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Los jóvenes médicos polacos Eugene Lazowski y Stanislaw Matulewicz creían que el engaño podía funcionar. Tal era el miedo de los oficiales del ejercito nazi a esa infección. Todo se basaba en inventar algo inexistente, un “fake news”, como diríamos ahora. Se trataba, nada menos, que de recrear una epidemia. No una cualquiera. Sería una epidemia de tifus.
El tifus epidémico es una enfermedad producida por la bacteria Rickettsia prowazekii, que se transmite de persona a persona a través del contacto con los piojos corporales. Los síntomas de la enfermedad usualmente comienzan de 7 a 14 días después de que la bacteria entra al cuerpo.
Las personas desarrollan fiebre intensa, dolor de cabeza, dolores musculares y malestar general. Alrededor de los 4 a 6 días de enfermedad se desarrolla una erupción cutánea, que regularmente empieza en el tórax y se extiende a las extremidades. A medida que la enfermedad avanza, los pacientes padecen dolor abdominal y manifestaciones neurológicas, como delirio. La tos es frecuente, indicando compromiso pulmonar. La infección también produce cuadros de inflamación de pequeños vasos sanguíneos, denominada vasculitis, produciendo trombosis, gangrena, falla de diversos órganos, shock y finalmente la muerte.
La enfermedad es poco común en nuestros días y, aun en el caso de infección, el uso actual de antimicrobianos ha disminuido la mortalidad a 4%. Pero en el pasado fue causa de epidemias extensas (de allí su nombre), con una importantísima mortalidad de hasta 60%, sobre todo en pacientes ancianos y desnutridos.
La enfermedad está sobre todo asociada a situaciones de guerra, hacinamiento y situaciones en las cuales es difícil mantener una adecuada higiene personal. Por ejemplo, cuando el “Grande Armée” de Napoleón Bonaparte invadió Rusia en julio de 1812, lo hizo con 422.000 soldados (estimaciones son variables y algunas lo ubican en 600.000 soldados). Durante el primer mes de campaña ya habían fallecido 80.000 producto de enfermedades, fundamentalmente por infecciones como tifus y disentería. Cuando derrotado en diciembre de ese mismo año, abandonó Rusia cruzando el Río Niemen hacia Polonia. Se dice que lo hizo con tan pocos como 10.000 soldados.
También durante la Primera Guerra Mundial el tifus fue responsable de la muerte de por lo menos 3 millones de personas, fundamentalmente en el frente oriental.
De tal manera que cuando Alemania invadió Polonia el 1 de septiembre de 1939, y la Union Soviética hace lo propio 16 dias después dando inicio a la Segunda Guerra Mundial, era muy factible que el tifus afectara sensiblemente a la población civil y también a los soldados, lo que los oficiales del ejército Nazi debían evitar a toda costa. Paradójicamente, muchas de sus acciones, imposiciones y reglamentos contra la población local facilitaron el surgimiento de brotes de tifus. El rápido deterioro de las condiciones de vivienda e higiene, la pobre alimentación y desnutrición subsecuente, el hacinamiento forzado de poblaciones en guetos o el traslado masivo de prisioneros en condiciones infrahumanas, aunado al desplazamiento de pobladores de ciudad en ciudad, o al campo en busca de trabajo, comida o refugio, y las duras condiciones invernales Europeas, constituían condiciones propicias para la diseminación del tifus.
Se calcula que para 1942, 750 polacos morían de tifus diariamente. Con el incremento de los casos de tifus, los alemanes no desaprovecharon la oportunidad de utilizar la enfermedad como elemento propagandístico contra la población judía, a la que normalmente se referían como gusanos o parásitos y a la que acusaban de ser naturalmente propensa a sufrir de tifus y transmitirlo por ser «genéticamente inferiores». También impusieron regulaciones y procedimientos para evitar la extensión de la enfermedad a los soldados, o la introducción de esta en la población alemana. Se exigió a los médicos reportar cualquier caso sospechoso de tifus y enviar muestras de sangre a los laboratorios alemanes para realizar las pruebas diagnósticas y confirmatorias de la enfermedad. Los judíos que sufrían de la infeccion eran condenados a muerte en el acto y sus casas y otras pertenencias eran quemadas. Los que no eran judíos, eran mantenidos en aislamiento y cuarentena, lo que a la larga podia incluir todos los residentes de un edificio o de pequeños pueblos. Incluso el traslado de prisioneros a campos de trabajo forzados o de concentración se veía afectado, al evitarse enviar personas sospechosas de tener tifus.
