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“La casa, como el fuego, como el agua, nos permitirá evocar, en el curso de este ensayo, fulgores de ensoñación que iluminan la síntesis de lo inmemorial y del recuerdo. En esta región lejana, memoria e imaginación no permiten que se las disocie”.
Gastón Bachelard, La poética el espacio (1957)
1. Escuché por vez primera sobre Gastón Bachelard (1884-1962) cuando estudiaba la maestría en Filosofía en la Universidad Simón Bolívar, durantela década de 1980. Lo refirieron en los cursos sobre filosofía contemporánea, por ser tributario de la vertiente fenomenológica liderada por Edmund Husserl, con herencias de la duda metódica cartesiana. Al tiempo que epistemólogo de la ciencia moderna, dijeron que era un “autor inclasificable”, porque conjugaba tambiénel psicoanálisis y el imaginario literario, entre otras búsquedas. Los libros mencionados así lo sugerían: Psicoanálisis del fuego (1938), El aire y los sueños (1943), seguidos por La tierra y la ensoñación de la voluntad (1948). Y por ser yo urbanista de formación, dialogante con la arquitectura, otro título provocativo de su obra quedó resonando en mí desde entonces: La poétique de l’espace (1957).
Más de tres décadas después de su publicación original, mi primer encuentro con La poética del espacio ocurrió a finales de 1989. Ese año fui invitado a participar en un seminario sobre “La casa como tema”, organizado por William Niño desde la Galería de Arte Nacional (GAN) y el Museo de Bellas Artes (MBA). Al regresar yo de vivir un par de años en Madrid y Barcelona, encontraba una capital sacudida por el Caracazo, pero donde, significativamente, la escena cultural parecía renovarse. Como para superar el pandemónium desatado por las revueltas de febrero, una serie de ensayistas consagrados y especialistas de disciplinas varias comenzaban a reflexionar sobre los atributos de ciudad, aparentemente perdidos en Venezuela, propiciando desde entonces una revisión histórica y universalista de la cultura urbana. En medio de aquel panorama cultural que encontré en 1989, la GAN, donde William actuaba como curador de arquitectura, así como el MBA, bajo la acertada dirección de María Elena Ramos, fueron pioneros en albergar coloquios relacionados con exposiciones sobre temas arquitecturales o urbanos. Y estimularían a otras instituciones, como Fundarte, el Museo de Arte Contemporáneo y el de Artes Visuales Alejandro Otero, a realizar foros similares durante la década de 1990.
Con aquel título de Bachelard por explorar, para el seminario sobre la casa busqué la traducción editada en los breviarios del Fondo de Cultura Económica. A pesar de cierta escasez suscitada por el Caracazo, conseguí un ejemplar en la librería Lectura, ubicada a la sazón, si mal no recuerdo, en la planta baja del Centro Comercial Chacaíto. Al adquirirlo sentí que respondía a una deuda conmigo mismo, así como con aquellos cursos de la maestría en Filosofía, impartidos entonces, durante horas vespertinas, en la torre Tajamar de Parque Central. Quizás por la vecindad de este con la GAN y el MBA, donde tuvo lugar el seminario en noviembre de 1989, asocio el distrito de Bellas Artes, bautizado así por el metro, con la vitalidad cultural remanente en Caracas, durante aquel decenio que estaba por cerrar.
2. De ese primer contacto con el libro me sorprendió su minuciosa concepción del espacio doméstico, inclusiva no solo de los estratos de la casa como totalidad – “del sótano a la guardilla” – sino también de “los cajones, los cofres y los armarios”, así como de “los rincones” y “las miniaturas”, entre otras escalas recorridas por Bachelard.Acaso haya impulsado ese barrido a través de recovecos y repisas, de gavetas y secreteres, de muebles y archivos, los años pasados por el autor en el servicio postal francés, que le llevaron a servir de telegrafista en la Gran Guerra, mucho antes de doctorarse en La Sorbona en 1927, algo tarde para su edad.
