Diario Literario

Diario literario 2023, agosto (parte IV): Sand y Chopin en Valldemossa, utopía en Saint-Paul-de-Vence: Maeght, despedida de un verano japonés

26/08/2023

Sketch del retrato de Frédéric Chopin y George Sand. 1838. Eugène Delacroix

Valldemossa, domingo 20 de agosto de 2023

Esta es la población que más me ha interesado de toda la isla. Y no sólo a mí, por supuesto. También a Chopin, quien se residenció aquí durante los meses del invierno de 1838-39. La idea fue de la inefable George Sand, quien buscaba un clima mejor para su hijo Maurice, y seguramente también para el compositor, cuyos síntomas de tuberculosis eran más que preocupantes. La escogencia del lugar, aparte de su belleza, fue estimulada por la peregrina creencia que el clima marino de montaña iba a mejorar las afecciones del hijo, y de su ilustre  amante. Al final no sería así, y el empeoramiento del estado de salud del joven polaco precipitó el regreso al continente. A los detalles de las andanzas, dedicó Sand un interesante libro de memorias, distorsionadas pero reveladoras. Por decisión de Chopin, su nombre no es mencionado, y Sand se refiere a él como “nuestro enfermo”. Aunque se habla de las peripecias con el piano que el virtuoso había encargado a Pleyel y que, por intervención de un mecenas catalán, se conserva todavía en el pequeño museo Chopin en la cartuja de Valldemossa, es muy poco lo que se dice de lo que compuso en los tres meses de desafortunado retiro mallorquín. Se sabe, no obstante, que aquí escribió los espléndidos Preludios de su Opus#24; y algunos, entre los que me encuentro, quieren creer que escribió asimismo las Baladas del Op.23, la primera de las cuales, gracias a los oficios de Constanza, pudimos escuchar a la sombra de las murallas de la cartuja en la emocionada interpretación de Krystian Zymermman. Un hiver à Majorque es como Sand llamó sus notas, un libro de viaje insoslayable para los amantes de este género. De las angustias que le causó el estado de salud de Chopin  no es mucho lo que escribe, pero cuando lo hace es estremecedor. Como en estas líneas al final del volumen donde refiere la indiferencia e ignorancia de los pobladores:

La muerte parecía planear sobre nuestras cabezas para apoderarse de uno de nosotros, y sólo contábamos con nuestros propios medios para disputarle la presa. No había una sola criatura humana a nuestro alrededor que, por el contrario no quisiera empujarlo hacia la tumba para acabar con el supuesto peligro de su proximidad. Aquel sentimiento de hostilidad era terriblemente triste. Además, me asaltaban grandes inquietudes. No tengo la menor noción científica sobre nada, y hubiera necesitado ser médico, un gran médico, para curar la enfermedad, cuya responsabilidad pesaba por entero en mi corazón.

También en la Cartuja de Valldemossa escribió George Sand su novela Spiridion, de cuyas románticas páginas y truculenta historia de monjes y monasterios, no habré leído más de una docena de páginas.

