Entrevista

Elva Ramos: “El cambio empieza por uno mismo”

Elva Ramos retratada por Antonio Pérez | RMTF.

06/06/2021

Las líneas que siguen cuentan la historia de un cambio radical. Un cambio de actitud, una nueva consciencia. 

Elva Ramos, de 31 años, nació en Caja Seca, estado Zulia. Terminó el bachillerato y antes de que empezara sus estudios universitarios, se embarazó de su primera hija. Eso le cambió la vida. Dejó a su niña al cuidado de la abuela y se vino a Caracas a buscar oportunidades de vida. Al día de hoy, puede ver ese cambio en retrospectiva. En sus palabras no hay recriminaciones, sino la certeza de que ella misma se había puesto un obstáculo. Al insertarse como madre en Alimenta la Solidaridad, encontró las herramientas para dar un paso al frente con una actitud distinta.

En Caracas trabajó como servicio de adentro en una casa de familia. En un ambiente de armonía, que agradece y valora, pudo restablecer contactos con familiares y amigos que también habían emigrado desde el Zulia, donde escaseaban las fuentes de empleo. El propósito de buscarse un mejor futuro fue su motor de búsqueda. “Cuando uno tiene un hijo, entiende que ya tiene a alguien a quien atender, a quien alimentar, así que busca otros caminos”.

Actualmente tiene su pareja, que también es de Caja Seca, pero que conoció en Caracas. Tienen dos hijos en común y juntos han criado a su primera hija. Una relación que ya dura 12 años. 

En el sector La Isla de La Vega -donde Elva vivía- llegó la noticia, a través de una vecina: “pronto abrirían un comedor donde le van a dar almuerzo a los niños”. “Le comenté a mi esposo, si es para dar una ayuda, ¿por qué no? En ese momento, la situación no era tan mala -no habíamos llegado a la emergencia humanitaria compleja-”. Elva inscribió a sus tres hijos en el comedor. “Día a día colaboraba, me involucré cada vez más hasta que pasé a ser una madre comprometida”.

¿Cómo es tu rutina diaria?

Me despertaba, les hacía el desayuno a los niños, dejaba todo listo y me iba al comedor. A los siete meses se planteó la posibilidad de abrir otro comedor en el sector al que yo me mudé. ¡Guao, era todo un cambio! Por un lado, se facilitaban algunas cosas, podía estar más tiempo con mis hijos. Pero, por otro lado, aceptar la responsabilidad representaba un reto. Ya no sería madre comprometida sino madre líder en una comunidad, donde si bien yo vivía, no tenía trato con casi nadie, porque pasaba el día a día en el comedor del sector La Isla. Iba a trabajar con otra madre a la que prácticamente no conocía, pero las cosas fueron fluyendo. Hubo conexión inmediata y desde el primer momento éramos muy comunicativas. Ella me preguntaba, yo le preguntaba. Creo que eso nos llevó a sacar el comedor. 

¿Qué dificultades encontraron en el camino?

Unos vecinos nos cedieron un espacio, creo que nos apresuramos en tomar la decisión, porque hubo roces entre nosotras y los dueños de la casa. Ellos querían hacer las cosas distintas, pero ya el comedor venía con unas normas. Nos mudamos a un lugar transitorio y luego, en enero, a una casa de las que da el Gobierno, pero los colectivos nos empezaron a hacer seguimiento. Un día en que llegó la comida nos sacaron fotos, videos. Sentimos miedo. Y mi compañera me dice: “No vamos a cocinar. ¿Qué mal estamos haciendo? ¡Claro que vamos a cocinar!” Decidimos sacar la comida de esa casa del Gobierno para no causarle problemas a la señora y mudamos el comedor a la casa de mi compañera. Ése es un barrio… chavista, pero igual nosotras no paramos. “No le vamos a vender el gas”. Pero nosotras éramos como más astutas. ¿Cómo que no nos lo van a vender? Vamos a meternos por otro lado, vamos a ver cómo hacemos. “No, que si llegaba la cisterna, no nos iban a llenar”, pero nosotros, igualito, buscábamos la manera. Ya, hoy en día, es “mira, ¿cuántas bombonas necesitan para el comedor?” Porque ya logramos hacerle entender a la gente que nosotros no estamos politizando un beneficio que es para los niños de la comunidad. 

¿Cuántos almuerzos sirven ustedes en el comedor?

Nosotras (a diario) cocinamos para 80 niños. 

¿Cómo es el menú?

Son muy variados. Un día les damos sopa con costilla, otro día les damos carne molida, arroz, ensalada y queso. Otro día, papa con huevo, ensalada y queso. Todas las comidas llevan ensalada. Se les da un día de granos -frijol, caraota, arveja-, que lo hacemos tipo minestrón. A las madres les pedimos una colaboración mensual, un kilo de arroz para complementar algunas comidas. Un día les damos una bebida alimenticia. 

