos le han puesto una camisa de fuerza al pensamiento de Marx y lo han desfigurado de tal modo, que hoy pasa por «marxismo» en el mundo entero una entelequia teórica que nada tiene que ver con Marx”. (Anti-manual

Ludovico pertenecía a un tipo de izquierda emancipadora y defensora de las libertades. Una izquierda que ahora echamos de menos. Una tendencia que resonaba positivamente con el Mayo Francés, el movimiento hippie y la lucha por las libertades civiles en Estados Unidos. Para esta mentalidad eran prioritarias las libertades, y se caracterizaba por la independencia mental respecto al orden establecido. No aceptaba la mojiganga de la destrucción de la libertad bajo el pretexto de una supuesta “emancipación del pueblo” que terminaba siendo la hegemonía de un grupete que secuestraba el poder para sus propios intereses. 

Los límites de la heterodoxia 

El dogma no cuestionado solo es propio de un espíritu muerto. Las herejías son sangre nueva en un sistema circulatorio esclerotizado. Ludovico parece que entendía su función histórica en tales términos. 

“El heterodoxo lucha contra una Iglesia constituida. Hay en el mundo moderno una nueva Iglesia, que es el marxismo ortodoxo.” (Anti-manual

El pensador venezolano explica que el dogma soviético se había convertido en una camisa de fuerza para las naciones que estaban detrás del telón de acero. La Unión Soviética colapsaría poco después de su muerte. En su mente se identifican heterodoxia y humanismo. Y parte del supuesto de que la heterodoxia rescataría al marxismo auténtico. Para él, en las sociedades capitalistas, el humanismo es artificial “porque no alcanza a todos los individuos humanos, sino tan sólo a grupos privilegiados”. A la vez reconoce que, los socialismos reales, también carecen de humanismo porque parten de un principio colectivista según el cual hay que eliminar la individualidad por ser un “residuo burgués”. 

Silva tenía la esperanza de que el humanismo marxista poseyera la misión histórica de superar la alienación tanto en el capitalismo como en los socialismos reales, a través del “desarrollo universal” de los individuos, como única manera de superar la “alienación universal”. 

El problema está en que el marxismo radical funciona con una “utopía angélica”, como llama Mortimer Adler al ideal de una sociedad donde los seres humanos habremos alcanzado la felicidad propia de las almas sin cuerpo. Allí nos comportaremos como si estuviésemos bajo el imperio de la ley, pero no será necesaria la ley. Al parecer, Ludovico nunca abandonó esta idea. 

Creía, igualmente, que el marxismo no era una ideología. Más bien era el antídoto contra la ideología. El marxismo veía lo real y verdadero, mientras que la mente enajenada solo veía lo ilusorio y falso. No se planteaba que el mismo marxismo fuese una visión distorsionada para justificar una forma de dominación totalitaria. 

También creía firmemente en el marxismo como sistema abierto. No lo veía como el sistema cerrado que describe Arthur Koestler, quien afirmaba: “En fin, la mentalidad de una persona que vive dentro de un sistema cerrado de pensamiento, ya sea el comunista u otro, puede resumirse en una sola fórmula: puede probar todo lo que cree y cree todo lo que puede probar” (Autobiografía).

Tanto el fascismo como el comunismo han utilizado, de forma manipuladora, el argumento humanista contra la cosificación para legitimar sus regímenes opresivos. Desde el marxismo, Georg Lukács denunciaba la reificación capitalista, mientras Stalin asesinaba de hambre a millones de ucranianos. Al mismo tiempo, desde el nazismo, Heidegger acusaba a la modernidad de haber convertido a los seres humanos y a la naturaleza en productos mercantiles, mientras Hitler enviaba a millones de personas a los campos de exterminio.  

A la par de la obra del pensador venezolano, en Francia se estaba gestando el posmodernismo, un movimiento que liberaría al marxismo de la ortodoxia, pero que conservaría la idea de la lucha de clases, el culto de la violencia redentora y la tentación totalitaria. También cambiaría la idea de la gran revolución por un acoso a las sociedades democráticas en todos los frentes. El método será crear grupos identitarios que rompan el respeto mutuo. 

Un humanista

En los escritos de Ludovico, de clara izquierda emancipatoria, se evidencia la tensión entre su vocación humanista y su esperanza en que la revolución redimiese definitivamente a la humanidad. En él se percibe una grandeza de espíritu que no se advierte en otros pensadores del marxismo “humanista”. Se aprecia, por ejemplo, el amor por la humanidad y el ansia de libertad individual que no se encuentra en Lukács. Por otro lado, tampoco se encuentran en su pensamiento segundas intenciones maquiavélicas, como sí se presienten en Gramsci, quien diseña una versión reformada del leninismo. 

Desde Venezuela tuvieron lugar dos importantes innovaciones respecto de la corriente comunista. Teodoro Petkoff llevó a cabo una valiente y profunda revisión política en su Checoeslovaquia. El socialismo como problema (1968). La otra innovación fue llevada a cabo por el propio Ludovico. Como hemos podido comprobar, se rebeló contra la camisa de fuerza del dogmatismo marxista, en el esfuerzo titánico de intentar que el marxismo se redimiera a sí mismo.  

En muchos aspectos, Silva parece descendiente de los humanistas renacentistas, como Erasmo y Montaigne, quienes, frente al fanatismo religioso, tomaron partido por la tolerancia. A pesar de su disposición a superar los aspectos dictatoriales del socialismo, todavía aceptaba la idea de la violencia redentora. 

“Esas son también relaciones de destrucción del hombre [las que reproducen la alienación], y la única manera de combatirlas, en ciertos casos, es, por cierto, el humanismo armado.” (La plusvalía ideológica). 

En esas palabras, se hace evidente el hecho de la introducción del concepto problemático de “humanismo armado”. Eso se debe, en gran parte, a que no abandona el ideal utópico de tomar el cielo por asalto. 

A pesar de todo, apostamos al Ludovico que ama a la humanidad y toma partido por la emancipación. Ese mismo que, si estuviese todavía entre nosotros, se espantaría con la siniestralidad populista que ha destruido nuestro país. Ante esta realidad, nos atreveríamos a conjeturar que se pensaría mejor su relación con las revoluciones mesiánicas. 


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