Fotografía de la Universidad de Alcalá
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“…qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos,
un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso, adelantándose
solapados a la cosa en sí, al presente puro, entristeciéndonos o
aleccionándonos vicariamente hasta que el propio
ser se vuelve vicario…”
J. C. : Rayuela (Cap. 21)
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Conocí a José Esteban, como tenía que ser, en el Café Gijón, gracias a la tonante invitación de J. J. Armas Marcelo y al entusiasmo de Juan Carlos Chirinos. Se iniciaba el otoño del 2012.
El ambiente y el grupo hacían más notable su discreción.
Vuelvo a encontrarlo, asombrosamente con aquellos mismos amigos, en un hotel de la Isla de Margarita, Venezuela, este año. Hemos venido a la Feria del Libro, por invitación de la Universidad de Margarita y por la cordialidad de Antonio López Ortega.
Para mi buena suerte, el autor trae un ejemplar de su Diccionario de la Bohemia (Renacimiento, Sevilla, 2017). Lo escucho durante sus intervenciones públicas, naturales aunque cada frase parece esconder significaciones históricas y literarias de gran hondura. Durante uno de los desayunos (el mar, la luciente bahía deslumbrando) menciono a José Bergamín y Esteban sonríe, fuera del tiempo. Me dice que mucho lo conoció y que ha sido su editor. Le respondo con una frase de aquél, que no logro precisar y que me sirvió de guía para estudiar a Sergio Pitol hace varias décadas. Debo haber comentado también cómo guardo en la memoria destellos de La corteza de la letra, que leí a los veinte, en la edición de Losada. Y que perdí hasta que una maga de la web, Sandra Patricia Rey, me la envió desde Buenos Aires y, casi puedo jurarlo, es ¡el mismo tomo que estuvo en mis manos!
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En reciente nota para El Nacional de Caracas, Juan Carlos Chirinos, experto en definir vidas fascinantes, expresa: “Pepe –como lo llaman sus amigos– es poeta, novelista, ensayista, paremiólogo, lexicógrafo, crítico, columnista, fundador de editoriales y galerías, apadrinador de ideas, comunista de verdad, azañista melancólico, ateneísta escorado y bohemio; siempre dice de sí mismo, con tranquila eutrapelia, que es un “vago muy trabajador”. Y también confiesa Chirinos: “¿por dónde empezar la bibliografía de un autor de más de 80 obras? Yo me quedo con lo más cercano quizá para él: su ya canónica novela El himno de Riego, un canto a la libertad pura, obra preferida de Adolfo Suárez; y con estos versos hermosos, que vienen de lejos, de la infancia:
Coleccionista como soy de ríos,
amo al Henares y lo recuerdo
junto al Sena, en París.
Y al lado del Moscova, y en la orilla
del Hudson, lo recuerdo y añoro.
Todos ellos son verdaderos ríos, enormes, caudalosos,
implacables en su marcha hacia el mar.
Solo tú, humilde Henares, vas a morir
en el Jarama, que luego vierte al Tajo
tus aguas al océano.
Sin embargo algo tienes
y cantado fuiste por Cervantes
que como yo nació en tu orilla
y te distinguió para siempre
entre todos sus ríos y vio muchos.
Y concluye Chirinos (cuyo texto es valiosísimo, como estamos viendo), al hablar del ´polimata´: “Pepe nos confía un agudo hallazgo que acaba de hacer en la Biblioteca Nacional, una analogía que revela numerosas coincidencias –porque la literatura es un continuo encuentro–; y cuando le pregunto si se ha topado con este descubrimiento por casualidad, me saca de inmediato de mi error y sentencia, castellano, lleno de humor y razón: “Cuando lees, no hay casualidades”. No; no las hay. Porque la lectura es el arte de juntar los caminos por senderos por donde nadie más ha sabido buscar. Y con la escritura, esos caminos se pavimentan de ese tiempo que llamamos obra. La obra vasta de un autor generoso y, ahora, a sus ochenta años, llena de lecciones de vida y curiosidad (11 de marzo, 2018).
La web exhibe su bibliografía y destaca que posee una biblioteca con más de 40.000 volúmenes.
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Su Diccionario de la bohemia: de Bécquer a Max Estrella (1854-1920) nos permite recorrer más de 150 autores (vidas reales, seudónimos, algunos seres ficticios), presentados con vigor e interpretados, junto a decenas de otros, que los acompañaron, adversaron o figuraron como fondo o detonante de sus acciones.