Si bien estaba yo seducido con todo el libro, para aquella presentación en la GAN enfaticé algunos elementos de la poética espacial relativos a la casa natal. Desde ese peculiar abordaje que conjuga la fenomenología con “el psicoanálisis de la materia”, como resalta Gaétan Picon en su Panorama de la nouvelle littérature fraçaise (1976), Bachelard recorre esa casa natal, devenida arquetípica, como una suerte de sustrato natural, al tiempo que venero de recuerdos e imaginarios, de gestos y usanzas.
“La casa, como el fuego, como el agua, nos permitirá evocar, en el curso de este ensayo, fulgores de ensoñación que iluminan la síntesis de lo inmemorial y del recuerdo. En esta región lejana, memoria e imaginación no permiten que se las disocie. Una y otra trabajan en su profundización mutua. Una y otra constituyen, en el orden de los valores, una comunidad del recuerdo y de la imagen. Así la casa no se vive solamente al día, al hilo de una historia, en el relato de nuestra historia. Por los sueños las diversas moradas de nuestra vida se compenetran y guardan los tesoros de los días antiguos…”.
Tributario de la corriente memoriosa proveniente de Marcel Proust, como también resalta Picon, Bachelard advierte que ese lar primigenio configura nuestros hábitos y usanzas del habitar: allende los recuerdos, “la casa natal está físicamente inscrita en nosotros. Es un grupo de costumbres orgánicas”, sentenció el filósofo, con ecos para la arquitectura y la antropología. Y esa maison originaria nos acopla a la vez en el habitar esencial: “En suma, la casa natal ha inscrito en nosotros la jerarquía de las diversas funciones del habitar. Somos el diagrama de las funciones del habitar esa casa y todas las demás casas no eran más que variaciones de un tema fundamental”, leí con asombro en aquel primer acercamiento a La poética del espacio.
3. Ya abriendo la década de 1990, mientras escribía mi tesis de maestría sobre las nociones de habitar en Martín Heidegger, del existencial al poético, fui llevado de nuevo hasta Bachelard a través de las referencias consultadas. Para entonces, al viajar a un congreso sobre grandes metrópolis realizado en la Universidad de Toulouse-Le Mirail, adquirí la edición de Presses Universitaires de France. Con mis rudimentos de francés, pude así seguir las recomendaciones de nuestros profesores de filosofía, a saber: leer a los autores en su lengua original. Lástima que nunca pude hacerlo con Heidegger mismo.
En esta nuevo acercamiento noté que, por analogía con el así llamado “segundo” Heidegger –más poético que el de la “analítica existenciaria” – Bachelard postula en la introducción a su libro que “todo espacio realmente habitado lleva como esencia la noción de casa”. Pareciera coincidir con la tesis del pensador alemán en su conferencia “Edificar. Morar. Pensar” (1950): todo “construir” (bauen) tiene por fin un “habitar” (wohnen), por lo que todo construir entraña un habitar. Así, a diferencia del Dasein de El ser y el tiempo (1927), arrojado en la intemperie del mundo; pero a la manera del sujeto del segundo Heidegger, que puede morar desde el recuerdo y la poesía, la aproximación fenomenológica de Bachelard distingue un momento previo del “ser bien” en el resguardo de la casa, semejante, a mi entender, al habitar cuaternario heideggeriano. Por ello concluye el filósofo francés, como contrapunteando con el maestro alemán:
“Desde nuestro punto de vista, desde el punto de vista del fenomenólogo que vive en los orígenes, la metafísica consciente que se sitúa en el instante en que el ser es ‘lanzado al mundo’, es una metafísica de segunda posición. Salta por encima de los preliminares donde el ser es el ser-bien, en que el ser humano es depositado en un estar-bien, en el bien-estar asociado primitivamente al ser”.
