Perspectivas

Los colegas del Dr. José Gregorio Hernández

19/04/2021

De Izq. a Der.: Rafael Rangel, Santos Aníbal Dominici, Francisco Antonio Rísquez, Bernardino Mosquera, Luis Razetti

En un período de sesenta años, entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, el recientemente proclamado beato José Gregorio Hernández forma parte de un grupo de médicos que renuevan la medicina en Venezuela con sus investigaciones, sus postulados y procedimientos. Rodeado de una élite de facultativos con quienes se origina un “renacimiento de la medicina venezolana”, Hernández, como se sabe, resalta por su vocación católica. Su muerte en un accidente de tránsito provoca su inmediata exaltación. El imaginario colectivo lo bautiza como “el médico de los pobres”, y en adelante se acude a su protección para pedir por la salud con rezos, estampitas y peregrinaciones. Pero Hernández, aunque hombre de mucha fe, es un profesional de avanzada y un investigador riguroso de la ciencia médica, como varios de sus colegas que marcan una época fundamental para la salud venezolana. Vamos a recordarlos.

Las figuras destacadas de este periodo son Luis Razetti, Pablo Acosta Ortiz, Santos Aníbal Dominici y el laboratorista Rafael Rangel, entre otros. Un censo que realiza Razetti cuantifica 482 médicos a nivel nacional en 1922, unos cincuenta realmente destacados. La investigación con sus respectivas publicaciones, la docencia y las nuevas practicas médicas, la creación de instituciones que respaldan distintos programas de salud, la filantropía e incluso la denuncia de los males que aquejan a la salud publica y a la medicina como conocimiento fundamental para el desarrollo nacional, son asuntos que estos profesionales asumen de manera individual y en conjunto, convirtiéndose en paradigmas del servicio público. La mayoría se ha formado en la Universidad Central de Venezuela y tiene a la medicina francesa como inspiración.

Las guerras del siglo XIX y las epidemias que se prolongan hasta el siglo XX son un obstáculo, pero a la vez un incentivo para quienes se dedican a la salud en todos los ámbitos. Aunque el apoyo oficial es insuficiente, logran avances encomiables. Las epidemias están a la orden del día: el sarampión, la fiebre amarilla, la viruela- en algunos lugares del territorio-, el paludismo por el que cada 2 horas moría un venezolano y la devastadora ¨gripe española¨, recorren el país que a duras penas responde a las urgencias. En 1935, los datos no son alentadores: Venezuela cuenta con apenas 3.644 camas distribuidas en 51 hospitales y el promedio de vida de sus habitantes es de solo 35,7 años. En 1924, Luis Razetti denuncia la alta mortalidad infantil, declaración que molesta al régimen gomecista y lo obliga a exiliarse en Curazao durante unos meses.

En medio de este panorama, las actividades de investigación avanzan. Así lo demuestran los estudios sobre la angina de pecho por causas del paludismo que hace Hernández, describiendo los signos y síntomas de la enfermedad. También se dedica a los estudios experimentales de fisiología y bacteriología, mediante la aplicación de los métodos más modernos. Rafael Rangel, discípulo de Hernández, hace investigaciones sanguíneas en 1905, que le permiten conocer la anquilostomiasis como causa de anemia en el campo, y la razón de la “peste boba” o “derrengadera” en los caballos del llano. En Coro diagnostica como ántrax, enfermedad bacteriana, lo que en la zona se denominaba el “grito de la cabra”.

En 1895, Francisco Antonio Rísquez y Bernardino Mosquera indagan con propiedad sobre la existencia de fiebres paratíficas en Caracas y el primero formula su doctrina bioquímica de la enfermedad. Un años más tarde hacen pruebas con novillas para probar vacunas antivariólicas. Juntos identifican las fiebres tifoideas y parafíticas, adoptando pruebas de seroreacción para su prescripción. Ya en 1898, Mosquera encuentra el parasito que origina la disentería amibiana. En 1896, para traspasar los cuerpos blandos y saber cómo están por dentro los enfermos, Antonio Pedro Mora fabrica un aparato de rayos X. Durante sus viajes por Mene Grande y Trujillo, Enrique Tejera descubre, a la altura de 1919, el agente que causa el mal de Chagas.

