Diario Literario

Diario literario 2023, julio (parte II): verano japonés (2), la señora de Durian Sukegawa, “El jarrón de arena”, Akutagawa poeta, Takahashi Mutsuo, Mizoguchi

Fotografía de LOIC VENANCE | AFP

15/07/2023

Milán, sábado 8 de julio de 2023

La señora Tokue

Entre ayer y hoy, lectura de La señora Tokue, de Durian Sukegawa en la cuidada edición italiana de Einaudi, para dar continuidad a la temporada japonesa de estos diarios. Durian egresó primero en filosofía oriental y luego en repostería en La Universidad de la Repostería del Japón. Ambas vocaciones dialogan en su lograda y conmovedora novela. Una anciana de setenta y cinco años se ofrece para ayudar al protagonista en su pequeña pastelería. Le enseña a escuchar a los ingredientes, son ellos quienes le dirán cuando están listos para ser procesados, y deben ser cuidados uno a uno, como hacen los grandes productores cuando escogen una a una, literalmente, las uvas que serán utilizadas para el vino. El pastelero es una ruina existencial, que ejerce su trabajo sin ninguna vocación, animado sólo por el compromiso de pagar una vieja deuda. Se convierte en discípulo de la señora Tokue, que lo trata como el hijo que no pude tener, víctima de la lepra. La sección más desgarrada del libro es cuando la protagonista revela la tragedia de las víctimas de la enfermedad. En su caso, comenzó a los catorce años cuando, diagnosticada, debe separarse para siempre de una familia que no se le permitirá volver a ver durante el resto de su vida. Las condiciones a las que eran sometidos los pacientes para evitar el contagio no son comparables a ninguna otra. Ni los condenados muerte, ni los tuberculosos, ni las víctimas del SIDA o cualquier otra temible virosis, han conocido un aislamiento que incluye la separación radical del mundo exterior. El que era recluido lo era para siempre y de todos. Más nunca volvería a ver un rostro conocido. La señora Tokue conoció esta tragedia desde su adolescencia. En su caso, y en los de su generación de leprosos en todo el mundo, la cura por fin llegó en 1956, pero, al menos en Japón pasarían otros cuarenta años para que los pacientes curados pudieran circular libremente. Una libertad condicionada por el arquetipo del leproso, un ser humano del cual era menester alejarse de manera violenta. Muchos de estos miserables tuvieron que regresar a sus leprocomios al ser rechazados por una comunidad desconfiada. Así habría de ocurrir con la señora de la narración de Durian Sakegawa. No obstante, en su corta experiencia en el mundo exterior, la señora Tokue tuvo tiempo suficiente para conseguir un imposible hijo en la figura de Santarò. La novela es todo lo japonesa que se puede ser, con los cerezos marcando el tiempo y los olores de los exquisitos dorayaki, preparados con la receta de la señora Tokue, que incluía el de escuchar la voz de los frijoles y seguir sus instrucciones para lograr esos aromas, que, sin exagerar, he sentido, aquí en Milán, cuando llegué a la última página de la hermosa novela de Durian Sukegawa.

Fotograma de El castillo de arena (1974)

Milán, domingo 10 de julio de 2023 

Cine japonés

Después del alemán el mejor cine, como se sabe, es el japonés. Es la más larga, la lista de películas notables producidas en ese país durante los últimos cien años. Una de ellas, estrenada en 1974, es El castillo de arena, de Yoshitaro Nomura, con guión de Matsumoto Seichò a partir de su novela del mismo nombre.   El título original en japonés es algo así como  “El jarrón de arena”. Una ajustada novela policial con todos los elementos propios de Seichò: trenes como un sistema linfático sobre la alargada superficie del país, el contraste entre la provincia y la capital; la ambigüedad, como en Simenon, de la moral de los personajes, buenos que son malos y malos que son inocentes. Y como gran fondo, la fractura de las viejas tradiciones y la imposición de una nueva sociedad, de acuerdo a las exigencias de las autoridades de la ocupación norteamericana. Para su proyecto cinematográfico, Nomura se hizo del apoyo de algunos de los mejores colaboradores de la industria de su país, como Yoji Yamada, co-autor del guión, o Takashi Kawamata, el veterano fotógrafo conocido en Occidente por Lluvia negra, quien será el responsable de los memorables treinta minutos finales de la cinta. La prolongada producción está dividida en dos segmentos asimétricos. Durante el primero (150’), el veterano inspector Eitaró Inamashi, protagonizado por el reconocido Tesuro Tamba (You Only Live Twice),  en compañía de su esforzado asistente, Iroshi Yosumira, investigan el asesinato de un anciano  en las inmediaciones de una línea de tren. El arma homicida, una piedra, se encontró a pocos metros, no así la identidad de la víctima, quien permanecerá en el anonimato por más de una semana. Estamos en pleno verano y los detectives tienen que desplazarse en incómodos vagones de tercera o, las más de las veces, emprendiendo ingratas caminatas por esos caminos de dios. Uno de los grandes protagonistas de la novela es el muerto. Un expolicia de provincia (en su vejez protagonizado por el gran Ken Ogama (el Mishima, de Schrader), desencadena, con su bondad y mejores intenciones. los elementos de la tragedia. La narración se ajusta a la sintaxis del cine japonés (una toma por plano, imágenes borrosas, como los paisajes de la pintura clásica, planos fijos, fotografía de “esterilla”). La segunda parte, son treinta minutos de estremecida poesía cinemática.