Observé así en esta segunda lectura que, hasta cierto punto, en La poétique de l’espace se produce una inversión del orden de los habitares metafísico y poético de Heidegger, colocando primero el bienestar de una casa que, en un dominio entre onírico e imaginario, condensa el resguardo primigenio. “Cuando se sueña en la casa natal, en la profundidad extrema del ensueño, se participa de este calor primero, de esta materia bien templada del paraíso material”, afirmó el filósofo en clave psicoanalítica.
4. Pero ese bienestar primigenio de la casa natal parece desvirtuarse, para el autor de La poética del espacio, en el habitar metropolitano. El desarraigo del apartamento urbano, suspendido en altura, le impide ser “cósmico”: los habitáculos de las grandes ciudades se apiñan verticalmente, no pudiendo conocer los dramas del universo como la casa aldeana. No experimentan el estruendo del trueno, el resplandor del relámpago, la intensidad de la lluvia como debieron de sentirlo los habitantes de contextos menos urbanizados. Por ello, apoyándose en Paul Claudel, mira Bachelard este habitar secular nuestro como adocenado y desarraigado:
“En París no hay casas. Los habitantes de la gran ciudad viven en cajas superpuestas. ‘Nuestro cuarto parisiense – dice Paul Claudel – entre sus cuatro paredes, es una especie de lugar geométrico, un agujero convencional que amueblamos con estampas, cachivaches y armarios dentro de un armario’. El número de la calle, la cifra del piso fijan la localización de nuestro ‘agujero convencional’, pero nuestra morada no tiene espacio en torno de ella ni verticalidad en sí. (…) La casa no tiene raíces. Cosa inimaginable para un soñador de casas: los rascacielos no tienen sótano. Desde la acera hasta el techo, los cuartos se amontonan y el toldo de un cielo sin horizonte ciñe la ciudad entera. Los edificios no tienen en la ciudad más que la altura exterior. Los ascensores destruyen los heroísmos de la escalera. Ya no tiene ningún mérito vivir cerca del cielo”.
Como urbanista, me sorprendió, en primera instancia, esta postura sombría de Bachelard sobre el habitar metropolitano, sobre todo para alguien que vivió por décadas en París, donde enseñó en La Sorbona hasta su fallecimiento. Me recordó en parte la visión pastoral de Heidegger y su idealización de la cabaña donde habitara en la Selva Negra. Sin embargo, pensé después, puede explicarse por la pertenencia generacional del fenomenólogo francés, así como por su proveniencia provinciana. No debe olvidarse en este sentido que nació en Bar-sur-Aube, en la Champagne, donde fuera maestro por muchos años, y donde fue finalmente enterrado.
5. Tras más de tres décadas de aquelencuentro inicial con Bachelard en 1989, he consultado de nuevo La poétique de l’espace, a propósito de un curso doctoral sobre aproximaciones interdisciplinares al espacio, el cual coordino en la Universidad Católica de Chile. Siguiendo las remotasindicaciones de los profesores de filosofía contemporánea, ahora he podido relacionarlo con otros fenomenólogos, de Husserl a Merleau-Ponty. Creo que de este último resulta especialmente relevante, para entender a Bachelard, el planteamiento de La phénoménologie de la perception (1945), sobre que “el espacio natural y primordial no es el espacio geométrico”; así como que hay un “nivel espacial” donde se inserta el cuerpo, en tanto “sujeto del espacio”, en el centro de un “suelo perceptivo”.
Una de las varias lecciones de La poética del espacio es hacernos percatar de que, como señala Merleau-Ponty, el espacio primordial no es el geométrico, sino el memorioso, epitomado en Bachelard por la casa natal. Es aquí donde, “tras décadas de odisea”, al regresar presencial u oníricamente, siempre nos sorprenderá “ver que los gestos más finos, los gestos primeros son súbitamente vivos, siempre perfectos”. Y la palabra hábito “es una palabra demasiado gastada para expresar ese enlace apasionado de nuestro cuerpo que no olvida la casa inolvidable”, Bachelard dixit.
Arturo Almandoz Marte
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