Perspectivas

El Fuego de San Antonio

"La Tentación de San Antonio" ("De verzoeking van de Heilige Antonius"), de Hieronymus Bosch.

16/08/2022

En aquel típico invierno de la Nueva Inglaterra colonial en diciembre de 1691, las primas Elizabeth Parris –mejor conocida como Betty–, de 9 años, y Abigail Williams, de 12, se entretenían averiguando quiénes podrían ser sus futuros maridos experimentando con técnicas para predecir la fortuna, en especial una conocida como “el Vaso de Venus”, mediante la cual se interpretan las formas o signos que una yema de huevo producía cuando se suspendía en un vaso con agua. Pero para su sorpresa, la sesión terminaría con una escalofriante imagen: la yema se había convertido en la clara imagen de un sarcófago. Las primas y sus jóvenes amigas participantes darían por concluido el juego y retornarían a sus respectivas casas de la Villa de Salem. En algo, sin embargo, no existía ninguna duda para las primas. Era menester no decirle nada al padre de Betty. Después de todo era el reverendo Samuel Parris, quien obsesionado por ganarse el amor de Dios y el respeto de los habitantes de Salem obviamente no aprobaría el uso de estas prácticas predictivas, que no se correspondían con las creencias puritanas que profesaba. 

Pero para finales de enero de 1692, algo dramático le empezaría a suceder a estas dos primas y más adelante a otras jóvenes del pueblo, como por ejemplo Ann Putman, una niña de 12 años, hija de una de las familias más adineradas de la zona. Comenzaron a sufrir de episodios convulsivos que les hacía retorcer diversas partes de sus cuerpos, a utilizar frases y palabras sin sentido, a emitir gritos como si fueran animales, a tener episodios de furia alternados con otros de letargia, y a manifestar alucinaciones visuales y auditivas.

Como sería de esperar, se convocó a un médico de confianza para la familia, el Dr. William Griggs, para evaluarlas y diagnosticarlas. Su conclusión fue directa, tajante: Las niñas estaban “bajo la influencia de una mano malévola”.

La incertidumbre y el terror no tardaron en implantarse a medida que la noticia se difundió de boca en boca, por los habitantes de este pequeño enclave humano. Tampoco fue preciso esperar mucho para empezar a escuchar posibles soluciones y recomendaciones de cómo proceder. Para algunos, si era verdad que las jóvenes estaban poseídas por el demonio, se podía entonces recurrir a un método diagnóstico claro y preciso: el uso de la torta de bruja o torta de orina. El proceso consistía en realizar una torta mezclando centeno, orina del paciente afectado por la brujería y cenizas. Seguidamente, se le administraba la torta a un perro –preferiblemente de la familia o conocido de la misma–. La idea era que esos animales podían ser a su vez poseídos y utilizados por el demonio para poner en práctica sus efectos malignos. Si la persona en realidad había sido poseída, entonces el perro debería manifestar los mismos efectos del enfermo y, bono adicional, el perro podría identificar al autor de la brujería. El uso de la torta fue sugerido por Mary Sibley, vecina de la familia del reverendo, y la realización del pastel fue encargada a Tituba. Ella y su esposo eran dos esclavos traídos desde Barbados y pertenecientes al reverendo Parris. 

Para febrero de 1692, las niñas habían realizado acusaciones de brujería contra una serie de personas. Empezando por Tituba. Los cargos contra ella de alguna manera eran evidentes para todos los involucrados. Se sabía que ella hacía prácticas de voodo. Además, y por conclusión del reverendo Parris, la misma realización de la torta, aunque ordenada por otros, la delataba: Era “ir al diablo en busca de ayuda contra el diablo“. En la voz del reverendo: “Se sospechaba de la brujería, pero no se había confirmado realmente, hasta que se utilizaron medios diabólicos para hacer un pastel… desde entonces las apariciones han sido abundantes y han seguido muchas travesuras. Por este medio el diablo se ha levantado entre nosotros y su rabia es vehemente y terrible”.