Takemitsu Toru. Fotografía de Guy Vivien | Wikimedia

Música japonesa

La actividad de la música japonesa la conozco mejor por sus intérpretes (Ozawa, Cuarteto de cuerdas de Tokyo) que por sus compositores. Sin embargo, la música de Toru Takemitsu  (1930-1996) fue la más difundida hasta su apoteosis como autor de la música de Ran, la épica de Kurosawa. Durante los primeros años de su carrera, Takemitsu se dejó influenciar ampliamente por los mejores autores contemporáneos occidentales (Schoenberg, Berg, Stockhausen, Boulez), como parte de su proyecto de convertirse en uno de ellos:

Fue después de la Segunda Guerra Mundial, decidí ser compositor. En esa época odiaba, a causa de la guerra, todo lo japonés. Durante la guerra pasamos tiempos muy duros, especialmente en lo referente a la música. El gobierno japonés tenía ideas muy estúpidas y casi nunca nos era permitido escuchar música occidental. Yo estaba realmente sediento de escuchar esa música. Y justo después de la guerra decidí ser compositor pero un compositor occidental. No me agradaban las tradiciones japonesas. No las conocía y no quería estudiar mi propia música. Pero, diez años más tarde, después de estudiar la música occidental, me dic uenta de la importancia de mis propias tradiciones, No sé si soy un buen o un mal compositor japonés, sólo sé que soy un compositor japonés

Creo encontrar una ilustración de esta ars poetica en una de sus piezas que más me conmueve. Me refiero a Nostalgia, que ahora escucho en la inspirada versión de la encantadora y genial (la mejor después de Christian Ferras) Anne-Sophie Mutter, acompañada por Seiji Ozawa y la Orquesta Filármonia de Viena. Es un fragmento de 16’ escrito para Yehudi Menuhin, In memoriam Andrei Tarkovsky. Ciertamente nostálgica, llega ser desgarradora (toda nostalgia lo es) cuando el violín se desborda, se hace autónomo y se convierte en “situación límite”, en soledad, muerte y esperanza de los desamparados. A pesar de la influencia de la música occidental en la partitura (Berg, Bartók) se siente, o creo que siento, algo de Japón en esta pieza, como  siento la humedad marina del chocolate de Chuao, aunque esté elaborado por la francesa Valrhona.

Milán, lunes 11 de julio de 2023

Verano japonés

Continúo con la segunda, y última semana de mi verano japonés 2023, leyendo una de las más difundida de las novelas de Matsumoto Seichò, El castillo de arena, en la edición italiana de Adelphi (Sabbia tra le dita), la novela que le sirvió a Nomura para homónima película. En su conjunto, guión y film, son una lección de alto cine. La traducción en imágenes poéticas de un texto de realismo implacable. No ocurre siempre así. La guerra y la paz, en cualquiera de sus versiones, es más o menos como el libro, hasta donde una novela como La guerra y la paz puede ser más o menos como una película. En el caso de los japoneses, el texto nunca deja de ser literatura, mientras que la cinta se convierte en poesía al final. Lo más admirable es la manera cómo el director convierte en treinta minutos de blanca y conmovedora poesía, lo que en la novela no pasa de una página de burocrática prosa policial.

