LiteraturaPerspectivas

“Inscripciones”, de Francisco Rivera

05/12/2021

 

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Tres dedicatorias representan el recorrido de Francisco Rivera en este libro que publicó Fundarte en su colección Ensayo (Caracas, 1981). Tres nombres que abren puertas porque sus ensayos alimentan el pensamiento literario venezolano y del continente que hablamos. La primera parte es un reconocimiento a Juan Gustavo Cobo Borda. El segundo a Pedro Segura y el tercero a Antonio López Ortega. Y de seguidas el contenido que el lector podrá disfrutar porque se trata de un trabajo que refresca la memoria de quienes podrían abrevar en estas páginas: «Guillermo Sucre y la poesía latinoamericana», «Poesía vertical», «Islas a la deriva», «Diez fragmentos sobre Ramos Sucre», «Cavafy y Pessoa: vidas paralelas», «Mínima teoría del bolero», «Parapoemas» y «La poesía de Eugenio Montejo».

La segunda sección la integran: «Los espejos de Guillermo Meneses (1911-1978)», «El obsceno pájaro de la noche», «El relato del maniquí», «Morirás lejos», «La consagración de la primavera» y «El miedo de perder a Eurídice».

La tercera estación la componen: «¿Abstracción o figuración?», «Lezama Lima o la sombra del padre», «Quitar y poner», «Variaciones sobre el libro» e «In/mediaciones».

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En este inventario crítico el nombre de Guillermo Sucre ocupa varias páginas. El autor trabaja en función del lenguaje, tema que Sucre trata con rigor y gracia. Es una lectura la que se nos atraviesa como sorpresa en La máscara, la transparencia y hace posible en Rivera líneas como estas:

¿Cuándo empieza a funcionar entre nosotros esa conciencia del lenguaje? La respuesta de Sucre es tajante: con los poetas modernistas, quienes «hicieron del idioma poético un cuerpo realmente sensible, liberándolo del roñoso conceptualismo» y «prepararon una actitud crítica frente a todo poder verbal». Una y otra cosa se han intensificado en nuestra poesía contemporánea. Seguir las aventuras de esa doble conciencia frente al lenguaje: quizá este ha sido el método de este libro.

Más adelante, Rivera asienta:

En efecto, el lenguaje es «al mismo tiempo un enemigo y un aliado» del poeta. Enemigo porque cada lengua es un sistema cerrado que hay que respetar para que haya comunicación verbal; aliado, por otra parte, porque al percatarse de su esclavitud, «el escritor lúcido trata de sobreponerse al lenguaje, de dominarlo», para continuar el tributo a Sucre. Redondea nuestro autor: «De ese acto nace la obra. Pero no se domina al lenguaje para someterlo».

La escritura de Guillermo Sucre también recorre la poesía de Roberto Juarroz y Rivera hace hincapié en su trabajo al precisar que se trata de una revelación,

… pues todo el discurso poético de Juarroz, desde sus comienzos hasta esa maravillosa suma que es la Sexta poesía vertical, está íntimamente relacionado (…) con el acto de revelar «una materialidad original», es decir, «el segundo término de una metáfora incompleta, cuyo primer término se ha perdido».

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La poesía de José Emilio Pacheco, en el libro Islas a la deriva, también mereció la atención de Rivera al destaca «el indestructible hilo de la poesía impersonal», expresión de Lautréamont que nuestro ensayista usa para pasearse por la poética del mexicano. Pasa por Valéry y decanta en Octavio Paz. Pero lo que más llama la atención es el carácter «colectivo» que Pacheco quiere añadirle al hecho creador. En efecto, como dice Rivera, dos secciones del trabajo de Pacheco apuntan hacia «la recreación de textos de otros poetas». Aparecen textos de Cavafy y una antología de poesía griega. Un enjambre de información que desata muchas reflexiones en los lectores.

No suelta a Sucre. De nuevo el autor de La máscara, la transparencia es un eco ahora en Ramos Sucre. Un detalle que abre este ensayo: «Todo lo que es profundo ama la máscara», y luego:

Guillermo Sucre ha escrito sobre Ramos Sucre que éste «no ha sido un poeta olvidado, sino mal leído —y no por incompetencia de la crítica, sino porque su obra tiende a suscitar todos los equívocos. Es posible que una de sus claves sea el equívoco mismo; lo que traducido en el lenguaje de Ramos Sucre sería, más bien, “lo neutro”, “lo imparcial”, “lo impersonal” — términos tan significativos en su obra».

