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Creo que el primer acuerdo entre dos bandos confrontados de que se tenga memoria está contado, cuándo no, en la Ilíada. En el canto III, Homero cuenta cómo Héctor, el héroe troyano, increpa a su hermano Paris por ser un cobarde y no combatir en primera fila defendiendo la ciudad. Total, la terrible guerra en la que habían caído tantos guerreros valerosos se originó por su culpa. Fue Paris, “hermoso como un dios”, quien sedujo a la bella Helena y la trajo a vivir a Troya, abandonando a su marido Menelao. Ahora que los griegos se presentan a las puertas de la ciudad con ánimo de vengar el honor del rey de Esparta, Paris se esconde como un cobarde y rehúye el combate. “¡Miserable Paris, mujeriego y seductor!”, le grita su hermano. “Los troyanos son muy tímidos. Si no, ya te hubieran matado a pedradas por los males que les has causado”.
Las palabras de Héctor hieren el honor de su hermano. En un intento por limpiar su honra y seguramente muy a pesar suyo, Paris propone que le dejen solo frente a Menelao, para que ambos se batan en duelo singular. Quien venza se quedará con la bella, y así terminará la guerra. “Si ahora quieres que luche y combata”, dice, “detén a los guerreros y déjanos en medio a Menelao y a mí para que peleemos por Helena y su fortuna, y después de jurar paz y amistad, que nos quedemos nosotros en Troya y vuelvan aquellos a Grecia”. De inmediato Héctor manda a detener el combate y anuncia la propuesta. Menelao la recoge y acepta: “tengo ya el corazón traspasado de dolor, de tanto que han sufrido griegos y troyanos en este pleito que Paris comenzó. De nosotros dos, aquel cuyo destino tenga aparejada la muerte que perezca, y ustedes, ya es tiempo de que vuelvan a casa”. Cuenta Homero que los soldados quedaron atónitos al escuchar tales palabras, bajaron de sus carros, soltaron las armas y “se gozaron en el corazón, con la esperanza de que pudiera terminarse la calamitosa guerra”.
De inmediato se despacharon heraldos que comunicaran el acuerdo a la ciudad. Excitada muchedumbre se agolpó en las murallas, queriendo presenciar el combate en que se jugaba su destino. Y entre esa muchedumbre, en primer lugar, ella, la bella que había sido capaz de provocar las más irrefrenables pasiones y desatar una guerra. Dicen que al paso de Helena los hombres comentaban: “No debe extrañarnos que troyanos y griegos hayamos sufrido tanto por una mujer tan hermosa. ¡Cómo se parece a las diosas inmortales!”. Al pie de las murallas se encuentran Príamo, rey de Troya, y Agamenón, que comandaba los ejércitos griegos. Por Zeus juraron lo pactado: “¡Padre Zeus que reinas desde el Olimpo, gloriosísimo, máximo, que todo lo ves, sé testigo y guarda estos fieles juramentos! Si Paris mata a Menelao, sea suya Helena con todos sus tesoros y volvamos nosotros a Grecia en nuestras naves; y si Menelao mata a Paris, que vuelvan con nosotros Helena y sus tesoros, pagándonos ellos justa indemnización”. Decían esto los reyes, pero cuenta Homero que los soldados también oraban, alzando a Zeus las manos inermes: “¡Padre Zeus que reinas en el Olimpo! Que aquel que tantos males causó muera y baje al infierno, y nosotros gocemos de eterna amistad”.
Pero una cosa es lo que el hombre desea y otra lo que los dioses disponen. Ésta, como tantas otras veces, Zeus desoyó las oraciones. Un rabioso Menelao se abalanzó sobre Paris, dispuesto a hacerle pagar la humillación de haber seducido a su mujer, pero Afrodita, que protegía al troyano, lo envolvió en una blanca nube, haciéndolo invisible y trasladándolo a las seguras recámaras del palacio. Mientras tanto, en el monte Olimpo, los dioses deliberaban sobre del destino de Troya. Zeus y Afrodita esperaban que la guerra terminara y la ciudad se salvara, pero Atenea y Hera, la esposa de Zeus, siempre habían detestado a Afrodita y deseaban la ruina de Troya. Finalmente se impuso, como suele ocurrir, la opinión de la esposa. Enviada por Hera, Atenea desciende del Olimpo y, tomando la forma de un soldado troyano, azuza a uno de sus compañeros para que lance una flecha contra Menelao, rompiendo así la tregua. De resto, la historia es conocida. Menelao cae herido y la guerra se reanuda de inmediato. Días después, Troya será arrasada.
La historia de este primer y fallido acuerdo de paz contado en la Ilíada nos muestra cuán frágil puede ser la posibilidad de parar una guerra después de que las pasiones se encuentran desbordadas. Nos muestra también cómo la paz es una alquimia casual en la que está presente, cómo no, la voluntad de los hombres, pero también el azar y las pulsiones humanas más irracionales. Qué prevalecerá, nadie lo sabe. Finalmente nos muestra cómo el destino de los pueblos, su ruina o su supervivencia, generalmente se deciden muy lejos de los deseos y las creencias de la gente común, incluso de los héroes, allá en el Olimpo inaccesible donde los dioses negocian llevados por los intereses más insospechados.
Mariano Nava Contreras
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