Cuando los reyes “curaban” a los enfermos

12/10/2022

Charles II durante un toque real (1684). Pintura de R. Blanco

El día que iba a ser ejecutado por traición, el rey recibió una multitud que quería un milagro —aunque fuera póstumo— a través de la imposición de manos de su majestad.

Eran tiempos convulsos en Inglaterra. Después de siete años de luchas entre los partidarios de la monarquía de Carlos I (Charles I) y los parlamentarios de Oliver Cromwell, que ya había cobrado la vida de miles de personas, ahora le llegaba el turno al propio rey. Terminaba la monarquía y empezaba una república que solo duraría 11 años.

Entre los que asistieron aquel día, estaba la señora Baylie con su hija. Desde los 14 años, la hija había estado atormentada por el llamado “mal del rey” (King’s Evil). Corrompía y putrificaba su cuerpo, incluyendo su cara y sus ojos, hasta el punto de haberla dejado ciega. Su cariñosa y preocupada madre había intentado y consultado todo con expertos en la materia, pero sin lograr ningún cambio apreciable en su hija, solo mayor deterioro con el tiempo. Por ello no dudó en asistir a la ceremonia de ejecución del rey aquel 30 de enero de 1649.

Estas dos historias confluyen en el debate crítico de ese momento: ¿los reyes gobiernan por mandato de Dios o bajo el consentimiento de los gobernados? Para Carlos I y sus seguidores el poder venía directamente de Dios y por lo tanto no debía obediencia a autoridades terrenales como el parlamento.  Así como el derecho a gobernar era dado por Dios, también lo era la capacidad de curar, y por lo tanto su ejecución era no menos que un gigantesco escándalo y contrario a esos designios divinos.

La tuberculosis es una enfermedad muy antigua que ha afectado a todas las civilizaciones. Hay evidencia en restos arqueológicos desde el Neolítico, en Eurasia y África, y en los amerindios desde al menos el año 800 a. C.  

La tuberculosis continúa siendo una enfermedad triste y penosamente común en nuestros días. 10 millones de personas enferman con esta enfermedad y 1,5 millones mueren anualmente, lo cual hace que sea la primera causa infecciosa de muerte en el mundo. La tuberculosis es causada por bacterias agrupadas en lo que llamamos en medicina complejo Mycobacterium tuberculosis, donde destacan dos: el Mycobacterium tuberculosis propiamente dicho y el Mycobacterium bovis. Esta última causa la enfermedad en ganado bovino y es menos frecuente hoy en día, pero fue común en el pasado por la ingestión de leche no pasteurizada de ganado infectado. 

La tuberculosis es fundamentalmente un proceso infeccioso pulmonar, pero la linfadenitis o afectación de los ganglios linfáticos, sobre todo del cuello (escrófulas), es la causa más común de manifestación extrapulmonar de la tuberculosis (en especial en niños). Se presenta en el 5-10% de los casos de esta infección. 

Escrófula es un término derivado etimológicamente del griego choirade que significa “escollo” y está relacionado con choiros que denomina “puerca”. Se empieza utilizar de forma técnica en la época hipocrática bajo el término scrofae (puerca paridera) o su forma diminutiva scrofulae, una enfermedad que se caracteriza por inflamación crónica de los ganglios linfáticos, en especial del cuello y muy común en niños. 

Escrófula del cuello. De: Bramwell, Byrom Edimburgo, Constable (1893), Atlas de Medicina Clínica. Fuente: Biblioteca Nacional de Medicina, Institutos Nacionales de Salud, EE. UU.

El primer registro de esta enfermedad en la literatura médica fue en los escritos de la escuela de Salerno, en Italia, a principios del siglo XVI. Estos pacientes muestran masas que pueden ser visibles a simple vista, usualmente en cuello y submandibulares; a su vez, puede afectar la piel y a veces hasta los ojos, producir ulceraciones y fístulas con drenaje de material purulento o caseoso. No es frecuente hoy en día, pero fue muy frecuente en el pasado. No sería hasta finales del siglo XIX, cuando el científico alemán Robert Koch’s identificó el bacilo tuberculoso y se logró determinar que la mayoría de estos casos corresponden, en realidad, a manifestaciones extrapulmonares de la tuberculosis.

Como muchas enfermedades en el pasado —y también otras en el presente—, las curas “mágicas” y “milagrosas” fueron invocadas para esta y otras enfermedades. Una de ellas fue el “toque real”, la cual siguió una larga historia de curación por medio de curanderos a través de tocamientos. En esa época se creía que las casas reales de Inglaterra y Francia —representantes de Dios en la tierra— tenían el don sacerdotal y supernatural de curar las escrófulas con solo poner sus manos sobre el enfermo. Tan arraigada era esta idea que llegó a ser sugerida en algunos momentos como una especie de prueba legal del título de rey.  

Se cree que fueron Clovis de Francia (481-511) y Eduardo (Edward) “El confesor” (1042-1066) los primeros reyes a quienes se les atribuye este poder. Sin embargo, la práctica ceremonial formal de curación por parte de los reyes parece ocurrir con Louis IX en Francia (1226-70) y Edward III (1327-77) en Inglaterra, siendo este último el primer rey inglés que ordena actos públicos para la realización de este rito.

En Inglaterra la ceremonia se realizaba en el Salón de Banquetes en Whitehall, donde Carlos I caminaría para cruzar por una de sus ventanas y llegar hasta su área de ejecución. El acceso al rey era precedido por una evaluación de la persona afectada por escrófula y dos cirujanos y un médico de la corte confirmaban la enfermedad. La ceremonia misma era religiosa y de hecho el servicio estaba impreso en Libro de oraciones comunes, nombre que se le daba a una serie de libros de oración que se utilizaban en la comunión anglicana y por otras iglesias cristianas históricamente relacionadas con el anglicanismo. 