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Desembarca en Cavafy y Pessoa. «Vidas paralelas». Dos poetas cuyas existencias se rozan, se tocan en la manera de haber respirado el mundo, de haberlo tocado con sus pasos y palabras. «Sería sumamente interesante estudiar a fondo los paralelismos entre Pessoa y Cavafy, así como Seferis ha estudiado los que existen entre Eliot y nuestro poeta», escribió una vez Rivera en la revista Eco. Este ensayo es un intento por lograr la pregonada analogía de las literaturas de este lado del mundo, aspecto que queda claro en estas líneas que dan comienzo a este trabajo: «21 de junio de 1980. Tengo la costumbre, o deformación profesional, de considerar la literatura occidental como un todo, como una vasta red de analogías. Siempre he sucumbido a la atracción de las coincidencias», y si esta coincidencia merece un ensayo, entonces bien vale la pena que otros críticos y ensayistas trabajen en ello para darle más cuerpo a esta interesante escritura de Rivera.

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En La alegría de vivir (Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1976) Juan Gustavo Cobo Borda aborda –entre versos y prosa– ese fenómeno que las parejas convirtieron en un baile erótico: el bolero como la sustantivación de los cuerpos en medio de una sala repleta de deseos. Rivera se pasea por esas páginas y afirma acerca del espíritu de una danza que ha consagrado su existencia durante largos años en la que se combinan una poesía social con una poesía hermética. Razonamiento que se desarrolla con abierta sonoridad verbal y en la que participan otros nombres que han abordado el tema. Vale la pena saborear esas letras y bailarlas.

Julio Miranda se asoma y apareen los Parapoemas, ese juego en el que el escritor cubano que se radicó en Mérida, Venezuela, se libra de la automatización, como afirma el ensayista y crítico en este libro olvidado. Miranda es un poeta de la crítica dentro del texto, es un rasguño en el que no cabe manera de deshacerse de la realidad, pero juega con ella y la transforma en una virtud. Ser poema en poesía y poema en lo que él toca desde una realidad cambiante, tan estacionaria como cambiante. Maquilla la revolución y la sazona con un humor que atiende a su pasión por la vida. Parapoemas es ese libro, la vida en tensión.

Eugenio Montejo, el gran poeta de nuestros afanes, forma parte de esta porfía de Rivera. El cantor de la tierra, el juglar de las calles de Güigüe, de los personajes del río Cabriales, de la redondez de la tierra, el de los horarios pronunciados desde las «fuerzas telúricas» de su imaginación. La «terredad» de su belleza en el castellano celebrado por todos.

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Aquel Guillermo Meneses, el de los reflejos, el de los cuentos diversos, los que acontecen desde la linealidad hasta los experimentales. Desde la novela que se mira a ella misma hasta ella misma que protagoniza la labor del lector. Es decir, «el lector como problema», según induce Rivera para analizar El falso cuaderno de Narciso Espejo, y una pregunta revela el motivo de indagación: «¿Quién narra la novela de Guillermo Meneses?». Varios documentos abren varias posibilidades de lecturas, varias señales o rutas para que el lector despeje el camino a una historia que convirtió a Meneses en uno de los primeros novelistas experimentales de nuestra geografía verbal.

Y de Meneses, un salto al chileno José Donoso con su El obsceno pájaro de la noche. Una obra cuestionadora, llena de acertijos, de abundosas páginas, en las que la «incoherencia» traduje el desorden que se ordena en la medida en que los personajes se traducen ellos mismo. Un libro obsesivo, renuente, de lectura caótica, como destaca nuestro autor, pero que conduce a un riqueza de «múltiples identidades».

También está en estas páginas aquel Juan Calzadilla de Bicéfalo. Un autor que relata desde la poesía y se deshace en imágenes desde la crítica literaria y plástica. Dos testas para porfiar como creador. La historia de un «proceso esquizofrénico» en el que Calzadilla anima el caso de un paciente que podría estar en su propia fisonomía como sujeto actante, como silencio y añadido de su actuar vital.

7

Otros autores que navegan en esta publicación son José Emilio Pacheco, renombrado en Cabrera Infante, Severo Sarduy. Según Rivera:

[Pacheco] tiene un valor realmente extraordinario: el de haber sido uno de los primeros intentos (y un intento llevado a cabo con éxito) de infundirle nueva vida al cadáver de la novela realista-naturalista hispanoamericana que ya para los años cincuenta empezaba a oler mal.

Carpentier, los temas abstracción y figuración, Lezama y su padre, el libro como tema, Octavio Paz cierran este libro que nos invita a abrirlo y seguirle los pasos. Páginas que emergieron de un país que se daba el lujo de publicar obras que siguen estando vigentes.


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