Para la época, Eugene Lazowski había recién terminado sus estudios médicos y prestaba servicio para la Cruz Roja Polaca en el pueblo de Rozwadow, en el sureste polaco. La ocupación alemana del pueblo se había iniciado el 24 de septiembre de 1939 y prontamente se estableció un gueto para concentrar a la importante población judía de la localidad. La casa donde el Dr. Lazowski vivía, con su esposa e hija, también tenía una área destinada a su consulta médica y limitaba con el gueto en su reja posterior. Aunque era ilegal y castigado con la muerte atender a pacientes judíos, Lazowski se las ingenió para ofrecerles atención. Si sus servicios eran requeridos, se le informaba colgando un trapo sobre la verja y bajo la protección de la noche él cruzaba hacia el gueto y proveía la atención necesaria.
Stanislaw Matulewicz, por su parte, había sido compañero de estudios médicos de Lazowski y se había establecido en Zbydniow, un pueblo cercano a Rozwadow, por propia recomendación de este último. En su lugar de trabajo había creado un pequeño laboratorio, en el cual se las había ingeniado para realizar la prueba diagnóstica de tifus. Para el momento, la prueba de diagnóstico utilizada en el mundo era la prueba conocida como Weil-Felix. En esta prueba se mezclaba el suero obtenido de la sangre del paciente en investigación con una suspensión de antígenos de bacterias denominadas Proteus OX (causante, relativamente común, de infección urinaria). Si se produce una aglutinación del antígeno bacteriano, la cual se aprecia como la aparición de grumos en el líquido en donde ocurre la reacción, entonces la prueba se considera positiva. La explicación de esto es que anticuerpos contra la bacteria causante del tifus desarrollados por el individuo infectado reaccionan de manera cruzada con las estructuras producidas por la bacteria Proteus OX (los mencionados antígenos) y hacen que precipiten en el tubo.
Poder realizar esta prueba de manera independiente era muy importante, porque les permitía diagnosticar un paciente con tifus sin tener que enviar muestras a los laboratorios oficiales, permitiéndoles evitar reportar el caso a las autoridades y proteger la vida del enfermo, sobre todo si era judío, porque, como mencionamos, ese diagnóstico implicaba una condena de muerte inmediata en manos de las autoridades alemanas. Pero había algo más. Matulewicz había generado la hipótesis de que si se inyectaba un extracto de bacterias Proteus OX muertas en un individuo sano, quizás unos seis días o más después se podría detectar anticuerpos contra esta bacteria en el suero del individuo y ello, entonces, resultar a su vez en una reacción positiva en la prueba de Weil-Felix. Su razonamiento fue correcto, y lo comprobó en un paciente sano. Había descubierto una manera de obtener resultados positivos en la prueba diagnóstica de tifus sin que el paciente sufriera de ninguna enfermedad y nadie, absolutamente nadie, excepto Matulewicz y Lazowski lo sabían. Ni siquiera los alemanes. Esto constituía información privilegiada y la potencialidad de engañar a los alemanes, de salvar algunas vidas, por supuesto si se tenía el coraje de hacerlo arriesgando no solo sus vidas sino también las de sus familias para salvar a otros, muchos de ellos desconocidos.
Muy pronto pudieron poner su idea en práctica. Un joven polaco de 35 años que había sido enviado forzosamente hacia Alemania para trabajar en una de sus industrias había sido autorizado a regresar a casa con un permiso de dos semanas. Había encontrado a sus padres en la pobreza absoluta y estaba buscando desesperadamente la forma de permanecer en el hogar y no regresar a Alemania. Pero eso era solo posible si existía una razón médica que lo justificara. Sin opciones aparentes, el joven polaco había incluso considerado amputarse un brazo o una pierna si eso le permitía lograr su objetivo. En busca de ayuda, acudió a la consulta del Dr. Matulewicz y este no perdió la oportunidad de sugerirle hacerlo pasar por un paciente con tifus, inyectando la suspensión de Proteus OX y realizando la prueba confirmatoria de la enfermedad 6 días después. También lo instruyó en cómo debía simular los síntomas de la enfermedad y, por supuesto, sobre la imperiosa necesidad de no informar a nadie de lo que estaban haciendo porque las consecuencias serían fatales para todos. Era imperativo incluso engañar a sus padres. A los seis días de inyectado, le tomó una muestra de sangre para enviar a los laboratorios de gobierno y, efectivamente, pocos días después recibían, tanto los familiares del paciente como el Dr. Matulewicz, un telegrama confirmatorio de la enfermedad de tifus y, por lo tanto, se ordenaba al paciente no regresar a Alemania. Sus familiares tampoco podían ser movilizados y debían permanecer en cuarentena.
