Boecio, por ejemplo

22/01/2022

Ilustración tomada de la Consolación de la filosofía de Boecio (ca. 1230) donde se muestra la personificación de la Filosofía. Universitätsbibliotek Leipzig

Hace algunos días recordaba la vez tuve el privilegio de escuchar unas palabras de nuestro maestro y amigo, Carlos García Gual, al clausurar un congreso de helenistas y latinistas al que estábamos invitados. Don Carlos dirigía sus palabras a jóvenes investigadores apasionados por la literatura y el pensamiento de Grecia y Roma. Para estimularlos aún más, como buen maestro, no pudo escoger una figura más sugerente y seductora que la de Boecio.

Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio nació en Roma en el año 480 de nuestra era, de una importante y muy antigua familia romana. En efecto, pocas estirpes como la gens Anicia podían jactarse de haber dado nada menos que dos emperadores y tres Papas. Boecio estudió retórica y filosofía primero en Roma y después en Atenas, donde, lleno de juvenil entusiasmo, pretendió traducir al latín las obras completas de Platón y Aristóteles. De estas traducciones se conservan fragmentos de las Categorías y de un Perì hermeneîas (“Acerca del destino”) que se le atribuye a Aristóteles. También estudió en Alejandría, donde completó su formación filosófica. Escribió sobre filosofía, música, aritmética y astronomía. Poseedor de una rara mezcla que lo hacía talentoso para la filosofía como para la política, tuvo una fulgurante carrera, llegando a ser cuestor, cónsul a los treinta años y después magister officiorum. gozando asimismo del afecto del emperador Teodorico en Grande. Tanto poder despertó acerbos recelos entre sus adversarios, quienes injustamente lo acusaron de conspirar contra Roma a favor de Justino i, emperador de Bizancio. Boecio fue por ello apresado en el año 523 cerca de Pavía, y un año después torturado y decapitado. En 1883 el Papa León xiii aprobó que se le declarara mártir de la fe y se le rindiera culto en Pavía, festividad que se celebra el 23 de octubre. También lo venera la Iglesia Ortodoxa.

Fue precisamente en prisión, durante ese último año de su vida, donde Boecio escribió su más célebre obra, la Consolatio Philosophiae (“Consolación de la filosofía”), libro que, junto con la Biblia y la Regla de los monasterios, fue el más leído durante la Edad Media. Se trata de un largo diálogo imaginario entre el autor y la Filosofía, una venerable señora elegantemente vestida y con los ojos flameantes de inteligencia que se le presenta en su propia celda. Boecio, no entiende su propio destino. Quiere que la Filosofía le explique por qué los malvados logran su cometido y los justos padecen. El filósofo, que ha conocido la gloria y la felicidad, y que ahora que está injustamente preso y condenado a muerte, se siente sumido en la mayor de las desgracias, lamentando su triste final. La Filosofía le responde entonces que, aunque él no pueda verlo en ese momento, en realidad ha recibido de la vida muchas más fortunas que desgracias. Se explaya en una serie de argumentos de la mayor profundidad, en los que revisa el papel de Dios en los asuntos de los hombres, su influencia en la libertad humana, la naturaleza del mal, la providencia y la justicia. La obra, aunque en ningún momento plantea estos problemas en términos de fe cristiana y sí desde los postulados de la filosofía griega, tuvo un influjo importante en la teología medieval.

No es posible entender el alcance de los razonamientos de Boecio sin pensar que sobre ellos pesa toda la tradición del pensamiento y la literatura de la Antigüedad griega y romana. Así, las huellas de Homero, Platón y Aristóteles, que el autor conocía tan bien, pero también de los estoicos y de los romanos Horacio, Séneca, Ovidio y Virgilio se muestran más que patentes. Heredero de una vastísima cultura, Boecio supo adaptar la tradición de un mundo que llegaba a su fin, y arreglarla a otro mundo nuevo que amanecía indetenible: la Edad Media y el pensamiento cristiano. Fue por eso que pocas obras conocieron una fortuna comparable a la de la Consolatio Philosophiae. Escrito en prosa y en verso, sin sus profundas meditaciones no es posible comprender la poesía de Dante y de Bocaccio, pero tampoco de los místicos españoles como Santa Teresa o San Juan de la Cruz. 

¿Qué tiene que decirnos la Consolación de la filosofía hoy a nosotros? Nacido del abatimiento y de la proximidad de la muerte, el libro de Boecio es, más que una meditación sobre el destino, una invitación a la vida. Escrito entre los muros de una celda, sus profundos argumentos son en cierto modo una defensa de la libertad, que concibe al pensamiento por encima de los avatares políticos y sus miserias. Plasmado entre dos épocas, la Antigüedad y la Edad Media, ese crepúsculo que emerge entre dos tiempos fundadores, el mundo clásico y el cristianismo, nos enseña que todo poder humano es efímero, que los imperios surgen y declinan, y que solo permanece la palabra. No pudo escoger don Carlos un ejemplo más estimulante, más sugestivo, más elocuente.


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