Fundación Maeght. Fotografía de Waterborough | Wikimedia

Saint-Paul de Vence, lunes 21 de agosto de 2023 

Fundación Maeght

Por un día en este pueblo privilegiado para una visita a la Fundación Maeght, una iniciativa de Amy y Margaret Maeght, que incluyó la construcción de la magnífica sede a pocos kilómetros de Saint-Paul-de-Vence, inaugurada, en 1964, por no otro que André Malraux, ministro de cultura del presidente De Gaulle. En principio, pensada para albergar la colección particular, al poco tiempo se transformó en uno de los centros más activos de Provenza con actividades culturales de todo tipo. A diferencia de la mayoría de los coleccionistas, propensos a la tendencia “álbum-de-barajitas”, los Maeght se limitaron a un reducido número de artistas, lo que les permitió la acumulación importante de unos cuantos creadores de su preferencia como Miro, Giacometti, Calder, Chagall, Leger, Tal-Coat, Twombly o Francis. De algunos de ellos tienen material como para abrir pequeños museos dedicados a sus obras. No obstante, no se debe venir a ver nada. No esta imaginada para eso. Más bien se trata de una invitación a formar parte de esta experiencia, a “estar ahí”, compartiendo con la presencia de las obras de arte. Apena ingresamos lo sentimos. El ser pertenece a esta armonía. El espíritu que, como dice James Hillman, se alimenta de belleza, se siente partícipe de un banquete de ideas e imágenes. La mirada encuentra gratificación en lo que ve, y todo lo que ve es belleza. El escenario de la vivencia compartida entre arte y naturaleza. La arquitectura del catalán Josep Lluis Sert, como la de Villanueva en la UCV de Caracas, es un triunfo de la racionalidad sensible, la que ha hecho posible la mejor poesía desde los griegos.

Milán, martes 22 de agosto de 2023

De regreso a la  “città vuota” de Mina, convertida en un enorme baño sauna con temperaturas  que llegan a los 38C. Todo a causa de un clima africano que, esta vez, han llamado “Nerón”, en un nuevo aporte a la campaña anti-neroniana, emprendida, con éxito digno de otras empresas, por el cristianismo desde la Edad Media. Como criatura del trópico adentro, no me es ajena esta experiencia; sin embargo, no recuerdo que en mi suramericana Valencia temperaturas tan criminales. Escribo poco, y sólo en los limitados momentos con aire acondicionado, una limitación en la dependencia de las altas tarifas de electricidad que, en Venezuela, antes de la catástrofe no eran tan onerosas. Escribo poco, leo menos, no traduzco nada; la poesía, como mis pajaritos cantores, se fue en busca de mejores climas, y estos diarios los escribo con un pañuelo a mano para evitar que el sudor “corra” la tinta del cuaderno. Las noches son más gratas, porque puedo encender el climatizador desde las 6pm. La cuestión es que llevo cincuenta años escribiendo sólo de día. Durante las noches, lo poco que entiendo, lo entiendo mal. Como poco, y prefiero las calorías de un vermentino a las de cualquier plato de la culinaria peninsular.

Mauricio Pollini. Fotografía de Dundak | Wikimedia

Milán, miércoles 22 de agosto de 2023

Sobreviviendo al anticiclón africano que, como unas huestes bárbaras, han tomado la ciudad, recibo dos alusiones a Mallorca. La primera de Carmelo Chillida desde Madrid, quien me anuncia un próximo viaje a esta isla que considera paradisíaca, nada raro en un hombre de naturaleza solar como él. La otra es de Daniel Labarca, desde la venezolana Valencia, quien me envía la foto de una vieja noticia donde se anuncia el triunfo de Mauricio Pollini, a los dieciocho años, en Concurso Chopin de Varsovia. La pieza interpretada fue el difícil Preludio Op. 24, escrita por el genio polaco durante su duro invierno en Valldemossa.

