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Félix Otamendi, el prohombre

10/06/2021

Félix Otamendi Osorio

Conocí y trabé amistad con Félix Otamendi Osorio en lo que ya era el ocaso de su vida. Como a muchos, me entristeció saber de su muerte este 9 de junio de 2021. Tenía 80 años. Fue tal vez el hombre no público más público de la Venezuela bisagra entre los años finales del modelo democrático de 1958 y la primera década del chavismo en el poder, en el siglo XXI.

La definición de prohombre que le he dado a Félix le calza perfectamente: hombre ilustre que es respetado por sus cualidades y disfruta de especial consideración entre sus pares. Durante casi 30 años, Otamendi logró congregar, en un espacio de confianza, a líderes políticos, dirigencia empresarial, académicos e investigadores, todos convocados con el imperioso mandato de pensar al país y encontrar salidas a la crisis.

El grupo Jirahara, como se bautizó a aquel espacio, tuvo su primera reunión anual en 1988 y de forma ininterrumpida se realizó hasta 2016. Todo el contexto del país, con una hiperinflación galopante, la ausencia de vuelos aéreos, el acceso al combustible y la inseguridad en las vías terrestres, llevó a que el seminario 2017 fuese suspendido. Uno de los sueños de Félix de llegar a las 30 reuniones anuales no se cumplió y aquello lo llenó de pesar.

Conocí a Otamendi en 2013, gracias a la generosa introducción que hizo nuestro amigo en común Piero Trepiccione, del Centro Gumilla Barquisimeto. En los seis años siguientes, hasta fines de 2019, fui honorado por su amistad. Formé parte del equipo local de organización de los seminarios de Jirahara, junto a los dilectos Nelson Freitez, Miguel Nucete, Gustavo Machado y el propio Piero. En el tramo final se sumó Daniel Asuaje.

Atendí a diversas invitaciones en su casa, que era una suerte de lugar de encuentro y amistad. Félix se esmeraba, a veces pasaba varios días, haciendo los preparativos para ofrecer un desayuno o un almuerzo. En otras tantas veces sólo nos tomamos un café o un licor. Era una persona dada al compartir. Apasionado de la política, muy informado de la dinámica económica y atento a identificar las dinámicas sociales y culturales. En dos ocasiones me usó de intermediario, y aprovechó que les conocía para pedirme que le presentara a un artista plástico y para encontrarse con un joven líder político.

La muerte de Otamendi ha llenado de pesar a la sociedad larense. Así como también a tantas personas, que a lo largo de los años acudieron a los seminarios de Jirahara. Félix no era oriundo de Barquisimeto, pero era un asunto que no se molestaba en aclarar. Nació en la población de Tácata, en el estado Miranda. Su casa lleva ese nombre.

De su padre casi nunca hablaba. De la familia Osorio, por parte de su madre en Maracaibo, provenían sus historias de niñez y adolescencia. La impronta de sus tías y abuela fue fundamental. La educación primaria y media las hizo en entidades católicas de la capital zuliana y se graduó como abogado de la Universidad del Zulia.

Siendo un joven abogado se vio tentado por una oferta de trabajo, en los 60, para la consultoría jurídica de la entonces empresa eléctrica de Barquisimeto, Enelbar, por aquella época de capital canadiense.

Cuando Félix me contó su experiencia de aquellos años, sencillamente fue una etapa de expansión, creatividad y compromiso. “Entendí que debía dar un servicio”, me comentó. Asumió la presidencia de Enelbar siendo el primer no canadiense en ocupar este cargo.

Desde la fundación de iniciativas como el club Kilovatico, para la promoción del deporte infantil y juvenil, hasta su incorporación a la directiva del equipo de béisbol profesional Cardenales de Lara, todo ello fue haciendo de Otamendi una referencia para la ciudad. Era, sin duda, el prohombre.

Algo con lo que me sentí plenamente identificado con Félix era su perspectiva regional, podríamos decir que su geolocalización. Su mirada desde el país era la de un todo; su punto de partida, la región, la ciudad. Aquello que estuvo en boga hace algún tiempo, de ser un ciudadano Glocal tenía plena pertinencia en Otamendi. Viajó mucho, enriqueció su mirada al visitar otros lugares, pero sus pies siempre estaban en el suelo de la ciudad que adoptó como suya. Desarrolló un altísimo sentido de pertenencia con Barquisimeto.

Félix, por otro lado, me ayudó a entender algo que de por sí lo había hecho de forma intuitiva. Se trata del valor de la comida, el significado que tiene la comida cuando es elaborada de forma personal para ofrecerla a otros. En las sesiones de preparación de los seminarios Jirahara, Otamendi le dedicaba tanto tiempo a revisar los paneles de discusión como los menús que se iban a servir. Cuidaba de cada detalle.

Cuando se hizo inviable la realización del seminario presencial, varios le recomendaron a Otamendi que se hiciera un Jirahara online. No han entendido nada, rezongó, lo más importante que ocurre en los seminarios tiene lugar cuando tomamos café en los recesos, cuando almorzamos o cenamos juntos.

Con Otamendi, una vez que se puso una pausa a los encuentros del grupo Jirahara, que resultó a la postre definitiva, quedaron dos asignaturas pendientes. Evadió de mil formas mi interés en grabar una larga entrevista para tener un registro de su vida. No hubo manera de que accediera. Yo, por mi parte, postergué en varias oportunidades sentarme con él para hacer el libro de recetas que deseaba.

“Tengo las manos choretas”, me dijo, “necesito que alguien como tú pueda escribir lo que voy a dictarle”. Ya en aquel momento tenía serias limitaciones de movilidad y tenía dificultades para poder sostener un celular en sus manos. Dado que lo vi con una mente tan lúcida, puse esta solicitud en pausa, esperando que llegara un momento propicio. Era finales de 2019.

Llegó luego la pandemia por la covid-19, por su edad y achaques de salud no era recomendable visitarlo. Y ahora ya no está.


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