Perspectivas

“El oscuro señor V”, de Norberto José Olivar

15/05/2021

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La historia suele entrar y salir de la ficción. Y la ficción suele ser aliada de la realidad. Desandar la ruta de quienes precedieron el tiempo de estas horas, de quienes asumieron el rol de moldear los eventos de un país, aquellos que hoy definidos como históricos, nacionales, identitarios, producto de guerras, confabulaciones, traiciones, exageraciones, desdenes no es tarea fácil, aunque quien asuma la responsabilidad de escribir, de imaginar acerca de sujetos y acontecimientos desde una supuesta realidad estaría expuesto, a los ojos de historiadores apegados a sus desdichas, al juicio escolar más insoluble e impotable.

Norberto José Olivar ha escrito la novela, con fondo de fábula histórica, El oscuro señor V (Caracas, Monroy Editor, 2021), donde se mueven personajes asentados en las páginas de nuestros libros de aula, memorizados hasta el cansancio, en los que se habla del período independentista venezolano.

Antecedentes acerca de este género los encontramos en narradores como Arturo Uslar Pietri (Las lanzas coloradas, El camino de El Dorado, La isla de Robinson, La visita en el tiempo); Enrique Bernardo Núñez (Después de Ayacucho, La galera de Tiberio, Cubagua); Miguel Otero Silva (Lope de Aguirre, príncipe de la libertad, La piedra que era Cristo), Francisco Herrera Luque (Boves, el urogallo, La luna de Fausto, Manuel Piar, caudillo de dos colores), Denzil Romero (La tragedia del Generalísimo, La esposa del Dr. Thorne), entre otros, quienes construyeron tramas y dramas que han provocado opiniones que hacen cabriolas con la función del novelista. Etapa ya superada: la historia forma parte de la ficción, de los mitos. La historia misma ha sido acusada de mitológica cuando los historiadores hacen de sus protagonistas hipérboles humanas: adalides y gigantes que aparecen ejecutando actos increíbles. Es el caso, por ejemplo, de Eduardo Blanco, quien desde su posición romántica adjetivó en exceso las revueltas y acciones de los guerreros de la gesta libertadora.

Por supuesto, volvemos: etapa superada. La novela sigue siendo el género para hacer de la historia la fábula que hoy es incapaz de recibir crítica alguna contra quien hace uso de ella –de la historia– para construir ficción. También es etapa superada la vieja discusión acerca de la ficción injertada en la realidad. O viceversa.

La literatura ha sabido ganarse su puesto gracias a la imaginación, ese portento que ha dejado atrás muchos mitos y leyendas que pasaban como parte de la historia oficial. Pero esa también es otra etapa superada, porque no se trata de negar la historia, pero tampoco convertirla en un aspaviento, en un paisaje de héroes griegos que la imaginación de aquella cultura maravillosa convirtió en ensueños donde dioses y semidioses se repartían las responsabilidades celestiales y terrenales.

La literatura, como todas las artes, ha dejado de ser realista desde que se asomó como rebelde, a veces arbitraria; dejó de ser retratista del acontecer cronológico desde hace mucho tiempo.

Pasada la raya de esa ya invertebrada cuestión, abrimos el libro de Norberto José Olivar.

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Todo sujeto histórico –héroe, prócer o asesino– a la larga se convierte en sujeto de ficción. Muchos de los tantos que han corrido por la memoria ciudadana son hoy estatuas, moldes de plazas públicas, nominaciones callejeras o institucionales. Su lado oscuro no está sujeto a revisión, a menos que alguien osado meta las manos en los huesos o daguerrotipos de esos personajes que inundan las páginas de los libracos de la historia patria.

En la novela de Norberto José Olivar están juntos Rafael Urdaneta (1788-1845) –«El oscuro señor V»–, Rafael María Baralt (1810-1860) y Simón Rodríguez (1769-1854). Un trío que en París revive y remata episodios de la guerra de independencia. Elogios y resquemores. Críticas y loas. Bolívar como nudo crítico para Urdaneta, quien no esconde sus diferencias con el Libertador, mientras el malasangroso y antipático Simón Robinson («el imprevisible», según el ensayista Miguel Ángel Campos) le lanza puntas para molestar al casi moribundo general, ciego y en silla de ruedas, querido y admirado por el joven Rafael María Baralt (romántico como Eduardo Blanco), quien lo registra en su memoria, quien lo busca para que le cuente intimidades de la gesta colombiana, para que le dibuje el panorama de aquellos tiempos convertidos en nostalgia, en rasguños y en cicatrices vivas.

Relatada desde varios puntos de vista, los personajes tienen en la capital de Francia un refugio para hacer de sus historias el inventario de lo que ocurrió en la América que no se les deprende de los labios. La América española envuelta en una guerra de venezolanos contra venezolanos, en una masacre que dejó el país en medio de la miseria más espantosa.

Las voces pasan de un sitio a otro. «Vrdaneta», el señor oscuro, quien guardaba secretos que Baralt anota en sus papeles, agoniza. Mientras su cuerpo se debilita su voz se pasea por algunos lugares de París. Su relato desprende costras que Rodríguez recibe con amargo proceder. Según el relato, el maestro de Bolívar no simpatizaba con Urdaneta. Baralt servía de pared para que las aguas no chocaran, aunque a veces el general lo contradecía y Rodríguez guardaba un silencio burlón.

Olivar se regodea en el cuento, en los tantos momentos en que los personajes deambulan con sus fantasmas, porque se trata de personajes funambulescos tomados como iconos para establecer una suerte de símil con el país que ellos dejaron en manos de otros que no supieron honrar aciertos o yerros, que siguen formando parte del imaginario escondido, disfrazado, de la historiografía nacional.

La estructura de la novela ofrece una lectura en dos ámbitos. Cambios de tonos suscitan la presencia de otros actantes como la esposa de Urdaneta, doña Dolores, madame Lionne y dos generales franceses, D´Hubert y Feraud, que forman parte del chismorreo habitual de los contertulios de la París aún cercana al bonapartismo.

Doña Dolores de Urdaneta es la otra voz, la que habla desde la amargura. Desde la fuerza de su carácter. Desde la crítica a Bolívar. Desde la mirada de la mujer que acompañó a su general hasta el momento en que quedó ciego y entró en agonía para despedirse de este mundo y luego ser enviado a Venezuela donde es recibido como héroe nacional por el presidente Soublette.

Un narrador testigo/personaje, Rafael María Baralt, es quien guía la historia. Es quien amortigua el carácter de Rodríguez y sirve de oídos a doña Dolores.

Urdaneta (V inicial), con la antigua grafía o con la intención de “Vuestra excelencia”, arroja nuevos datos sobre su personalidad. Arrogante, rabioso a veces, ludópata, fiel a sus defectos y bonanzas. Baralt aparece como un personaje en formación. Un actor que se encarga de estudiar la historia pasada, pero también el perfil de los sujetos que lo acompañan, como voces de historia viva.

Olivar ofrece un homenaje al historiador zuliano y un retrato al desnudo del general que llegó a ser presidente temporal de Colombia mientras Bolívar trataba de recuperar su salud, lo que nunca logró. Después vinieron otros desastres.

Entre la realidad y la ficción –Vrdaneta, ese señor oculto; Rodríguez, de labio fácil para el denuesto, y Baralt, equilibrio y sostén de una escritura– se lee esta novela del autor marabino.


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