Telón de fondo

Grandes disonancias: expresiones de la cultura criolla en Hispanoamérica

04/07/2020

Juan de Grijalva criticó a los peninsulares que hacían fortunas sin preocuparse por la precedencia de los nacidos en el lugar. La imagen muestra el encuentro entre Juan de Grijalva y el cacique maya Tabscoob, en 1518. Detalle del mural público realizado por Héctor Quintana para el Gobierno del Estado de Tabasco. Tomado de Wikimedia Commons.

Para topar con clamorosas disonancias en el panorama de las manifestaciones culturales de Hispanoamérica, detengámonos en unas palabras de Sor Juana. Cuando quiere explicar su vocación de poeta, dice antes de que termine el siglo XVII en la Nueva España:

Desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones —que he tenido muchas— ni propios reflejos —que he hecho no pocos—, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí.

Estamos ante la afirmación de una personalidad capaz de sobreponerse a las presiones de la época, aún las más altas y respetables, pero no solo ante una conducta individual: ¿no es la famosa jerónima una exponente de la altivez y la autonomía que ya caracterizan a los miembros de su clase en el virreinato?

Sor Juana nos habla de una pugna frente a las autoridades más venerables, el obispo entre ellas y la mayoría de los varones de entonces, que logra dominar.  También de los prejuicios que la sociedad le ha impuesto desde la infancia. Confiesa su libertad de creadora después de una batalla casi vitalicia con el entorno, sin negar entre todas las autoridades la más alta. Se cobija en el regazo de la razón, una voz reciente y capaz de preludiar riesgos tan definitivos como la perdición del alma, una sugestión de la modernidad, pero igualmente se presenta como obediente criatura de la deidad tradicional a la cual atribuye finalmente los resultados de su producción literaria.

El punto está en que para lograr sus propósitos se explica por si sola, sin recurrir exclusivamente a los magisterios ortodoxos ni comprometerse en una escandalosa batalla partiendo del llamado de la desobediencia, o del dictamen de tutores sospechosos. Logra sin estridencias lo que desea, como muchos de sus congéneres en el resto de las colonias españolas, sin que la amenace un Apocalipsis particular capaz de salpicar a las personas que se le parecen, laicas y religiosas.

Pudiera tratarse de un caso insólito, de una experiencia aislada que no se puede extender a los criollos de entonces y del pasado, si otros de sus portavoces no se asomaran ya en diversas latitudes como proverbiales muestras de una madurez distanciada de la cultura peninsular. Madurez que terminaría por convertirlos en dueños de su destino cuando hubiere oportunidad. Pero también, como la Décima Musa, en guardianes de la casa levantada en ultramar y en cuyo seno crecieron hasta atreverse a modificar sus planos sin recurrir a la ruptura, ni a la violencia.

En 1624 encontramos a un precursor de las expresiones de Sor Juana. El criollo Juan de Grijalva, natural de Colima, critica a los peninsulares que vienen a hacer fortuna sin preocuparse por la precedencia de los nacidos en el lugar, cuyas cualidades describe así:

Generalmente hablando, y pese a la opinión de los peninsulares, son los ingenios tan vivos que a los once o doce años leen los muchachos, escriben, cuentan, saben latín y hacen versos, como los hombres de Italia; de catorce a quince años se gradúan en artes.

Puede apreciarse en el fragmento cómo, en época tan temprana, el cronista de origen criollo no solo comienza a ver a los españoles como forasteros, sino que también parangona a los de su misma procedencia con los prototipos de la cultura más estimada a escala universal.

A la sazón, Bernardo de Balbuena escribe así de la ciudad de México:

Roma del nuevo mundo, en siglo de oro;

Venecia en plata, y en riqueza Tiro;

Corinto en artificio: Cairo en giro;

En ciencia, Atenas, Tebas en tesoro.

En ti, nueva ciudad de Carlos V,

Halló Nueva Venecia Atenas nueva.

Ahora el verso se explaya en la apología de la escena construida por los criollos, pero lo hace  sin complejos. Las comparaciones no dejan a la capital novohispana en situación de inferioridad. No es la prolongación de Tenochtitlan, un origen que todavía no provoca orgullo, pero es el teatro para la acumulación de riquezas, la ostentación del poder y el desarrollo de las artes y las ciencias a la manera de los venerados modelos occidentales. La «Atenas Nueva» sigue el ejemplo de Venecia, no se exhibe como una plataforma insólita, pero se proclama como una obra excepcional en cuya fábrica debieron tener importancia los descendientes de los conquistadores, hijos de a tierra.

Antes, en 1589, en las Elegías de varones ilustres de Indias de nuestro Juan de Castellanos, se puede leer:

Y aunque parezca ser en lo presente

No de tanto momento como Flandes,

Venecia y otros pueblos prepotentes…

Lo mismo puede ser en otras partes

De las Indias según veremos el aumento

Numeroso de gente que se cría

Ansí mestiza como castellana,

Y la fertilidad de los terrenos,

Dispuestos a perpetua permanencia.

Parangona la empresa de los conquistadores y de su descendencia con la de sociedades de Europa, famosas por sus hazañas, y anuncia que la nueva estirpe de protagonistas americanos procedentes del tronco peninsular se siente dispuesta a permanecer en el dominio de la comarca.

Pero, en 1638, el fraile peruano Antonio de la Calancha asegura que el Potosí

Es único en la opulencia, primero en la majestad, último fin de la codicia, es de hechura de un pan de azúcar, pues le buscan tantas hormigas que crecen a gigantes.

La descripción se diferencia de las anteriores por su retador punto de vista. Mientras Bernardo de Balbuena habla de una gran urbe sucedánea, de una herencia de las cumbres antiguas; mientras Castellanos se muestra como consecuencia de un tránsito dorado, Calancha coloca a su ciudad en la cumbre sin refugiarse en analogías. Para referir la existencia de una gran ciudad de los criollos, en lugar de acudir a los cotejos acostumbrados, la toma como contenido exclusivo, y quizá excluyente, hasta el extremo de sugerir que los advenedizos, seguramente los españoles europeos, la aprovechan como parásitos.

En los comienzos del siglo XVIII, nuestro José de Oviedo y Baños en su Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela describe a los habitantes de Caracas de la manera siguiente:

Sus criollos son de agudos y prontos ingenios, corteses, afables y políticos, sin aquellos resabios con que la vician en las más partes de las Indias.

Oviedo recorre el camino de afirmación de una sensibilidad peculiar transitado por los otros cronistas, pero siente que puede ser variada la evolución del fenómeno de su crecimiento en las diversas provincias. Hay criollos de criollos, quiere sugerir en una frase que aboceta la existencia de un proyecto independiente en el desarrollo de una mentalidad, cuya autonomía permite el descubrimiento de diversas gradaciones.

¿Qué se desprende de las fuentes examinadas? Ha llegado a tal grado el desarrollo de una historia criolla, o de una cultura hecha por los criollos, que ya no se trata únicamente de diferenciarla de la historia y la cultura españolas, sino también de constatar una marcha específica que admite variedad en la manifestación de sus prototipos. Estamos ante fuentes sin cuya atención no se pueden entender los procesos del siglo XIX, que conducen a las independencias políticas. De allí su trascendencia.


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