Creo que no existe otro diccionario como este: porque realmente no solo es un serio registro, sino que se extiende hacia fronteras imprevisibles. Según indica el título y comprobamos al hojearlo, su centro natural es tal condición. Así nos engaña de entrada, porque pronto dicho centro es inestable: claro que vigila vidas y obras literarias, pero también expone objetos (capas, espejos, pipas, trajes) y lugares (calles, cafés, barrios, cementerios, buhardillas, hospitales, dormitorios, ciudades), vocablos sustanciosos (abulia, aguardiente, ajenjo, alcohol, anarquismo, fracaso, bohemia), autorretratos, una sociología de Madrid (tuberculosis, sablear, feminismo, golfemia, hampones y hetairas, manicomio, media tostada), tópicos de teoría literaria, desconciertos políticos, presencia de otras artes (pintura, dibujo, música) y hasta el método operacional de su autor.
Para aludir a este, de abstracta prosapia, bien vale indicar que aquí está tramado con pura existencia; y procede así: un escritor –José Esteban- ya infectado por la pasión hacia los bohemios, publica en 1998, con Anthony Zahareas, un estudio acerca de ellos. ¿Cuánto tiempo llevaba rondando en su cabeza ese interés?
Quizá entonces descubrió que tal inclinación estaba muy cerca de la de aquéllos que, como testigos o fabuladores, ya habían atendido con sus textos a la lejana bohemia de España. En su Diccionario actual, José Esteban retrata y valora, hemos dicho, a numerosos artistas de entonces. Pero sus intervenciones personales son parcas y hondas, porque prefiere apoyarse en la visión directa de quienes participaban de los momentos. Así, como en un diálogo platónico, Esteban trae a la letra de su diccionario un determinado autor, lo encuadra, lo sitúa y nos deja escuchando las frases –cómplices, conmovedoras, terribles o compasivas- de quienes escribieron sobre él. Un método socrático, más puro, imposible.
Tal vez ahora podamos explicarnos la expansión de las fronteras: el diccionario de José Esteban es también su autobiografía infinita. Y debemos ser cautos: ¿cuánto de este hombre vivió en aquellos otros, cuánto de ellos se esconde hoy, descaradamente ante nosotros, en la presencia gentil y contenida de Esteban, para sustituir su sindéresis con picardías, ensueños, males posibles, momentos fáusticos, trampas, talentos diversos, metamorfosis, atisbos geniales? ¿No será este Diccionario un exorcismo? ¿Puede leerlo alguien hoy únicamente como un diccionario o ceder ante el empuje del chiste, del dolor, de lo inenarrable?
Si he acudido a Cortázar para acompañar mi lectura, es porque puedo compararlo fácilmente con Rayuela. Abrirlo donde gustes, saltar hacia lo i/lógico; consolarte porque quizá no estás recorriendo un estudio tradicional, una investigación previsible y aburrida, sino dejándote arrastrar por una novela sin principio ni final, toujours recomencé: he allí parte de su peligro o su hechizo.
Cuánto me gustaría conocer los matices emocionales que despierta en sus lectores el libro. Esteban ha desplegado ternura (o compasión o admiración o un implacable espionaje) hacia estos bohemios. La amplia selección es testimonio de su humanismo; verlos actuar allí puede causar risa, furia o angustia. Y ella pudiera hacernos creer que Esteban procede guiado por instinto solidario o por deber académico. Ambos rasgos son posibles; pero también este libro es un duro proceso de crítica. Comprende y celebra, sí; valora las producciones propias de tantos artistas y poetas, sí. Sin embargo, no olvida uno de los efectos que suscitarían después. “Las inquietudes de la vocación literaria, sus congojas espirituales e incluso sus amarguras, han sido expuestas en muchas novelas modernas. Pero estas obras no tienen la aspiración manifiesta y sistemática de incluirse en la literatura bohemia; carecen de su matiz expreso y son más bien cuadros circunstanciales de la eterna vida difícil de los escritores”.
O precisa, implacable, con palabras que sirven a este caso y a muchos otros: “En fin, es, creemos, Barrantes, mediocre poeta, y hoy no pasa de ser una curiosidad interesante dentro del cuadro de la poesía bohemia de principios del siglo XX”.
Crítica que exalta, como veremos en seguida, o perfila severamente, según acabamos de mostrar. Y entre ambas tonalidades, asciende el esplendor de la belleza y la solidaridad, el fuego de la creación, los altos abismos del triunfo, duradero o momentáneo y su correspondencia con la salud, el dinero, el lujo, el amor, el derroche, la insensatez, la miseria, los males, el olvido, el fin.
