Perspectivas

¿Es Dostoievski el gemelo de Nietzsche?

De izquierda a derecha: Fiódor Dostoievski y Friedrich Nietzsche

29/01/2020

“La libertad consistía en perder toda esperanza.”

Chuck Palahniuk: El club de pelea (1996)

 

Según San Bernardo de Claraval, “el desconocimiento propio genera soberbia; pero el desconocimiento de Dios genera desesperación”. La primera parte de la oración indica algo que sabían los antiguos: la arrogancia procede de la inconsciencia de nuestra esencia. Por eso, se leía en la inscripción en el templo de Delfos: “Conócete a ti mismo”.

Tal dictado obliga a reconocer que somos mortales y que no debemos competir con los dioses, origen de toda desmesura. La segunda parte de la frase apunta a un fenómeno cultural que no es característico ni de la antigüedad ni de la edad media. Si bien en esas épocas muchas personas han podido sentir el vacío teológico, solo en tiempos muy recientes, es decir, a partir del romanticismo, es que comienza a promocionarse la desesperanza como forma de asumir la existencia. La originalidad de esta novedosa configuración espiritual es la síntesis de soberbia y desesperación.

El pensador ruso León Chestov (Kiev, 1866 – París, 1938) afirma, en su libro Filosofía de la tragedia, de 1903: “¿La filosofía de la tragedia no es, acaso, la filosofía de la desesperación, de la demencia, de la muerte misma?” (FT, trad. 1949, p. 9). La propuesta de Chestov es que Dostoievski y Nietzsche fueron los precursores de dicha conciencia; por tanto, ambos fueron los adelantados que descubrieron el nuevo continente desolado de la rebeldía metafísica. Chestov también hará énfasis en que dicha visión no la adoptaron de forma deliberada, sino que fue como una revelación terrible. Una revelación que nunca terminaron de digerir por completo.

Dos almas perdidas

En La Divina Comedia, Dante describe el letrero que advertía a los condenados: “Todos los que entráis aquí, dejad vuestras esperanzas sobre las puertas del Infierno”. Este muy bien podría ser el lema de los rebeldes metafísicos, lema que parece haber sido adoptado tanto por Dostoievski como por Nietzsche. Según Chestov (p. 156), esa desesperanza infernal está representada en el protagonista pusilánime de la novela El hombre del subsuelo de Dostoievski. Dicho personaje se encuentra comprometido en la dolorosa cruzada de explorar el absurdo en medio del sentimiento de la irrealidad del mundo.

Chestov nos invita comprobar que estos rasgos del hombre-rata se encuentran en Nietzsche, por más que ambos autores difieran en la forma externa de sus estilos literarios. Tanto Dostoievski como Nietzsche alaban el vivir marginado y se sienten orgullosos de eso. Sus proyectos consisten en desenmascarar las fachadas de conformismo para mostrar que el interior solo hay oscuridad y vacío.

A pesar de que la filosofía de Dostoievski y la de Nietzsche son prácticamente iguales, Chestov reconoce una diferencia. El hombre-rata de Dostoievski se muta en el Zarathustra de Nietzsche. Las ideas son las mismas, pero ha tenido lugar un cambio radical de actitud. El pusilánime se ha convertido en un titán.

“En adelante, ya no veremos al hombre subterráneo que socava tímida y prudentemente las ideas admitidas (…). Es Zarathustra quien ahora nos habla: tiene fe en su misión profética y se atreve a dirigir su propio pensamiento contra el de todos los hombres.” (Chestov, León: FT, p. 223).

Podemos conjeturar que la diferencia se puede explicar en términos de psicología platónica. Mientras Dostoievski conecta su existencialista pusilánime con el alma apetitiva platónica, Nietzsche conecta su existencialista temeraria con el alma irascible. En todo caso, ambos autores evaden centrar sus antropologías en el alma racional.

Revelación trágica

De acuerdo a la versión que nos da Chestov, Dostoievski y Nietzsche no solo comparten convicciones. También ambos coinciden en comenzar sus vidas intelectuales como optimistas, pero, luego, sufrieron una dura conversión. La causa se puede encontrar en incidentes decisivos de sus biografías: “Sin el presidio del uno y la atroz enfermedad del otro, no se hubieran percatado de que estaban encadenados de pies a cabeza, tal como no se percata de ello la mayoría de los humanos”. (Chestov, León: FT, p. 237). Esto los convirtió en predicadores de una nueva fe, la muerte de Dios. Fue una crisis de los principios, o una transmutación de los valores.

“Es éste un dominio del espíritu humano donde jamás ha penetrado nadie voluntariamente: los hombres no entran allí sino defendiéndose a capa y espada. Y ése es, precisamente, el dominio de la tragedia.” (Chestov, León: FT, p. 24).