Ryunosuke Akutagawa

Los haikai de Akutagawa

Ryunosoke Akutagawa fue el autor japonés más leído por mi generación (años ’70). No era mucho lo que se conseguía en castellano, pero lo poco, como Los engranajes, era inquietante y revelador. Tampoco fue mucho lo que escribió este fundador de la modernidad literaria en Japón, cuya vida decidió él mismo terminar a los treinta y cinco años. Sabíamos que aparte de narrador había sido reconocido por su poesía, pero no había nada al alcance de la mano. No sé mis compañeros de generación, pero dejé al gran Akutagawa en mi memoria hasta hace poco, cuando los Servicios Comunales de la Biblioteca de Milán me ofrecieron la edición de sus poesías completas, todas en la forma tradicional del haikai: Haiku e sriti scelti (La vita felice. Milano 2013), traducidos al italiano por Lorenzo Marinuci quien, aparte de los setenta y cuatro haiku, incluye “El campo desolado”, el precioso texto de Akutagawa sobre las últimas horas de Matsuo Basho, el más alto representante de la tradición del haiku. Algunos de los poemas de Akutagawa traducidos del italiano.

 

Viento del tramonto

y allí en su puesto

el sol de Tokyo.

 

……..

 

De bambú un bosque

al borde del sendero

y el frío de la noche.

 

…….

 

Primer día del año

y ya es noche pienso

mientras lavo mis manos

 

……………

 

Un durazno blanco

la curva de una rama

se pierde entre las flores

 

10pm

Ha sido una excitante experiencia leer El castillo de arena,  de Matsumoto Seichò, teniendo frescas las imágenes de la película de Yoshitaro Nomura. Algo que ocurre cada vez que leemos la novela después de ver el film. En este caso, el interés debería ser mayor, porque el autor de la novela colaboró estrechamente en la escritura del guión. Como siempre, son muchas las adaptaciones, variaciones, convergencias y divergencias que separan el texto del film. La novela, en este caso, es un clásico del género policial. Como Durian Sakegawa en Las recetas de la señora Tokue, Seichò refiere el dramático asunto de la exclusión social ante la enfermedad.  Y de esta exclusión que, en la novela no pasa de dos páginas de informe policial, Yoshitaro produjo treinta minutos de pura poesía visual, de las más memorables del cine contemporáneo. Al fnal, dos obras sobre el mismo tema, el formidable film de Yoshitaro Nomura, y esa estupenda muestra del género policial que es la novela del maestro Matsumoto Seichò.

Fotograma de Sword for Hire

Milán, martes 12 de julio de 2023

En esta segunda semana “japonesa”, una película menor, Sword for Hire, pero con estupendos momentos de buen cine. Kurosawa fue co-autor del guión,  con una actuación, como siempre, impecable de Toshiro Mifune. Una historia marcada por grandes figuras del mito: el héroe herido, la desconocida curadora (cf Tristán e Isolda), las “adelitas” (mujeres que seguían sus hombres hasta el campo de batalla), la princesa virgen, el traidor, al amigo que se sacrifica y, como una tormenta eléctrica en las alturas, el eterno enfrentamiento entre eros y tánatos. Espada en alquiler fue estrenada en 1952, dirigida por Hiroshi Inagaki  (León de Oro Venecia 1958; Oscar Mejor Película Extranjera, en 1959, por Samurai, con Mifune) y, con Kurosawa, uno de los responsables de la consolidación del cine japonés a nivel internacional, siempre con el apoyo de los históricos estudios Toho.

Milán, miércoles 13 de julio de 2023 

Toru Takemitsu (2): “a way a lone

A Way A Lone pertenece al sector “occidental” de la música del maestro Takemitsu (1939-1996). Un cuarteto de cuerdas, a mitad de la partitura recuerda a Schoenberg. Sin el romanticismo decadente de Noche transfigurada, pero con una desolación menos patética que existencial. Los dos minutos finales, precedidos de unos segundos de silencio, nos recuerdan, como diría Julien Green, que cada hombre está solo en su noche. No nos hace pensar para nada en Japón, ni hace falta, las grandes “situaciones límites” (la soledad, la nada, la muerte, el olvido del ser, la incertidumbre ontológica) son universales. Como todo creador que se respete, Takemitsu vivió en su propia isla, en medio del gran archipiélago de su país natal.