Efecto del método socrático que somete al lector y le impone la perplejidad, lo depresivo, el dolor. En síntesis, lo que el Horacio de Rayuela intuye sobre la Maga: “Ese desorden que es su orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y del alma que le abre de par en par las verdaderas puertas” (Cap. 21)
Desde luego, el centro conceptual de la obra reside en la concepción del término bohemia. Y allí tendremos (veinticuatro entradas en la letra B) el punto más fuerte de la investigación realizada por Esteban. Artículos, novelas, conversaciones, insultos y elogios, orígenes y desarrollo, vínculos con Francia, propagación en las ciudades de España, asomos teóricos, políticos y filosóficos: por todos ellos recorre el autor su resonancia. En cuanto a su presencia temporal, como fenómeno psicológico y estético, es sugerente la proposición de Cansinos Assens, para quien posee existencia de siglos, mientras José Esteban tiende a circunscribir la autenticidad e intensidad de su duración, en España, entre 1854 y 1920: de Bécquer a Max Estrella. También nos permite este advertir muchas convergencias significativas, al tocar escalas de valoraciones y diferencias sobre el tema. Un aspecto no menos atractivos que los otros.
He aludido a la ausencia de límites en estas páginas; también al tono de exorcismo y al impulso vicario que dominó a su autor para quedarse (¿o entregarse?) en ellas. Casi estoy seguro de que una parte de Esteban sigue transitando por aquellos cafés del siglo XIX, con o sin melena; y que otra, mientras lo vemos en la Isla de Margarita o en Madrid, hoy, pertenece a una de sus creaturas.
Porque entre los más de 150 escritores aquí mencionados, si bien hay olvidados y desconocidos hasta en su tiempo, surge un elenco de, por lo menos, veinte figuras reconocidas y rutilantes. Pensemos en Azorín, Ernesto Bark, Pío Baroja, Bécquer, Blanco Fombona, Armando Buscarini, Cansinos Assens, Emilio Carrere, Enrique Cornuty, Rubén Darío, Benedicto Dicenta, Pedro Luis de Gálvez, Borges, Gómez Carrillo, Gómez de la Serna, Antonio y Manuel Machado, Ramiro Maeztu, los tres hermanos Sawa, Valle-Inclán, Zamacois, Zorrilla. Uno que otro disidente y crítico de la bohemia; casi todos viciosos, geniales, alucinados, bohemios. (En los márgenes de las páginas otro de ellos completa al texto y al lector; surge apenas en un apunte directo, en una bibliografía, pero podemos reconocerlo: es José Esteban).
Porque tampoco se puede leer este severo diccionario sin recordar su condición de novela fluyente. Escapados de Balzac o previstos por él, sus protagonistas gesticulan ante nosotros por las noches. O, sin importar que el tiempo (el río, quiero decir) sea breve o caudaloso, también muchos de ellos van con la prosa de Thomas Wolfe, ya que Esteban sabe que el tiempo puede ser
Solo tú, humilde Henares…,
algo tienes
y cantado fuiste por Cervantes
que como yo nació en tu orilla
y te distinguió para siempre
entre todos sus ríos y vio muchos.
En esta vasta novela, me pudiera quedar con las “luces” supremas de Cansinos Assens, de Valle-Inclán o Darío, pero mi ignorancia y el asombro obligan a detenerlo todo y, con la guía de José Esteban, dedicarme a vivir lo que nunca presentí: el destino feral, brillante de sombras, sublime y roto de uno de los Sawa: Alejandro (1862-1909), con quien -¡paradoja mayor!- Bark quiso fundar una ´casa de la bohemia´ para poner orden a la tribu, publicar sus obras, defender a las mujeres; a quien Darío presenta así: “recién llegado a París conocí a Sawa. Ya él tenía a todo París metido en su cerebro y en la sangre”. Es el mismo Alejandro Sawa que escribirá. “Yo soy otro; quiero decir, alguien que no soy yo mismo”. Y que, después de sus largos años en Madrid, desde la gloria hasta la miseria, aparece así en este Diccionario: “Comienza a quedarse ciego, pero clarividente; es un mendicante, pero altivo; mísero, pero señorial, que impresiona y escalofría a la grey literaria madrileña. Le acompaña su perro, como en su juventud, y un hombre que actúa como su lazarillo, nada menos que Valle-Inclán. El esperpento comienza a perfilarse. El autor ofrece su brazo al personaje, copia sus frases, estudia sus reacciones. Para Valle-Inclán, Sawa es ya Max Estrella”.
José Esteban lo denomina “Escritor y príncipe de los bohemios españoles”.
Isla de Margarita-Delta Del Orinoco, marzo 2018.
José Balza
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