Telón de fondo

Autores con Leonardo

02/05/2019

Posible Autorretrato (1512 y 1515), de Leonardo da Vinci

No hay unanimidad sobre las características del período histórico llamado Renacimiento, una de cuyas figuras más altas es Leonardo da Vinci. Las investigaciones sobre la época han variado debido a la aparición de fuentes novedosas, o a que las ciencias sociales tienen maneras sorprendentes de examinarlas. La curiosidad intelectual pierde el freno cuando topa con uno de los movimientos más retadores de la historia universal. Para no meternos en un mar de bibliografías, pero también para ver cómo se ofrecen pistas confiables sobre una sensibilidad que cambió el rumbo del futuro, se hará una ligera visita a las obras de algunos autores representativos.

Solo se tomarán fragmentos que pueden mostrar los rasgos fundamentales de la creatividad que representan, sin la pretensión de agotar el tema. Ojalá se acierte en la selección de las figuras y de sus contribuciones, para no desentonar en el homenaje que Prodavinci ofrece al gigante en cuya sombra se ha querido cobijar. La selección parte de la referencia a contenidos sobre cuyo predominio en el lapso no han sucedido controversias entre los investigadores. Dicho esto, se intenta un vuelo de pájaro hacia un grupo de voces de los siglos XIV y XV que pueden informar sin intermediarios sobre el universo que iluminaron.

Uno de los aspectos que no deja de observarse en numerosos textos se expresa en la consciencia que tienen sus escritores de encabezar un contexto cultural nuevo y distinto, en relación con la Edad Media que deben necesariamente superar. Lo expresa cabalmente Lorenzo Valla en Elegantiae linguae latinae, obra de 1444.

Pero el dolor me impide hablar más y me exaspera y me obliga a llorar, cuando veo desde qué posición y a qué lugar ha caído la lengua. Pues, ¿qué amante de las letras, y del bien público, podrá abstenerse de llorar viéndola en el mismo estado en el que en tiempos estuvo Roma al ser conquistada por los galos? Todo fue derribado, incendiado, destruido, y a duras penas el Capitolio logró subsistir. Desde hace siglos no solo nadie habla el latín, sino que ni siquiera lo entiende al leerlo. Los estudios de la filosofía no comprenden a los filósofos, los abogados no entienden a los oradores, los jueces a los juristas, y los restantes no han entendido ni entienden los libros de los antiguos.

El remedio se encontraba en el humanista, es decir, en el amante de las letras. El humanista debía enfrentar una encomienda capital para salvar a la civilización, según proclama Juan Luis Vives en De las disciplinas, descripción y apología de las faenas del espíritu que circula en 1531. Anuncia y ensalza una agobiante carrera profesional, de cuyo éxito depende la salvación de los valores esenciales de la humanidad.

Acabada la carrera y recorrido el anchuroso mundo de las letras humanas, declaremos ya de una buena vez lo que, en nuestro sentir, tiene que hacer el humanista: cómo debe pasar el tiempo que la vida le reserve, aisladamente, consigo mismo y en relación con los otros; en la profesión y práctica de su arte y en el ejercicio de su enseñanza, cómo se comportará con los que profesan esa misma arte y disciplina, y cómo recibirá las opiniones y censuras que le afecten, qué forma escrita dará a sus lucubraciones y cómo las trasmitirá a la posteridad… Será afanoso de saber y jamás le pasará por las mientes haber llegado a la cumbre y al cabo de la erudición.

El itinerario debía pasar a la fuerza por el estudio de los autores antiguos. De nuevo Vives, con un ejemplo:

Vittorino, antes de nada, dio a estudiar a sus discípulos Virgilio, Homero, Cicerón y Demóstenes. Después de que habían bebido esa leche pura y habían fortalecido un poco su estómago, pensó que podría darles, sin temor, los historiadores antiguos y otros poetas, que son alimento más correoso.

Pero se trata de una actividad individual, de una posibilidad estelar de las facultades del hombre que desarrolla o comunica sus cualidades creativas porque tiene la obligación de hacerlas florecer como fábrica particular. Nada de gremialismo medieval. En cuanto individuo, el hombre es el soberano aclamado por el humanismo, de acuerdo con las afirmaciones de Pico De la Miradola en su Heptaplus de 1549.

Con presteza están dispuestos a su servicio la tierra, los elementos y los brutos, por él se fatigan los cielos, a él procuran salvación y beatitud las mentes angélicas, si es cierto lo que escribe Pablo, que todos los espíritus activos deben asistencia a aquel para quien se le destinó como herencia la salvación eterna. No nos maraville que todas las criaturas amen al hombre, pues en él reconocen algo de sí mismas, y ante todo su propio ser.

En la Theologia platónica que publica en 1542, Marsilio Ficino pondera las posibilidades del creador de historia que se viene ponderando.