Los estudios e investigaciones que aquí referimos son muestra de la dinámica que se vive en el país para alcanzar la excelencia con sentido de servicio social. El trabajo de campo, el laboratorio y la biblioteca, concretan trabajos que tratan de paliar las necesidades de los pobladores. La investigación va acompañada de la práctica que aliviará los males que aquejan a los venezolanos: vacunaciones, operaciones quirúrgicas, pruebas sanguíneas, radiografías…

Luis Razetti es considerado como fundador de la cirugía moderna en el país y como iniciador de intervenciones inéditas, ocupado de casos que se operaban por primera vez en el país. Sus conocimientos y prácticas le hacen jefe de la catedra de Clínica Quirúrgica en el Hospital Vargas de Caracas, fundado en 1888. Las intervenciones vienen acompañadas de métodos que adormecen a los pacientes, como la raquianestesia que emplea por primera vez Pablo Acosta Ortiz en 1900. En 1916, Beltrán Perdomo Hurtado inicia la anestesia general con gases. La hipnosis como alternativa para quienes no toleraban anestesia también es practicada por el dinámico Razetti. Por si fuera poco, reserva tiempo para investigar la bilharziosis y la nefritis amarílica.

Entonces se vuelven comunes las nuevas prácticas que ayudan a estudiar con precisión de los diagnósticos. José Gregorio Hernández introduce el tensiómetro y Heberto Cuenca trae el electrocardiógrafo. En Maracaibo, en 1899, José Otilio Mármol usa por primera vez los rayos X. En Barquisimeto, en 1893, Antonio María Pineda realiza la primera craneotomía y en Puerto Cabello, ahora en 1916, se realiza la primera transfusión sanguínea. Otros proyectos de avanzada se concretan en la creación de un dispensario antivenéreo y uno de antituberculosis, en el Sanatorio de Antituberculosis fundado en 1914 por Rafael Vegas; en los psiquiátricos de Caracas y Maracaibo, fundados en 1892 y 1894, respectivamente; en las Juntas de Socorro para hacer frente a la ¨gripe española¨ y para llevar a cabo campañas generalizadas contra la sífilis. En 1933, se inauguran en Caracas la Semana Sanitaria Antituberculosa y el centro piloto de vacunación con B.C.G (vacuna antituberculosa), mientras Pedro del Corral, en Maracay, aplica inyecciones intravenosas de atebrina a enfermos palúdicos por primera vez en Venezuela y, posiblemente, por primera vez en el mundo.

El Hospital Vargas tiene su propio laboratorio, dirigido por Rafael Rangel a partir de 1891, y en 1895 la Cruz Roja abre sus puertas en Caracas. Aunque las estadísticas indican que son insuficientes los hospitales para las necesidades de la población, los centros de salud comienzan a asentarse a lo largo del territorio. En Carora se fundan dos hospitales entre 1902 y 1903. Altagracia de Orituco, San Cristóbal y Ciudad Bolívar tendrán sus sanatorios entre 1904 y 1907. En Upata (1917), en Apure (1918), en Turmero (1920), en Valera (1922) y Maracaibo se estrenan hospitales y Clínicas de Niños Pobres. En 1928, una compañía petrolera abre el hospital Caribbean en Mene Grande. Ya en 1911, Rísquez crea una clínica privada para hospitalizaciones y altas cirugías. Es la primera de estas características en el país.