¿Cómo es la relación con los líderes de la comunidad? ¿Con los sectores del chavismo? 

Hoy por hoy, ellos nos han dado nuestro espacio. Ellos en lo suyo y nosotros en lo nuestro. Ellos han entendido que nosotros les estamos dando un beneficio a los niños de la comunidad. En el comedor, llegamos a tener niños de personas que trabajan en el Clap. Nosotros no le preguntamos a nadie su filiación política. Ellas mismas se quedan sorprendidas. “¡Guao, esto es otra cosa! Yo me imaginaba que, al llegar aquí, se hablaba de política”. Nosotros logramos crear un espacio, como quien dice, para que las madres vayan y se olviden de lo que está pasando allá afuera -la escasez de gas, la falta de agua y de alimentos- y frente a los problemas, unas madres les dan aliento a otras. Sí, nos han dicho “esto es algo diferente a lo que se pintaba”.

¿Cómo ha cambiado su vida después de convertirse en una madre líder? 

Para mí fue un giro de 180 grados. Alimenta la Solidaridad, transformó mi vida, la mía y la de mi familia. Yo era una madre ama de casa, pendiente de mis hijos, de mi hogar. Eso era todo. Una vez que entré a Alimenta, puertas tras puertas se me fueron abriendo. Alimenta me dio la oportunidad de pasar de madre colaboradora a ser una madre líder. Fueron llegando oportunidades. Hoy por hoy, soy una madre del programa de liderazgo femenino. Yo creo que para las mujeres ha sido un cambio para nuestras vidas. Tuve la oportunidad de hablar en la Asamblea Nacional, algo que en mi vida llegué a imaginar. Fue un reto. Ni siquiera pensé en “no puedo”. Si pensaron en mí, como quien dice, yo tengo que echarle pichón. 

¿Podría decirme tres o cuatro ideas que formaron parte de su discurso?

Básicamente era el problema de la escolarización en ese momento, la falta de recursos para que las madres pudieran llevar a sus hijos a las escuelas. Muchas de ellas no tenían dinero ni para comprar un lápiz. Pude hablar de una madre a la que se le hacía más fácil ir a Colombia para comprar los útiles escolares, yendo allá le salía más económico. Me imagino que de lo que compraba vendía algunas cosas para costearse el viaje. 

¿En qué consiste ser madre del liderazgo femenino?

Somos madres formadas en diferentes temas, uno de ellos es la violencia de género. Otro es el autocuidado. 

¿Autocuidado? 

Muchas nos vinculamos a problemas ajenos. A veces, nos lo tomamos muy a pecho. Entonces, en vez de ayudar a las personas, nos estamos causando un daño a nosotras mismas. Esto se basa en conocer nuestros límites. Yo te puedo ayudar hasta donde yo pueda. Yo no te puedo ayudar con lo que yo no tenga. No podemos ir más allá de lo que no podemos dar. Para nuestro trabajo el autocuidado es muy importante. Cuidarnos a nosotros mismos para poder ayudar a las demás personas.

¿Quién la cuida a usted?

Yo misma tengo que cuidarme. Muchas veces nos ahogamos en un problema y yo soy de las que digo: quejarnos del problema no lo soluciona. Pensar en el problema tampoco lo soluciona. Lo mejor que yo puedo hacer es buscar una solución u olvidarme de eso. Si no llega el agua, “no tengo agua, no tengo agua”. Ajá, ¿va a llegar el agua quejándome? No. Mira, si no tengo agua, la tengo que buscar.

¿Qué puede decir de la violencia de género?

Género es hombre o mujer. Existen muchos tipos de violencia: psicológica, verbal, física. Muchas veces hay mujeres que son violentadas y ni siquiera lo saben. Cuando una madre asiste a un taller de violencia de género y escucha, reflexiona “oye, pero mi esposo se la pasa gritándome, se la pasa insultándome”. Ahí se da cuenta de que es violentada. Muchas veces se cree que la violencia es solamente física, pero la violencia va más allá de los golpes y a veces la violencia psicológica hace más daño que la violencia física, porque te reprime, te hace pensar que no sirves para nada, que tú no puedes. Nos impide hacer muchas cosas.

Eso se llama minusvalía. 

Exactamente. 

Vivimos en una cultura machista y patriarcal. Los romanos decían: “Puedes cambiar las leyes, pero las costumbres… eso es mucho más difícil de cambiar”. ¿Cómo funcionan los mecanismos de solidaridad y afectivos? ¿Se puede cambiar la cultura machista?