Misei Akegata. Fotografía de Alessandro Clementi | zenworld.eu

Milán, jueves 23 de agosto de 2023

Verano japonés. Segunda parte

Sin contar con el calor inaceptable, mi diario literario de este verano 2023 terminará como empezó. Esto es, con un encuentro fugaz con algunas manifestaciones importantes de la cultura japonesa, a las cuales me pienso dedicar en lo que queda de semana. Anoche comencé a leer Un lugar tranquilo, una notable novela policial, como son todas las que he leído de su autor, Matsumoto Seichò. Esta vez, las dudas sobre la extraña conducta de su esposa, animan al protagonista a averiguar las circunstancias de su extraña muerte que, al parecer, esconden una secreta existencia paralela. El Cine-Club Ambrosiano tiene programada una película de Ozu, Crepúsculo en Tokyo. Y voy a detenerme a escuchar algunas piezas de Shigeru Kanu uno de los músicos contemporáneos de Japón. Mientras, leo algunos poemas de Akegata Misei, una poeta que me ha sorprendido por su “tradicionalismo paradójico”, convencional y absolutamente contemporáneo. De las traducciones de Maria Teresa Orsi al italiano, he realizado estas dos versiones. Y, para recordar los cincuenta años de la muerte mezquina de uno de los artistas más inquietantes a nivel internacional de finales del XX y comienzos del XXI, pienso dedicarle unas líneas a Ishida después de la lectura de los ensayos incluidos en el catálogo de su gran retrospectiva en el Museo Reina Sofía a mediados de 2019. Ishida, por lo menos hasta el 2015, cuando conocí sus obras en la Bienal de Venecia no era uno de los consentidos de un mercado que durante esos años se encargaba de grandes nombres como los de Polke o Boltansky.

 

AKEGATA MISEI

SOBRE LA LINEA DEL FERROCARRIL DE TOHOKU

 

Fragmentos que en desorden se alejan

y caen mientras los observo,

este tren metálico que avanza es el negativo de una imagen

donde se refleja el color del cielo ya violeta,

avanza doblando la delicada hierba del otoño

el pálido blanquecino fluir de la mañana

se hace aquí más espeso,

la delgada lámina del cielo se rompe

y en medio de sus heridas

surge un afilado azul, y siento ese sonido

en las vísceras como un tenso hilo.

 

En Japón, los trenes han determinado la vida de sus habitantes de la misma manera que los autos han condicionados la de los norteamericanos. Son raras las películas, o narraciones, en las que no parezca un ferrocarril para transportar a los personajes. Una de las protagonistas de Crepúsculo en Tokyo de Ozu, escoge un paso a nivel para suicidarse.Las líneas del ferrocarril son los viejos caminos por los que transitó Basho y todos sus paisanos, por lo menos hasta la llegada de la industrialización. La más elocuente expresión de esta dependencia es la novela de Matsumoto Sechò, Tokyo Express, donde, de manera obsesiva, el detective atrapa a los criminales siguiendo metro a metro el desplazamiento férreo de los protagonistas. Akegata Misei es nueve años menor que Tetutsa Ishida, un artista que marcó de manera dramática la nueva generación y en cuya iconografía la imaginería ferroviaria no es inusual. El poema que he traducido del italiano, escrito en 2017, parece un homenaje al malhadado maestro Ishida, cuya muerte estaba efectivamente esperándolo en los rieles suicidas de un tren japonés en 2009.  Las resonancias místicas del texto se reiteran, como el escenario natural de Tohoku, donde se encuentra un lago volcánico celebrado por el azul de sus aguas. La región también es conocida por ser sede, en la vecina ciudad Sendai, de un uno de los templos de sintoísmo más importantes del Japón. Tohoku es, también, tristemente conocida por el tsunami y terremoto de 2011.

 

APARICION EN NAGANO

 

El gélido sol más débil y oscuro,

y a lo lejos el suave paso de sombras que se esfuman.

En la cima de la montaña el paso sin pausa

de enrarecidos fenómenos atmosféricos.

En la llanura nevada las sombras amarillentas se extienden

y la luz del sol se filtra en un ligero suspiro.

Por todas partes la nieve de azul congelada,

todavía firmes los bloques de escarcha

que se alzan como presencias extrañas.

El bosque. Decorados azules y rosados

suspendidos en las ramas, recogiendo

la débil luz del sol, brillan inquietos,

brillan como memorias de pasados inviernos,

y un monje en su meditación inmerso,

desaparece entre las capas de un pálido azul,

en este preciso momento.

