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¿Están los venezolanos más jóvenes enterados de los sucesos que precedieron los acontecimientos del 19 de abril de 1810? Las noticias que reciben los familiares eran seguramente comentadas en las habitaciones de las casas y los jóvenes escuchaban cómo sus mayores discurrían sobre los posibles cambios que traerían para la vida colonial las contingencias que sufría el rey Fernando VII en España.
¿Pero solamente en los hogares se escuchaban las novedades españolas? Evidentemente no. Están al tanto de una manifestación que recorrió las calles aclamando a Fernando VII como legítimo Rey de España e increpando a Napoleón y a los franceses, resultado de un altercado entre el criollo José Félix Ribas y un militar francés. Además, el 18 de julio de 1808, el Capitán General declara en Caracas que, a pesar de la invasión francesa a España, “en nada se altera la forma de gobierno ni el Reinado del Señor Don Fernando VII en este Distrito”. El 27 de julio de mismo año, el Ayuntamiento de Caracas ratifica que “no reconocen ni reconocerán otra Soberanía” que la de Fernando VII y los sucesores de la Casa de Borbón.
Mientras los jóvenes saben, porque mucho se les ha insistido, que al rey español se le defiende aunque no ejerza su cargo, por ahí circula el rumor de una conjura, que es delatada el 2 de abril de 1810. Así que eran variadas y posiblemente contradictorias, para los muchachos caraqueños, estas novedades. Pero las primicias del momento generan, necesariamente, estos panoramas: se defiende al rey, se conspira para lograr autonomía y, finalmente, se concluye en un gobierno de mayoría criolla. Una administración de caraqueños que no abandona a Fernando VII, no acepta el tutelaje de los franceses, ni admite las regencias españolas. Comienza a marcar su propio camino.
Los jóvenes están, desde dos años antes del 19 de abril, escuchando y viendo que la vida no es la misma que marcó su infancia. Existen eventos distintos que provocan movimientos que no habían notado antes en sus padres y en algunos vecinos. El primer hecho evidente, que muestra que en efecto se están provocando cambios, sucede el jueves santo de 1810. El 19 de abril, las familias caraqueñas se disponen a seguir su rutina religiosa: ir a los oficios eclesiásticos, cumplir con el ayuno y recogerse en sus hogares. Pero la realidad imperante los obliga a vivir acontecimientos inusuales. Los asistentes a la misa se sorprenden cuando un grupo de hombres del cabildo de la ciudad gritan a las puertas de la catedral: ¡A cabildo! ¡A cabildo!, obligando al Capitán General, Vicente Emparan, a acudir por segunda vez ese día, a la sede del ayuntamiento, mientras la multitud llenaba la plaza, y un día de interés religioso se convierte en uno de interés político.
Los muchachos, que están atentos a lo que parecía convertirse en un remolino, ¿pensaban en la posibilidad de participar en estos acontecimientos políticos? Seguramente no. Son sus padres o los adultos conocidos los que llevan las riendas de lo que será la Suprema Junta de Caracas, constituida en un acta que convoca a un gobierno nuevo y que revoca de sus cargos al Gobernador y Capitán General, al Intendente del Ejército y Real Hacienda, al Subinspector de Artillería, el Auditor de Guerra Asesor General y a la Real Audiencia. Sin embargo, tenemos noticia de un documento que muestra cómo un joven de quince años de edad se ve motivado por todo lo que sucedía en Caracas y escribe una proclama que tiene fecha 20 de abril de 1810. El muchacho era hijo del regidor Valentín de Ribas, quien convida a Emparan a la primera sesión extraordinaria del 19 de abril. Luego será vocal de la Suprema Junta Gubernativa de Caracas.
¿Entonces, en los acontecimientos del 19 de abril de 1810, participan también los adolescentes? No directamente. Pero considerando la Proclama a los habitantes de Venezuela, que escribe Francisco Ribas y que circuló en hojas sueltas, sabemos que los muchachos, además de no estar aislados, están entusiasmados por los acontecimientos.