Dios no creo a los hombres, criaturas que no se satisfacen con poco y que han llegado al conocimiento de las cosas importantes, para empresas pequeñas, sino grandes, mejor dicho, los creó para el infinito, ya que son los únicos que en la tierra han llegado al conocimiento de la naturaleza infinita y son los únicos que no se satisfacen con nada finito, aunque esto sea mucho.

La difusión de tales argumentos conduce a la aparición de conductas de nuevo cuño en áreas vacilantes durante el medioevo, en actividades apenas ensayadas, cuyo desarrollo es de una fertilidad trascendental en adelante: la crítica de fuentes históricas, el análisis de la política y la observación de la naturaleza. Tres figuras destacan en tal sentido.

En 1440, Lorenzo Valla publica De donatione constantiniana, para refutar los derechos sobre bienes materiales que reclamaba el papado como resultado de decisiones del imperio romano. Para que se tenga una idea de la consistencia a la cual llega ahora el análisis documental, se copia el siguiente fragmento:

Demostraré que esta donación, de la cual los papas aspiran a deducir sus prerrogativas, fue completamente desconocida de Silvestre y Constantino. Antes, sin embargo volveré a refutar el propio documento -no solo falso, sino estúpido- pues el buen orden exige que empiece por el principio. Desarrollaré los siguientes argumentos: primero, que ni Constantino ni Silvestre se ajustan al esquema presentado; el primero no tenía deseo ni derecho legal para hacer tal donación, ni poder para entregar aquellas tierras a otra persona, mientras el segundo ni las hubiera querido aceptar ni tenía derecho a hacerlo. En segundo lugar –suponiendo que estos hechos absolutamente ciertos y evidentes hubieran sido de otra manera– Silvestre no habría aceptado, ni Constantino concedió , la posesión de lo que se supone fue otorgado; este territorio permaneció siempre bajo control y gobierno de los emperadores. En tercer lugar, Constantino no donó nada a Silvestre sino a un papa anterior y que había sido bautizado antes, y su regalo fue de poca importancia, con el fin de subvenir las necesidades ordinarias del papa.

En 1513, Maquiavelo afirma en El Príncipe:

Resta ver ahora cómo debe portarse el príncipe con los súbditos y con los amigos. Como sé que muchos han escrito sobre esto, dudo que no se achaque a presunción si me alejo sobre todo al tratar de esta materia, de las reglas dadas por otros. Pero intentando escribir cosas útiles para quienes las entienden, me ha parecido preferible ir en derechura a la verdad efectiva del asunto que cuidarme de lo que puede imaginarse sobre él. Muchos concibieron repúblicas y principados jamás vistos y que nunca existieron. Hay tanto trecho de cómo se vive a cómo debiera vivirse, que quien renuncia a lo que se hace por lo que se debería hacer aprende más bien lo que le arruinará que lo que le preservará. El hombre que quiera hacer en todo profesión de bueno, cuando lo rodean tantos malos, correrá a su perdición. Por ello es necesario que el príncipe, si desea mantenerse en su estado, aprenda a poder no ser bueno, y a servirse o no de esa facultad a tenor de las circunstancias.

Por último, en fecha que no se ha precisado, Leonardo escribe así en Pensieri:

En este caso la naturaleza ha previsto beneficiosamente a la virtud visiva, cuando se ve molestada por una excesiva luz, restringiendo la pupila del ojo, y cuando se ve molesta de diversas oscuridades, ampliando tal luz, a semejanza de la boca de una bolsa. Y obra aquí la naturaleza como quien teniendo demasiada luz en una estancia, cierra media ventana, más o menos, según su necesidad. Y cuando viene la noche, abre toda la ventana para ver mejor dentro de dicha estancia. Y usa aquí la naturaleza de una continua ecuación, con el continuo templar e igualar, con el agrandar la pupila o disminuirla, en proporción a las dichas oscuridades o claridades, que delante de ella continuamente se presentan.

Los fragmentos de Valla, Maquiavelo y Leonardo son evidencias de una manera diversa de entender a la sociedad y al teatro en el cual se desenvuelve: la enmienda de lo que se tenía antes por verdad, el empirismo en el entendimiento del poder político y la explicación metódica de los fenómenos naturales, a través de caminos abiertos por la curiosidad del hombre insaciable sobre cuyas potencialidades se escriben entonces páginas desafiantes. El pensamiento y las actitudes nacidas en la sensibilidad del humanista ocupan el centro de la escena, después de levantase contra los criterios de autoridad imperantes en la Edad Media.

Abundan los testimonios de la aplastante orientación que entonces se establece para fundar los senderos de la modernidad, pero los que se han mostrado pueden servir para aproximarnos al establecimiento de una idea del mundo y de la criatura singular que lo habita, de la cual somos descendientes. Cinco caminantes de la época de Leonardo, perfectos para guiarnos por itinerario adecuado si queremos saber más sobre el asunto.


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