La psicología de la religión nos explica que hay epifanías que nos llevan a Dios, pero también es posible que nos lleven en sentido contrario. Esto explica muy bien lo que les sucedió a ambos. Chestov insiste en la idea de la revelación trágica, cuyo terrible contenido no es buscado de forma deliberada. Por el contrario, es un descubrimiento doloroso, que no se asume de manera espontánea. Realmente es una condena, soportar esa conciencia es un tormento. Hay que resistir por amor a la verdad. Esa es la buena nueva que debe ser comunicada a la humanidad.

El caos derrota al cosmos

Para Chestov, la filosofía de la tragedia consiste en ser presa de la desesperanza metafísica. De todas formas, tenemos que seguir adelante con esa carga, de la cual, ni siquiera la muerte nos podría liberar. Hay que aprender a vivir a la intemperie, bajo la lluvia ácida de la desesperanza.

“Es aquí donde comienza la filosofía de la tragedia. La esperanza se ha desvanecido para siempre; pero es necesario vivir, y vivir mucho tiempo todavía. Aunque se quisiera, es imposible morir.” (Chestov, León: FT, p. 100).

Según Chestov, tanto la filosofía de Dostoievski como la de Nietzsche no encuentran respuestas positivas, solo son preguntas desesperadas. De todas formas, se llega a una respuesta negativa: el universo no es un cosmos, una totalidad ordenada, sino un caos que hace imposible tanto a las leyes de la naturaleza (la ciencia) como las leyes de la moral (la ética). Esto explica la famosa formula de Nietzsche “nada es verdadero, todo está permitido”, la cual está compuesta de dos afirmaciones. La primera parte va dirigida contra el orden natural. Mientras que la segunda contra el orden moral. (cfr. Chestov, León: FT, p. 250).

Al no existir la necesidad ni natural ni moral, descubrimos el espacio del hombre-rata: el mundo de la arbitrariedad, del vale todo. “Los hombres subterráneos no lo ponen en duda. Es el reino del capricho, de lo indeterminado y de las posibilidades nuevas, infinitas.” (Chestov, León: FT, p. 234).

Desde la tragedia hasta lo trágico

Estamos en capacidad de concluir que la interpretación de Chestov es lo suficientemente convincente para afirmar que Dostoievski y Nietzsche son gemelos en la filosofía de la tragedia. A pesar de la importancia que tiene el término “tragedia” en el libro de Chestov, no hay referencia a la forma teatral tan característica de la Atenas clásica. Realmente su tema es lo que Unamuno llama el ‘sentimiento trágico’, es decir, la conciencia del absurdo, la negación del sentido de la vida.

Por el contrario, para los antiguos griegos, la “tragedia” era una festividad cívica que convocaba a los ciudadanos a asistir a la representación de la caída de un gran hombre debido a su soberbia, lo cual debía producir en los espectadores un profundo sentimiento de “terror y compasión”. Terror por el castigo sufrido por Edipo al descubrir que ha asesinado a su padre y se ha casado con su madre. También compasión por sentir que Edipo, como cualquier otro, fue engañado por las circunstancias. El trasfondo era comprender que el universo es un cosmos, una totalidad ordenada, y que las trasgresiones tienen que ser compensadas en algún momento. En el fondo, la tragedia debería promover una reflexión democrática, la cual debe contribuir a la eudaimonía, la felicidad tanto de la ciudad como de los individuos.

La nueva visión de la tragedia que nos traen Dostoievski y Nietzsche es de signo contrario. No hay orden natural ni moral. No hay nada que le brinde objetividad al significado vital. Cualquier intento de creer que existen valores positivos no es más que una ilusión para engañarnos a nosotros mismos. Nuestros dos autores parten de una epifanía caótica, es decir, de la revelación de que no hay finalidad en el universo y que, por tanto, no existe sentido para la vida. El mundo es un lugar cruel en el que, para sobrevivir, hay que ser igualmente cruel. No hay lugar para la reflexión democrática, en todo caso la podemos sustituir por el entusiasmo tiránico.

Para los antiguos, la finalidad de la vida humana era alcanzar la felicidad. En cambio, para nuestros rebeldes metafísicos, cualquier forma de felicidad solo es un conformismo que nos oculta la terrible verdad. “Si el objetivo del hombre es, por tanto, hallar la felicidad sobre la tierra, entonces todo está perdido, irremediablemente perdido” (Chestov, León: FT, p. 113). Si no hay felicidad, de todas formas podemos llenar su vacío con emociones fuertes, aunque sean negativas. Parece que tanto Dostoievski como Nietzsche se plantean con mucha sinceridad: ¿Para qué ser moderadamente feliz cuando se puede ser intensamente infeliz?


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