Sí, es difícil. Pero hay cosas que pasan por desconocimiento. En un taller nos podemos hacer preguntas. ¿Lo que me sucede es esto? Ahí también se dan herramientas. “Ya sé lo que tengo que hacer”. El acompañamiento es muy importante en estos casos. Ve a la defensoría de la mujer, a la Fiscalía, pon la denuncia. Pero a veces la mujer no tiene un familiar, un vecino, que la acompañe en el proceso y piensa “estoy sola en esto”. Muchas madres ya están prevenidas. “Cuando este tipo venga a querer ponerme la mano encima…”

¿Cuál ha sido la respuesta de las autoridades?

Hay mujeres que ponen la denuncia y al día siguiente la retiran. Entonces, no siempre las autoridades dan respuestas. Lo importante es que la mujer tome conciencia, que insista ante diversas instancias y si tiene que alejarse de su pareja, que lo haga. Creo que es notoria la falta de respuesta de las autoridades. Si es el caso, busca apoyo en un familiar, apoyo en los vecinos. Tenemos que hacerles ver a nuestras parejas: “Yo también puedo salir a trabajar, yo también puedo ser un apoyo para ti en el hogar”. Hacerles ver eso. De repente, mi esposo decía: “Tú todo el día metida en ese comedor… todo el día”. Yo dejaba de ir dos días, pero al tercero, voy para allá, hasta que le hice entender que ése era un espacio que yo necesitaba para mí. Hoy por hoy, él lo entiende. A veces me dice: “¿No tienes una reunión hoy?” “No, no tengo reunión”. Hacerles ver, mira, empecé por esto y ahora mira donde estoy. Entonces, yo creo que sí se puede llegar a un equilibrio. 

¿Cómo se crea la solidaridad en el barrio? ¿Cómo se estimula la comunicación? ¿Cómo se llega a la reflexión?

Hoy en día eso se ha perdido bastante. “Oye, voy a ayudar a mi vecino”. Pero creo que hemos logrado hacerle entender a la gente que eso es necesario en nuestras vidas. El vecino que tiene el punto de agua se lo presta a otro para que pueda llenar. Mira, mi vecina no tiene tanque, yo le facilito dos tobitos, por lo menos. En el comedor, a veces queda comida. “Oye, fulanita, tráete una taza”. Al señor de la cisterna: “¿Quiere sopa?” “Ah, bueno, si me dan”. Es hacerle ver a la gente que más allá de lo que queramos, seguimos siendo venezolanos. Yo creo que si nos preocupamos los unos por los otros, podemos salir adelante. 

¿Cómo ha cambiado tu comunidad?

Más allá de las visiones que cada uno tenga, tenemos que ver el bien común. De eso se trata. En este caso, el bien común es la niñez del barrio y también las personas de la tercera edad, a quienes -no a todos- le damos ese beneficio. Yo también trabajo con la Iglesia Católica, y a través de la iglesia también tenemos acceso a otras organizaciones que prestan ayuda humanitaria. No se trata de ayudar al que me cae bien o al vecino de al lado. Muchas veces le llegamos al que menos piensa que le vamos a llegar. 

¿Qué reflexión harías luego de los cambios que has experimentado?

Yo siempre le digo a las madres que no podemos caer en el conformismo.

¿Quién tiene que hacer los cambios?

Siempre lo he dicho, el cambio empieza por nosotros mismos. Cuando cambiamos nuestra manera de ser, nuestra manera de pensar, cuando nos preocupamos por el vecino, ahí se va generando el cambio y de poquito en poquito vamos creando el cambio. 

¿Un cambio para qué?

Nosotros tenemos que ver por nuestros hijos. Mis hijos no tienen ni la cuarta parte de la niñez que yo tuve. Yo no recuerdo haber cargado agua para mi casa. O que haya pensado, “mira, mi mamá no tiene para el arroz”. Yo no viví eso. No está en mis recuerdos. Yo creo que tenemos que pensar en nuestros hijos. De repente no podemos darles una alimentación completa o no podemos enviarlos a la escuela, porque no tenemos, como le dije, dinero para comprar un lápiz. 

¿Usted cree que ha cambiado?

Totalmente. En todos los sentidos, como madre, como esposa. Todo lo que he aprendido o hemos aprendido, todas esas herramientas, nos han llevado a buscar soluciones diferentes a las que alguna vez pensamos. A veces, hay madres que vienen a reclamar en el comedor. “Ya va. Primero me le bajas el tonito. Segundo, te calmas. Tercero, me hablas con respeto”. Luego uno escucha. Ahora hemos ganado confianza y ésa es la base fundamental para que sigamos en el día a día.


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