Escribe el joven: “Venezolanos: los habitantes de esta Capital acaban de dar un nuevo realce al patriotismo que siempre les ha animado. Un Gobierno que no era ya legítimo ha sido despojado, se ha establecido una Suprema autoridad, y hemos respirado el aire de la independencia; pero la unión sola es el medio capaz de establecer una felicidad duradera, y que haga ver a los pueblos del universo entero que las Provincias de Venezuela formando un solo cuerpo hacen un poder respetable y temible, y que sus hijos unidos por un mismo interés se sacrifican con gusto por el bien de la patria”. Sin duda, Ribas está convencido de que ha sido acertada la acción tomada por los criollos.
Pero, ¿si el documento se divulga el día siguiente de conformada la Junta Gobernativa en Caracas, sabía Francisco Ribas lo que sucedería ese día y escribe esa proclama con anterioridad? Eso no lo sabemos con certeza, pero sin duda el documento repite, como es natural, lo que ya ha escuchado entre los que serán líderes del 19 de abril y de otros caraqueños.
No obstante, se trata de un texto con un rasgo particular, propio de una persona muy joven. Es un discurso en extremo vehemente, que transmite la fuerza del que todo lo puede y todo lo logra por la causa que considera justa. Por ello pide de manera imperiosa que se unan a la acción de la capital: “Las provincias adyacentes por sí solas serían un cuerpo sin cabeza, y divididas en facciones harán infructuosa la feliz resolución de Caracas; pero sus habitantes están bien convencidos de esta verdad, y los de la Capital lejos de querer sembrar la división, se han apresurado a tributar el juramento a la Suprema Junta Gubernativa; y así no temáis, Pueblos amigos: uníos con nosotros por una alianza inviolable, que no conceda ni ambición, ni tiranía; formemos una nación que sepa mantener el honor del pueblo Español y que se haga respetar de los extraños”.
La manera como publicita los hechos muestra todo lo involucrado que está con ellos. Aunque no tiene una acción directa en los episodios políticos, la gestión de los adultos lo ha conquistado y llama a la unidad para que reine la libertad y la equidad. Sus escasos quince años no le han impedido tomar una posición definitiva. Considera que lo que se ha obtenido es tan justo que es indiscutible; por lo que no acepta medias tintas.
Se trata de la autonomía política de sus mayores. Nos habla de honor y libertad: “Todos los que piensan así, son nuestros amigos, y jamás quedarán abandonados al furor de sus devastadores; todos tenemos la misma voluntad: todos obramos de concierto: los traidores serán castigados: los patriotas llamados a las funciones públicas, y nuestros representantes nunca suscribirán tratado alguno indigno de nuestro honor: Ayudémonos con energía: Sacrifiquémonos todos por la causa común; y juremos sepultarnos bajo las ruinas de la patria, más bien que permitir se haga el menor agravio a nuestra libertad”.
Aquel muchacho, y de seguro muchos otros, no está al tanto de los verdaderos cambios que vendrán. No sabe lo que se desencadenará luego de la declaratoria de independencia ni de qué manera le afectará su vida de adulto. Sin duda, ya no vivirá la parsimoniosa e inamovible rutina que tuvieron sus progenitores. La vida tranquila, la seguridad, la paz sostenida en la represión, ya no formarán parte de su existencia. Dejarán de ser colonia a un alto costo. Es posible que quienes eran adolescentes el 19 de abril de 1810, participaran en una de las guerras más sanguinarias del proceso independentista de Latinoamérica.
Todo el ímpetu que se lee en la proclama que escribe el adolescente Francisco Ribas, resume el optimismo de éxito reciente, incapaz de prever que aquel jueves santo significaría el comienzo del desgarramiento de una población en nombre de la República y de la Independencia de Venezuela. En realidad, tampoco los adultos más connotados podrían saber que Venezuela vivirá tiempos brutales.
Rosalba Di Miele Milano
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