Mutsuo Takahashi. Fotografía de Jeffrey Angles | Wikimedia

Takahashi Mutsuo

El caso de la estupenda poeta Ishimure Michiko es el de muchos que como ella no fueron incondicionales de las exigencias de la poética de la modernidad. Su poesía en este momento parece más post-moderna que moderna: su estilo no aspira al poema absoluto (Mallarmé, Char, Juarroz, Silva Estrada); la suya es una escritura híbrida (prosa y poesía al mismo tiempo); sus asuntos serían considerados demasiado prosaicos (ecología, historia, interés social, minorías), y su objetivo es ser lo suficientemente clara (un tabu para los más radicales exponentes del criterio moderno) como para ser entendida por todos. Tal vez esta sea la razón del nuevo interés en su poesía. Takahashi, su contemporáneo, es un notable exponente de los criterios comentados. Su bello poema sobre Chipango, que he traducido de la versión italiana de Maria Teresa Orsi (Einaudi), ha podido ser escrito  por conocidos poetas modernos como Ramos Sucre, Michaux o Borges:

 

NOSOTROS GENTE DE CHIPANGO

 

Estas islas envueltas en nubes doradas

no aparecen en ninguna carta de navegación

incluso nosotros habitantes de esas islas

no existimos en ninguna realidad.

El mar nacido de las ilusiones de Marco Polo

limita con el océano mental de los navegantes

sobre los cuales se levantan tempestades.

Nosotros gente de Chipango en el fondo somos

una multitud inexistente. Sueños ilusiones

no crean en nada de lo que decimos.

 

La muerte siempre ha sido el asunto de grandes reflexiones filosóficas y de inolvidables fragmentos de poesía. La muerte de Patroclo fue tan dolorosa que hizo llorar a los caballos de Aquiles. Mallarmé, uno de los grandes ídolos de la modernidad llamó “Tumbas” a una serie de sus poesías. Takabashi Mutsuo no podía dejar de cantar este tema supremo. Su experiencia no se lo permitía. Fue, con el resto de su familia, sobreviviente del intento de suicidio colectivo ingeniado por su madre, cuando Takahasi tenía cuatro años. Muchos versos notables escribió sobre el asunto, estos son algunos, en una pobre versión del italiano. Pienso en estos momentos como pensaba Robert Frost, “poesía es lo que se pierde en la traducción”. Un mal necesario, diría un sabio resignado.

 

Esta casa no es mi casa es la morada de los muertos

un amigo sensible al silencio que en ocasiones

viene a visitarme es testigo

personajes sin color ni sustancia

que se cruzan en la escalera

serenos sin mostrar rencor

es extraño  dice pero no es para nada extraño

porque soy yo el que lo quiere incluso

si muere una persona querida y voy a su funeral

nunca sucede que al regreso traiga conmigo

la sal purificadora y mientras a escondidas

arrojo el pequeño envoltorio un murmullo sale de mí si te gusta

en cambio dame una mano con mi trabajo

y así el trabajo del poeta no se puede llevar a cabo,

le hace falta la ayuda de los muertos

esta casa no es mi casa es la demora de los muertos

decir que los invito a estar conmigo es un error

en realidad es un error más exacto decir

quiero estar con ustedes aquí desde siempre

 

Milán, jueves 13 de julio de 2023

La dama de Matsumoto

El súper prolífico Matsumoto Seichò no sólo escribió más de cien novelas, sino que las complementó con igual número de colecciones de cuentos. Uno de los más conocidos es La dama que escribía Haiku, que es el nombre de un extraño relato en cual nunca vemos a la dama del título, y que la Biblioteca de Milán ha puesto a mi disposición. La protagonista es una señora de mediana edad, quien sorprendió a los editores de una revista de poesía, dedicada al haiku, por la calidad de sus poemas. La interrupción de sus colaboraciones preocupa a los colegas, los cuales deciden salir en su búsqueda, para enterarse de que la admirada colaboradora había muerto en fecha reciente. Lo que ha podido ser el final de la historia, es apenas el comienzo. A continuación, una muestra del genio de Seichò para el género policial. Lo cual no hace sino confirmar en cuentos como “El cómplice”, la historia de una culpa que degenera en locura y caída con sus antecedentes en Poe y Dostoievesky.