La ceremonia se iniciaba con una misa en la que el rey comulgaba. Posteriormente, los afectados se presentaban uno a uno y arrodillaban frente a él. Al inicio de la práctica, el rey solía lavar las lesiones con sus manos, pero posteriormente se limitó a sólo tocar o acariciar el cuello de los pacientes seguido de la señal de la cruz, acto que iba precedido y seguido por oraciones. A los atendidos por el rey se les entregaba entonces una medalla de oro, en la cual estaba grabada la imagen del arcángel Miguel matando al dragón. 

Esta moneda pasó a ser conocida como la “pieza de tocamiento” o comúnmente como el “Ángel”. Se guindaba en el cuello del paciente y este debería mantenerla el resto de su vida. Si la perdía, se creía que la enfermedad regresaría. Como la moneda era de oro y pesaba cinco gramos, representaba un regalo de cierto valor más allá del potencial de curación. En un editorial de 1927 del Journal of The American Medical Association se afirmaba que esta probablemente sería la única oportunidad en la historia en la que el paciente recibía un pago por ser curado. 

La actividad se realizaba en momentos variados, pero usualmente durante fiestas religiosas como la pascua de resurrección o el día de San Miguel, pero también el día de la natividad de Jesús o en Pentecostés.

La ceremonia era importante y bien reconocida en la Inglaterra del siglo XVII. Shakespeare lo refrenda en la tercera escena del cuarto acto de su famosa obra Macbeth:

“Sí señor. Una multitud de enfermos le espera para sanarlos. Su enfermedad confunde las técnicas más avanzadas de la medicina moderna, pero cuando las toca, sanan inmediatamente por el poder que le ha concedido el cielo”. 

Dice el doctor y Malcom responde:

“Se llama el mal. El tacto curativo de Edward es un milagro que lo he visto realizar muchas veces durante mi estancia en Inglaterra. ¿Cómo recibe estos regalos del cielo?, sólo él puede decir. Pero cura a las personas con condiciones extrañas, todas hinchadas, plagadas de úlceras y lástimas de mirar, pacientes que están más allá de la ayuda de la cirugía, poniendo una moneda de oro alrededor de sus cuellos y diciendo santas oraciones sobre ellos”.

La práctica del toque real fue variable en términos de su uso dependiendo del rey de turno. Algunos monarcas no fueron muy dados a practicarlas. En general, los reyes franceses fueron más propensos a utilizarla que los ingleses. En Inglaterra, Carlos I la practicó con cierta frecuencia. Pero fue realmente su hijo Carlos II (Charles II) quien incluso la haría durante sus años en el exilio, quizás para reafirmar su legítimo derecho al trono y el poder refrendado por Dios. 

Carlos II practicó la imposición de manos intensamente a partir del regreso de la monarquía a Inglaterra, después de la caída de la república en 1660. Se dice que llegó a tocar hasta 600 personas en una sola ceremonia. En 22 años de reinado, se le atribuye haber tocado entre 92.000 y 100.000 personas, casi la mitad de la población de Londres según el cálculo de John Browne, el controversial anatomista y cirujano de la corte que detalló la ceremonia del toque real en su texto Adenochoiradelogia, impreso en 1684. Obviamente resulta poco realista este número y, de ser cercano a la realidad, es muy poco probable que todas estas personas realmente sufrieran de escrófula como la definimos hoy en día. Uno tiene que preguntarse si muchos de los afectados no se encontraban en realidad en la búsqueda de la moneda de oro. 

Por su parte, Guillermo III, quien reinó entre 1689-1702, consideró la ceremonia una superstición y la dejó morir después de una única actividad. La reina Ana de Gran Bretaña (Anne) fue la última en utilizar esta práctica en Inglaterra. La imposición de manos fue abolida en 1714 por el rey Jorge I (George I). En Francia fue utilizada por última vez por Charles X (Carlos X) en 1825. 

Mary I «curando» a una persona con escrófula. Una ilustración del siglo XVI de la miniaturista de la reina Levina Teerlinc

Hay registros en la literatura histórica de la época que señalaban que había quienes criticaban esa práctica y decían que no tenía efecto curativo. La percepción de cura de la enfermedad en la población puede deberse a varios factores. Por una parte, siendo para la época un diagnóstico anatómico y no microbiológico, es muy probable que en ese grupo de enfermos se incluían pacientes con tuberculosis, pero también con otras enfermedades que pueden cursar con inflamación de los ganglios linfáticos y sin embargo sanar espontáneamente. Incluso cuando la tuberculosis afecta los ganglios del cuello, puede ocurrir un proceso de calcificación y fibrosis de este como parte de la respuesta inmune del individuo; de manera alternativa los ganglios pueden ulcerarse y drenar la pus que contienen. En ambos casos el tamaño del ganglio y su sintomatología asociada, como el dolor, pueden reducirse dando la falsa sensación de cura. 

Uno debe preguntarse ¿por qué logró mantenerse esta práctica tanto tiempo si era claro que no producía cura? El célebre historiador francés Marc Bloch, quien escribió en 1924 el primer gran análisis histórico sobre este tema, afirmó:

“La opinión pública fue unánime en afirmar que un número sustancial de enfermos fueron sanados. La era de la fe no exigió que los hacedores de maravillas siempre mostraron una eficiencia invariable. Tal es el feliz optimismo de las almas creyentes”.

Sin embarog, la señora Baylie y su hija no dudaron sobre la curación de esta última. Incluso su ceguera fue gracias a la sangre del rey y su poder divino sobre la tierra y los hombres, y de ello dejó testimonio: “Para consuelo de los amigos del Rey y asombro de sus Enemigos. De la verdad de esto pueden atestiguar muchos miles”.


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