Llevar adelante estas prácticas requiere de instituciones como hospitales, sociedades, universidades y academias que apoyen los distintos estudios y ejercicios relativos a la salud. Los profesionales ponen mucha energía en este primordial aspecto, como lo demuestra la fundación del Colegio y del Consejo de Médicos, atribuyéndole al primero un carácter académico y al otro la asesoría en materia de higiene, sobre todo en la lucha antiepidémica y en la conservación y fomento de la salud pública (vacunación, inspección de farmacias, etc). Igualmente, en la elaboración de un reglamento de las profesiones médicas y paramédicas. Razetti funda el Instituto Anatómico y el Colegio de Médicos de Venezuela en 1902, la Academia Nacional de Medicina en 1903 y, junto a Acosta Ortiz, la Sociedad de Médicos y Cirujanos de Caracas en 1893. Rafael Vega crea la Liga contra la Tuberculosis para centralizar los registros y batallar contra la enfermedad en todo el país. Santos Aníbal Dominici inaugura el Instituto Pasteur en 1895.

La necesidad de formar nuevos profesionales y actualizar a los colegas en nuevos conocimientos estimula la docencia. Razetti es maestro fecundo por los numerosos médicos que forma en una trayectoria de enseñanza clínica en la Universidad Central de Venezuela y en la realización de concursos de internado y externado de los hospitales (1895). Regenta durante 16 años la cátedra de Anatomía de la Universidad Central y, desde 1914 hasta su muerte, las lecciones de Clínica Quirúrgica. A partir de 1895, Dominici tiene a su cargo la cátedra de Clínica Médica y Anatomía Patológica. Pablo Acosta Ortiz sirve las cátedras de Anatomía y Clínica Quirúrgica, mientras Miguel Ruiz enseña Clínica Obstétrica y Ginecológica. José Gregorio Hernández funda la primera cátedra de bacteriología del país, que también imparte en la alta casa de estudios. Para 1926 se abre la Catedra de Patología Tropical. La docencia no se detiene con el cierre que hace el gobierno de Juan Vicente Gómez de la institución, y en 1915 Razetti y Rísquez fundan la nueva Escuela de Medicina para continuar con las actividades docentes. Pero no solo los estudiantes de medicina mantienen el interés de los maestros. En 1890, Temístocles Vaamonde dicta la catedra libre para comadronas que aún tienen presencia relevante en el país aún rural, y en 1913 se crea la Escuela de Enfermería con un programa de estudio teórico- práctico diseñado por el incansable Razetti.

El marco jurídico también adquiere consistencia en la época. El Código Farmacéutico de 1898 compila toda la farmacopea venezolana elaborada por Rísquez, y en 1923 se promulga la Ley de Sanidad Nacional que contempla reglamentos y decretos para atacar múltiples problemas de salud pública. En la misma dirección, en busca de mayor ordenación, en 1894 Santos Dominici y Reinaldo Ackers presentan un reglamento relativo a los estudios de higiene escolar.

Si durante estos sesenta años las enfermedades sobrepasan los servicios y centros de salud, no es menos cierto que el impulso renovador es digno de encomio, tanto por la calidad de los profesionales en el plano científico y práctico como en el vocacional. Sabemos que la economía debía esperar unos años para convertirse, gracias al petróleo, en muy próspera. No parece que era la riqueza el motor que los impulsa a tan diversas actividades. La generación que rodea al hoy Beato José Gregorio Hernández, tiene en común una vocación orientada por un trabajo intelectual y por auténtico deseo de servir a la colectividad. La santidad pudo haberles tocado a todos. No obstante, solo uno accederá a la beatificación. Por su evidente vocación católica, por sus actos de caridad y por relatos sobre su modestia que en nada sustituían su dedicación a la investigación y a la atención de los pacientes. Después de su muerte, la alusión a sus virtudes cristianas vino de los pacientes agradecidos, quienes se convierten en devotos creyentes y comunican su fe a la descendencia. Desde entonces, miles de venezolanos aseguran que su salud se ha curado por la iluminación del “médico de los pobres”. Los demás solo son recordados, en la mayoría de los casos, por sus sucesores en la carrera y por quienes los han historiado. Hoy vuelven fugazmente a primer plano gracias a esta descripción que no es exhaustiva, pero que pretende su respetuosa incorporación a la memoria colectiva.


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