Confirmada la factibilidad del engaño, Lazowski y Matulewicz comprendieron que podían utilizar esta práctica para evitar el arresto y deportación de los hombres de la comunidad. Decidieron crear una epidemia ficticia, inyectando con la suspensión de la bacteria Proteus OX a diversos pacientes que acudían a consulta con síntomas de cualquier otra enfermedad que pudiera también ser consistente con tifus. Lo más seguro para todos era que nadie tuviera conocimiento de lo que hacían y, por lo tanto, las inyecciones eran administradas sin advertir a los pacientes de los detalles. Simplemente diciéndoles que lo que recibían era una especie de reconstituyente. Decidieron escoger fundamentalmente pacientes de las zonas rurales para dificultar la evaluación en persona de las autoridades, que evitaban las incursiones en esas áreas por temor al ataque de las guerrillas. Crearon la ilusión de brotes infecciosos, con más casos artificialmente creados en invierno y menos en verano para simular la curva natural de las epidemias reales de tifus. También decidieron que, una vez inyectados, referirían a algunos de los pacientes a otros médicos para que fueran ellos quienes enviaran las muestras a los laboratorios y de esta manera evitar levantar sospechas.
Una vez confirmados los casos, las autoridades declaraban la presencia de un brote de tifus y procedían a crear zonas de cuarentena en donde nadie podía entrar o salir, y por lo tanto nadie podía ser movilizado hacia campos de trabajos forzados, prisiones o campos de concentración. Como consecuencia, también disminuian las demandas económicas por parte del gobierno nazi a las zonas afectadas. A partir del invierno de 1941, y hasta 1944, los dos médicos continuaron su plan produciendo la cuarentena prolongada en por los menos doce poblaciones cercanas a Rozwadow. Por supuesto, una epidemia de este calibre levantaría sospechas. Sobre todo porque, contrario a las epidemias reales por tifus cuya mortalidad es significativa, esta epidemia no estaba produciendo muertes. En febrero de 1944, las autoridades alemanas enviaron una comisión a investigar. Afortunadamente, el Dr. Lazowski se había preparado porque había sido informado casualmente: colaboradores polacos de los nazis habían levantado la sospecha ante las autoridades porque sus ganancias económicas habían descendido notablemente al no poder realizar el comercio normal con las zonas en cuarentena.
Para el momento de la visita de la comisión, el frío era intenso y las autoridades fueron recibidas con comida, licor y serias advertencias de ser breves en la interacción con los pacientes debido a alto riesgo de adquirir la infección. Las visitas a los pacientes, por consecuencia, fueron bastante superficiales, realizadas por los más jóvenes y menos experimentados. Fundamentalmente consistieron en tomar muestras de sangre de unos 3 o 4 pacientes para confirmar el diagnóstico en sus laboratorios. Todos los casos fueron efectivamente confirmados y no hubo más repercusiones. La guerra epidemiológica seguiría en pie hasta el verano de 1944.
Se dice que esta falsa epidemia salvó a unos 8.000 judíos, narrativa que no parece ajustarse a la realidad. Los judíos desafortunadamente no pudieron haberse beneficiado de esta práctica porque el simple diagnóstico de un judío con tifus era castigado con la muerte y, obviamente, ellos no podían ser inyectados para hacerlos pasar por enfermos de tifus. Por otra parte, para el momento de la ocupación alemana del pueblo de Rozwadow en septiembre de 1939 la localidad tenía un poco más de 2.000 judios. Para el 2 de octubre de ese mismo año los judíos habían sido deportados a la zona polaca ocupada por los soviéticos. Cuando más tarde se les permite a los judíos regresar, solo unos 400 lo hacen. El exterminio de la población judía, la llamada “solucion final” del gobierno nazi, comenzó el 21 de julio de 1942. Todos los judíos de Rozwadów fueron reunidos en la plaza del mercado. Muchos fueron asesinados en el lugar, algunos fueron asesinados en un bosque cercano, otros fueron colocados en vagones de ferrocarril y llevados a Debica, donde se concentraron los judíos de toda la vecindad o deportados a otros campos en Tarnobrzeg, Pustków, Rzeszów, Mielec, Stalowa Wola y otras localidades. Mas adelante sí se estableció un campo de trabajo en Rozwadów donde para fines de 1942 había más de 1.200 prisioneros, calculándose que más de 1.000 judíos encontrarían ahí su final.
Por lo tanto, la gran beneficiaria de esta “epidemia” debió ser la población polaca no judía. Sí realmente contribuyó a salvar 8.000 vidas, es difícil de precisar con certeza. Quizás más o quizás menos. Independientmenete del número, esto no le resta relevancia al evento histórico, no solo por la creatividad e iniciativa de ambos doctores de utilizar sus conocimientos médicos para implementar el plan y, de esta manera, combatir de forma no convencional al ejército nazi, sino tambien por el coraje que implicaba ponerlo en práctica para salvar otras vidas, cuando las propias corrían un altísimo riesgo de terminar prematuramente.
Esta no sería la única vez en la que el tifus se utilizó para engañar a los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, pero esa es otra historia.
Carlos Torres Viera
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