Inicialmente también fueron acusadas otras dos mujeres: Sarah Good, una mujer indigente, y Sara Osbourne, una viuda. De allí en adelante se desató una locura, o mejor dicho, histeria colectiva. Fueron acusadas y encarceladas por brujería cerca de 200 personas. Al final de este triste episodio terminaron ahorcadas 19 de ellas, otra muerta por el castigo de aplastamiento al negarse a ser enjuiciada, y hasta dos perros fueron acusados de brujería y pagaron con sus vidas, para luego concluir, en el caso de estos últimos, que en realidad eran inocentes porque, al fin y al cabo, si los perros fueron realmente manifestaciones terrenales del diablo disfrazado no hubiera sido posible matarlos.

Este es el famoso episodio de la historia conocido como el de las Brujas de Salem. ¿Estaban poseídas, o fue histeria colectiva? ¿O sufrieron estas niñas algo más científico y menos sobrenatural, conocido históricamente como el Fuego de San Antonio?

***

En la edad media existió una enfermedad misteriosa que se conocía comúnmente como “Ignis sacer” o fuego sagrado. La enfermedad podía empezar con debilidad, dolor de cabeza, náusea, vómito, diarrea, dolor estomacal y en ocasiones se asociaba salivación excesiva y sudoración. Estas manifestaciones podían extenderse por semanas. Posteriormente, los afectados pasarían a presentar una sintomatología más dramática: piel pálida y fría, que luego demostraba una decoloración negra típica de la necrosis. En algunos casos eran solo los dedos de los pies y las manos, pero otras veces era toda la extremidad la que se destruía, al punto que el área afectada podía desprenderse a nivel de la articulación sin ni siquiera sangrar. En ocasiones eran solo parte de la piel, incluyendo el cuero cabelludo, la que se ponía negra y se desprendía. Aun si la extremidad no se amputaba espontáneamente, estos pacientes de cualquier manera podían presentar dificultad para caminar porque las extremidades se sentían contraídas, endurecidas y tiesas. Los enfermos característicamente describían una enorme sensación de calor que literalmente consumía el cuerpo –de allí el nombre de “Ignis Sacer”–, y sentían la necesidad imperiosa de salir a la calle o sumergirse en agua fría para calmarse.

Otras personas sufrían de contracciones musculares involuntarias y dolorosas en dedos, muñecas y miembros. Estas contracciones eran en ocasiones tan poderosas que la única manera de abrir la mano o los dedos era rompiéndolos. Otras veces estas contracciones no se limitaban a las articulaciones, sino que afectaban todo el cuerpo, sucediéndose con frecuencia y por un tiempo variable como si se tratara de tétano. Al momento de la contracción era común que el paciente gritara, sufriera de dificultad respiratoria y, en algunos casos, perdiera el conocimiento. Como la lengua también era afectada, presentaban dificultad para hablar, o la voz sonaba tosca. Algunos pacientes destruían la lengua mordiéndose y otros, en cambio, no podían cerrar la boca. Otros presentaban convulsiones francas. 

Algunos pacientes entraban en desesperación con una sensación de insectos y otras criaturas caminando bajo la piel, y a veces podían ver cómo las fibras musculares se contraían a su paso. Otras alucinaciones, sobre todo visuales, también eran comunes. Era como si estos pacientes estuvieran poseídos por una criatura no humana. 

No había duda de que era una enfermedad horrible, dolorosa y muy grotesca. Sorprendentemente, con cierta frecuencia no eran unos pocos los afectados sino muchos individuos a la vez. De hecho, la primera descripción detallada de uno de estos brotes de la enfermedad data de 994. En ella se narra cómo 40,000 personas enfermaron en el sur de Francia. A esta enfermedad también se le llegó a identificar con el nombre de Fuego de San Antonio o Saint Anthony’s fire.

¿Porque ese nombre? San Antonio (251-356 AD), llamado también San Antonio El Grande, para distinguirlo de otros San Antonio, como San Antonio de Padua, es reconocido hoy en día como el padre de la vida monástica. Nació en Egipto en el seno de una familia adinerada. Sus padres fallecieron cuando él era muy joven, quedándole su amplia herencia. Decide regalar o donar todas sus propiedades a necesitados y por los siguientes 20 años vive en soledad en zonas desérticas de Egipto, alimentándose de pan, agua y sal. Durante su vida en soledad nunca se cambió de ropa, ni se lavó el cuerpo ni los pies con agua. Enseñó a sus discípulos que el amor de Cristo era lo más importante y que no debían pensar que perdían algo digno por abstenerse de los bienes mundanos. Se dice que durante su vida ascética San Antonio mantuvo una larga lucha contra el demonio, resistiendo a las tentaciones que se presentaban en diversas formas. Algunas eran seductoras, otras horribles, como alucinaciones con demonios, fieras, soldados y mujeres o con ataques físicos reales.