 

El paisajismo de la poesía japonesa, su precisión y economía verbales están en el origen de la lírica moderna. El “imaginismo” de Pound no se entiende sin los haikai, donde todo es forma, rigor, e imagen. La relación de lo japoneses con la naturaleza tiene hondas raíces místicas. El desastre nuclear de 2011 fue asumido por el inconsciente colectivo como una muestra del malestar de la diosa naturaleza. El tsunami y el terremoto se entendieron, y entienden, como un castigo por la construcción de las centrales termonucleares en lugar “consagrada” (toda la naturaleza es consagrada para los japoneses). El paisaje del hermoso poema de Akegata tenemos que entenderlo como un templo, con sus paredes, piso, techo y ventanas, donde el monje se entrega, como uno en una iglesia cristiana, a la meditación, que es la forma más pura de oración. Es un texto que ha podido ser escrito hace cien años o quinientos. En este caso, se trata de una superación de la lírica japonesa de las últimas décadas del siglo veinte, signada por la angustia existencial, la orfandad social, las nuevas culpas y el fracaso reiterado de tercas utopías. A sus treinta y cinco años, Akegata Misei es una de las poetas más interesantes, no sólo de la lírica japonesa.

Invernadero. 2003. Tetsuya Ishida

Milán, viernes 25 de agosto de 2023

Tetsuya Ishida

Parece que la fortuna de Ishida con los galeristas está cambiando estar cambiando. Ayer, desde su sede en Nueva York Larry Gagosian anunció que lo ha incorporado, en exclusividad, a su lista de luminarias. Circunstancia que no estoy seguro que deba alegrarnos a los admiradores del japonés. La vulgarización y manipulación es un precio demasiado alto a pagar por los servicios de una empresa tan vulgarmente comercial como la del señor Gagosian. No se le ha negado nunca su olfato para adelantarse a las vueltas del mercado. En el caso de Ishida, era claro que después de la muestra de 2019 en el Reina Sofía la consideración hacia su arte iba a cambiar. Algo que viene a confirmar la muestra que el mismo museo anuncia del gran artista norteamericano Ben Shan, uno de los reconocidos maestros de Ishida. El gusto contemporáneo da para todo. Como se sabe, el eclecticismo está en su ADN. La hermética escritura de Kiefer o el neo-expresionismo de Baselitz coinciden en las preferencias del público con el pop de Murakami o el fetichismo de Cindy Sherman y el conceptualismo de Felix González-Torres o el inquietante Zuan Chang. La obra de Ishida es la mejor expresión de un meta-surrealismo, donde el realismo de clara procedencia ideológica se convierte en torturada poesía.

Fotograma de Crepúsculo en Tokyo (1957). Yazujiro Ozu

Crepúsculo en Tokyo

La historia que se cuenta en esta colaboración entre los viejos amigos Yazujiro Ozu y Kogo Noda, el guionista de catorce de sus películas, no es nada memorable. Más cerca de una telenovela que de una tragedia. Sin embargo, se trata de un clásico del cine japonés de postguerra. La participación del tercero del  famoso trío, Yuharu Atsuta, el mismo director de fotografía de las mejores producciones de Ozu, entre ellos la legendaria Tokyo Monogatari, es el ingrediente fundamental en esta alquimia de convertir un melodrama en una obra de arte. Cada encuadre es irrefutable, de una precisión flaubertiana y la más discreta elocuencia del blanco y negro. Crepúsculo en Tokyo es todo lo que un film puede expresar de la más triste y humillante de las post-guerras, la del Japón que nunca se recuperó de las culpas de un militarismo crónico que llegó a su fin en Hiroshima y Nagasaki. La película fue estrenada en 1957, apenas doce años después de la derrota. Su director, el gran Yazujiro Ozu, a su regreso de Birmania, conoció la amargura de la postguerra, con seis meses de prisión en un campamento británico sometido a todas las humillaciones. Su cine no conoce de héroes, los repudia, los desconoce. Sabe que la realidad no es épica, que los seres humanos no son épicos en su esencia, que todo triunfalismo es una falacia, que detrás del falso milagro económico que los esperaba se escondían nuevos desengaños y derrotas.


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