Poesía japonesa

No es primera vez que me ocupo en estos cuadernos de la lírica escrita en el país del Sol Naciente. También en verano, pero de 2021 publiqué en Prodavinci.com, algunas versiones comentadas de  dos destacados vates pertenecientes a distintas generaciones, el influyente Tanikawa Shuntarò (1931) y el más reciente Wago Ryoichi (1968). En estas entradas estivales  de 2023 dedicadas a Japón, aparte de Ishimore Michiko y Takahashi Mutsuo, me he interesado en dos excelentes poetas nacidos ambos en 1942, Fuji Sadakazu y Yae Yoichiro. Del segundo es esta inquietante poesía, escrita seis años después del desastre de la planta nuclear de Fukushima. La que sigue es una traducción del italiano:

 

JAPÓN COMO VENENO

 

susurrada a escondidas en un pequeño grupo

una frase espantosa que lo simboliza todo

si alguien fuese obligado

o si a cualquier costo quisiera transmitir

al que tiene enfrente su propio pensamiento

casi sin darse cuenta en lo más profundo de su ser

sin problemas vomitaría una palabra

sin término medio “Japón como veneno”

lo que ofrece una exacta medida

de nuestra posición que hasta el fondo esconde

la verdadera naturaleza de lo que se habla

y que basta una frase para revelarla

este es el símbolo una frase que en la época

de la invasión de Satsuma en la era Keicho

no existía en la organización de los Ryukiu Meiji

comenzó a ser susurrada la descubrí en los papeles

de mi abuelo y en los de mi bisabuelo

la guerra de la Gran Asia Oriental

la guerra del Pacífico tres millones de japoneses

enviados a morir y veinte millones de asiáticos

heridos de muerte todo esto se olvida dicen

en una consciente y deseada pérdida de la memoria

de aquel horror aquella falta de humanidad

de una locura manchada de negro

y estoy aquí para confirmarlo sin duda esta es la palabra

que simboliza las tinieblas del Japón de hoy

Japón como veneno

 

(Tokyo 2017)

Fotograma de El intendente Sansho (1954)

Milán, viernes 14 de julio de 2023

El intendente de Mizoguchi

Gracias a los servicios del Cine-Club Ambrosiano, y siguiendo la recomendación de dos de sus miembros fundadores, Rodolfo Izaguirre y Daniel Labarca, puedo concluir estas dos semanas de verano japonés con un clásico del cine, El intendente Sansho (1954), dirigida por Kenji  Mizoguchi,  con la dirección fotográfica de Kazuo Miyagawa , esa especie de Gabriel Figueroa nipón, responsable de la cámara en otras inolvidables producciones de Mizoguchi (La calle de la vergüenza, Los amantes crucificados, Cuentos de la luna pálida después de la lluvia), y de Kurosawa (Rashomon, Yojimbo, Kagemusha). Además, inventor de algunas influyentes técnicas fotográficas, aprovechadas por directores más recientes. Como es usual con estos directores japoneses, el detalle es una de las tantas expresiones de genio. Cada encuadre parece producto de una ceremonia; casi siempre épica, en el caso de Kurosawa, y casi siempre íntima, como la ceremonia del té, en Mizoguchi. El comienzo de El intendente… cuenta el viaje de una elegante madre con sus hijos a través de uno de esos bosques típicos, con su arroyo cristalino, su luminosidad impresionista y sus vientos transparentes. Por un momento, olvidamos que se trata de una narración, y nos contentamos con el privilegio de disfrutar de esas imágenes de gran cine. No obstante, la historia es lo más importante para Mizoguchi, así se trate de pequeñas, como el de La señorita Oyu, o grandes como la de 47 Rorin. Y, en este caso, se trata de una saga que se dilata a lo largo de una década larga. A diferencia de este tipo de historias alargadas en las cuales se cuenta, y a veces canta, la gesta de un individuo en particular, en el film de Mitzoguchi es un pequeño grupo, una familia, la que protagoniza una narración que, en términos occidentales, es el equivalente a una serie de frescos del Renacimiento, donde se da cuenta de una historia ejemplar. La leyenda de la Santa Cruz,  de Piero, por ejemplo. Y la película es esto, un enorme fresco donde se desarrolla una leyenda medioeval. Estrenada en 1954, a nueve años de la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial y de Hiroshima y Nagasaki, el guionista, el director y el fotógrafo (Kazuo Miyagawa) nos ofrecen su visión de la existencia como un gigantesco absurdo, un gran mundo al revés, donde la virtud, la piedad y el amor son generalmente presa del desprecio, la injusticia, la muerte temprana o la locura. No era fácil ser optimista en el Japón de esos años. El intendente Soshun (León de Plata en Venecia) es seguramente una de las diez mejores películas japonesas del siglo XX. Una cinta impecable, artesanal, de cine como arte y poesía.


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