«La Tentación de San Antonio» es una pintura al temple y óleo sobre tabla de Miguel Ángel Buonarroti.

Circa 1095 se creó cerca de Grenoble en Francia la Orden de los Hospitalarios de San Antonio (Order of Hospitallers of St. Anthony) con el propósito de cuidar a los pacientes que sufrían de esta enfermedad. Los miembros de esta orden vestían sotanas negras con la letra griega tau en azul –conocida como la Cruz de San Antonio–, y además de curar a los enfermos de “ignis sacer”, también eran reconocidos por sus crías de cerdos –de hecho, San Antonio es también el patrón de los animales domésticos–. Esta congregación se extendió por Europa, donde era común ver a sus hermanos, pero también a sus cerdos, a lo que se les permitía deambular libremente por las calles. Los afectados por la enfermedad mejoraban bajo sus cuidados, aunque muchos recaían al regresar a sus hogares.

Con el tiempo se logró determinar que esta temible enfermedad era causada por el ergot, un hongo del género Claviceps cuyo miembro más prominente es Claviceps purpurea. Este hongo crece en el centeno y otras plantas relacionadas en condiciones frías y húmedas, y produce alcaloides que al consumirse dan origen al ergotismo, nombre con el que actualmente se conoce la enfermedad. Se ha sugerido que lo que da origen a la historia de las Brujas de Salem fue en realidad un brote de ergotismo. Los alcaloides producidos por el ergot tienen propiedades altamente vasoconstrictoras y neurotrópicas, lo que explica muchos de los síntomas de la enfermedad, en particular la necrosis y las manifestaciones neurológicas, incluyendo las alucinaciones. El tratamiento básicamente consiste en evitar la exposición al alcaloide producido por el hongo, lo cual explica que en realidad estos individuos mejoraran su sintomatología o se curaran al ingresar a los hospitales de los Hermanos de San Antonio, donde la dieta no incluía productos hechos con harina de centeno.

Actualmente, el ergotismo se ve casi exclusivamente en relación con el uso de derivados de ergotamina, los cuales se utilizan para el tratamiento de la migraña. Sin embargo, en agosto de 1951 ocurrió un brote de la enfermedad en Pont Saint Esprit (Puente de Espíritu Sagrado), en Francia, donde una de cada veinte personas de una población de 4000 habitantes pareció volverse loca. El hongo había contaminado la harina de centeno con la cual se había hecho el pan de la localidad.

En los años 30 se logró determinar la estructura química del agente activo principal de los alcaloides del ergot y su núcleo común se denominó ácido lisérgico. Posteriormente, en 1943, Albert Hoffman, quien trabajaba en la Farmacéutica Sandoz en Suiza, creó por medio de modificaciones de ese núcleo la dietilamida de ácido lisérgico o LSD, un poderoso alucinógeno.

Se comenta que la famosa canción de los Beatles «Lucy in The Sky with Diamond» (LSD) hace justamente referencia a las alucinaciones resultantes del uso de LSD.

«La tentacion de Saint Antonhy» (1515), de Mathias Grunenwald.

El fuego y la tentación de San Antonio fueron temas comunes de la pintura en el pasado. Particularmente reconocidos son el Tríptico de la Tentación de San Antonio, por Hieronymus Bosch, del siglo XVI, que se encuentra en el Museo Nacional de Arte Antiguo en Lisboa; y el Tríptico del Retablo de Isenheim, de Albert Durer (Mathis Gothart Nithart o Mathias Grünewald), quien creó esta maravilla del arte occidental en el siglo XVII por petición de los monjes de la orden de los hospitalarios de San Antonio y que puede ser apreciada en el Unterlinden Museum en Colmar, Francia. También existe la obra El Tormento de San Antonio –o La Tentación de San Antonio–, de Miguel Ángel, quien lo pintara a la edad de 12 o 13 años –siendo su obra más antigua actualmente conocida– y se encuentra en el Kimbell Art Museum en Forth Worth, Texas.


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